PAULA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por doctorx.
PAULA
—¿Puedo ir a verte ahora?
Había viajado para eso, para verte. Es que había pasado mucho tiempo ya, y no quería olvidarte, no podía… Es que todo en ti me atraía. Pero no estaba bien aquello, no era lo correcto. Por eso amarraba con cabos bien gruesos la barca de mis deseos, al muelle de la cordura y el buen proceder… aún cuando el oleaje de las infinitas imágenes tuyas, como un espejo trizado, herían mis ensueños al agitarse con la brisa de la primavera, y el calor de la sangre en mis venas.
—Ponte cómodo, ¿quieres pasar al baño? —me habías dicho la primera vez. Y tus ojos oscuros y grandes se iluminaban impetuosos y jóvenes detrás de unas pestañas largas y negras… Y luego yo pensé que era mejor dejarte, no enviciarme contigo… cada tanto te llamaría por teléfono para saber cómo estabas, así nada más… ¿Dónde estás ahora?
—Sí, claro, voy a pasar al baño, ¿cómo me dijiste que te llamas? —Pero ese no era tu nombre verdadero… es así, nunca lo es… nada en esto es verdadero, solo es un instante de fantasía… tampoco son reales estos nervios que me invaden y aceleran mi corazón… me gusta esta adrenalina…
Y la última vez que te dije adiós, tus manos se cruzaron por mi espalda y me apretaron muy fuerte, como si quisieran acercar mi corazón aún más hacia el tuyo… ¡Qué lástima!, No me hubieras soltado nunca, Paula.
—¿Puedo ir a verte ahora?… Y fue un alivio escuchar tu voz ronca, siempre impetuosa, que me decía: <sí, dale, estoy sola ahora, te espero>
—Ven a verme, no dejes pasar mucho tiempo, la pasamos re-lindo cuando estamos juntos… —esas fueron las últimas palabras que escuché de tu boca, hace dos años atrás, y luego ya no supe más de ti. ¿Dónde estás ahora? Es que, solo fueron tres veces… tres veces que bebí de tus pechos y me embriagué con la miel que tenías en ellos… tres veces acaricié los contornos de tu cuerpo, dibujando las sombras que la luz dejaba en él, dibujando los hilos azules, colmados de vida en tus brazos, dibujando tus labios anchos entreabiertos y humedecidos… solo tres veces vi cómo te desvestías, y tres veces te dije, no te quites nada aún, quiero descubrirte yo… Y fue aquel lento ritual, entregada a mis brazos, el exilio de mi pasión, hacia la tierra de la locura y la fantasía plena…
—Holaaa, cómo estás, tanto tiempo…
Eras tú, semi-escondida detrás de la puerta entreabierta. Aquellos ojos oscuros brillaban a pleno, y el pelo lacio y largo enmarcaba el rostro ancho y de piel trigueña…
Te vi desde atrás, cuando ingresé y volteaste a cerrar la puerta, mirando que no haya nadie en el pasillo de aquel lugar… Solo te vestía un culote blanco, con detalles de broderie, y un top rojo de algodón… y el pelo lacio que acariciaba tu espalda en el vaivén. Sí, tu cuerpo cambiaba con el paso del tiempo. Estabas más delgada ahora. Dejé un chocolate y una flor en tus manos, un instante antes de que te empinaras en puntas de pie, rodeando mi cuello, y colgando en mi pecho, aquellas dos vertientes del tuyo, macizas y blandas que rellenaban tan bien el hueco en el mío…
Y te sentí temblar bajo mis brazos, te sentí respirar apretada a mí, y fue como mi segunda respiración… ¿aquello era amor?… solo era la tercera vez, Paula… y yo acariciaba tu pelo que se metía entre la prenda de algodón y mis manos reclamando atención por demás… y luego quise soltarte, y tú no lo permitiste, pues me apretaste un rato más contra tu bella humanidad…
Y tus piernas macizas y desnudas se pegaban a las mías, sosteniéndonos a los dos, y tu respiración en mi cuello… No debí separarme de ti.
Luego, como siempre, como la primera y la segunda vez, pasé al baño.
Las trizas de aquel espejo hoy me hacen daño.
Hay una muy filosa que desangra mis recuerdos permanentemente:
<<—No te saques nada más por favor… —Yo estaba sentado en el borde de la cama, y tú, a dos metros de mí, te quitabas el pantalón. Tus piernas se desnudaban rápidamente, macizas, bien formadas. Sentada en aquel sillón, una pierna se flexionó, y la braga de algodón rosa pálido, formó un contraluz en tu entrepierna, abultado, allí donde se pegaba a la vulva y la tapaba. Yo ya estaba excitadísimo, y nuevamente los líquidos comenzaban a aparecer.
Te acercaste descalza, en bragas y con aquella prenda de algodón que te cubría el cuerpo, y te quedaste allí, frente a mí. Tus pechos estaban a la altura de mi rostro y me mirabas desde arriba, con tu pelo lacio y negro enmarcando tu mirada, que estaba posada en mis ojos. Tus manos sobre mis hombros y las mías recorriendo tu cintura.
