(Relato breve) ABUELO Y PADRE CARIÑOSOS CUIDANDO A LA NIETA – Parte 2
El abuelo, con ayuda de su yerno, siguen cuidando a su nietecita de maneras muy calientes.
Relato breve)
ABUELO Y PADRE CARIÑOSOS CUIDANDO A LA NIETA – Parte 2
Continúa el relato de la tarde-noche en que mi yerno me invitó a juegos perversos con mi nieta, su hija de 5 añitos.
Alita estaba recargada en la pared, parada boca abajo, de cabeza. Su panochita estaba expuesta tanto a su padre como a mí.
Yo me quedé helado.
—Andele suegro, que si no se nos cae— me advirtió Ramón.
Pude admirar el paisaje muy poco porque antes de que pudiera reaccionar, tenía agarrada a Alita, mi nietecita de 5 años, de enmedio de sus piernas. Me acerqué más para sujetarla mejor. Tenía su panochita caliente y su cara roja por el esfuerzo de estar parada de manos. Tenía muy poco sudor, pero a esa edad, todo su sexo olía delicioso, a productos de bebé, de niña peque. Sus labios eran rositas y gruesos (me sorprendió) y estaban algo cerraditos. Ella pujaba ante el toque de mis manos. Ramón solo sonreía.
—¡Ay que se nos cae!— gritó Ramón, y antes de que yo pudiera hacer algo, tomó a Alita de los pies y la azotó juguetonamente sobre la cama. Ella reía y jadeaba al mismo tiempo. Yo seguía con mi mano instalada entre sus piernas.
—¿Estás bien, hijita?— le pregunté sin preocupación real, ya que intuía que todo era parte del juego.
Antes de que pudiera responder, Ramón me interrumpió y empezó a decirle:
—¡Ay, nuestra bebita no está bien! Te lastimaste, ¿verdad, amor? Creo que te hiciste daño en tu panochita. Mire suegro hay que curarla— me dijo manteniendo esa sonrisa siniestra, lasciva, pecadora.
Ella inmediatamente gritó que sí, que quería que la curaran.
—Abue también sabe curar muy bien las puchitas y trata muy bien a las nenitas como tú. ¿Quieres que nos ayude?— le preguntó a su hija en un tono tierno, pero condescendiente.
—Sí, papi— contestó ella entre juguetona y confundida; supongo porque no estaba acostumbrada a que yo (¡ especialmente yo!) su abuelito, participara en esos juegos perversos.
Una parte de mí sabía que nada de eso era cierto. Alita no estaba lastimada y sabía que Ramón, mi yerno, y su propio padre, solo estaba preguntando eso como una especie de validación para que la niña permitiera que le hiciéramos todo lo que venía. Sin embargo, las cosas ya habían iniciado y, aunque me sintiera mal, tenía que terminarlas sin importar que mi yerno estuviera presente y que me estuviera viendo y prácticamente ofreciendo a su hija como tributo. Yo estaba desconcertado pero bastante excitado, para entonces mi verga parecía un roble y estaba más dura que nada. Volteaba a ver a Ramón para ver qué hacía y en en él podía ver quién era realmente. Si bien ya estaba convertido en un padre de familia y esposo en apariencia ejemplar, y tenía un trabajo normal, que requería incluso el uso de un traje y corbata para acudir a la empresa, ahora mismo estaba vestido ya tal cual era. En este punto se había quitado su camisa de seda y vestía solamente una camiseta interior sin mangas que dejaban ver unos brazos fornidos con algunos tatuajes y estaba sudando. Tenía pelo negro, cejas pobladas y una barba de candado que también estaban mojadas por el sudor. Yo pensé que era muy distinto a él; después de todo, yo era un padre de familia, siempre había vivido una vida respetable ante la sociedad y mis conocidos y todos estos menesteres que me provocaban mucha excitación también me provocaban confusión. Sabía que quería seguir adelante, pero no estaba seguro.
