No todos los amores prohibidos son sucios 1
El mejor amigo de mi hermano pequeño recibe una noticia terrible, siempre lo he considerado como un segundo hermano, pero ahora tengo que confortarlo y consolarlo, y nuestra relación deja de ser fraternal.
No todos los amores prohibidos son sucios.
Me gusta leer relatos eróticos, pero no me gustan la mayoría, en general suelen estar muy mal escritos, y todos parecen escritos por hombres tirando de los mismos tópicos.
Así que me he decidido a escribir uno que, muy probablemente, no gustará a nadie. Y de paso intento escribir en un estilo que no uso nunca, así me sirve de ejercicio.
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El reloj de la muñeca marca 45 minutos.
“Récord. No está mal”.
Me apoyo en la pared, de espaldas, respiro agitadamente tras la carrera aunque intento recuperar la respiración. Joder, cuesta. Camino un poco por la acera para no parar de golpe mientras meto más oxígeno en mis pulmones y bajo las pulsaciones. Saco las llaves de la riñonera y abro la puerta, luego el ascensor, luego la puerta del piso. Nada más entrar escucho un par de voces adolescentes, más familiares de lo que a veces me gustaría, pero son como la mancha de la pared del baño, totalmente inevitables.
— ¡Ya estoy en casa! —grito para que me oigan y, si están viendo porno, les dé tiempo a cambiar de ventana, aunque sabiendo como son mi hermano y su mejor amigo, es mucho más probable que estén jugando al Zelda.
— ¡Hola Alicia! —El grito es de Abebe, no de mi hermano, ése no se molesta en responder, probablemente porque esté tan concentrado en el juego que no se haya enterado de mi grito.
Entro en la sala, y efectivamente están los dos jugando, pero Charly está mucho más concentrado. Un año antes Abebe ni me habría mirado, pero la pubertad le ha dado fuerte a ambos, y ahora Abebe no pierde la oportunidad de echarme un vistazo, especialmente si vengo de correr, con mis ropas ajustadas como una segunda piel, y sudorosa.
—Voy a darme una ducha.
—¿Quieres que te eche una mano? —me pregunta Abebe.
Respondo con una carcajada. Abebe y mi hermano son buenos chicos, no tienen malicia, pero Abebe ha cogido la costumbre de soltar tonterías de vez en cuando, por suerte siempre sabe elegir el tono exacto para resultar divertido y no sonar a acosador. El cambio de chiquillos gorditos y nerds a púberes ciclistas les está costando, es normal, ahora su comportamiento es una mezcla de ambas cosasl.
No le respondo y me voy a la ducha de mi habitación, con dos gestos automáticos me saco las mallas cortas y el top, abro el grifo, y antes de meterme bajo el agua me veo en el espejo. La verdad es que entiendo que mi presencia altere a un chiquillo de 13 años, joder, hay días que cuesta mantener la dieta y hay días en que pasaría de salir a correr o de ir al gimnasio, pero el resultado merece la pena, estoy como para liarme conmigo misma, y eso que soy hétero. Cierro el grifo de la ducha, me había olvidado que por la mañana me puse algo de maquillaje, es raro en mí, pero dejé a Robert hace un par de semanas porque me puso los cuernos y como me sentía vulnerable decidí darme algo de confianza. Tengo que desmaquillarme primero.
No me veo peor sin la capa de pintura, soy muy guapa, en realidad no debería necesitar reafirmarme.
—Ese bastardo se lo pierde.
Pero mi ánimo ha cambiado al acordarme de él, repaso mentalmente los últimos fracasos amorosos, al parecer no tengo suerte. Encuentro chicos que parecen guapísimos, atléticos, estables y estupendos, pero luego se vuelven unos cretinos que creen que deben controlarme. Debo tener cara de infiel o algo así porque ya es casi una norma que no confíen en mí. Pero la línea roja es que cuando uno me intenta decir que no puedo hacer algo, lo mando a tomar viento.
