Por pura insatisfacción le puse los cuernos a mi marido, no una, ni dos, ni tres, sino un sin número de veces.
La esposa cansada de quedarse insatisfecha debido a los rapiditos de su marido, decide serle infiel un sin numero de veces con un cliente, con sus compañeros de trabajo, y con los empleados de la limpieza…
Por pura insatisfacción le puse los cuernos a mi marido, no una, ni dos, ni tres, sino un sin número de veces.
Nunca pensé en llegar a escribir sobre lo que me ha sucedido, y sigue sucediendo entre mi marido y yo.
A pesar de lo avergonzada que me siento, creo que mayor aun es mi insatisfacción, por su mala costumbre de los malditos rapiditos.
Hace pocos años atrás, ya recién casados, mi esposo agarró la costumbre de comenzar a despertarme, besándome por la nuca.
Comenzaba besándome suavemente, haciendo que me despertase, con toda la piel erizada, y continuaba besándome por todas partes, hasta que finalmente colocaba su rostro entre mis piernas, y sin mucho esfuerzo de su parte, separaba mis piernas, para luego continuar besándome entre mis muslos, cosa que ya de por sí me volvía loca.
Hasta que finalmente su lengua comenzaba a lamer y sus labios a chupar los labios superiores de mi coño.
Ya en esos instantes, mi esposo sabía que podía hacer conmigo, lo que se le antojase, pero no se detenía ahí, sino que su boca y dedos, continuaban profundizando dentro de mi cuerpo, hasta que sentía como de manera tan especial, me comenzaba a chupar todo mi clítoris, arrancándome profundos suspiros de placer, aparte de uno que otro grito de alegría.
Así continuaba, y no se detenía hasta que, a fuerza de su lengua, labios y dientes, me producía un fenomenal clímax, dejándome momentáneamente completamente espatarrada sobre la cama, él se incorporaba lentamente, observando el resultado de su labor.
Mientras que yo, recuperaba mis fuerzas, luego de eso, mientras me decía un sinfín de tiernas palabras, sobre mi cuerpo, dirigía su erecto y caliente miembro, directamente a mi coño.
Que, por estar tan sensible en esos instantes, apenas comenzaba a sentir que me comenzaba a penetrar, hacía que yo en un abrir y cerrar de ojos, alcanzara otro sin fin de orgasmos.
Pero eso fue como ya les dije hace tiempo, ahora los malditos rapiditos, son un tormento para mí, ya que aparte de que lo único que hace es apenas me lo mete, se viene casi de inmediato, y no es que no pueda o no tenga el aguante para por lo menos estar unos cuantos minutos.
Es que el muy desgraciado simple y llanamente no quiere, porque cuando realmente quiere hacerme gozar lo hace, pero en las mañanas, es un suplicio para mí, ya que me quedo viendo el techo de nuestra habitación maldiciendo los rapiditos.
Al principio no me molestaba tanto, pero después de unos meses, eso de entrar al baño, y calmarme lavándome todo mi coño, con el agua fría del bidet, o dándome una buena ducha fría.
Me tenía cansada, cuando no era que yo misma como si fuera una quinceañera, me comenzaba a dar dedo, hasta que finalmente sobre la cama y en ocasiones hasta frente a el mismo, lograba alcanzar un mezquino clímax, yo sola.
Cosa que al muy desgraciado le producía mucha risa, claro que todo eso me dejaba sumamente molesta, insatisfecha, y diciéndome a mí misma, que el día menos pensado le iba a montar un buen par de cuernos, con el primero que se me atravesara.
Por lo general ese día en la oficina, pasaba un infierno, todo salía mal, y para colmo, como soy la única mujer en la empresa, se imaginarán todas las cosas que en ocasiones decían pensando que no los escuchaba, cosas como. “Eso fue que anoche su marido no se la cogió como debía.”
Lo peor de todo es que, aunque lo dicen por joder, la mayoría de las veces tienen razón.
Recientemente, debido a los malditos rapiditos, me encontraba como agua para chocolate, en todos los sentidos, ya que como de costumbre, mi esposo me despertó con otro desgraciado rapidito.
Después de pasar el mal rato, y apenas con tiempo para vestirme y llevar a nuestra hija al cuido.
De la prisa que tenía ni cuenta me di de la ropa que me había puesto, no fue hasta que dejé a nuestra hija en el cuido, que al pasar frente a un gran espejo que tiene en su salón, que me fijé en cómo estaba vestida.
Debido a lo tarde que era no regresé a casa a cambiarme, y me armé de valor para escuchar todo tipo de insinuaciones, que de seguro escucharía en la oficina.
No es que me hubiera puesto un pijama, ni mucho menos, es que me puse un vestido rosado hecho en lycra, que además de quedarme sumamente ajustado, la falda es tipo mini, que hasta yo misma reconozco, que me queda sumamente corta.
Pero por falta de tiempo, me armé de valor y me fui a trabajar, desde luego que apenas llegué, llamé la atención de todo el personal.
