Reencuentro y un buen vino.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No era habitual y mucho menos algo repetido, sin embargo, en esos momentos le encantaba tenerla sobre su regazo. Ese estilo de encuentros no eran muy continuos en ellos, por esa misma razón no consentiría malgastar ni un sólo segundo: disfrutaría como si fuese la primera vez. Para más puntos a favor de él, antes de llegar a casa había parado en una bodega para comprar vino, sabía que a ella gustaba; Un tinto Marqués Villamagna que esperaba y fuera una exquisitez a ambos paladares — No tengo ni idea de cómo sabrá, pero me ha costado un ojo de la cara — Dijo para detrás de aquello reír.
Sin quitarla de encima, se inclinó, estiró sus brazos, asomó la cabeza por un lado de aquel tentador y afeminado cuello y descorchó la botella que descansaba sobre la mesita para al instante servir el granate líquido en sendas copas, las cuales tomó y le mostró para que escogiese una — ¡Salud! — Repitieron al unisono con una enorme sonrisa en los labios. Él dio un pequeño sorbo, dado que era digno de saborear, y regresó la copa a su previo lugar. Le apetecía seguir tomando por otro rato más, aunque no tan rápido, ya que en ese momento lo principal y lo único que le interesaba era contemplar a ésa potente mujer, fijarse en absolutamente todos sus gestos, tanto en cómo bebía de aquel refinado cristal, a cómo cesaba de hacerlo para luego mirarlo con esos encantadores ojos color esmeralda que penetraban los suyos y hacían derretir su interior — Eres hermosa… Es un privilegio que estés aquí ¿Lo sabías? — Lo tenía claro, él sí lo sabía, y por esa misma razón no le permitió responder, pues le impedió pronunciar palabra en el mismo instante en que atrapó sus coloreados y carnosos labios para fundirse en un ardiente beso, tal como si fuese el último, apoderándose entre sí.
Pasado un instante comenzó a recorrer la parte superior y delantera de aquella belleza con las cuidadas, aunque grandísimas manos, cuyas se obsesionaban por volverse a encontrar con su deseada piel. Sus dedos fueron desabrochando pausadamente uno a uno los botones de su blusa, apartando las solapas delicadamente mientras se dedicaba a saborear su hombro con los labios ya humedecidos y con su mano acariciaba esa tersa piel cada vez que tenía oportunidad, sintiendo su calidez con la yema de los dedos.
Retiró la prenda, pero los pechos aún estaban protegidos por el sostén, por lo que también se deshizo del mismo. Había visto aquella desnudez al completo anteriormente, pero debía de admitir que cada ocasión nueva, vendría a ser mucho más erótica. Atrapó la copa, hundió la boca de esta en uno de sus senos en ese momento humedecido de tinto y succionó la grumosa piel del pezón, asimismo gran parte de los alrededores: aquel sabor con toque dulce y amargo que le daba el vino era espectacular — ¿Sabes de qué tengo ganas ahora? — La siguiente ronda sería mucho mejor, aquel hombre quería que ambos quedasen completamente desnudos — ¿Me vas a complacer hoy tú a mí? — Preguntó con una sonrisa a medida que iba sacándose la última prenda que estaba llevando hasta ese momento: los bóxers. Tras lo cual decidió despojarla de la ropa de igual forma, dejándola en cueros totalmente. Sabía que su instinto era mayor a sus fuerzas, de ahí la desespereación, no obstante intentaría controlar aquella situación y no lanzarse tan repentinamente — Cómo te decía… — Se volvíó a sentar en el sofá para luego darle varias palmadas a sus robustos muslos con intención de que ella se sentase encima, con sus contorneadas piernas a cada lado de las suyas, frente a frente con él.