El agua tibia empieza a acariciar mi piel y el enjabonado se vuelve algo casi erótico, no me gusta masturbarme bajo la ducha porque mis orgasmos suelen ser con temblores y me cuesta mantenerme en pie. Pero lo cierto es que llevo unos días muy cachonda, soy muy sexual y estoy ovulando que siempre me pongo como una moto en esas fechas. Y dos semanas sin echar un polvo me tienen un poco alterada, es lo peor de no tener novio, y mis amigos de plástico y pilas me resultan un pobre sustituto. Como les he dicho a mis amigas muchas veces: masturbarse está bien, pero follando conoces gente.
Me pongo unas braguitas diminutas aunque con la entrepierna ancha para poder poner un salvaslip, cuando estoy así de cachonda cualquier cosa me altera y seguro que antes de ir a acostarme dejaría alguna mancha de humedad en alguna silla. Acompaño las braguitas con una camiseta muy ligera, ancha y cortita que deja ver mi ombligo, es mi prenda favorita para estar por casa, me encanta como cae desde mis pechos y lo suave de su viscosa, como tengo los pezones hipersensibles no tengo ganas de ponerme un sujetador. Si no estuviese Abebe en casa ya saldría así, pero está, así que cojo un chándal ligerito. El pijama sería más cómodo, pero tuve un novio al que los pijamas lo ponían a cien, y no sé si es el caso de Abebe, pero no quiero averiguarlo.
Me ha entrado el hambre, me pasa a veces después de salir correr, pero las endorfinas postruning y postducha están a tope y me siento genial.
Al salir al pasillo escucho un sonido extraño, alguien está llorando en el salón.
Me asalta el instinto maternal. Yo soy la que ejerce de madre de los dos chicos, la única que tienen, y es mi deber preocuparme por su bienestar. Así que voy a la sala.
Es Abebe quien llora, Charly está hablando por teléfono con voz muy seria.
—¿Qué pasa?
Charly me hace un gesto con la mano para que espere mientras atiende a la conversación. Está recibiendo información, porque lo único que dice es “ajá” y “entiendo” y cosas así. Cuelga.
—El padre de Abebe ha tenido un accidente en la carretera, acaban de llamarlo del hospital, está muy grave.
—Llama a papá y cuéntaselo.
Charly obedece y yo me voy al sofá a abrazar a Abebe. Por mi cabeza se suceden imágenes, recuerdos y pensamientos abstractos. Veo a Abebe y su padre con mi hermano, en un viaje que hicieron a Francia. Nos veo a los dos, aunque el recuerdo es mucho más difuso, jugando juntos el día que lo adoptaron tras haber perdido a su familia biológica. Nos veo a los tres en mil aventuras en los bosques, narradas a medias, compartiendo juegos aunque yo en realidad los vigilaba y cuidaba al mismo tiempo que participaba en sus andanzas ficticias. Nos veo a los tres en el entierro de mi madre. Nos veo a todos en mil barbacoas en su casa, y alguna pero menos en la mía porque su padre es mucho mejor cocinero. Nos veo en París, Londres, Dublin, viajando en el avión de línea que pilotaba mi padre y que dos o tres veces al año nos llevaba a conocer mundo, con mi madre acompañándonos. Hasta hace unos tres años en que yo empecé a salir con mis amigas, me cuesta recordar alguna escena familiar donde él no esté ahí, como otro hermano más. Y desde la muerte de mi madre, su presencia es casi constante, de hecho cuando su padre está en ruta, que es muy a menudo, viene a dormir a casa.
El mismo Abebe al que ahora abrazo mientras llora sobre mi hombro. No puedo evitar llorar con él, aunque yo no hago ruido, él es increíblemente sensible, un poeta, un pallasete, un niño maravilloso, un confidente. Pero a mí me toca ser la fuerte, por él y por Charly.
—Papá ha pedido un par de favores y se coje una semana libre, dice que va directamente al hospital a hablar con los médicos y luego se viene para aquí. Que no nos preocupemos, que él se encarga de todo —me dice Charly.
