Paulita
Relato Rescatado de un archivo de respaldo de una vieja pagina de relatos.
siempre me habían gustado las niñas pero nunca me había cogido una.
Yo tenía alrededor de 25 años y trabajaba en un taller mecánico. El dueño del mismo tenía su vivienda pegada al taller, por lo que convivíamos con su familia a diario.
Pablo (así se llamaba mi patrón), tenía una esposa que se llamaba Paula y tres hijas: Marga, de 16 años, Paula de 10 y Laura de 6 años.
Yo hacía tres años que trabajaba en el lugar y era como parte de la familia; comía al mediodía en la casa y luego continuaba con las tareas, mientras Pablo dormía su siesta hasta la cuatro de la tarde. En ese ínterin, además de hacer los trabajos, recibía la visita de Paulita y Laura, que se quedaban por largos ratos hablando y jugando con migo. Marga era más reservada, tal vez por ser más grande, y se quedaba mirando televisión.
Mi relación con las dos nenas era muy paternal, o mejor dicho como la de un hermano mayor, hasta que un día entre en un juego del que jamás pude salir: el de la pedofilia.
Laura, la más chica salió primero de la casa, me buscó en una especie de oficina donde guardábamos repuestos y me dijo: “Paula gusta de vos”.
Son cosas de nenas, pensé y cuando salió Paula, la hermanita la empezó a cargar conmigo. No me voy a olvidar más de la carita de Paula; le hacía juego con el pelo (ha, no les conté, es pelirroja). La nena trataba de taparle la boca a su hermanita para que no le hiciera pasar vergüenza, pero la chiquita seguía con las bromas.
De pronto Paula, impotente, comenzó a llorar desconsoladamente por la situación. Yo intenté calmarla y reté a Laura para que se calle la boca.
Me acuerdo que tomé a Paula de la cara y con mis pulgares le sequé las lágrimas diciéndole que si seguía llorando iba a escuchar su papá y se iba a enojar.
Paula continuó con su llanto abrazándome y secándose en mi ropa. Le dije que no le hiciera caso a su hermanita y que se lavara la cara.
Es que me prometió que no iba a decir nada y mirá lo que me hizo, me respondió.
Esas fueron las palabras que encendieron mi fuego sexual. Laura se había ido para su casa por la reprimenda mía y yo me quedé conversando con Paulita. En ese entonces tenía el pelo casi por la cintura, bien lacio, tenía muchas pecas, de un metro cuarenta y de contextura física normal para una nena de diez años.
Me cercioré de que no hubiera nadie en el lugar, entré a la casa con el pretexto de tomar agua y noté que solo estaban Marga y Laura mirando televisión. Paula y su esposo dormían como todas las tardes.
Volví a donde estaba Paulita y comencé a jugar como todos los días, solo que esta vez mis intenciones eran otras. A ella y su hermana les gustaba simular que luchaban conmigo. Yo abrazaba a Paulita y trataba de que sienta la erección que tenía; la apretaba contra mi cuerpo hasta que me dijo que estaba agitada. Nos sentamos.
Yo no aguantaba más; por un lado me temblaban las piernas por la situación, pero por otro lado algo me empujaba a dar la estocada final con la niña.
La tomé de un brazo, la acerqué a mi.
¡Basta Dany, que estoy cansada!, me dijo.
No le dije palabra y la abrasé muy fuerte.
– Te quiero mucho, sabés –le dije-
Yo también, me contestó.
No aguanté más, me paré, la alcé (como hacía siempre) y ella abrazó inocentemente mi cintura con sus piernitas. Sin decirle nada comencé a besarla en la boca alocadamente. En un principio se sorprendió, pero luego dejó que yo la siguiera besando.
Apretaba sus labios y no dejaba que mi lengua explorara su pequeña boquita, entonces le expliqué como tenía que hacerlo. La convencí y nos besamos apasionadamente.
Sin soltarla, me senté y ella quedó sentada en mis pierna, con las suyas abiertas. Yo la corrí un poco más arriba para que sienta mi verga dura y la sintió, porque al instante comenzó a tratar de zafar de mis brazos. Luego se acomodó la ropa y se fue.