— Tengo ganas de seguir tomando vino — Y atrapó su copa segundos antes de que ella hiciese lo que pedía. Sus cuerpos ya estaban en pleno contacto, sus pieles tan calientes, ellos casi sudorosos… Le estaba calentando en demasía. «Cálmate» Se obliguó mentalmente. Acercó la orilla de su copa hacia los labios de ella y esperó por que llenase su boca de vino. Él humedeció su labio inferior a la misma vez que veía cómo lo tomaba e inclinó su cuerpo mientras obligaba al otro a acercarse más a él desde la espalda, atrayéndola con una mano — Dámelo a mí — Se apoderó de esos labios que tanto había ansiado y del líquido que rondaba por toda su cavidad, tomándolo de aquella boca, volviéndolo a pasar, haciendo oscilar el vino de una boca a otra por varios segundos hasta terminar por tragarlo mitad y mitad — No sé qué tienes, pero no puedo ocultarte las tremandas ganas que te tengo, no te haces ni una idea — Y no era mentira, pues si antes ya estaba desesperado por poseerla, justo ahí podría hacerlo en un santiamén.
Arrojó la copa al suelo sin importar el derrame. Paseó sus cortas uñas por la refinada espalda de la mujer, de arriba a abajo a medida que volvía a devorar uno de sus hombros, esa tanda lateralmente, dirigiéndose hacia el cuello para quedarse a jugar lascivamente con su lengua ahí, y de ahí mismo a su lóbulo para así atraparlo entre los dientes y estirarlo hacia él mismo — Cómeme — Susurró en su oído. Ella, medio alterada, de vez en cuando apuntaba bien y rozaba la erección aplastada por su feminidad, meciéndose encima de sus piernas para acariciarle el glande con los labios vaginales cada vez más lubricados a causa del extremo roce y excitación. Era una tortura, pero una tortura placentera: a él le encantaba el juego de movimientos que había creado ella misma y empezado ahí mismo — ¡Oh, vamos! Fóllatela, ésta polla es sólo tuya — Prunució por últimas tras morder su propio labio inferior, con sus ojos clavados en los de ella mientras sostenía aquel pronunciado mentón para acercarla a su boca y apoderarse de aquellos labios una vez más, aunque ya no tan pintados.
Primeros jadeos y ruegos ante aquella penetración tan fugaz originada por los fluídos de aquella hembra y el sólido falo de aquel macho. Simplemente gracias a la absoluta humedad de toda su zona íntima, su erecto miembro se abrió camino sin dificultad, deslizándose por aquellas cálidas carnes internas, conquistando glorioso sus entrañas. Él esgrimió un fuerte gruñido de placer — No pares, no, no lo hagas — El calor del ambiente, la secreción mutua, el exceso de lujuria entre otras cosas que los aprisionaban emitían un fuerte olor a sexo, a deseo por toda la sala, y los chasquidos de ambos genitales sólo quedaban ensordecidos por los altos gemidos del monumental placer que se propinaban.
El gozo no les permitía seguir pronunciándose, las electrizantes sacudidas de placer que aparecieron en él le enmudecían, su garganta solamente era libre de balbucir entrecortadamente o de manifestar jadeos. La manera en que ella manejaba sus caderas, y ese exclusivo roce de vaivén que le brindaba lo apasionaba, le hacía perder completamente el juicio. Él se abalanzó sobre el rostro de ella; Se encontraba sediento de éstos nuevamente, los necesitaba sentir resbalar junto a los suyos mientras emprendía saltos con ímpetu, tachonando sus paredes vaginales con su cálido, duro e hinchado pedazo de carne, intentando sincronizar la futura descarga con la suya propia — Córrete conmigo, vamos, estás muy mojada, noto cómo tu flujo desciende por entre mis muslos — Con aquellas palabras pretendía hacerla llegar al éxtasis, aunque era cierto que sus muslos estaban bien empapados de su constante excreción, y lo caldeaba en superabundancia.
Aquella ráfaga inicial de semen que otro día había visitado aquellas recónditas intimidades, ahora volvía a explotar y a chocar contra las paredes de su útero, haciendo así que el orgasmo femenino llegase a la vez pero multiplicado debido a esa sensación de disparo y saturación líquida por parte de ambos: simultáneo. Él se encontraba exhausto… Recordaba que la vez anterior había resultado digna de repetir, pero en esta última había disfrutado cuantiosamente, no había comparación.
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