Nuestro reencuentro
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La puerta del estrecho ascensor se cierra.
No pronunciamos palabra pero te miro y me sonreís.
Ya en el pasillo nos encaminamos a la habitación que nos asignaron esta vez.
A pesar de que ya hicimos esto, otra vez estoy nerviosa; a mis 21 años recién cumplidos y aun viviendo con mis padres, haberles mentido me resulta inquietante.
Oigo como cerrás la puerta de nuestro cuarto.
Nos tomamos unos instantes para recorrer el lugar y dejar nuestras pertenencias.
Me volteo y te veo acercándote a mí con una sonrisa entre perversa y tierna en el rostro.
Con ligera firmeza pergás tu cuerpo al mío y unimos nuestras bocas en un anhelado beso.
Respiramos con fuerza mientras nuestras lenguas se vuelven a encontrar desde aquella vez.
Una de tus manos, hundida en mi cabello, me guía en el ritmo de nuestro húmedo beso mientras la otra recorre con desesperación mi cintura, mis caderas y mi culo.
Por mi parte no dejo de pasear mis manos por tu espalda, tu cabello, tus brazos.
Te siento cada fuerte músculo que se pega a mí.
Ya siento tu erección creciente.
Mi temperatura va en aumento.
Abandonás mi boca para dar un paseo por mi cuello.
Me estremezco y ahogo un suspiro.
Sé que te gusto mucho.
Sin alejar tus labios de mi piel te escucho hablar.
-Te extrañe tanto… ¿Por qué te pusiste este vestido? Me encanta.
Me matás hermosa.
Tu grave voz me seduce a más no poder.
Sabía que iba a gustarte mucho lo que llevo puesto.
No respondo a tu comentario.
Me limito a sonreír con picardía y vuelvo a besarte.
Tu altura hace que ya no pueda seguir de puntas de pie así que me agarrás de los muslos y me encajás en tus caderas.
Te encanta que mi vestido se me suba hasta la cintura y yo disfruto cada vez más tener tu pene tan cerca de mi entrepierna.
Tus dedos recorren la fina línea de mi tanga que divide mi agraciado culo en dos.
Te vuelve loco.
Ya no soporto más y te quito la remera como puedo sin que me sueltes.
¡Madre mía tus músculos! Tus brazos, pecho, abdomen… Inhalo hondo y reís levemente, consciente de efecto que producís en mí.
Me llevás a la cama depositándome con suavidad.
Empezás a bajar por mi cuerpo separándome las piernas.
Levantás más mi vestido y posás tus labios en mis muslos dejando un ardiente rastro de suaves besos a medida que te acercás a mi vagina.
Mi tanga negra te vuelve loco y me mordés levemente por encima de ella.
Me estremezco y entonces la corrés de su sitio.
Te escucho decir algo pero no alcanzo a comprenderlo porque con gran ímpetu te adueñás de mi clítoris haciendo que grite tanto de sorpresa como de satisfacción.
Tu lengua se mueve con rapidez por mi vagina.
Todo mi sexo te encanta.
“Qué rica concha que tenés mi amor.
” Te escucho murmurar pero sólo quiero que sigas dándome este placer que únicamente vos sabe proporcionarme.
Tu lengua sale y entra de mí a tu gusto.
Ponés mi mano sobre tu cabeza haciendo presión para que sea yo quien guíe tus movimientos.
¡Cómo me hacés gozar! Siento que ya no puedo más.
Y ahora soy yo quien quiere darte placer a vos…
Te aparto de mí con brusquedad.
Estás de pie fuera de la cama aun con tus pantalones.
Yo, todavía en la cama, me acerco a tu entrepierna y me quedo ante ella en posición de perro.
Con mis dientes y una mano comienzo a desabrochar los botones.
Me tomás del mentón y me hacés levantar la vista a vos.
Despacio, tu dedo índice recorre mis labios hasta meterlo en mi boca.
Los cierro alrededor mientras lo metés y sacás a tu gusto.
Yo juego con mi lengua alrededor de tu dedo haciendo una breve reseña de lo que está por venir.
Ya con tu dedo lo suficientemente húmedo decidís que es hora de que haga lo mío pero aprovechando mi posición y que mi vestido sigue por mi cintura, lo introducís en mi vagina.
No puredo evitar un leve gemido.
Vuelvo a mi tarea.
Tu pantalón tan abultado me vuelve loca.
Por fin bajo tu ropa y salta ante mi tu pene erecto.
¡Cómo lo entrañé! Respiro hondo y lo tomo con una mano.
Me acerco a la punta y comienzo a pasar lentamente mi lengua sobre él.
Te siento respirar con fuerza y eso me encanta.
A cada lamida mi lengua aumenta su trayectoria y tu pene se va cubriendo cada vez más de mi saliva hasta que decido que está lo suficientemente húmedo y lo meto entero en mi boca.
Sacás tu mano de mi sexo para sostener todo mi cabello y facilitarme la tarea.
Meto y saco tu miembro de mi soca succionando levemente mientras con mi lengua trazo círculos en la punta de tu pene.
Todo es cada vez más fuerte y rápido.
Empujás con vehemencia mi cabeza para que mi boca no tenga más espacio libre.
Mi mano sube y baja por la parte de tu pene que no entra en mi boca.
Tus gemidos y tu placer me hacen gemir a mí aunque no me estés tocando.
Con desesperación me apartás de vos y me acostás boca arriba en la cama.
Sé que al fin lo vas a hacer.
Abrís mis piernas.
Estás entre ellas.
Corrés mi tanga a un costado y acercás la punta de tu verga a la apertura de mi vagina.
Esperás un instante pero yo no me opongo a no usar protección a pesar de que soy consciente de los riesgos.
Sabés perfectamente que desde que nos vimos no hice el amor con nadie más a diferencia tuya.
Dejás que tu saliva caiga sobre ambos sexos y entonces, con cuidado pero con seguridad, comenzás a empujar tu pene dentro de mi vagina.
Te cuesta y me duele un poco.
Pasó un tiempo ya, pero te gusta lo estrecha que te soy.
Empujás cada vez más hasta que de pronto arremetés con furia y tu miembro entra por completo en mí.
Grito de satisfacción y escucho tu suspiro.
Comienza todo.
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