Ramiro y las que vinieron
Inicio.
A las 4:00 a.m., Ramiro no piensa, solo desea.
Ese día tenía una sola intención: desvirgar a Courtney.
No era un capricho momentáneo. Hacía meses que lo sentía.
Desde el primer día que la vio bajar del bus, con las maletas deshilachadas y los ojos más cansados que su rostro, algo en él se movió.
La madrugada está quieta, tibia, cargada de una humedad que se cuela por las ventanas y se adhiere a la piel como una advertencia.
Ella respira con suavidad, con ese ritmo que él ya reconoce.
Ramiro la mira sin perder detalle.
Ella está envuelta en su saco de dormir, con la cobija hasta las rodillas y una pantaloneta de él —demasiado grande, sin forma— desentonando con todo excepto con la ternura que le despierta.
Se inclina un poco más hacia ella, dejando que el silencio lo envuelva todo.
Entonces, muy cerca de su oído, le susurra:
—Me gustas mucho.
Courtney entreabre los ojos, aún atrapada entre el sueño y la realidad.
Parpadea, reconociendo su voz antes de enfocarlo.
Lo busca en la oscuridad, con esa urgencia tranquila de quien no necesita ver para saber que alguien está ahí.
Sus labios se curvan apenas en una sonrisa dormida.
No dice nada de inmediato.
Solo extiende una mano, la apoya en su pecho, como confirmando que él también es real.
Después de unos segundos en silencio, con la voz ronca de quien acaba de despertar, susurra:
—¿De verdad te parezco bonita? —le pregunta, entrecerrando los ojos, como si no se atreviera a creérselo del todo—. ¿Así… con este saco gigante y las piernas frías?
Ramiro sonríe.
Le acaricia el rostro con la punta de los dedos, deteniéndose un instante en la comisura de sus labios.
—Así más que nunca.
Courtney suspira y baja la mirada un segundo, como si no supiera qué hacer con tanta verdad junta. Luego vuelve a alzarlos, con una chispa traviesa:
—Entonces… podrías decírmelo otra vez.
Solo para estar segura.
Ramiro se inclinó.
La oscuridad los envolvía como un velo espeso, pero él la veía con claridad.
Antes de besarla, le habló casi en un susurro, rozándole la boca con la suya:
—Eres una chica hermosa y perfecta.
Claro que me gustas.
Desde el primer día.
Desde antes de saber tu nombre.
Courtney cerró los ojos, dejando escapar una sonrisa tímida, rendida.
Y entonces, él la besó.
Despacio.
Como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Ella lo sintió por completo.
El calor de su boca, la firmeza de sus manos acariciándole la cintura bajo la cobija, la forma en que su respiración se volvió un poco más profunda, más urgente.
Y respondió.
Le abrió la boca con la suya, lenta, decidida.
Metió la lengua, buscando la suya, encontrándolo sin miedo.
Como si en ese instante no existiera más mundo que ese cuarto envuelto en humedad y deseo contenido.
Ramiro jadeó apenas contra su boca, sorprendido por la forma en que ella lo tomaba.
No era la chica frágil que parecía cuando llegó con las maletas deshilachadas.
Era fuego.
Y lo quería.
Sus cuerpos se acomodaron con una naturalidad que solo dan los meses de ganas acumuladas.
Él la rodeó con el brazo, acercándola más, mientras sus labios seguían encontrándose como si se supieran de memoria.
Courtney fue quien tomó la iniciativa.
Con un movimiento suave, salió de debajo de las cobijas, dejando al descubierto su piel tibia, aún cubierta por el saco que caía suelto sobre sus hombros.
Se colocó sobre él, con las piernas a cada lado de su cuerpo, sin dejar de besarlo.
Sus manos lo sujetaban con firmeza, con la seguridad de quien ya no quiere pedir permiso.
Ramiro la miró desde abajo, con los ojos abiertos y el pecho agitado.
Le rozó la cintura, subiendo despacio por debajo del saco hasta tocarle la espalda desnuda.
