Nuestros ahijados
Presté a mi marido para que embarazara a la esposa de un amigo. El objetivo se logró y mientras ello ocurría, mi amigo y yo nos divertimos sin problemas porque él era infértil, pero muy caliente..
Mi marido fue mi primera vez, a los 22 años y sólo cogí con él durante otros 22, excepción hecha de mi amigo Jesús, a quien tuve que atender, por única vez en ese tiempo, mientras que su esposa le daba servicio mi marido, quien estaba borracho y éste creyó que era yo a quien se cogía. Ya les contaré…
Resulta que ayer cedí a los requerimientos de mi compadre Jesús, quien durante años, cada vez que estaba con un poco de tragos, me insistía en que volviéramos a estar juntos. “Ya sabes, compadre que no se coge a su comadre no es compadre de veras”. Me pareció correcto tirármelo, aunque ya habían pasado veinte años de la única vez que cogimos, y seis o siete vergas más entre mis piernas. “Mañana, compadre, pues comadre que no se tira a su compadre no es comadre de veras” le regresé el comentario con una fecha concreta. Al día siguiente me lo tiré. Estuvo rico, pero ya le enseñaré cómo hacerlo mejor… Sin embargo, ahora les contaré cómo se dio esa primera vez.
Cuando estudié mi licenciatura, éramos muy pocas las mujeres en la carrera. En segundo año tuve dos novios, uno por semestre. Me llovían las propuestas, pero esas dos experiencias, a quienes les dije que sí en su momento, no me motivaron gran cosa. Cómo estaría el asunto que nunca me calentaron lo suficiente y me mantuve virgen; bueno, de las chiches no, porque me las mamaron y apretaron lo que quisieron, incluso el segundo se vino en ellas (no, no le hice cubana, pero sí se la jalé), pero no hubo más.
En tercer año, ya no acepté más propuestas de noviazgo, particularmente las de mi compañero Jesús quien dejo de insistir hasta que ya estábamos al final de la carrera pues se consiguió una novia, llamada Sonia, con gran parecido a mí, sobre todo del pecho.
A los pocos años se casaron Jesús y Sofía, y también nos casamos Miguel y yo. Los cuatro manteníamos una buena amistad. Al año tuvimos a mi primera hija. “Me ganaste, pero seguiremos insistiendo”, me dijo Sonia. “En cuanto concluya el destete, reanudaremos para ver si llega la parejita”, le contesté a Sonia mientras le daba el pecho a mi hija. En ese momento entró Jesús y me vio las tetas al aire, quedándose asombrado y callado. Después que se fueron, Jesús le comentó a Sonia “No parecía que Gloria tuviera las tetas así de grandes” y ella le precisó que ambas las teníamos del mismo tamaño, pero que en el embarazo crecen un poco más. “¿Así se te pondrán a ti?”, le preguntó Jesús a su mujer. “Supongo que sí, y debemos trabajar más buscando la concepción”. Allí quedó la comparación.
Poco más de un año después quedé embarazada otra vez, pero casi al final hubo serias complicaciones y perdí el producto, pero me tuvieron que ligar para que no peligrara mi vida en caso de volver a embarazarme.
–Reciban nuestras condolencias –dijo Sonia muy triste, cuando fueron a verme al hospital.
–Lo lamentamos, pero afortunadamente ustedes ya tienen una hija –señaló Jesús cariacontecido al saber que me tuvieron que ligar, y en ese momento Sonia estalló en llanto.
Quedé desconcertada, pues a pesar de mi tristeza, la de Sonia parecía ser mayor. Jesús trató de calmarla, pero no pudo, su esposa lloró con más fuerza y yo la acompañé gimoteando. Tuvo que auxiliarla una enfermera para darle un calmante muy fuerte y la acostaron en la cama que estaba vacía, quedándose dormida.
–Disculpa el embrollo en el que te metimos –se justificó Jesús con el rostro compungido–, pero mi comentario le abrió una herida que aún no nos sana.
En ese momento se me comenzó a escurrir la leche y le pedí a Jesús que me pasara el sacaleches que estaba en el mueble y yo me descubrí el pecho para extraerme la leche. Jesús vio cómo lo hacía y se notó la gran erección que le provocaba verme las tetas y no podía apartar la vista de ellas, incluso no pudo evitar relamerse los labios, lo que me excitó. Por si fuera poco, también me escurrió la leche de la otra teta.
–¿Me ayudas? –le pregunté para pedirle que me pasara una toalla.
–¡Con gusto! –exclamó y se puso a mamarme.
Me asusté por su acción y volteé a ver a Sonia, pero me calenté mucho y al ver que ella seguía dormida y le acaricié el pelo mientras Jesús succionaba… Cuando apagué la bomba del sacaleches era claro que aún quedaba leche donde él mamaba y lo dejé seguir hasta que se separó.
