¿Novios formales? (I)
Tras muchos años de promiscuidad, Hanna y Lex deciden dejar eso atrás y abrazar la monogamia para empezar una relación formal. ¿Lo conseguirán?.
Mi relación con Hanna empezó hace ya unos cuantos años. Nos conocimos en una fiesta y, al par de horas de presentarnos, ya estábamos follando escondidos en una habitación. Tuvimos una gran conexión desde el primer momento, tanto en el sexo como en lo personal, y empezamos a vernos con frecuencia. Nos lo pasábamos genial y nos sentíamos muy bien el uno con el otro pero, puede que por el momento vital de cada uno y por nuestra forma de ser, nos costó reconocer nuestros sentimientos.
A lo largo de estos años, nuestra relación ha sufrido cientos de transformaciones. Hemos sido solo amigos, a veces hemos reconocido tener un rollete y, en alguna ocasión, hemos llegado a desaparecer de la vida del otro, asustados al ver que empezábamos a tener algo. En este tiempo, ella se ha follado a todos a sus amigos y a alguno de los míos, yo he hecho lo correspondiente, hemos montado tríos y alguna que otra diablura más; pero, de un modo u otro, al final siempre terminábamos buscándonos. Nos costó muchas idas y venidas pero, al fin, en los últimos años, incapaces de negar la realidad, aceptamos nuestros sentimientos y forma de ser para reconocer que teníamos algo y empezar una relación abierta. Seguíamos haciendo prácticamente lo mismo, pero dejándonos de tonterías. Fuimos más felices desde entonces y, precisamente, nuestro deseo de follar con quién nos diera la gana se fue apagando, hasta tal punto que nos planteamos dejar todo eso atrás y tener una relación más convencional. Lo que nuestros padres llamarían “ser novios formales”.
Maldita nuestra suerte que, justo cuando tomamos la decisión, tuve que irme a vivir fuera unos meses por culpa del trabajo. Una prueba de fuego para dos promiscuos como nosotros y nuestra recién estrenada monogamia. Nos dio rabia y estuvimos tristes al principio. ¡Qué mierda de trabajos! Hanna insistió desde el minuto uno en venir a verme y, cuando estuve asentado en mi nueva casa y ella pudo coger vacaciones, buscamos un vuelo para que pasara aquí unos días.
Esperaba en el aeropuerto nervioso como si fuera la primera vez que iba a verla. Solo había pasado un mes desde que me vine a vivir aquí, quizás unos días más, pero parecía que no la veía desde hacía años. Echaba de menos su risa, escuchar su voz llamándome “mi negro”, bailar con ella, que me reventara en la cama… Cuando su vuelo llegó me temblaban las piernas y, al verla aparecer, corrí hacía a ella y la levanté en un abrazo con el que casi le rompo la columna. Nos besamos como dos adolescentes, ¡qué subidón me dio sentir su boca fresquita y su lengua juguetona junto a la mía! Teníamos ganas de hacernos de todo, pero en la carita de cansancio que traía se le notaba que estaba agotada por el vuelo. ¡Estaba tan guapa! Le ayudé con las maletas y fuimos a buscar un taxi. La pobre se caía de sueño y se apoyó en mí para esperar. La acaricié, posé la mano en su cadera y, ya que estaba, bajé hasta el culo. Ese culo grande y prieto, embutido en leggins, por el que contaba las horas que faltaban para volver a comérmelo.
Pasamos unos días increíbles, como dos tórtolos recién enamorados, riendo y follando sin parar. Enganchados todo el rato. El viaje de vuelta se acercaba y quisimos aprovechar aún más cada momento. Acababan de instalar la decoración navideña y salimos a darnos un paseo antes de pegarnos una juerga por la noche, que teníamos ganas. Nos hicimos fotos de tontos enamorados bajo las luces, junto al árbol, compramos regalos para amigos y familia y tomamos algún vino que otro. Poseídos por el consumismo y la exaltación del amor, en nuestro camino nos encontramos un sex-shop. Al pasar por el escaparate no pude evitar echar un ojo a las fotos de las modelos y a los artículos que allí había; cuando volví la mirada hacia Hanna descubrí que había estado mirándome todo ese rato aguantándose la risa.
-Se te van los ojos, chavalote – dijo entre risas.
-Me has pillado. Pero ha sido solo por saciar la curiosidad.
-Si quieres saciar la curiosidad, podemos entrar a ver qué hay. Total, si estamos de compras.
No sabía si me hablaba en serio o si seguía la broma, pero fue ella quien se encaminó a la puerta y yo no tuve más que seguirla.
