NOche húmeda
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Xyrli.
Las sábanas de la cama olían a sexo, el estado de las mismas no daba lugar a error, la noche había sido intensa, caliente bajo las mismas, la habitación, aún impregnada con el perfume del hombre y medio en penumbras, en la cama, de importantes dimensiones, reposaba desnuda, mirando al techo del que colgaba una simple bombilla.
Su cara de felicidad la delataba, María, acababa de tener una experiencia brutal en su cuerpo. Nunca antes había sentido con tanta intensidad a un hombre cuanto menos, había comprobado la resistencia masculina hasta ese extremo.
Eran las 8 de la mañana de un miércoles cualquiera, de un mes cualquiera, pero algo dentro de ella había sufrido una metamorfosis fulminante en ese día concreto.
Después de despedir a su amante en la puerta de su propia casa a las 7 de la mañana y, sin haber dormido en toda la noche. Despertó a su hija que dormía al otro lado de la casa, dispuso una cafetera bien cargada, unas tostadas y el cola-cao de la niña, preparó el almuerzo de la pequeña que, ya estaba hecha toda una mujer, a sus 15 años y, después de acompañarla en el desayuno y una vez que la niña se marchó, se pegó una buena ducha caliente. Rodeo su cuerpo con una toalla y se tumbo en la cama, mojada, evidentemente desnuda, a saborear un pitillo.
Al sentarse sobre la cama comprobó que ésta estaba torcida, se asomó por debajo del somier y vio las patas del mismo completamente dobladas, habían roto la cama.
-¡Que barbaridad!-pensó para sus adentros y en lugar de sentirse contrariada por la situación, decidió tomárselo con calma y disfrutar de la plenitud del momento. Encendió el pitillo, cerró los ojos, intentó captar el olor que emanaba de la habitación y sonrió, feliz, su cuerpo vibraba aún tras la noche de sexo que acababa de vivir.
Complacida por su experto amante, María recordó cada momento vivido, cada caricia, cada beso, cada situación, algunas de ellas incluso divertidas, sobre todo cuando recordó que después de estar desde las diez de la noche hasta las tres de la mañana irritando a su acompañante con insinuaciones lascivas que, comenzaron a cansar al hombre, preguntándose si la mujer le estaba tomando el pelo. María cedió a la boca del hombre, no sin antes y, debido a su estado de embriaguez, posar su mano sobre su bragueta, comprobando el noble pene que aprisionado en sus pantalones y que, pedía a gritos ser liberado de su brete.
Juntaron sus labios en un apasionado beso, untando sus bocas con sus propias salivas, en un baile lujurioso de lenguas pasionales, viendo que ella le correspondía y sin mediar palabra, el hombre tomó con su enorme mano el pecho de la mujer, lamiendo con esmero el pezón que se ofrecía indecoroso hinchado por la excitación del momento. Mordisqueo, succionó y lamió con sumo cuidado aquella zona sonrojada que tímidamente, con anterioridad se disimulaba bajo el sujetador que desabrochó con una maestría sensacional. Bastaron pocos minutos para que la mujer comenzase a sentir en su sexo dulces latidos que al tiempo que la enervaban lograban lubricar su vagina y provocando agitación en su fuero interno. Con los ojos cerrados María se dejó llevar por la situación, estaban dentro del coche, en el aparcamiento de la gasolinera, lugar impropio para estos quehaceres no por los mismos sino porque, se arriesgaban a ser increpados por escándalo en la vía pública. Jon sin dejar de besuquear el pecho de la mujer bajó su mano hasta alcanzar el botón del pantalón, María en lugar de sentirse incómoda o contrariada, optó por acomodarse y facilitar la tarea a su amante sin oponer resistencia. Desabrochó el botón, bajó la cremallera y hundió su mano hasta alcanzar la zona vaginal de su compañera.
-Oh- exclamó al comprobar la humedad del sexo de la mujer por encima de sus bragas.
-¿ Sorprendido?- le inquirió María.
– Más bien complacido-Le respondió esté volviendo a fundir su boca en la de la mujer.
– No creo que sea el lugar apropiado, ¿no te parece?- María había apartado levemente su boca de la de Jon para volver a compartir sus jugos, de inmediato.
– Habrá que pensar en el lugar adecuado- le susurró al oído, al tiempo que lamia el lóbulo de la oreja de la mujer.
Se miraron complacidos, cómplices del mismo deseo, se incorporaron en sus asientos y tras abrochar los cinturones y tomándose de las manos, emprendieron viaje hacía la localidad en la que ambos vivían.
María durante el trayecto que duró unos 15 minutos, no dejó impasible a Jon, propiciándole todo tipo de caricias, tanto en el pecho cómo en la pierna, desabrochando la cremallera del pantalón del hombre y sacó el magnifico falo al que le dedicó unas caricias verticales que no le dejaron impasibles a ninguno. El glande del hombre desprendía un hilo líquido viscoso que María, ladeando su cabeza hacía la izquierda y agachándose, logró limpiar con su lengua.