Aunque en gran parte, sus piropos y picaros comentarios me hicieron sentir bien, no faltó quien desde luego se pasara de la raya.
Entiendo que manejé las diferentes situaciones que se me fueron presentando de lo mejor, hasta que llegó un nuevo cliente.
No es que yo sea de las mujeres que nada más se fijan en el físico de un hombre, pero para serles franca me impresionó y no saben cómo.
Aunque por costumbre tengo apenas se me presenta la ocasión, decirles a mis clientes que estoy felizmente casada, en ese momento se me olvidó.
Además, por lo general o hasta ese momento nunca había aceptado una invitación para almorzar, pero cuando este cliente me invitó, no supe o mejor dicho no quise decir que no.
Así que cuando ya en camino al restaurante, colocó su mano derecha sobre mi rodilla, aunque me sorprendió ligeramente, no me incomodó en lo más mínimo, pero para evitar que se fuera a seguir deslizando hasta quien sabe dónde, yo puse mi mano izquierda sobre la mano de él, y así seguimos charlando hasta llegar a ese apartado restaurante.
La comida fue fabulosa, pero la sobremesa lo fue más, hablamos desde luego de los servicios que había adquirido, cerramos el trato, y a modo de celebración, le di un beso.
De regresó a la oficina, cuando se detuvo frente a un motel, no me molesté para nada, apenas atravesamos la puerta de la habitación, nos pusimos a besarnos como desesperados.
En mi vida le había llegado ni tan siquiera pensado en ser infiel a mi marido, y mucho menos con un cliente.
Pero entre como yo me encontraba y la manera tan particular en que este hombre me atendió, me olvidé por completo de mi esposo.
La ventaja del vestidito rosa, se hizo presente, cuando de un solo jalón me lo he quitado por completo ante los ojos del.
Al quedar nada más en pantis y sostén frente a él, me di cuenta que no sentía nada de pudor, y mientras él se comenzó a quitar su ropa, yo bastante desinhibida terminé por quitarme lo que aún me quedaba puesto.
Me sentía extremadamente diferente, en ocasiones hasta con el mismo esposo me siento algo cohibida, pero frente al cliente, como que nada me importaba.
Así que apenas quedé completamente desnuda, me paré frente a él, cuando me volvió a tomar entre sus brazos, y sentí contra mi vientre su instrumento, sin que me lo dijera o tan siquiera me lo insinuase, me agaché hasta que mi boca estuvo a la altura de su verga.
Era como si yo fuera otra mujer y no yo misma, por un rato se lo lamí, mamé y hasta chupé sus testículos, disfrutando cada segundo de lo que yo estaba haciendo.
Él me tomó por el brazo y me ayudó a levantarme, y sin más ni más me acosté en la cama, con mis piernas bien abiertas y de inmediato, él se acotó sobre mí.
Sentí como su miembro fue penetrando todo mi coño, hasta que nuestros cuerpos quedaron completamente unidos.
Lentamente comencé a mover mis caderas, al tiempo que me besaba intensamente y me penetraba una y otra vez.
Todo era tan diferente a los malditos rapiditos de mi esposo, que me decía a mí misma mentalmente. “No te sientas mal, que el muy cabrón de tu esposo se lo buscó el solo.”
Mi amante me apretaba divinamente contra su cuerpo, mientras que yo entre gemidos y profundos suspiros de placer, me deleitaba completamente de su caliente verga, entrando y saliendo de mi coño una y otra vez.
Así estuvimos teniendo un salvaje sexo hasta que después de un largo rato, ambos disfrutamos de un estruendoso clímax.
Nuevamente me llamó la atención mi manera de actuar, que era bien diferente a cuando me acostaba con mi propio marido.
Al finalizar mientras nos vestíamos, hablamos poco, pero no hacía falta hablar mucho más, tanto él como yo sabíamos que no era amor precisamente lo que sentíamos, el uno por el otro.
Se trataba única y sencillamente de una poderosa atracción física, así que cuando me propuso que nos volviéramos a ver, más rápido que inmediatamente le respondí que sí.
Cuando regresé a la oficina, todos se me quedaron viendo, no hubo más comentarios desagradables, solo un silencio tremendo.
Era como si todos y cada uno de ellos estaba al tanto que me había acostado con mi cliente, pero sin tontos comentarios infantiles.
Mi intención era recoger mis cosas y marcharme a casa, pero el calentón que comencé a sentir nuevamente entre mis piernas me hizo cambiar de idea.
Ya la empresa había cerrado y tan solo quedábamos el personal de venta, o sea tres de mis compañeros y yo, fue cuando les comenté que había cerrado el trato del año, por más de un millón.
Al escucharme los tres se alegraron, me felicitaron y entre abrazos y besos en la mejilla, de momento sentí que uno de ellos me agarró sabrosamente las nalgas, pero de inmediato retiró la mano.
Aunque no lo crean, el mal estar contra mi esposo, era tal, que a pesar del tremendo buen rato que pasé con mi cliente, no se me había pasado.