No puedo evitar sentir un poco de alivio. No me importa hacerles la comida, dirigir las tareas de limpieza de la casa (afortunadamente ambos son chicos muy colaboradores y, en realidad, casi todo lo hacen ellos) o poner las lavadoras (bueno, eso algo más desde que me ha tocado tocar sus calzoncillos menos limpios de lo que solían estar, en el caso de Abebe que fue muy precoz, hace mas de dos años que empezaron las manchas de semen). Incluso no me importa ir yo a las reuniones con sus profesores (que, bueno, la mayoría también me dieron clase a mí), pero la idea de enfrentarme otra vez a un hospital me genera bastante ansiedad.
No sé cuanto tiempo llevo en el sofá con Abebe, pero los dos hemos dejado de llorar, sigue con su cabeza sobre mi hombro izquierdo mientras yo jugueteo con sus rizos. No hemos dicho palabra, solo esperamos noticias, cada uno sumido en sus pensamientos. Charly es completamente diferente, no se ha sentado un instante, camina por la casa de un lado a otro, se para a hacer algo pero lo deja de inmediato y vuelve a pasear.
Suena mi móvil, es mi padre.
—¿Sí?
—¿Estás con Aby? —le respondo afirmativamente— Pues pon el manos libres.
—Aby —dice mi padre al otro lado— Tu padre ha tenido un accidente, siguen haciéndole pruebas pero está fuera de peligro, tiene varios huesos rotos y mañana lo operarán de una fractura de pómulo. Ahora está intubado y monitorizado y lo tienen sedado para evitarle el dolor, me dicen los médicos que lo mantendrán así hasta mañana o pasado. Yo me voy a quedar aquí con él, tú quédate con Alicia y Carlos, no vengas porque no hay nada que puedas hacer y él estará dormido. Si hay alguna novedad ya os llamo, pero descansad tranquilos, los tres.
Charly me mira tras colgar.
—Quédate tú con Aby, voy a darme una ducha rápida y cojo un taxi al hospital, tú acompaña a Aby y yo me voy a hacerle compañía a papá. No quiero dejarle solo en el hospital toda la noche.
Me siento orgullosa de mi hermano. Las muertes de nuestras madres, y el hecho de que nuestros padres están fuera muchas noches por sus obligaciones laborales nos han hecho madurar muy de prisa a los tres. Nadie elude trabajos, nadie genera un conflicto, hemos aprendido a hablarnos y apoyarnos. Pero yo tengo 17, ellos solo tienen 13, ver a un crío como Charly asumir que papá no debe estar solo en el hospital sin apoyo es una iniciativa muy madura para alguien de su edad. Y sabe además que yo soy la más adecuada para quedarme con Ababe, que en ese momento necesita más una hermana mayor que un compañero de su edad, por muy amigos íntimos que sean. Incluso el simple hecho de llamar a un taxi con total naturalidad e irse solo es muy maduro, muchos chicos de su edad se sentirían muy inseguros haciendo eso.
Acompaño un momento a Charly a la puerta cuando sale.
—Cuídalo, ya sabes que con todo lo que ha pasado, esto le afecta mucho más que a nosotros —me dice, refiriéndose a Abebe.
Le doy un beso en la mejilla, me contengo para no darle un abrazo, los devuelve, pero cuando está nervioso como ahora, prefiere estar moviéndose sin parar que aceptar abrazos o gestos de cariño. Siempre ha sido así, activo. Como Abebe siempre ha sido el chico sensible. Y yo la cariñosa y responsable.
Vuelvo y hago la cena, Abebe no quiere cenar nada, pero yo me muero de hambre.
Llaman, es Charly esta vez.
— Hola Ali. ¿Está Abebe contigo?
—No, se está dando una ducha.