Courtney bajó el rostro hasta el suyo, rozando su nariz con la de él.
—No digas nada —le susurró—.
Solo mírame.
Y él lo hizo.
Courtney se incorporó, dejando que el saco saliera por encima de su cabeza.
Lentamente.
Ella quería que él la viera.
Quería mostrarse por completo.
Sin miedo. Sin pudor. Solo verdad.
Los pechos quedaron al descubierto, palpitando con el ritmo suave de su respiración.
Ramiro tragó saliva, sin apartar los ojos de ella.
—¿Así te gusto? —le preguntó, con voz baja, casi juguetona—.
¿Te gustan mis tetas, Ramiro?
La pregunta lo desarmó.
Él asintió, sin palabras, con una devoción casi torpe.
Le acarició el costado, subiendo hasta la curva de uno de sus senos, como si no pudiera creer que lo estaban dejando tocar algo tan sagrado.
—Me encantas, Courtney. Toda tú.
—¿Entonces por qué tardaste tanto? —preguntó ella, ladeando una sonrisa.
Y volvió a inclinarse para besarlo, pero esta vez no era un beso dulce.
Era una afirmación.
Una entrega.
—A mi verga le gusta cómo me hablas.
Courtney rio, y le lanzó una mirada llena de complicidad.
No había timidez entre ellos, solo la verdad cruda y necesaria de dos cuerpos y dos almas que se buscaban sin filtros.
Courtney, con esa chispa de confianza que la hacía irresistible, empezó a bajar lentamente la pantaloneta que aún la cubría.
La tela rozó su piel, dejando al descubierto su intimidad bajo la tenue luz de la madrugada.
Sus dedos recorrieron con calma la tela hasta dejar caer la prenda completamente, revelando una vagina suave y delicada, la curva delicada de sus labios vaginales era objeto de la mirada lasciva de Ramiro, la suavidad de su zona que Ramiro observaba como si fuera un paisaje nuevo.
Sin apartar la mirada de él, se inclinó hacia abajo y empezó a desabotonar la camisa de dormir que Ramiro llevaba puesta.
Sus manos eran firmes pero delicadas, deshaciendo cada botón con una mezcla de nervios y deseo.
La tela cedió y ella deslizó sus dedos por su pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón bajo la piel.
Con cuidado, fue bajando la camisa hasta dejarlo completamente descubierto.
Luego, sus manos bajaron hasta la cintura de Ramiro, rozando la verga sobre el pantalón.
Mientras ella bajaba despacio sus pantalones, él contenía el aliento, consciente de cada gesto, de cada roce.
Finalmente, Courtney se encargó de deslizar sus manos por sus caderas, ayudándolo a quitarlos por completo, dejándolo solo con la ropa interior.
Sus dedos jugaron con la tela, arrancándola con suavidad hasta dejarlo por completo desnudo ante ella.
Los dos se miraron, sin palabras, con la intensidad de quienes se descubren sin barreras, sin secretos.
Courtney recorrió con la mirada todo su cuerpo, como explorando un territorio que ya deseaba conocer de memoria.
Entonces, sin apartar los ojos de Ramiro, acercó su rostro a él, buscando sus labios, y volvió a besarlo.
Un beso cargado de promesas, de ganas, de todo lo que estaba por venir.
Courtney era virgen. Ya se lo había dicho a Ramiro antes.
El gusto que había sentido por Ramiro, la chispa que encendió desde el primer día, poco a poco se había convertido en algo más profundo, en amor.
Pero ella no sabía bien qué hacer.
No había aprendido los “preparativos”, ni conocía el lenguaje del cuerpo en ese terreno que aún le resultaba extraño y misterioso.
A pesar de sus dudas, Courtney quería complacerlo, quería entregarse a él de la mejor manera que sabía.
Con manos un poco temblorosas, tomó el miembro de Ramiro entre sus dedos, guiándolo con cuidado hacia su vagína, se acomodó sentándose sobre él.
Sintió el calor, la firmeza, y entonces, con un suspiro, se dejó caer sobre él.
No hubo prisa.
