Plática inesperada
Antes me confesaba con el padre Chema, pero dejé de hacerlo porque insistía en que le contara los detalles de las relaciones con mi amante y yo escuchaba que él se la jalaba mientras oía mis pecados. Hace poco me vio en la iglesia y me pidió que lo viera antes de irme..
El sábado tuve que ir a la iglesia para recibir unas pláticas obligatorias que se dan a quienes serán padrinos. En este caso se trataba del bautizo de la hija de una vecina. Yo acepté ser la madrina y el padrino sería un tío soltero de la niña. La plática la dio un matrimonio que se dedica a apoyar a la curia en esos menesteres. Una vez que esta concluyó, se acercó a mí el padre Chema y me pidió que lo viera en la sacristía antes de irme.
–¿No puede ser en otro lugar? –le pregunté porque imaginaba qué quería decirme y… Bueno, no quería que pasara algo indebido.
A quienes no me han seguido en mis relatos, les recomiendo leer «Confesión» y «La confesión es puro jarabe de pico» de hace unos de tres años atrás. En ellos narro lo que me pasó en la confesión con el padre Chema. Aquello puede resumirse en que en cada confesión donde yo aceptaba que seguía con mi amante, el padre Chema me pedía que le contara detalladamente lo que hacíamos. Yo obedecía, pero invariablemente comenzaba a escuchar los chasquidos que el prepucio del padre hacía al masturbarse y a oler el característico aroma del presemen, que a mí me prende. ¡Imagínense cómo me ponía yo al recordar tan detalladamente las cogidas y mamadas con mi amante! Además, acompañadas de ese peculiar sonido que yo misma conocía después de tantos años de chaquetear a mi marido y a mi amante, y oliendo la dulzura del presemen, que luego se refinaba por la fragancia del semen cuando eyaculaba el padre y yo disfrutaba al besarle la mano al despedirme. Sólo por eso valía la pena confesarme cada primer viernes o cuando la celebración lo requiriera. Claro que esas sensaciones no las consideraba yo como pecado, pues el sacerdote me obligaba a eso como parte de mi purificación. “Tampoco vas a ver como pecado que te coja el cura Chema, pues formara parte de tu absolución y no de tu comportamiento puteril”, me escribió mi amiga Tita en el chat del WhatsApp. “Pues claro que no será pecado”, le contesté.
Sin embargo, mi amiga Ishtar, quien a pesar de ser muy devota coge desde niños con un primo suyo que es sacerdote, me advirtió que no tentara más al padre, pues “Por muy santos que quieran ser, también tienen sus debilidades y eso te puede llevar al fuego eterno, junto con el padre”. Le recriminé que era similar a lo que ella hacía y me argumentó “No es lo mismo, una cosa es coger por amor y otra muy distinta la de coger por coger”. Ya no le respondí, pero sí sé que se trata de dos casos diferentes.
El asunto es que en una de las confesiones le conté al padre que mi amante y yo habíamos subido unas fotos mías de desnudos (sin rostro) a Internet y entre las penitencias estuvo que las borrara al día siguiente y le diera la dirección para que él verificara que así lo hubiera hecho. Para no abundar, le informé que no se podían quitar, pero que nadie me iba a reconocer. El padre Chema insistía en que mi marido las podía llegar a ver y yo aseguraba que él no me reconocería. El pastor me exigió que lo viera en la sacristía para contrastar las fotos con mi persona y verificar que no podría reconocerlas Ramón, mi esposo. Era obvio que quería verme encuerada y… ya sabíamos todos que él se iba a ir al infierno, cosa que yo no quería causar, por muy bien que él cogiera y me absolviera a mí, así como absuelven a Ishtar “después de”.
Ahora que más o menos conocen los antecedentes, regreso a mi conversación con el padre.
–¿Por qué no quieres pasar? – inquirió.
–Porque no nos conviene a ninguno de los dos. Mejor platiquemos en el jardín del atrio o en una cafetería –le pedí, él se alzó de hombros y me dijo “Vamos al jardín”.
–¿Qué me quiere decir, padre? –pregunté una vez que nos sentamos.
–Mar, ¿por qué ya no te has confesado? ¿Sigues en pecado con tu amante Bernabé? –me preguntó sin más preámbulo.