– No juegues que no quiero morir de un accidente de coche- le dijo entre risas Jon.
-Tienes razón, mejor morir gozando- le siguió María.
Ambos vivían en el mismo edificio por lo que bajaron del coche, entraron en el portal y ya, una vez en el ascensor picaron el botón del último piso a pesar de que María vivía en el primero. De pie el uno frente al otro y sin dejar de comerse las bocas comenzaron de nuevo a acariciarse, a tocar sus respectivos sexos por debajo de la ropa.
-Vamos a mi casa- susurró María.- Mi hija está dormida y es del todo improbable que nos oiga- tengo hambre de ti.
-Y yo de comerte entera pedazo de zorrita- le sonrió Jon.
Pulsaron el botón para ir al primer piso y una vez franqueada la puerta de la vivienda y sin hacer ruido se dirigieron al dormitorio de María. Ésta se había quitado los zapatos nada más entrar en el ascensor por lo que, Jon la empujó contra la cama, una vez tumbada, el juego de bocas comenzó de nuevo cada vez con más intensidad, las manos de ambos propiciaban caricias descontroladas, querían tocarse, querían saciarse al tiempo que descubrir todos y cada uno de los recovecos de sus cuerpos, ambos, ansiosos se entregaron a la embriaguez del momento. Jon se arrodilló sobre María, con su destreza, ya habitual, liberó los pechos de la mujer que comenzó a manosear con avidez, pellizcando los pezones con las puntas de sus dedos, mientras su boca subía y bajaba de la boca de María hasta sus pezones, estaban en un punto de máximo ardor cuando Jon se quitó los pantalones y la ropa interior, tiró de la ropa de María y desnudó toda la parte baja, con la que se deleito por unos instantes, María le desvistió el torso, ambos estaban desnudos, hambrientos, sedientos de sexo.
Ambos se miraban de forma libidinosa. Sin más, Jon se introdujo en el cuerpo de María, ambos formaban uno sólo, con movimientos ávidos a la vez que rítmicos, se entregaron en profundidad al placer de sus propias carnes.
Ambos se movían con frenesí alcanzando estadíos de placer sublimes, las pieles erizadas por las sensaciones que hacían latir sus intimidades, ambos se fundían una y otra vez el uno en el otro, besándose, lamiéndose, contorneándose…el hombre intentó aflojar el paso, a lo que María susurró con su media sonrisa:
-Si te paras ahora…¡te mato!- provocó una buena carcajada en el hombre y éste complacido de ver el placer que estaba proporcionando a la mujer, decidió seguir con la misma intensidad. María gemía, se tapaba la boca con su mano para no hacer mucho ruido, él, sonriendo y dichoso, logró que la mujer se contrajera, tuviese pequeñas descargas eléctricas que provocaron sin lugar a dudas un merecido orgasmo en la fémina.
Jon paró. Con la tez iluminada y una sonrisa de oreja a oreja María le besó sin dejar de mirarle a los ojos, gratamente complacida, susurró bajo la tenue luz de la alcoba.
– Que rico, ha sido genial-
-Perdona- le cortó Jon con una mirada desafiante- esto no ha hecho más que empezar.
Sin mediar palabra comenzó de nuevo a besar a la mujer, esta correspondió encantada, libidinosa, empapada en sus propios jugos. Cerró los ojos mientras, Jon bajaba sigiloso por el cuerpo de la mujer, ella torpemente intentaba acariciar el cuerpo masculino, hasta dónde sus manos alcanzaban, hasta dónde su propia excitación le permitía. Jon bajaba por el cuerpo de la mujer, su meta no era otra que alcanzar el clítoris de su hembra en celo, ella le frenó en seco.
-No ahí no-
-¿Porqué?- preguntó un tanto confuso.
-Porque esta sucio, además huele mal-
-Esta escandalosamente apetitoso y huele a coño de hembra. ¿Cuál es el problema? No hay cosa que me excite más que ese olor. Relajate, disfruta y dejame disfrutar. Tienes un pedazo de coño que me pone a mil, me lo voy a comer entero.
María rió cerró los ojos y se dejó llevar, Jon abrió sus labios y con la punta de la lengua comenzó a recorrer el sexo de María que, de nuevo alcanzaba un alto grado de excitación. Tomó el liquido viscoso de la vagina de la mujer y sin mediar palabra, subió hasta alcanzar la boca de la misma dándole a probar el sabor de su untuoso sexo. María gemía de nuevo, emocionada por el placer que le proporcionaba su amante, tenia la imperiosa necesidad de sentir de nuevo su miembro dentro de ella, tal y cómo le hizo saber entre gemidos…
-Fóllame, ven dentro de mi, rompéme por dentro, necesito de tu pedazo de carne cabalgando dentro de mi…clavame entera a ti.