La tienda me flipó nada más entrar. Una decoración chulísima, con cierto toque futurista, neones azules y estanterías de cristal. Vendían unas cosas que hicieron volar mi imaginación con solo verlas. Había un pequeño estante con pelis y revistas, pero casi toda la tienda estaba dedicada a los juguetes, los aceites, la lencería… Me imaginé a Hanna (y a alguna que otra más) ataviada con cada uno de los conjuntos que vi. Le decía al oído lo jodídamente sexy que estaría con ellos puestos y ella respondía imaginando situaciones en las se los podría poner. La sonrisa tonta que no podía quitar de mi cara desvelaba todos mis pensamientos.
Hanna sacó un perchero con un conjunto compuesto de un liguero de arnés y tanga de cuero para hombre. Lo puso a mi lado para imaginarme con él y en su rostro se dibujó el deseo. “Lástima que la polla no te entre ahí” dijo a un volumen que pudo escuchar buena parte de la tienda. Empezaba a estar cachondo perdido y creo que era una sensación compartida con ella. No paraba de pensar en qué sitio nos podríamos meter a follar antes de llegar a casa.
-No me habías dicho que hubieras hecho de modelo para juguetes de estos – dijo señalando un dildo que se llamaba “The Black Monster” -. Podría llevarme uno para cuando te eche de menos… ¡Guau, qué preciosidad! – exclamó mientras se iba corriendo a mirar otra cosa.
Lo que había llamado su atención era una colección de dildos trasparentes, de diseño muy elegante, de distintas formas y tamaños. Dos plugs anales de diferentes tamaños, un dildo curvo, otro recto, uno más grueso con rugosidades y otro más cortito pero de un grosor solo para expertos.
-Son preciosos. Me los quiero meter por el coño, por el culo y por donde me que quepan.
-Viendo lo cara que es la tienda, esto tiene un precio bastante razonable. A mí me encantan también. ¡Venga! Te los voy a regalar como antesala a la navidad.
-¿En serio, Lex?
-Solo si me dejas verte cómo los usas.
Salimos de la tienda con nuestra bolsa negra y nuestro juego de dildos, contentos y calientes como los depravados que éramos. Entre compra y compra se nos había hecho tarde y teníamos reserva para cenar. Corrimos a casa para pegarnos una ducha, arreglarnos y salir zumbando al restaurante. Estaba frente al espejo, terminando de arreglarme y esperando a Hanna cuando oí tras de mí su voz diciendo “¿vamos?”. Me giré para responderle y, al verla, casi se me cae la baba. Bajo un abrigo largo y atigrado, llevaba un top negro de cuello vuelto y manga larga que dejaba todo su terso abdomen al descubierto; sus vaqueros, oscuros, no bajaban mucho más de la ingle y, bajo estos, unas medias de rejilla cuya cintura sobresalía por encima del vaquero. Calzaba unas botas altas, casi hasta la rodilla, que nunca antes le había visto. Quise hacerle un cumplido, pero mi cerebro atolondrado por semejante pivón solo alcanzó a decir: ¡qué buena que estás! Se cubrió bien con el abrigo, enrollándose como una mantita los domingos, y salimos por la puerta.
No recuerdo ni que comimos. Nos pasamos toda la cena mirándonos, lanzándonos indirectas, tocándonos con los pies por debajo de la mesa… Cuando llegamos a la discoteca y tomamos la primera copa nos terminamos de desatar. Entre follar y bailar como lo estábamos haciendo había solo un paso y estábamos apunto de darlo. Nos comimos los morros, nos mordimos el cuello, nuestras manos iban y venían por todas partes y llegaban a lugares prohibidos para mucha gente cuando está en público. Da igual que Hanna mida menos de uno sesenta y yo más de uno noventa, se mueve de una forma que me domina. Sus caderas dictaban mis movimientos y, por mucho que la envolviera con mis largos brazos, era ella quién marcaba el ritmo. Alzó su pierna derecha para hacerme una pinza y atraerme hasta ella, quedando nuestras pelvis bien juntas, que es lo que queríamos. No pude resistirme a tocar ese poderoso muslo que estaba a mi al rededor, vestido con esas medias de rejilla que me ponen burrísimo. Fue entonces cuando seguí el camino natural hasta llegar a mi culo favorito. Lo disfruté, lo agarré y busqué su interior. ¿Qué era eso duro? ¡No puede ser!, me dije, la muy jodida llevaba el plug puesto.
-¿Hanna, llevas el…?
-Sí – me interrumpió con una cara que lo decía todo.
-¿El grande o el pequeño?
-Si quiero que me metas tu pedazo de polla por el culo, ¿tú qué crees?