—Perfecto. Papá está cenando algo y después va a llamar a los tíos de Abi. Juan está fuera de peligro, lo han ingresado en la Unidad de Cuidados Intermedios. Está sedado para que no se mueva porque tienen que reconstruirle un pómulo y no queiren que gesticule o hable. Está monitorizado pero sin peligro y por eso no está en la UCI. Tranquiliza a Abi cuando se lo cuentes. Seguramente hasta dentro de 48 horas lo mantengan sedado. A Abi le vamos a decir que serán cuatro días, para que cuando venga no vea a su padre tan hinchado. Esta noche y mañana todo el día nos quedaremos aquí, que dicen los médicos que hay que vigilar que no se haya formado algún trombo. Si hay alguna novedad os aviso, pero en principio podéis iros a dormir.
Cuando Charly me dice que podemos irnos a dormir me sorprendo, miro por la ventana y es de noche, tengo que mirar la hora en el móvil para creerme que son ya las 2 de la mañana. Llega Abi del baño y le cuento lo que le puedo contar. Empieza a frotarse las manos, sigue nervioso. Le conozco tan bien que sé lo que piensa: no quiere irse a dormir porque no quiere quedarse solo.
Le sugiero que veamos algo en la tele.
Cuando enciendo la tele, hay sintonizado un canal porno. Sonrío, estaban disimulando con la consola cuando llegué pero estaban viendo porno. Y del malo. Pero no digo nada. Abebe entra detrás de mí y al ver lo que sale en la tele me arrebata el mando y cambia de canal, pasa a los canales de cine hasta que encuentra algo que le apetece ver: Monstruos S.A. Se recuesta contra mí como por la tarde, y yo le abrazo y le acaricio el pelo para tranquilizarle.
Un minuto más tarde coge un cojín y se tapa disimuladamente la entrepierna. Sonrío.
Los dos hacemos como si no pasase nada. Pero él está más despierto, y yo me debato internamente entre que la idea de que él se haya empalmado me empalme a su vez a mí, y la simple sonrisa. Es Abebe, el ser más tierno que he conocido, pero está recostado con la mejilla apoyada en un pecho.
Parece estar dormitando y a mí no me apetece una peli infantil. Pero el mando está al otro lado de su cu, así que me estiro un poco para cogerlo, mi cara queda justo enfrente de la suya a muy poca distancia. El movimiento le quita la modorra y abre los ojos, se sorprende al verme allí, tan cerca, con mi cara a unos cms de la suya y yo casi encima de él, e interpreta mal la situación. Me besa, en la boca, torpemente. Sé que es su primer beso. A mí también me pilla desprevenida.
En mi mente se atropellan sensaciones e ideas: No quiero rechazarlo porque está muy vulnerable y no quiero que sienta rechazo justo en ese momento. Por otro lado, la sensación de su beso es torpe, intenta besarme pero no sabe muy bien qué hacer ni como. Nadie le ha enseñado. Pero hay algo más, hay pasión, un deseo tan enorme que parece que quiere comerme entera, no es un cariño de hermanos como el que yo siento por él, hay un intenso deseo físico tras ese beso, tan intenso que tiembla, un deseo que seguramente lleva ya tiempo. Y eso a su vez provoca algo en mí. Hacía mucho tiempo, desde mucho antes de Robert, que nadie me besaba con ese deseo, no sé cuantos ligues me tengo que remontar hasta encontrar uno que me desease de ese modo. Eso me gusta, más allá de la torpeza técnica ese deseo me gusta, de hecho me enciende, me enciende mucho, noto un calorcillo en mi vagina y noto mis pezones comenzar a sentirse erectos. Por otro lado sé que no debo seguir. Me digo que no quiero rechazarlo porque está muy vulnerable. En realidad no quiero rechazarlo porque soy muy sexual, porque estoy ovulando y estoy muy receptiva al deseo, y porque me encanta que alguien me desee de ese modo. Nunca he encontrado nada más excitante que sentirse deseada, que ver las reacciones de un cuerpo que me ansía cuando lo rozo.