Pasaron varias semanas y Paula no venía como lo hacía todos los días. Pensé que se había ofendido por lo que le había hecho.
Como al mes de esto, un abuelo de Pablo falleció en San Miguel (a unos cincuenta kilómetros de donde estábamos) y junto a su esposa partieron al velorio. Esto ocurrió a la mañana temprano y volverían por la noche, por lo que me pidieron si podía cuidar a las nenas hasta que volvieran. Les dije que si, y comencé a pergeñar mi estrategia para poder llegar a algo con Paulita.
Al llegar la noche (era invierno), Marga partió rumbo a su clase de zapateo americano, y como estaban a punto de actuar en un festival, me dijo que a las 23 horas la iban a traer los padres de una compañera. De diez, me dije.
Cerré el taller, pedí unas pizzas y entré a la casa a mirar televisión. Allí estaba Laura. Le pregunté por su hermana y me dijo que esta bañándose.
La casa era muy antigua con zaguanes y galerías, y la puerta del baño tenía vidrios pintados. Me acerque y traté de mirar para adentro, pero estaba empañado y solo podía distinguir la silueta desnuda de Paula en la ducha.
Me hice el distraído e ingresé al baño con el pretexto de mear. Cuando entré, Paula se quedó muda, mirándome. Yo aproveché para mirarla bien. Después le pedí disculpas y me fui.
Después de comer seguimos mirando televisión y como a las nueve de la noche, Laurita se quedó dormida en la mesa. La acosté en su cuarto, cerré la puerta y volví con Paula.
Discúlpame por lo de hoy, pero estaba apurado y no me di cuenta, le dije.
Está bien, pero por favor, no le vayas a contar a papá.
Quedate tranquila, que nunca le voy a decir nada.
Entonces se apoyó en mi y siguió mirando televisión. Entonces comencé a acariciarle la cabeza. Le pregunté si le molestaba y me dijo que no. Seguí por el cuello y comencé a acercarme a su pecho. Ella no decía nada. De pronto noté que su respiración era distinta, como agitada.
Te pasa algo.
No, estoy bien.
Te molesta que te haga caricias.
No, para nada.
Seguí con mi tarea y comencé a tocarle los pequeños pezones aún sin desarrollar por encima de la ropa que llevaba. Yo estaba al palo.
Sin más preámbulos metí mi mano derecha por debajo de su joggin y comencé a tocarle la pequeña vagina. Ella estaba dura, sin pronunciar palabra. Yo continuaba con mis tocamientos; le corrí la bombacha y pude tocar su conchita, semi húmeda y muy caliente.
Mientras la seguía tocando, tome una de sus manos y la apoyé en mi bulto, que estaba a mil. Ella la dejó apoyada pero no hizo nada, hasta que no aguantó más y comenzó a emitir pequeños suspiros. Paulita estaba gozando como una perra con mis dedos y no aguantó más; apretó fuerte mi verga y se tiró para atrás para que yo empezara a besarla.
Yo frotaba su pequeño clítoris mientras con mi lengua recorría cada milímetro de su boca. Era fantástico.
Saque mi pija afuera e hice que la tomara con la mano. Luego le pedí que se arrodillara y que se la metiera en la boca. Me dijo que no sabía como hacerlo.
Dejá que yo te enseño.
Se arrodilló y entonces me acerqué y dejé mi verga a escasos centímetros de su cara. Tomé mi pija y la introduje en su boca y comenzó con su tarea. Primero me rozaba con los dientes, pero luego de explicarle como hacerlo comenzó a mamármela de una forma que al instante acabé en su boquita.
No lo escupas, tragalo… tragalo todo… es mi lechita.
Ella, sin quitar la mirada de mis ojos, tragó hasta la última gota.
¿Te gustó mi lechita?, le pregunté.
Si, me contestó sonrojándose.
Pero aún falta algo, le dije.
¿Qué cosa?