Mientras me decía eso al oído, me abrió la bragueta y me agarró la polla. No me di cuenta cómo de rápida fue, como no me di cuenta de que estaba casi empalmado. Allí mismo, con cientos de personas bailando a nuestro al rededor, empezó a pajearme sin sacarla del pantalón.
-¿Vamos al baño? – le susurré al oído.
-Vamos a casa – contestó tajante. La respuesta de Hanna me sorprendió pues, cuando está así de cachonda, no pierde el tiempo y cualquier sitio mínimamente escondido le parece apto para follar. Llevamos unos cuantos baños a nuestras espaldas.
Pillamos un taxi y nos montamos los dos atrás. Apenas pasaron unos segundos, volvimos a enrollarnos como salvajes, como si estuviéramos solos. Pasé la lengua por su cuello y desperté de nuevo a la bestia. Atónito, fui testigo de como Hanna, sin cortarse un pelo, me agarró de nuevo la polla bajo el pantalón para pajearme. Tenía una de las mayores erección de mi vida, imposible de ocultar. No había posibilidad de hacer aquello de manera disimulada ni, al parecer, tampoco había intención. Por el retrovisor, podía ver al taxista lanzándonos miradas furtivas. Era demasiado hasta para mí, pero no podía (ni quería) pararlo.
Ya en mi edificio, nos restregamos de una esquina a otra del portal. De habernos visto algún vecino, hubiera llamado a la policía al pensar que nos estábamos matando. En el ascensor metí toda la mano que pude y aproveché para investigar bajo el pantalón. Comprobé que, en efecto, llevaba el plug grande puesto y sonreí. Conforme llegamos arriba y abrí la puerta, me llevó a empujones hasta el sofá, lanzó el bolso y el abrigo por el suelo y saltó sobre mí cual leona dispuesta a cazar a su presa. Y su presa era mi polla.
El pantalón ya venía desabrochado desde el taxi y, la velocidad con la que mi polla pasó a estar en su boca fue pasmosa. Sentí liberación en ese momento, por fin llegaba el momento. Tras unas primeras catas de pura ansia, recorrió con la punta de la lengua el largo trayecto desde los huevos a la punta. Casi siempre que me la mamaba la pegaba a su cara para recordar que aquello era tan grande como su cabeza, para después susurrar entre rosoplos “mi negro…”. Tomó aire, la agarró con las manos y se metió en la boca todo lo que pudo. Se me cayó la cabeza hacia atrás, perdí la fuerza del cuello. Era una mamada de pura pasión, como todo lo que hacía Hanna en la cama. Cuando por fin había conseguido erguirme, continuó solo con una mano mientras me comía los huevos, haciéndome perder de nuevo la fuerza.
Se quitó el top y vino hacia mí. Nos morreamos bien cerdo, un morreo de esos que abarca cara, cuello y tetas. Le hubiera devorado allí mismo. ¿Cómo un pecho tan pequeño como el suyo podía ser tan hermoso? ¿Cómo esta chica, tan bajita y tan plana podía estar tan buena? Pasaban los años y los polvos y no dejaba de sorprenderme.
Con la misma facilidad con la que me sacó la polla se desabrochó los pantalones, quedándose con tan solo las medias y las botas. Al ver el camino despejado, estiré el brazo para agarrarla bien del culo. Primero toqué el plug y me estremecí; cada vez que lo recordaba sentía como se bombeaba la sangre hirviendo hasta mi polla. Después, me hice camino hasta el coño, haciendo que Hanna bajara la guardia por vez primera. Se desplomó al mero contacto y, al meterle los dedos, se escucharon los primeros gemidos. Tenía el coño empapado, los dedos me volaban al meterlos y sacarlos. Había amansado a la fiera.
La levanté en el aire y, con la misma presteza que delicadeza, le di la vuelta para dejarla tumbada de lado, quedando su imperial culo hacia mí. Saboreé primero su caudaloso coño, levantándome con un rápido baile en el clítoris. Me agarré la polla, estaba dura como acero, la agarré del muslo y entró con tremenda facilidad. Un gemido o, más bien, un grito de Hanna dio testigo de ello y, a cada centímetro que entró en su interior, los decibelios fueron subiendo. Me miró apretando los dientes, enseñándolos como un animal que quiere pelea, y empecé a moverme. Hanna trataba de mantener su gesto, desafiante, pero la cara se le descomponía y no aguantaba la mirada. La baba se le escapaba y caía por el reposabrazos del sillón. Abrí todo lo que me daba la mano para agarrar lo que pudiera del cachete del culo grande y liso que quedaba frente a mí. Al levantarlo, la base del plug quedó expuesta, encendiendo aún más el demonio que tenía dentro.