–Creo que ya se acabó… –dijo y yo le sonreí.
–Gracias –dije–. Viéndolo bien, no usaré el aparato en casa, pondré a mamar a Miguel, es más rico…
–Sí, la leche es muy sabrosa. Yo creo que le va a gustar –afirmó acariciándome las dos tetas.
–Es suficiente –le dije separando sus manos de mi pecho–. A mi marido le gusta la leche y el calostro, pero me pusieron un medicamento en el suero para inhibir la producción. Esta vez se quedará con las ganas de tomar leche como la primera vez, cuando tuve a mi hija, y también de penetrarme, al menos por un par de semanas. ¿A qué heridas te referiste? –pregunté, señalando a Sonia quien continuaba dormida.
–Hace unos meses nos entregaron unos análisis de fertilidad que nos hicimos. Yo resulté infértil y eso la ha puesto muy triste. Hemos discutido cómo cumplir su sueño de ser madre, incluso le propuse el divorcio.
–De verdad lo lamento –dije entendiendo a plenitud lo que ocurrió con el comentario “afortunadamente ustedes ya tienen una hija”, que en el momento que lo escuché me pareció de mal gusto, pero ahora entendí la tristeza con la que Jesús lo mencionó y la gran desesperanza de Sonia, quien anhelaba la maternidad.
Al parecer, Sonia no aceptaba la separación, tampoco la adopción, y sólo quedaba la elección de la inseminación en un banco de esperma, pero ella tenía miedo al no saber qué genes tendría el donante. Lo único que le pareció razonable fue elegir a un pariente de su marido y esperar que no provocara problemas familiares si había una negativa.
–¿Y si dejas que ella elija a su semental? –pregunté.
–Ya lo hemos platicado y sólo hay dos que ella podría aceptar. Uno es Miguel –me soltó a bocajarro.
–¿Quién es el otro? –inquirí.
–Un amigo de su infancia, a quien se lo propusimos y aún lo piensa pues es casado y tiene que aceptarlo su mujer –externó con un dejo de tristeza–. ¿Ustedes aceptarían? –Preguntó cerrándome la bata pues me había quedado descubierta cuando le di el sacaleches para que lo regresara al mueble.
–Yo sí acepto, pero no quiero poner a Miguel en el dilema –dije sintiéndome sumamente consternada por la situación.
–Pregúntale, deja que él decida –dijo Sonia, quien ya había despertado y escuchaba lo último.
Al sentarse en la cama, ya no vio cuando Jesús me tapó con la bata y me hizo un par de caricias en el pecho. Les expliqué que no quería poner en problemas a mi matrimonio, pero les prometí que pensaría cómo hacerlo. Entró la enfermera y se llevó el recipiente de la leche y al ver que era poca expresó “Al parecer ya está haciendo efecto el medicamento”, ella y Sonia no supieron la razón de una ordeña escasa.
Me mantuve en contacto con Jesús, quien me comunicó que en dos semanas más, fecha estimada por el médico, se daría la inseminación pues ya habían aceptado el amigo de Sonia y su esposa. Sería en domingo. Yo le dije que el sábado anterior se vinieran a la casa para comer con nosotros para festejar mi cumpleaños, que casualmente sería ese domingo propicio para la fertilización. El lunes le pedí a Sonia que me acompañara a hacerme un corte de pelo, ella lo usaba corto. Le planteé mi plan a Sonia antes de que llegara mi estilista peluquera a casa a cortarme el pelo de la misma forma que ella, y a Sonia le pintó el pelo de similar manera que a mí.
–Vas a tener inseminación el sábado y el domingo. Te prometo que la del sábado será abundante, porque no usaré a mi marido hasta el domingo que tú estés con tu amigo para lo mismo –comencé con mi explicación.
La idea que le planteé a Sonia era la de emborrachar a mi marido lo suficiente para que no nos pudiera distinguir y calentarlo lo suficiente para que “él y yo” (el “yo” sería Sonia) nos fuéramos a la cama. Así, con la luz apagada y algo borracho, cosa fácil porque Miguel no acostumbra a tomar mucho, él no podría diferenciar a una de la otra por el gran parecido, incluso en el pelambre de la panocha.
–¿De verdad no me reconocerá? –preguntó Sonia con recelo.
–Quizá con diálogos elaborados, pudiera parecerle extraño, pero en ese estado, el olor y el sabor no los notará ajenos. Además, el cuerpo es muy parecido, de altura y peso equivalentes y medidas similares por delante y por atrás.
–¿Segura que creerá que eres tú? –insistió.