Así que no lo rechazo. Le devuelvo el beso. Y casi de inmediato paso de devolverlo a tomar la iniciativa. Ahora soy yo quien lo está llevando a él. Se da cuenta y se deja guiar. Empiezo a besarlo con mi propio deseo, con mucho deseo, mi cuerpo responde a su cuerpo y empezamos a movernos. El cojín se cae porque él quiere pegarse a mí, su pelvis se pega a mi pierna y siento un pene extrañamente duro. Yo también me pego a él y mis pezones se ponen tan erectos que estoy seguro que los nota contra su pecho. Echo mis manos a su espalda y lo atraigo hacia mí. A estas alturas ya no pienso racionalmente, las hormonas han tomado el control de mi cuerpo y de mis pensamientos, y sé que a él le sucede lo mismo. Necesito sentir su piel. Mientras no dejo de besarle, bajo la cremallera y me saco la chaqueta del chándal. Después saco su camiseta de dentro de sus pantalones y tiro de ella hacia arriba. Lo separo un poco de mí para poder quitársela. Él se deja. En cuanto se la quito se lanza de nuevo a besarme, pero llevo su lengua a mi cuello y empiezo a gemir. Acaricio su espalda. Siempre ha tenido muy poco vello corporal, su piel es lisa, tersa, suave como la de un bebé. Hace un año que empezó a hacer bicicleta y su sobrepeso ha pasado a la historia, ahora es un torso delgado y fibroso. Acaricio su espalda impulsivamente, él sigue besándome el cuello, pero ahora tomo su cabeza con las dos manos y vuelvo a besarlo en la boca, él empieza a sacar mi camiseta, yo le ayudo, me vuelvo a separar de él para quitármela y mis pechos quedan al aire con los pezones tan duros que casi duele. Él se lanza como un poseso a besarlos, pero redirijo su boca a la mía, mis manos van a su espalda de nuevo y tiro de él, notando su pecho en mis pechos. Sus manos recorren mi espalda, no sabe qué hacer con ellas así que las trae al frente y empieza a acariciar mis pechos, lo hace con brusquedad. Se suelta de mi boca y baja la suya a mis pezones y empieza a mordisquearlos, es lo que tiene haber aprendido viendo porno. Tengo que corregirlo, pero la idea de hablarle me asusta. Temo que las palabras rompan el hechizo. Que mi pensamiento racional tome el control y me diga que no puedo estar liándome con tal intensidad con un niño de 14 años (bueno, 13, pero falta poco para su cumpleaños y prefiero pensar que tiene 14, me hace sentir menos… pedófila). Me muerde un pezón y un rayo de dolor sacude mi cuerpo.
—No, los tengo hipersensibles, no seas brusco —le digo sin pensar.
No se ha roto el hechizo. Él me ha oído y cambia de estrategia. El instinto le lleva a hacer lo que más me gusta que me hagan, su lengua parte de la parte inferior del pecho y va hacia arriba hasta recorrer el pezón. Casi tengo un orgasmo con eso, y gimo. Echo la cabeza hacia atrás y arqueo mi espalda, y mis pechos ganan todo su esplendor. Cada uno empieza a ser acariciado con una mano, suavemente como le he pedido, y su lengua los recorre, se para en los pezones y juguetea con ellos.
Vuelvo a gemir de placer. Y sé que ya no hay vuelta atrás, mi cuerpo ya no se va a conformar con unos besos y un poco de magreo. El deseo me inunda y empiezo a tener fantasías con él. A la mierda todo. En dos gestos rápidos aflojo su cinturón y desabrocho su pantalón. Él se detiene un momento sorprendido, seguramente no esperaba llegar tan lejos. Pero no quiero que piense así que vuelvo a besarlo y él se deja llevar. Noto otra vez su pasión, su deseo infinito, es un chico hiperhormonado que de repente, sin esperarlo, ve como su mayor fantasía erótica se está convirtiendo en realidad. Nunca ha sido mi fantasía, no hasta hace unos minutos, pero si no llevase un salvaslip a estas alturas el sofá estaría chorreando de mis jugos.
Mis manos empiezan a recorrer su pecho y empiezan a bajar hacia su vientre.
Él tiene una microconvulsión y se detiene. Se detiene por completo.
—No quiero que hagas esto por pena, por mi padre. No quiero que mañana te sientas culpable o arrepentida.