La alcé desde la cadera, girándola noventa grados, quedando ella a cuatro patas. Todo ese culo quedó expuesto para mí, con el plug en el centro, del que no pude quitar ojo ni un segundo, como si me tuviera hechizado. Estiré los cachetes hasta que los labios menores se separaron y volví a la carga. Mi polla entró como una espada ensartando lenta y profundamente. Entre gemidos y lanzadas, Hanna trató de alcanzar su bolso. Nos detuvimos en un segundo, sin liberarla de su empalamiento, y rebuscó en él. Me pasó una pequeña muestra de lubricante que traía el juego de dildos que compramos a la tarde y me pidió que siguiera. Sin dudarlo, retomé las penetraciones al mismo tiempo que abría el bote y vertía su contenido por su culo. Una vez embadurnada, le quité el plug despacio (no había duda, era el grande) y, con él mismo, arrastré el lubricante hacia el pozo dilatado en el que se había convertido su ano.
Un estruendoso gemido fue la reacción al torrente de carne que se adentró en su cuerpo, despacio pero fluido, a través de las ensanchadas y lubricadas paredes de su culo. Un torrente lento, pero incesante. El gemido se apagó y Hanna miró de soslayo. Tenía el maquillaje corrido, la boca llena de babas y los ojos al rojo vivo, a punto de escapar de las órbitas. No dijo nada, pero había en su rostro algo diferente, algo lleno de fuerza que me dominaba aún más que sus caderas cuando bailábamos. Tomé posición, la agarré de la cintura y la penetré con la misma fuerza que la que me dominó su mirada. Nuestros cuerpos se alinearon, hallando una senda senda recta en su interior por la que mi cuerpo se deslizaba una y otra vez, cada vez más rápido, sin oposición, con suma facilidad.
Mis músculos, mi mente al completo, Hanna, su voz, nuestra carne. No hallaba diferencia entre ellos y lo demás dejó de existir. Solo nuestro sexo. Incluso respirar se convirtió en secundario para mí, hasta el punto de llegar a sucumbir. Paré en secó y rugí. Volví a ver las fronteras entre mi cuerpo y mi mente, entre ella y yo. Como si no le hubieran reventado el culo con más de veinte centímetros de carne, Hanna se dio la vuelta y saltó sobre mí con la misma energía y agilidad que lo hizo al principio. Nos besamos, nos tocamos, nos dijimos de todo con nuestra cara de guarros, sin usar ni una palabra.
Me dejó el tiempo justo para recuperar el aliento y, refregándose cual posesa el clítoris, se fue echando hacia atrás, esta vez de cara a mí, invitándome a continuar. Abrió bien las piernas, alzándolas y levantando la cadera para que pudiera acceder a su culo. Gasté lo que quedaba de lubricante directamente sobre mi polla, agarré una de sus piernas y, con la otra mano, me guié hasta mi objetivo. Con el camino ya hecho, las penetraciones se tornaron salvajes. Mi polla se perdía entre sus cachetes, quedando sobre ella su coño carnoso y brillante, colmado de flujos. Su mano no cesaba al darle caña al clítoris, por mucho que la entorpecieran mis embestidas. El juego coordinado y casi místico que alcanzamos en la anterior postura, se convirtió en algo rudo, casi soez, pero divertido. Nuestros ruidos eran toscos, desmedidos, casi cómicos, fruto del absoluto placer y la entrega a ello. Entre estertores nos miramos, boquiabiertos y sudorosos. De repente, la cara de Hanna comenzó a palpitar, como fruto de cientos de tics nerviosos que antes no tenía. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, ahogándose en un ruido grave y ascendente, que se hizo intermitente cuando empecé a sentir mojada la barriga. Se estaba corriendo y, al sonoro orgasmo, le acompañó un abundante squirt que cayó todo sobre mí.
No esperaba aquello y me hizo perder las riendas de mi cuerpo. Sentí a la vez una explosión en la cabeza y en los huevos y un cañonazo de esperma recorrió mi polla hasta salir disparado al interior de su culo. Sentí el calor del esperma retrocediendo y escapando de aquel agujero, chorreando por la base de mi pene y por su culo. Ni sacársela pude, mi cuerpo cayó rendido sobre ella y, tendidos en el sofá, mezclando nuestros sudores, aún enganchados, nos quedamos recuperando el aliento. Durante varios minutos, el ruidoso alboroto de nuestros gemidos se sustituyó por un repentino silencio solo alterado por el sofoco de nuestra respiración. Saqué mi polla, ya flácida, resbaladiza y llena de semen, pero no pude levantarme de al lado de Hanna. Ella me acarició la cabeza, acercó sus labios a mi oído y susurró:
-Te quiero y quiero estar contigo.
(continuará…)
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