No hubo presión.
Solo el latir acelerado de sus corazones, el roce tímido de sus cuerpos descubriendo juntos un mundo nuevo.
Ramiro la sostuvo con ternura, acompañando cada movimiento, cada gesto, como si supiera que para ella ese instante era un salto al vacío.
Todo en ella estaba despierto: el corazón latiéndole en el pecho, las manos aferradas a los hombros de Ramiro, el temblor en sus piernas.
Nunca había llegado tan lejos con nadie.
Nunca se había sentido tan completamente desnuda.
No solo en el cuerpo, sino en el alma.
“Lo estoy haciendo”, pensó. “Lo estoy eligiendo.”
No por presión, no por miedo a perderlo.
Sino por algo más profundo.
Por amor.
Por esa sensación que Ramiro le había provocado desde el primer día que lo vio: de pertenecer a un lugar sin siquiera saber por qué.
Sintió el primer contacto, la presión firme, nueva, extraña.
El cuerpo le respondió con un reflejo involuntario, una mezcla de tensión y temor.
Y entonces, el dolor.
Una punzada breve, aguda, como si algo dentro de ella se desgarrara.
El himen, la barrera física que aún la unía a su pasado, a la parte de sí que aún no había cruzado el umbral, cedió.
Y por un instante, solo sintió eso: el dolor.
Pequeño, íntimo, real.
Pero no se detuvo.
Porque a la vez, lo miró a él.
A Ramiro, con los ojos llenos de ternura, con las manos temblando al sostenerla.
Y supo que estaba segura.
Que ese momento era suyo.
La incomodidad fue cediendo poco a poco.
Y con ella, empezó a llegar algo más.
Un calor que se expandía.
Un cosquilleo que subía por su espalda.
Un placer que la sorprendió, porque no sabía que podía sentirse así.
Y de pronto no era solo una experiencia física: era sentirse viva.
Era habitar su cuerpo por completo.
Era estar, por fin, donde siempre había querido estar.
—Estoy contigo —le susurró—. Aquí, contigo.
Y él la abrazó, con la misma intensidad, con la misma entrega.
—Por fin te metí la verga putita, le dijo Ramiro excitado y viéndola saltar libremente sobre él, despacio pero firme. Ella sonrió, descubriendo que le encantaba ser tratada de esa manera.
Courtney se clavaba entera, cuando bajaba sentía la pelvis de Ramiro chocar con ella, no podía creer que su pene entrara por completo en ella. Y gemía, como gemía Courtney a medida que el dolor desaparecía y el placer se apoderaba de ella.
—Aprietas muy rico mi amor, tu cuevita es perfecta, le decía en el momento que las tetas de Courtney rebotaban por la velocidad que ella había alcanzado cabalgando a Ramiro. — Se siente rico, muy rico, le contestaba ella entre jadeos y esto enloquecía a Ramiro que la tomó por las caderas e intento darle más fuerte desde su posición.
De pronto, Courtney lanzo un gemido más fuerte, alargado y dejó toda la verga en su interior, se quedó quieta aprisionando la cintura de Ramiro con sus rodillas, le sonrió, lo hizo abriendo los ojos sin saber que los había tenido cerrados, suspiro y se inclinó sobre él.
—Fue maravilloso, te amo Ramiro, no pensé que esto se podría sentir, te amo, te amo. Y se besaron, como al inicio, sus lenguas se entrelazaron mientras la dura verga de ramiro se guardaba en lo más profundo de la recién desvirgada vagina de Courtney. En medio del beso Ramiro también se vino, inundándola por dentro.
Se quedaron así, abrazados, respirando el uno en el otro, mientras la madrugada seguía cayendo suave por la ventana y la verga de Ramiro poco a poco iba perdiendo dureza, como si el tiempo supiera que había cosas que no debían apresurarse.
El deseo había sido solo el principio.
Lo real, lo inolvidable, estaba en lo que vino después: el temblor de los cuerpos, sí, pero sobre todo el reconocimiento entre dos almas que, por fin, se encontraron.
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