Me está abriendo la puerta a detenerme, aunque sé que es lo último que él desea. Yo no le respondo, me pongo de pie al lado del sofá y lo miro. Ahora sé que solo me detendría si él me lo pidiese, y no lo ha hecho. Con otro gesto automático me saco los pantalones del chándal, lo único que me separa de él es una braguita pequeña. Él se queda embobado mirándome y yo lo miro a él, me encanta su piel de ébano, ahora brillando, me gustan sus músculos pequeños pero definidos, me gustan sus labios gruesos y sus ojos negros. Me gustan sus manos finas, y el contraste entre la palma blanca y el dorso negro.
Estamos un par de segundos contemplándonos mutuamente. Pero no quiero seguir mirándolo, necesito sentirlo. Le empujo por los hombros para tumbarlo en el sofá boca arriba, luego le echo las manos a su pantalón y él sube las caderas para que pueda quiárselo. Le quito también el boxer, y cuando llego a los tobillos incluyo los calcetines. Ahora lo tengo completamente desnudo. Su pene es sorprendentemente grande para su edad, es casi de adulto, aunque es probable que siga creciendo unos años. Nunca me han gustado los penes grandes, sus dueños se sienten muy orgullosos de ello pero para sacarle partido tienes que invertir mucho tiempo para que entren sin molestar. El suyo, aún un poco menor de la media, es perfecto, no necesitará nada para entrar y desde luego no perderá la erección en ningún momento. Una erección tan bestia que su pene apunta a su nariz, lo acaricio un momento, tengo amigos de silicona que están menos firmes de lo que él está ahora. Pero aún no. Me siento a horcajadas sobre él y empiezo a moverme para que mis braguitas lo recorran de arriba a abajo, él tiene otro temblor y suelta su primer gemido. Si sigo así se correrá, y aún es pronto. Me inclino sobre él y me recuesto sobre su pecho, quiero besarle el cuello pero él es bastante más bajo que yo y tendría que besarle la frente. Me echo un poco hacia atrás y ahora noto la dureza de su pene en mi Monte de Venus y después en mi ombligo. Ahora sí puedo besarle el cuello. Le gusta, gime de nuevo. Está demasiado caliente, así que tengo que prolongar aquello si no quiero quedarme yo a medias. Sonrío con picardía porque he tomado una decisión. Mis besos empiezan a bajar por su pecho y no me detengo hasta su vientre. Noto su pene en mi barbilla, está caliente y húmedo. Sigo bajando, la punta de mi lengua toca su glande y suelta un gemido mucho más fuerte. Instintivamente empieza a levantar su cadera, pero pongo una mano sobre ella y no le dejo moverse, sigo lamiendo, noto que sufre. Vuelve a gemir. Me introduzco el dedo largo en la boca y lo ensalibo. Sigo lamiéndole el pene, y noto como tiembla, seguramente está conteniéndose para alargar el placer todo lo posible. Le doblo las rodillas y se las abro para tener un acceso más fácil al escroto y empiezo a lamérselo. A estas alturas ya no deja de gemir. Vuelvo a lamer su pene, ahora desde el escroto a su punta. Sin previo aviso le meto mi dedo largo por el culo. El suelta un gemido enorme y su cuerpo le pide de nuevo mover la cadera. Sigo sin dejarle. Paro un ratillo de lamerle y empiezo a mover mi dedo dentro de su culo para dilatarlo. Con la otra mano le presiono el perineo. A estas alturas su pene está tan tieso que casi parece quebradizo, como una rama de madera muy seca.
— Córrete en cuanto quieras, no te contengas más.