Así que, de momento, sabiendo a lo que me estaba exponiendo, les dije. “Bueno chicos quiero que me feliciten íntimamente, los tres.”
Ellos algo desconcertados, se vieron las caras, al tiempo que yo me deshice de mi vestidito rosa en un santiamén.
En un abrir y cerrar de ojos ya los tenía sobre mi cuerpo, acariciándome toda, por un buen rato, no hubo rincón de todo mi desnudo cuerpo que ellos no explorasen ya con sus dedos o con sus propias bocas.
Al igual que me sentí estando con el cliente, me sentí estando con mis compañeros de trabajo, no sentía vergüenza alguna de lo que me estaba dejando hacer.
Lo más importante para mí en esos instantes, era el placer que ellos tres me proporcionaban y el que yo les daba a ellos.
Estaba ya por dejar que uno de ellos me enterrase su verga dentro de mi coño, cuando me di cuenta de que los otros dos se distanciaron ligeramente de nosotros.
Fue cuando les pregunté, sin vergüenza alguna. “¿Quién quiere que se lo mame y quien quiere darme por el culo?”
No había terminado de preguntar cuando uno dirigió su verga a mi boca y el otro la suya a mi culo.
En mi vida me había atrevido a tanto, es más jamás hasta ese día no le había sido infiel a mi marido, pero como que me cansé de los rapiditos y a mi manera me vengaba.
Poco me importó lo que los tres fueran a pensar de mí, lo que yo deseaba en esos momentos era disfrutar de un mayor placer, y así lo hice intensamente.
A medida que el primero me penetraba una y otra vez, mi coño con su erecta verga, yo movía con mayor fuerza mis caderas, al tiempo que el segundo no dejaba de meter y sacar su verga de mi culo.
A los tres los escuchaba decirme una y otra vez, lo buena que estaba, lo bien que me movía, que sabrosa mamada les estaba dando.
Sus palabras me excitaban y calentaban más aun, y con mayor fuerza me movía, no sé el sin número de orgasmos que disfruté en esos momentos, lo que, si se es que quedé por completo agotada, toda sudada, hedionda a sexo, llena de su semen por todos lados.
Apenas quedé sola en la oficina, debido al estado en que quedé, llamé a mi esposo, y le dije, sin darle mucha explicación, que me iría al spa, por lo que le tocaría a él pasar por nuestra hija.
Mi esposo no se opuso, así que apenas colgó, en mi propia oficina me desnudé, y tal como me encontraba me dirigí al baño de empleadas.
De inmediato comencé a darme una merecida y sabrosa ducha, mientras que agachada expulsaba de mi coño y mi culo, todo el semen que me habían dejado mis compañeros de trabajo.
Al tiempo que recordaba, todo lo que disfruté con mi cliente y mis compañeros de trabajo.
Al terminar de ducharme salí completamente desnuda, del baño, y de momento me topé con los dos empleados de mantenimiento, que se encargan de realizar la limpieza de la oficina, cosa que a mí se me había olvidado por completo.
Al verlos en lugar de avergonzarme y ocultar mí desnudes e inventar alguna escusa creíble, me les quedé viendo, y acordándome de los malos ratos que me ha hecho pasar mi esposo, dándome cuenta de la sorpresa en sus rostros, les dije. “Es que nunca han visto una mujer desnuda, deseosa de que le den verga.”
Solo bastó eso para que esos dos tipos se me fueran encima, nuevamente mi culo, mi coño, y mi boca, recibieron una buena ración de vergas.
Era como si me hubiera vuelto por completo loca, sin que me importase lo que fueran a decir o pensar de mí.
Yo deseaba en ese momento satisfacerme, sentir lo que un sinfín de ocasiones no he podido sentir, por la manera en que mi esposo se comporta.
Ya serían como las seis de la tarde, cuando después de darles finalmente una buena mamada a los dos, que me volví a duchar y posteriormente comencé a vestirme.
Ya en el spa, me decía a mí misma como era posible que yo en un solo día hubiera hecho todo eso, y la única respuesta razonable que pude encontrar, fue insatisfacción.
Por pura insatisfacción le puse los cuernos a mi marido, no una, ni dos, ni tres, sino un sin número de veces, en el corto espacio de unas cuantas horas.
Ahora en mi oficina tengo fama de puta, bien ganada y mantenida, por cierto, mi relación con mi cliente es algo de película.
Con relación a mi esposo, no sé, pero aun cuando me desnudo ante él, me da una vergüenza tremenda.
En cuanto a los rapiditos sigue con su mala costumbre, pensé en hablarle sobre el tema, pero lo dejé por incorregible, además desde que descubrí lo que soy capaz de hacer, me puedo dar el lujo de seguir sintiéndome insatisfecha.
Así que tomen nota los que gustan de los rapiditos, sin tomar en cuenta las necesidades de su mujer, de momento al igual que mi esposo, tienen unos cuernos del tamaño de las Torres Petrona, situadas en Kuala Lumpur, capital de Malasia.
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