Procreando en familia
Una madre hermosa y lujuriosa le muestra el fruto de su amor a su hijo.
Mi segundo parto fue a los 24. Esta vez fue una niña. Era hermosa y no pude contener mis lágrimas al tenerla en mis brazos.
—Su primer bebé, ¿verdad? —preguntó la enfermera antes de abrir mi archivo. El primero lo tuve en secreto. Nadie debía saber de él.
—Ya quiero que la vea su padre.
No le dije de quien se trataba. Pasé un par de días más en el hospital hasta que me enviaron a casa. Mis ancianos tíos tenían una casa desproporcionadamente grande, así que pocas veces nos ponían atención. Esta vez sólo salieron a recibirme para ver a la nueva bebé, a preguntarme el nombre y a felicitarme. Después de un rato, y de decirles que se llamaría Carolina, regresaron a la casa principal y yo me dirigí a las habitaciones que conformaban el otro especio habitacional de la propiedad. Una vez ahí, al abrir la puerta, el rostro risueño Alex me recibió. Dio un salto y corrió hacia mí y a la bebé.
—¡Mami!
—Alex, querido. ¿Cómo te trataron tus tíos? Comiste bien, ¿verdad?
—¡Quiero ver a la bebé!
Alex ya medía 1.70. ya tenía la complexión de un hombre, aunque seguía viéndose joven. Era guapo para su edad, ¿aunque quién no lo es para su madre?
Le mostré a la niña. Él no dejó de sonreír y le tocaba las mejillas.
—Es hermosa.
—Lo es, Alex.
—¿Y es mía?
—Lo será cuando crezca.
—¡Pero no puedo esperar!
—Tienes que hacerlo. Mientras tanto me tienes a mí.
Me puse de rodillas y abrí sus pantalones cortos. Su verga adolescente, de chico de 12 años, rebotó en mi cara. Abrí la boca y me la introduje con el mismo ánimo con el que empecé a hacerlo un año antes. Esa noche los recuerdos de otra vida me llegaron de golpe. De pronto vivía en casa de mi madre y dormía en un cuartucho. Mamá no estaba, se había ido a trabajar. Nadie sabía que yo me quedaba sola. Nadie excepto…
Su nombre era Alejandro. Era un tipo grande y velludo. Abrió la puerta con una patada y se dirigió hacia mí a toda prisa. Yo ni siquiera había despertado cuando se acostó encima de mí, me desgarró la ropa y me introdujo su verga.
—A tu mami tampoco le gustó al principio —me dijo al oído.
Me paralicé y dejé que hiciera lo que quería. No emití ninguna palabra más que algunos quejidos y gemidos incomodos. No hubo nada de placer en mi coño, sólo rozaduras y dolor. Pero fue al irse que hizo algo que me cambió la vida.
—Limpia, puta. No dejes ni una gota de mis jugos o de los tuyos.
Me la puso en la boca y me hizo lamerla. Eso fue lo que me hizo mojar. No sé por qué. Su sabor, su olor, esa sensación de saber que eso estuvo dentro de mí, que forzó mi interior y que soltó una sustancia caliente ahí dentro me mojó al instante. Deboré y chupé con ánimo. Me la comí hasta que se puso dura de nuevo. Saboreé hasta que de nuevo sacó esa sustancia en mi boca.
—Igual que tu puta madre. Ella le está haciendo esto a un montón de tipos ahora mismo, pero hace once años me comió la verga igual que tú lo acabas de hacer. Nueve meses después naciste y desde entonces trabaja para mí compartiendo sus dones.
Un par de meses después le conté lo ocurrido esa noche a mamá. Ella se enfureció y corrió al departamento de ese loco. Dicen que le disparó en el pecho dos veces. Ella fue a la cárcel y yo con mis tíos. Siete meses después llegó Alex y un par de meses después me reincorporé a la escuela. Yo tenía 12 para entonces.
Once años después, mis recuerdos se volvieron insoportables. Eran aterradores hasta que llegaba a la parte donde su pene entraba a mi boca. Ahí me llenaba de locura y deseo. Algo se apoderaba de mí y me masturbaba con todas mis fuerzas. En ese momento no pude contenerme y terminé yendo a la habitación de mi hijo. El chico ya estaba dando el estirón y le gustaba la natación. Lo había atrapado masturbándose varias veces. Dormía y despertaba con erecciones frondosas, cada vez más grandes.