–Si me he seguido confesando, pero en otra capilla. Además, vengo acá a misa los domingos que puedo –dije, pero su mirada se mantenía interrogante sobre la segunda cuestión–. Y sí, también sigo con Bernabé y peco más.
–¡¿Más?! ¡Debes confesarlo!, te espero al rato –dijo imperativamente.
–No es necesario, ayer lo confesé al otro padre y ya cumplí la penitencia. Hasta comulgué… –afirmé, dejándolo sin elementos de coerción.
Me acordé de mi amorcito Ber que me dijo “Seguro que te llevará a su privado a comulgar… ¿Sabes cómo te dará la hostia?” y yo le contesté “Sí, con lechita, ¡ja, ja,ja…!”
–¿Por qué ya no viniste conmigo? Habíamos quedado en que aún nos faltaba comparar las fotos… –recordó lo que dejamos pendiente.
–No veía necesidad de tal comparación de su parte. Yo sé que son mías, Bernabé también, porque él me las tomó. Así que no había necesidad de que usted me viera desnuda. Sí sé que eso es mejor que las fotos, pero yo no quiero que usted peque viéndome encuerada, seguro que no nos quedaremos así, sólo en la contemplación… –le dije y él se pasó la mano por el pene, encima de la sotana.
–¡Ejem! No sé cómo puedes afirmar eso –replicó.
–Le diré lo que pienso, si es que no se molesta –le dije viéndolo a los ojos y me atreví a jalarle la manga del brazo para impedir que me siguiera calentando al ver cómo se apretaba el bulto que la sotana ya no podía disimular.
–Dime… No me molestaré por tu opinión –dijo y después bajó la mirada para darse cuenta y sorprenderse que se le notaba mucho la verga parada.
–Me llegó a gustar confesarme con usted, me encantaba escuchar cómo se masturbaba y me enardecía el aroma de su pene, desde que empezaba a humedecerse hasta que me despedía besando yo su mano olorosa a semen –indiqué y el padre volvió a poner la mano sobre su regazo, pero yo le acompañé con la mía presionando la suya sobre el monte–. Somos tan calientes, que sabíamos lo que pasaría si me encueraba a petición suya.
El padre Chema se quedó callado, pero resbaló su mano, dejando que la mía se posara limpiamente sobre la protuberancia y luego volvió a poner la suya encima de la mía apachurrándose la verga. No me quedó más que apretarlo intermitentemente hasta que la humedad permeó la sotana. Al parecer no traía ropa interior. Cerró los ojos y se dejó llevar por la lujuria…
–Vamos adentro, aquí nos pueden ver… –suplicó sin abrir los ojos.
Me gustó ver que rejuvenecía con mis caricias y yo dudaba en acompañarlo a la sacristía para constatar que era tan caliente como Amador, mi segundo amante, quien tiene casi la misma edad; o no embrollarme más en las relaciones sexuales que no podría abandonar.
–Aquí nos quedamos, y si nos ven, ni modo –le dije, metiendo la otra mano bajo la sotana y constaté que en efecto no traía nada más abajo.
Chema abrió los ojos sorprendido cuando sintió que le acaricié los huevos pelones. Miró para todos lados y constató que nadie nos veía, cosa de la que ya me había percatado antes de mi atrevimiento.
–¿Así juegas con las bolas de tu marido y tu amante? –preguntó, dejándose mimar.
–Sí, y con la boca lo hago mejor, ya lo sabes porque te lo he dicho en confesión –le dije tuteándolo completamente– Además he aprendido más cosas, que no le han interesado saber a mi otro confesor, al menos con el detalle que tú me pedías…
–¿Me las enseñas en la sacristía? –pidió acariciándome una teta.
–No, mejor te las platico aquí mientras te chaqueteo la verga y te la mamo… –dije subiéndole la sotana para dejar descubierta la verga y me puse a mamar.
El pobre padre no aguantó mucho, y pronto merendé la lechita caliente…
Casi inmediatamente que llegué a la casa, entró mi marido y lo recibí con un beso de lengüita. Se saboreó mi saliva queriendo precisar el gusto.
–Sabes a semen… –dijo.
–Es que me acabo de tomar mi bendito y santo colágeno, ¿quieres? –le pregunté señalando el envase del complemento alimenticio y movió negativamente la cabeza.
Pues ya tienes otra opción inmediata, en lugar de abusar de los menores de edad. Obviamente me refiero a ti, de Chema no sé sus costumbres…