Entonces la llevé al cuarto de su hermana mayor y sin decirle palabra, le saque las zapatillas, el joggin, la bombachita y la tiré en la cama, comenzando a comerme su conchita, que estaba toda mojadita y deliciosa. Le pase la lengua por cada pliegue de su vaginita y estoy seguro de que tuvo su primer orgasmo de su vida.
Por un momento tuve que detenerme para decirle que no gimiera tan alto que nos iba a escuchar la hermana. Paulita estaba gozando como nunca lo había hecho, con mi lengua penetrándola hasta donde más podía.
A mi me quedaba poco tiempo si quería cogerla, así que sin más, cerré la puerta con un pasador, me saqué toda la ropa y me recosté al lado de ella; le saqué el buzo y la remera para dejarla completamente desnuda y comencé a besarla y abrazarla apasionadamente.
A pesar de sus 10 años, Paulita estaba gozando de la situación como una mujer experta.
¿Querés que meta mi pija en tu conchita?
Pero… me va a doler.
Te prometo que no. Si te duele me decís y no lo hacemos. ¿Está?
Bueno… pero igual tengo miedo.
Enseguida la besé y la acomodé para penetrarla. Realmente, si le dolía no iba a parar por nada del mundo.
Le abrí las piernas lo más que pude, me arrodillé y apoyé la punta de mi verga en la entrada de su conchita, que estaba más mojada que nunca. Lentamente intenté penetrarla, pero sus nervios la tenían tensa. Traté de tranquilizarla y arremetí de nuevo. Esta vez, mi pija comenzó a entrar y a abrirse camino en la concha virgen de Paula.
Todo iba bien hasta que me encontré con su himen. Hice fuerza y Paulita comenzó a emitir sus primeras quejas. Aflojé con mi intención, la besé y cuando estaba en otra cosa, me acomodé bien y de un golpe seco la clavé hasta el fondo. Paula emitió un fuerte grito, que por suerte no despertó a su hermanita, pero yo seguí bombeando dentro de su conchita, cuyas paredes apretaban mi mástil, haciéndome gozar de una manera fabulosa.
En un momento, la pequeña comenzó a relajarse y a gemir. Me di cuenta que la niña comenzaba a gozar con mi pija adentro. De a poco fue desinhibiéndose y comenzaba a moverse a mi ritmo y a besarme profundamente en la boca.
Así, los dos bien enredados, yo llegué al orgasmo. Comencé a vaciarme dentro se su concha de una manera increíble; no terminaba más. Le llené la concha con mi leche caliente y manchamos toda la colcha de la cama de su hermana.
Ya casi eran las 23 horas y Marga estaría por llegar, así que nos limpiamos, nos vestimos y cambiamos el cubrecama de Marga y nos pusimos a ver televisión.
Cuando llegó Marga, estábamos los dos juntos, pero su hermana no sospechó nada: nos saludó y se fue a dormir, pues nos dijo que estaba muy cansada. Al rato, llegaron sus padres y yo me fui a mi casa.
Los días siguientes a este no fueron tan buenos. Era casi imposible sacarnos de encima a su hermanita Laura y no podíamos hacer nada, aunque Paula me miraba con unas ganas terribles de comerme la pija. Lo sentía en su mirada y terminaba el día al palo. Llegaba a mi casa y me pajeaba a mil.
Unos días después Laura se resfrió y tuvo que guardar cama por unos días. Ese día, después de comer me fui a la oficina del taller; atrás mío vino Paula. No aguanté más y comencé a besarla, en la boca, en el cuello y comencé a meterle mano en su conchita.
Así gozamos por unos días: ella chupándome la pija y tragándose toda la leche y yo tocándole la conchita y cuando se podía se la chupaba. Fueron unos días bárbaros, pero yo quería cogerla nuevamente, así que le dije que cuando pudiéramos estar solos nuevamente, se pusiera polleras, para poder clavarla como lo hacía cada noche en mis sueños.
Excelente relato, espero que no sea el único.
Me gustó el relato. Me recordó a cuando era chica y me gustaba algún hombre mayor.