—Ándele, suegro. Es momento de curar a la nena, si no, su nietecita nunca se va a recuperar y se sentirá mal toda la noche. El primer remedio es poderle curar la hinchazón de la panochita: para eso, necesitamos darle unos cuantos besos y lamidas, ¿verdad, mi Alita? así es como te curo en casa, ¿cierto?. Entonces pasó lo inesperado: Alita, que estaba acostada ya boca arriba sobre mi cama, rió mientras que su padre le separaba las piernas lentamente, dejando ver en todo su esplendor esa panochita infantil. Como si me estuviera entregando un regalo, lleno de exitación de revelar su verdadero yo y de estar haciendo esto nada más que conmigo, su suegro. Ante mí tenía esa vaginita que desde que la vi oculta entre los mallones tanto se me estaba antojando.
Mi yerno prácticamente me tomó la cabeza y me acercó el cuerpo para que estuviera lo más próximo a esa panochita. Mi nariz quedaba ya en los labios: era totalmente lampiña, rosadita, fina y muy tierna. Podía olerla: olía a frescura, a juventud, a infancia… no tuve más remedio que empezar a sacar mi lengua y con mi mano empezar a trabajar toda la zona. Mi yerno me ayudó separando esos labios gruesos casi vírgenes (pues claramente no lo eran). Yo me di vuelo explorando con mi lengua cada rincón de esa cuevita y pude ver cómo mi nieta se estremecía. Hacía gemidos de placer y se retorcía y le decía a su papá que sentía muchas cosquillas a medida que Yo dejaba ensalivado su chocho. Esa humedad no sabía si era solo lo que dejaba yo, sudor, o si ella estaba produciendo jugos de excitación. Yo, a mi edad, un viejo de más de 70 años, seguí lamiendo como un degenerado, como un loco. Había perdido la razón. Y era de esperarse, prácticamente podría decirse que yo era, en este punto de la vida y considerando mi viudez, casi más virgen que ni nieta. Yo seguía explorando ese cuerpo, esa piel y esa textura. Entonces, la niña anunció que tenía muchas ganas de hacer pipí, algo preocupada. Ramón le dijo que no había problema, que a menudo le pasaba y que eso era bueno, pero me pidió que me detuviera mientras que él le empezaba a dar un masaje en todo ese pecho que en realidad aún no existía ya que todavía no tenía tetitas. Acto seguido, Ramón le dijo que se tenía que relajar y la besó en la boca. No fue un beso cualquiera, fue un beso de adultos, erótico. Las lenguas de mi yerno y mi nietecita danzaban a un ritmo delicioso. La saliva se intercambiaba y los gemidos de placer, ahogados por el beso mismo, no cesaban ni de parte de ella, ni de él. Al tiempo que Ramón la besaba, también estiró su mano para empezar a jugar no solamente con su panochita sino con su culito, su ano, vaya, algo que jamás me hubiera imaginado tampoco. Al ver que él se concentraba en esa zona, yo también quise besarla. Para ahora, Ramón ya estaba acabandose esa puchita a lamidas y yo estaba fundido en un beso eterno con esa niñita de apenas 5 años. Ramón interrumpió mis pensamientos con su voz:
—Creo que ya estás lista para el siguiente remedio, Alita. Vamos a frotarte nuestro palo de amor, a la que te pido que le digas «verga» sin temor, con confianza. Y después, con tu ayuda, podremos tu abuelo y yo sacar el jarabe que te hará mejorar. A ver, inclínate un poco, mi nena …
CONTINUARÁ…
Muy excitante, y muy bien relatado!
uffff
Que bueno que te gustó, espero hayas soltado mucha leche
Uffff rico relato q suerte tener una yerno y nieta así espero más relatos de los 3
Ufff k rico, hay que curar muy bien ese chochito …y sospecho que también su culito
y la tercera parte? ace ya muco ue la espero
Que bueno que te gustó, espero hayas soltado mucha leche
Urgen más historias como está, son deliciosas!!
y la siguiente parte??? estan deliciosos los relatos, continualos porfavor
¿no ay continuacion?
Quiero más
Que suerte la de ella