-Tranquila bebe, tranquila-logró balbucear el hombre.
Dedicó todo su esfuerzo a trabajar con parsimoniosa habilidad el clítoris de María hasta que estalló de nuevo en increíbles y placenteras sensaciones. Una vez se corrió, la lengua del amante seguía recorriendo el sexo de la mujer sin parar. De repente, María soltó una carcajada.
-¿Que te pasa?- preguntó atónito Jon.
– Que me hace cosquillas- rieron ambos con ganas, Jon se incorporó y se arrodillo en el cuello de la mujer, está agradecida por lo que acababa de suceder, no escatimó esfuerzo alguno para proporcionar el merecido premio a semejante falo. Aunque incómoda, por la postura, le pidió que, en esta ocasión el se tumbase boca arriba. Llevaban más de una hora y media de intenso sexo cuándo Jon la invitó:
-¿Traes un poco de agua y nos fumamos un cigarrillo?.
– ¿No quieres que acabemos primero?
-¿Acabar?- rió el hombre,- yo comienzo ahora.
Sorprendida ante semejante espécimen, María abandonó la cama para dirigirse a la nevera a por una botella de agua fresca, iba a coger vasos pero, lo pensó mejor y la llevó tal cuál. El hombre, desnudo sobre la cama deshecha, encendía los cigarrillos mientras sonreía a María, esta medio ruborizada, le agradeció el cigarrillo que le acababa de dar y se tumbó junto a él posando su cabeza sobre el pecho desnudo del hombre. Ambos estaban felices por lo vivido, se conocían hacía ya algunos meses pero nunca pensaron que entre ellos pudiese existir tal atracción sexual. Satisfechos, fumaban en silencio mientras se acariciaban el cuerpo. María se paró en el pecho de Jon, sus pezones muy desarrollados, parecían los de una mujer, se notaba que habían sido succionados hasta limites insospechados.
-umm- musitó Jon cuando María tomó uno de ellos entre sus dientes- um, sigue, mámalos, sigue bebe.
María se sentía en el séptimo cielo con ese hombre acostado a su lado, en su cama, apagó el pitillo en el cenicero y dedicó toda su atención a complacer a su pareja de sexo. Ambos disfrutaban, era evidente, María, insaciable, comenzó a recorrer el cuerpo de Jon con su lengua, salivando, con sensualidad, despacio, hasta llegar a su preciado miembro. Tomó con una mano sus testículos mientras su lengua, juguetona, hacía pequeños círculos en el glande, Jon estaba mojado, mojado de placer, mojado de expectación, agarró el largo pelo rubio de María que enroscó en su mano y con movimientos lentos pero firmes la obligó a subir y bajar por el enorme falo, hinchado en el que se apreciaba la vena, totalmente amoratada, sangrantemente sensual, María no opuso resistencia alguna, volvía a excitarse sin dilación, encantada con el proceder de su macho, intentaba grabar en su memoria cada segundo de su nueva experiencia. Jon respiraba alterado, nervioso, excitado, de un salto, la mujer se incorporó y, se sentó sobre el vientre de su compañero fundiéndose una vez más en un sólo cuerpo. Jon puso sus manos sobre los pechos de la mujer, está las apartó para que la cogiera fuertemente por las caderas, con ritmo lento y contorneándose sobre el sexo del hombre, María poco a poco iba aumentando la velocidad de sus movimientos, Jon sin poder remediarlo se movía al mismo tiempo, cabalgaban con delirio, sin darse cuenta del ruido que comenzaba a hacer la cama. Los labios del sexo de María se pegaban al pubis del hombre. De repente, de nuevo, espasmos, seguidos, un placer descomunal atravesaba el cuerpo de María, obligando a ésta a sentir de nuevo un inevitable orgasmo que, erizó de nuevo todo su ser.
Después de su quinto orgasmo perdió la cuenta y la noción del tiempo hasta que, de repente, sonó el despertador de su teléfono móvil. Fue sólo ahí cuando se dio buena cuenta de todo lo acontecido. La pareja se volvió a besar una y mil veces, satisfecha, agradecida a pesar de que Jon, no había alcanzado el orgasmo. La tranquilizó convenciéndola de que, le costaba mucho alcanzarlo y que eso era un simple hasta luego, que de algún modo, deberían de seguir. Se fumaron el último cigarrillo en la cama después de beber agua y el hombre se vistió para abandonar a María que ya debía ocuparse de su obligación materna.
En el umbral de la puerta ya, Jon le propino un suculento beso que despejaba cualquier duda que pudiese tener María, estaba segura de que repetirían tan copiosa sesión.
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