Levanté despacio la camiseta de algodón que cubría tu cuerpo… ¿qué te ha sucedido querida mujer? Una cicatriz profunda surcaba tu vientre desde tu ombligo hasta abajo, perdiéndose bajo el elástico del calzón… acaricié con mis manos aquel vientre abultado y blando, levanté mi mirada y ahí estabas, hablándome con la tuya, preguntándome y dándome un millón de respuestas no enunciadas, tus cejas bien marcadas así lo decían…
Aquello te hacía bella y natural, para mí. Y con este silencio lo decías todo, pues, desde que entré en aquel lugar, no habías dejado de hablarme. Y yo sentí entonces, que ya te quería.
Apoyé mi frente sobre tu ombligo, y mis labios dibujaron un beso en tu vientre fértil. Tal vez por eso pude sentir que tus manos acariciaban mi pelo.
Te quitaste la prenda, sacándola hacia arriba. Dos grandes pechos subieron atorados en ella y luego cayeron sostenidos por el corpiño color rosa. Elevé mis manos por los costados de tus costillas, y luego las bajé en semicírculos deslizándolas sobre aquellos pechos envueltos en algodón…
Inmediatamente llevaste tus manos hacia atrás para desprender el corpiño y tu cuerpo se arqueó. Tus pechos se hincharon un poco más, y mis manos acariciaron el marco que tus costillas le hacían a tu vientre amado.
Tus pechos se sostuvieron frente a mí. Aureolas tirantes y oscuras contenían tus pezones carnosos y marrones, gruesos y erguidos…
Como un niño curioso, bajo el influjo de aquellos dos maravillosos hechizos, mis ojos se llenaron hasta rebasarse de la magia que ellos derramaban. Como un niño curioso, mis dedos los inspeccionaron, los acariciaron, y sintieron la blanda piel ceder palmo a palmo en cada una de sus incursiones… Aún los estoy acariciando hoy, Paula.
Te acercaste hasta pegarte a mí, o tal vez yo te acerqué, eso no lo recuerdo bien, es que fue hace tanto tiempo… Hasta que aquellos pechos quedaron pegados a mis labios y mis ojos quedaron pegados a aquel recuerdo.
Mi lengua hambrienta salió de mi boca, a recorrer tus montañas y algunos pequeños lunares, y aquellos pezones que parecían explotar, acariciaban mis mejillas y mis pómulos de piel sensible y trigueña.
Mi lengua recorrió los círculos de piel lisa, alternando pequeñísimas imperfecciones en su deslizar, y siempre golpeaban contra aquellas murallas blandas, que se inclinaban y arrancaban un suspiro de ti, su dueña y señora…
Hasta que uno de ellos cayó en medio de mi boca. Y mis labios lo abrazaron. Y mis labios lo mordieron carne con carne. Y la lengua aprovechaba que mis labios lo amarraban para darle golpecitos pequeños e intermitentes, y luego lo acariciaba en círculos, carne con carne…
Hasta que un reflejo instintivo afloró, y mis labios se cerraron y succionaron, como tantas veces, como tantas más… y no fue sino hasta dentro de un rato que lo pude percibir…
Amada mujer, ¿Dónde estás ahora?. Aquí quedó en mi boca tu dulzura, y nunca te lo pude decir…
Tus pechos estaban dulces, mujer.
Bendita seas, ¿es esto posible?
Levanté la mirada y te vi. Tus ojos cerrados, tu boca entreabierta, tu lengua asomando, tus manos en mi nuca, tu piel encrespada, y toda tú, envuelta en suspiros.
—Están dulces, ¿tienes un bebé?
Volviste de tu viaje, me miraste profundamente, seguiste acariciándome y me dijiste: <Sí, una nena de un año y dos meses>
—¿Y esto te molesta? Si quieres lo dejo…
Me miraste y sonreíste, y sin dejar de acariciarme, me dijiste: <Está bien, no te hagas problemas, a mí me gusta, si a ti te gusta, puedes seguir, no hay problema>
Delgadísimos hilos de dulzura recorren mi paladar, se deslizan tibios hacia el fondo de mi garganta. Es la esencia blanca que surge de lo profundo de tu carne, cuando mis labios rodean tus aureolas, y las aprieto y me deslizo en ellas… y al caer la carne blanda, surge un hilo que no se corta, y tú te alargas dentro de mí, porque eres blanda, y porque tu cabeza tirada hacia atrás parece dejar fluir tu alma y tu placer hacia mi interior… Y te derramas dulce, muy dulce y caliente, como en los conductos de mi pene se derramaría luego el líquido caliente que surca tu interior de carne inundándote por completo… >>
Me sentí muy raro entonces, Paula. Sentí invadir un recinto privado y exclusivo. Y la imagen de una mujer amamantándome, una mujer que bien podría ser mi hija, llenó mi mente y mi corazón de emociones y pensamientos resurgidos de mis abismos interiores. Recuerdo luego, dejar tus pezones hinchados y deslizar mi rostro por el centro de tu vientre y detenerme con cuidado sobre aquella, tu cicatriz de madre, para dejar en ella los besos más sentidos, y tú lo supiste.
Y luego, al quitar tu braga, me enamoré de tu sexo, por demás exuberante. Me enamoré de aquel pequeño pedazo de carne que asomaba amenazante, levantado, con una leve forma puntiaguda, coronando esas líneas rugosas que descendían formando las alas de algún animal exótico.
Atesoro todas las trizas de aquellas tres veces, Paula. El espejo alguna vez estuvo completo. Escribiré poco a poco todas ellas. Ya escribí la principal, la que abre el camino, y si te vuelvo a encontrar, dejaré las trizas de lado, para volver a ser un hombre completo.
doctorx — dix62@hotmail.com —
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