–Sí, si te gusta puedes gritar y pedirle que te lo meta hasta adentro, sólo cerciórate de que se quede bien pegado a ti después de cada venida para que no se te salga el esperma. Cuando creas que puedes volver a ordeñarlo, mámale la verga y lámele los huevos para parárselo, pero evita que se venga en tu boca. Lo cabalgas o te dejas coger como él te ponga. ¡Ah!, y no desperdicies esperma por el culo, todo en la vagina. En la mañana, él amanece con la verga parada, lo montas y, después que Miguel eyacule, te sales para irte a acostar al cuarto de visitas con tu marido. Por nada se te ocurra abrir las cortinas.
En la tarde del viernes llevé a mi hija con su abuela. El sábado, preparé una comida deliciosa y muy afrodisiaca, no se lo dije a Sonia pero yo también usaría a su macho. Después de comer, en la sala tomamos el café y el brandi. Jesús, Sonia y yo nos alternábamos para brindar con Miguel, es decir, mi marido tomó casi tres veces más alcohol que cualquiera de nosotros.
En el baile, cuando yo bailaba me pegaba a la verga de los machos y les restregaba mis tetas, claro, procurando que Sonia no me viera hacerlo con su marido. Además, besaba de lengua a mi marido, y le lamía el oído después de decirle que quería que me cogiera mucho. “Sí, mamacita, me voy a vengar de todo lo que no me diste en la semana, fuera porque tenías trabajo o porque te dolía la cabeza”, me contestaba a mis guarradas provocativas. “Te voy a dejar con dolor en esta cabeza” le contesté apretándole el pene, “pero quiero todo tu semen por la vagina”, añadí.
Además de café, sólo tomábamos vino o licor cuando acompañábamos a Miguel. A las nueve de la noche, muy caliente y trastabillando, Miguel me llevó casi a rastras a la recámara, donde lo encueré y lo acosté pidiéndole que me esperara para llevar a los invitados a la recámara de visitas. Al salir, apagué las luces. “No te duermas”, dije. Afuera, Sonia ya estaba desnuda y sólo la cubría una bata que le había dado.
–¿Dónde dormirás tú? –preguntó con curiosidad y tono de desconfianza.
–En el cuarto de mi hija, no te preocupes –contesté apagando las luces de la sala y el comedor y urgiéndola que se metiera donde Miguel la esperaba.
En cuanto escuchamos que inició la acción, tomé de la mano a Jesús y me lo llevé a la recámara de las visitas. “Déjalos que hagan lo que tienen que hacer, nosotros nos consolaremos mutuamente…”
En cuanto entramos al cuarto, Jesús me quitó la ropa y se puso a mamarme las tetas.
–¿Ya se secaron tan pronto? –preguntó al darse cuenta que no me salía nada.
–Sí, ya no volveré a tener leche… –dije con seriedad, y sonreí al recordar el hartazgo que se dio en el hospital un par de semanas antes.
Yo también lo desnudé, le chupé los huevos y el pene que ya estaba suficientemente templado con las repegadas que le di cuando bailamos. ¡Qué presemen tan delicioso! Lo dejé acostado, señalándole que no me tardaba. Tomé mi ropa y la llevé al cuarto de mi hija, donde destendí las sábanas y cobijas, por si se requería…
–Vamos a dormir –le dije cuando regresé.
–¡¿Qué?! ¿Después de la mamada que nos dimos? Nada, que… –me dijo poniéndose arriba de mí.
–Pues yo necesito una lubricación previa con la lengua –le dije tallándome su glande en el clítoris.
–¡Tramposa, estás mojadísima! –dijo cuando se bajó a chuparme–. Además, sabes deliciosa –señaló y metió la lengua hasta donde alcanzó, siempre agarrándome las tetas.
–Ya, ya estoy lista. ¡Méteme la verga! –le exigí porque con sus mamadas me vine varias veces, pero yo quería algo más sólido…
Sin soltarme del pecho, se acomodó para penetrarme y el falo se deslizó como cuchillo en mantequilla. Llevó su boca a uno de los pezones y se puso a mamar tratando de exprimir mi teta. “Sí salió algo, y está dulce”, me dijo antes de seguir mamando. El doctor me había advertido que eventualmente podría llegar a salir algo de leche o calostro, seguramente así fue. Pronto sentí que me llenó de fuego la vagina. Jesús suspendió todo después de hacer un par de contorsiones y se acostó boca arriba, resoplando para tomar mucho aire.
Nos dormimos varias horas pues el cansancio que nos causó la enfebrecida cogida fue mucho. Desperté y salí rumbo a mi recámara; al llegar pegué el oído en la puerta y pude escuchar, “Apenas llevo dos y quiero cogerte otra vez”. Ven, ¿así está bien?”. “Sí, abre bien las piernas mientras te mamo las chichotas, mi amor” y se comenzaron a escuchar los golpes que el pubis de mi marido daba en el de Sonia. La verdad, me moría de celos, pero me retiré para vengar la afrenta en el macho de Sonia.