Sigo con el handsfree, lamiendo su glande por el frenillo mientras acaricio su ano con mi mano libre. Vuelve a intentar mover la cadera y esta vez le doy libertad, mi dedo busca su próstata. Saco mi dedo largo y él gime por el placer interrumpido, pero no tardo mucho, meto la mano pro debajo de mis bragas, y con cuidado de no tocarme con el dedo ya usado, mojo mi dedo anular con mis jugos y, como antes, no lo aviso antes de meterle los dos dedos. Y vuelvo a buscar su próstata. No he tenido un solo amante que, aunque protestase por su heterosexualidad discutida, no goce como un perro cuando les hago eso. Me llevo otra vez su polla a la boca y me la meto casi toda. El vuelve a sacudir su cadera para masturbarse en mi boca, sin manos, porque las tiene los brazos por detrás de su cabeza en una entrega total. Empiezo a masturbarle el culo con un mete saca suave y movimientos circulares cuando estoy a punto de sacarlos fuera antes de volver a profundizar.
Su esfínter empieza a apretar mis dedos hasta casi hacerme daño y sé lo que viene ahora, me preparo para recibir su semen en mi boca y tragármelo todo. Cada vez sacude más rápido su cadera y sus contracciones son más fuertes. Mi hands-free es imbatible, son años de perfeccionarlo. Me encanta provocar esos orgasmos tan intensos sin masturbarlo tradicionalmente, es algo que ellos no saben hacer y la experiencia los desborda.
Su semen tiene muy buen sabor, no es amargo ni metálico como otros. Es casi dulce y cítrico, de hecho, es el más sabroso que he probado nunca. Lo disfruto realmente, y no solo por compromiso como me sucede casi siempre. Se nota su corta edad, su gran dieta con mucha fruta y su ejercicio diario. Sus gemidos son casi gritos mientras convulsiona en un orgasmo brutal. Suelta un chorro, otro, un tercero, sus convulsiones empiezan a ceder un poco tras la cuarta y empiezo a sacar mis dedos lentamente, lo que le provoca que las contracciones vuelvan a subir en intensidad. Creo que cuento 9 o 10 antes de que cesen. Me trago todo el semen, no se me ha escapado nada, y después con la lengua repaso todo su glande para limpiarlo, él gime, pero ahora noto que esto está siendo demasiado intenso ya, casi doloroso. Casi con seguridad, ha sido el mejor orgasmo de su vida. Me suelto de su ano y suelto también su pene de mi boca. Eso ya me permite observarlo. Está cubierto de sudor y jadeando. Tiene los ojos cerrados, y su expresión es de estar volviendo a la realidad, aún muy tensa. En la parte de abajo de la mesita de centro hay toallitas limpiadoras, lo sé porque yo las puse allí por si los chicos se masturbaban en la sala cuando estuviesen solos, que tuviesen algo rápido a lo que echar mano para no dejar manchas. Tomo un par y me limpio los dedos. En condiciones normales me iría a beber algo e incluso enjuagarme con un colutorio, pero el sabor que me ha dejado es muy agradable y no necesito sacarlo. Además sé que ahora mismo estará vulnerable así que tras limpiarme la mano me recuesto a su lado y le hago sentir mi presencia. Él vuelve poco a poco del lugar tan alejado al que lo envié. Cuando abre los ojos estoy junto a él y le sonrío. Dios, su rostro es tan infantil en este momento que, casi, me arrepiento. Pero no me siento culpable sino todo lo contrario. Le he dado el mejor momento de su vida, justo cuando su cabeza estaba ocupada recordando los peores momentos de su vida a raíz del accidente. Si todo va bien en el hospital, espero, nunca va a recordar este día como un infierno sino como un infierno que se transformó en un paraíso.
—¿Te ha gustado? —le pregunto dulcemente, aunque sé de sobras la respuesta.
— ¡Joder! —Aún le cuesta articular y eso es todo lo que acierta a decir— Yo…
—No digas nada todavía, recuperate y tranquilízate. No me voy a ningún lado.
Me sonríe y me besa.
—Si notas un sabor raro, es a ti, y he de decir que estás muy delicioso, dulce y afrutado, no amargo como la mayoría.
Me sonríe de nuevo. No sabe qué decir a eso. Obviamente no tiene ni idea de cata de sémenes.
Debería darle un ratillo más, pero yo sigo totalmente cachonda, así que le beso un par de veces. Vamos a ir preparando el segundo round, y no será el último.
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