Yo me serví con la cuchara grande. Él creyó que era un sueño al principio. Mi boca succionó su boca mientras gemía con los ojos cerrados. No tardó en venirse, pero gracias a dios no perdió la dureza. Se despertó definitivamente cuando sintió mi peso sobre él. Yo tenía 23, era delgada a pesar de que la maternidad me había ensanchado las caderas y las piernas. Mis tetas ganaron tamaño también. Quedé hermosa. Muchos chicos anduvieron detrás de mí. Yo los rechazaba porque sabía que sólo tenía tiempo para mi niño. No sabía que terminaría llevando esas palabras hasta las últimas consecuencias. Creo que se vino de nuevo al sentir mi vagina abriéndose mientras su glande se introducía. De nuevo, la belleza de la adolescencia evitó que perdiera rigidez.
—Mamá te ama, Alex.
Empecé a subir y bajar. Había practicado por años con el mango de un cepillo y un dildo que se pegaba al suelo con una ventosa. Cabalgué a mi hijo sin misericordia. No me importó su edad o su tamaño. En ese momento él sólo era un hombre y yo una mujer. Gemí como zorra, igual que mi madre, y él dejó de hacer preguntas conforme mi coño le suplicaba con leche a través de una interminable cascada de secreciones.
—Hazlo, hijo… Hazlo, mi amor… Inunda mi interior con tu lechita… Para eso es… Es para las mujeres… es para mí… ¡Sácala toda!
Se vino por tercera vez, ahora dentro de mí y con un rugido varonil y maravilloso. Ese chico era un verdadero hombre. Cuando creciera sería aun más increíble. Su verga era mejor que la de su padre. Y yo como su madre, tenía todo el derecho de acapararla.
—Mami… ¿Qué acaba de pasar?
Quise decirle que se acababa de convertir en padre. No lo hice sino hasta unos tres meses después. Luego de coger lo tomé de la mano y le hice sentirme el vientre para que supiera que ahí estaba un bebé, uno que él mismo había ayudado a crear. Sólo sentir su mano y ver su sonrisa maravillada me hizo acostarme otra vez y abrir las piernas para él. Volvió a cogerme hasta la mañana siguiente. No fue a la escuela.
Nuestro tiempo libre era de pasión. Me veía con mi gran panza y se le paraba. Yo me desnudaba para su disfrute y me arrodillaba para mamarle la verga. Mi vagina embarazada chorreaba por él. Le gustaba acostase y que yo lo montara para que mis tetas rebotaran y mi panza también.
—Estoy cogiendo también a mi hija, ¿verdad, mami?
No lo estaba haciendo, eso era físicamente imposible, pero decirle que sí hacía que me cogiera con más fuerza hasta eyacular.
Finalmente llegó el día en el que llegué el hospital con su hija en brazos. Él ya tenía 12 años, la misma edad con la que yo lo tuve. Seguramente pasaría la misma cantidad de años para que Carolina llegase con el siguiente hijo de Alex en brazos.
Me puse de rodillas y mamé su verga hasta que una vez más disparó su esperma en mi boca. Era demasiada. Estaba acostumbrado a ser ordeñado varias veces al día. Seguramente se había guardado para mí. Me había ausentado por casi tres días y toda esa leche acumulada entró en torrente a mi boca hasta desbordarse.
Miré hacia abajo. En mis brazos Carolina, aun con su rostro arrugado y con los ojos entrecerrados tenía algunas gotitas de sustancia blanca en la frente. Lo demás que no cupo en mi boca hizo un río entre mis labios y mi pecho. Me escurría por la barbilla y el cuello.
—Es mía, ¿verdad, mamá?
Sólo el destino lo decidiría, pero sin duda ese era un bautismo. Había sido consagrada a su padre, su hermano, mi hombre. Tenía que acostumbrarme a pensarla como su siguiente mujer. Pero mientras llegaba a la edad, él sería mío.
—Claro, hijo. Pero mientras tanto yo seré tuya.
Hola. Soy Brendy, una de muchas personas que publican historias sexuales de esta plataforma. Quería decirles que pueden encontrarme en Twitter como @brendybaby17985 o en la dirección https://x.com/brendybaby17985. Tuve otra cuenta, pero me la cerraron hace unos días. No me sorprende por qué. Si me seguían y vuélvanme a buscar por favor.
Buen relato mujer pero algo confuso para mi
Súper rico!
He ido leyendo tus relatos con el tiempo y siempre que hay uno nuevo es fascinante. La forma en como abordas el fetiche del incesto es insuperable. Eres de aquellas personas que escribe mi favorita. Espero volver a leerte pronto. Gracias por tan buen relato
Amo las mujeres que deslechan niños y mas si son familia. Ojala pudiera.