Recuperando a Maribel: Primera Parte (Continuación de “Aquella Noche que Perdí el Control”)
Sudamérica, 2004. Veinticuatro horas después de una sesión de sexo prácticamente forzado, Nicolás (12) se enfrenta a la tarea de recuperar la confianza de la pequeña Maribel (8). ¿Podrá complacerla al punto de lograrlo?.
Veinticuatro horas habían pasado desde que, prácticamente por la fuerza, tomara a Maribel en el alfombrado piso de su sala y la sometiera a los efectos de mi descontrolado deseo. Si bien la experiencia, aunque dolorosa, me había resultado novedosa y placentera en su momento, ella claramente no la había disfrutado, y yo, al darme cuenta de ello, no pude evitar lamentarlo. Pese a aquel mal momento, y aunque con cierto recelo, mi prima parecía dispuesta a seguir con lo nuestro. Yo, por mi parte, sabía que de lo que sucediera en las próximas horas dependería el futuro de nuestra relación.
No queriendo forzarla nuevamente, y a modo de darle la posibilidad de retirarse a la mínima sensación de incomodidad, la primera noche se me ocurrió renunciar a la posición dominante que invariablemente adoptara en nuestros primeros encuentros para cederle algo de control a mi pequeña amante. Eran las siete y, como de costumbre, me encontraba en la sala a la espera de que se cambiara de ropa. Diez minutos después, apareció, y con cierta gravedad en su voz, me preguntó: “¿Vas a venir a mi cuarto?”. Asentí, y manteniéndome a escasos centímetros de ella, la seguí hasta su habitación.
Aproveché ese breve recorrido para apreciar su imagen. Como siempre, Maribel lucía preciosa y deseable. Por encima, aquella noche, un top blanco de tiros finos dejaba relucir sus delicados brazos. Por debajo, una ligera falda de color verde, casi transparente y con motivos florales, dejaba totalmente al descubierto pies y tobillos a la vez que ofrecía una mirada velada a sus rodillas y muslos. Gracias a la transparencia de la falda, un calzón amarillo se dejaba entrever de modo por demás incitador. Unas sencillas sandalias blancas con dos margaritas cubriendo los empeines adornaban sus pequeños pies.
Entramos, y desde el primer momento pude notar su tensión, reflejada en una expresión de preocupación en el rostro, una postura rígida y unas manos que, juntas, cubrían su sexo y parecían prohibirme el paso. Decidido a recuperar su confianza, me acerqué, y tras unas cuantas caricias, manoseos y besos, poco a poco, aunque no del todo, fue soltándose. Poniéndola de espaldas a mí y abrazándome a su cuerpo, empecé entonces a masturbarla. Aquello parecía dar resultado; el lento masaje con mi dedo medio surtía efecto, dejando a mi prima con las piernas inquietas y una sonrisa en su rostro.
Tras unos minutos, algo más confiado, llevé a Maribel a la cama. Antes de poder hacer que se acostara, sin embargo, ella, nuevamente con voz grave, me advirtió: “No me vas a hacer doler, pero”. Afirmé con un leve movimiento de cabeza y, tras apoyar ligeramente mis manos sobre sus hombros, ella se acostó, dejando como siempre sus piernas colgantes y su sexo al borde de la cama. Me puse de rodillas frente a ella, y llevé mis labios a los suyos, dispuesto a darle el mejor sexo oral de su vida. La besé una vez, y ella se apoyó sobre sus codos, dejándome con ello ver una motivadora expresión de curiosidad en su rostro. Tras mirarla a los ojos, con delicadeza volví a besarla cuatro veces más.
Con mirada decidida, volví a verla a los ojos para luego recorrer con mi lengua, de abajo hacia arriba, toda la extensión de su sexo. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Maribel, partiendo de su vientre, que sufrió una contracción, deliciosamente notoria, y llegando a su boca, que no pudo evitar soltar un gemido embriagador. Seguí con besos y lamidas cortas, y pronto, con alivio, pude sentir cómo las delicadas manos de mi prima se apoyaban en mi cabeza para acariciarme los cabellos. Entre labios mayores y menores, mi lengua fue abriéndose paso hasta llegar a aquel botón capaz de rendir a las mujeres más reacias. Una y otra vez lo presioné, y mi prima, inevitablemente, fue perdiendo el control. Varios gemidos, uno más excitante que el anterior, se sucedieron, clavándose en mis oídos y en mi corazón. Mientras sus manos hacían presión sobre mi testa, casi como rogando que nunca me fuera, sus piernas se agitaban, llevando a sus pies a alternar entre caricias y patadas dirigidas a mi cuerpo.
Los dulces sonidos que emitía fueron más de lo que mis oídos pudieron soportar. La curiosidad pudo más que mi deseo de satisfacerla, y súbitamente me detuve para levantar la mirada una vez más. Me deleité primero con la vista de su cuerpo tembloroso y luego con la que me brindaba su bello rostro. Ojos brillantes de mirada sorprendida, boca jadeante y mejillas enrojecidas; todo ello produjo un irresistible efecto de atracción sobre mí. Colocándome encima de ella, acerqué mis labios a los suyos. Antes de poder besarla, sin embargo, ella se me adelantó apasionada y, atrayéndome con sus brazos, me colmó de los besos más desesperados. No cabía duda, yo estaba perdonado, y mi prima, nuevamente entregada, lista para otra noche de placer a mi lado.
Sigue contando más experiencias, deliciosos los relatos, incluido este!