Al acostarme otra vez con Jesús le mamé la verga hasta que se le puso tiesa y lo cabalgué. Jesús me acariciaba las nalgas, yo sentía cómo rodaban sus huevos bajo de ellas en cada movimiento. Nuestro orgasmo fue simultáneo. Dormimos otra vez. Y me desperté cuando sentí a Jesús otra vez sobre mí, penetrándome riquísimo porque seguía mamando y apretando mi pecho. Se vino bastante y se acostó a dormir, pero le limpié con cuidado el pene. Vi la hora y eran las siete y media. Le dije a Jesús que se pusiera la ropa interior, tiempo que aproveché para sacudir la cama. Salí, dejando abierta la puerta y un poco la ventana para que se ventilara un poco el cuarto. Fui a ponerme mi ropa y esperé en la sala hasta que saliera Sonia de mi recámara.
Todo se dio fácilmente entre ellos, al parecer eyaculó todo, pues cuando salió Sonia eran las ocho de la mañana y yo la esperaba en la sala. La acompañé a la puerta del cuarto de visitas y le quité la bata para ponérmela yo y a ella le di la que yo traía. Me introduje a la recámara, prendí la luz del buró para ver el estado del semental usado y me metí a la cama. Le chupé el pene y de inmediato reclamó.
–¡Otra vez! Te acabo de dar lo poco que me quedaba…
–Sí, otra vez, recuerda que hoy es mi cumpleaños… –le dije y le metí una chiche en la boca. Se quedó dormido.
Al poco tiempo me puse hincada y a horcajadas sobre su rostro. Le pasé los pelos de mi panocha en la boca y comenzó a chupar con deleite, pero seguía dormido y despertó cuando le embadurné el rostro con el atole que hicimos Jesús y yo. “¿Qué haces?”, preguntó Miguel. “Dándote el atole que traigo, aunque ya te chupaste una buena parte”, le dije y me puse a limpiarle el rostro con la lengua. “Sigue durmiendo, mi semental amado”, le dije dándole un beso en la mejilla.
Antes de las diez, nos tocaron la puerta para indicarnos que el desayuno estaba listo. Lo había preparado Jesús, mientras que Sonia estaba acostada reposando con las piernas ligeramente arriba de unas almohadas, “No quiero que se te salga nada de lo que te dio Miguel”, le indicó desde que ella entró al cuarto.
–Estoy muy desvelado, no quiero levantarme ahora, Además, aún me duele la cabeza –argumentó– ¿Tú no tienes sueño?
–Sí, la cogida estuvo muy buena. ¿Cuántas veces te viniste? –pregunté mientras me ponía la ropa interior y otra bata que me cubriera bien.
–Te di al menos cuatro palos, ¿Tú llevaste la cuenta? –preguntó y sentí celos.
–No, pero todas las veces me gustaron. Quédate acostado, diré que tienes resaca –dije antes de darle un beso y salir.
Jesús, Sonia y yo desayunamos platicando sobre la manera en la que se daría la otra inseminación de ese día. “¡Espero que sea tan deliciosa como la de hoy!”, se le escapó decir a Sonia acompañándolo de un suspiro, y notó que nos molestó el comentario pues corrigió “Quise decir abundante”. “Yo cumplí, no me lo tiré en varios días seguidos, pero si fue abundante lo que te tocó, créeme que yo estoy satisfecha…”, dije porque a mí no me fue tan mal usufructuando a su marido. Cuando se fueron, me di cuente que ella había tendido la cama del cuarto de visitas y la de mi hija que yo había destendido para hacerle creer que yo había dormido allí. Suerte que también había sacudido la del cuarto de visitas para que no se notaran los pelos en las sábanas…
La suerte quiso que las inyecciones “intrapiernosas de vergacilina” le prendieran a Sonia pues, después de esa fecha ya no le bajó la regla. A los nueve meses nacieron mellizos de distinto género. Sonia, Jesús, el otro matrimonio donante y yo supusimos que cada uno de los bebés era de cada macho. Así que los dos matrimonios fuimos los padrinos en el bautizo: de ambos simultáneamente.
Yo siempre quedé con la duda sobre cuál sería el hijo o hija de mi marido y este año se los comenté a mis compadres. Aceptaron hacerles una prueba de ADN. Mi marido no se enteró cuando le tomé la muestra, ni idea tiene de lo que pasó aquella noche. A la semana… ¡Sorpresa! Los resultados indicaban que los dos bebés eran hijos de mi marido. Quizá fue que el otro donante estaba muy estresado, o lo había ordeñado mucho su esposa, pues sólo fue posible una eyaculación.
Ayer, le mandé unas foto a mi marido de la cogida que me dio mi compadre Jesús. “Me convenció tu compadre. Dijo que compadre que no se coge a su comadre no es compadre de veras. ¿Tú sí eres un verdadero compadre para Sonia?”, le puse en el texto.



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