Relato de un profesor erotizado
Me cojo a mi estudiante de inglés..
Se acercaba la hora de clase y me invadía la pereza. Me sentía insatisfecho con mi vida sexual, producto de una ausencia de placer extensa, y eso había aumentado mis pocos anhelos de trabajar. Me apresuré y llegué a las 4:28 p.m. a mi lección de inglés. En el salón estaban mis cinco estudiantes habituales y ella…aquella que estaba empezando a despertar en mí cierta atracción física.
Lucía realmente hermosa, su extenso cabello liso y oscuro, sus deliciosas piernas se exhibían al sol de aquel atardecer debido al cortísimo short blanco que ese día vestía. Era divina y estaba empezando a gustarme. Sé que es inadecuado que un docente tenga relaciones sentimentales o sexuales con sus alumnas, pero ella tenía algo que verdaderamente me captaba. Quizá esa mirada que me hacía, la cual irradiaba misterio y me invitaba a que penetrara su mente con el fin de conocer sus más íntimos secretos.
La asignatura comenzó como de costumbre, mis pupilos aprenden mucho de mí y, debo confesarlo, yo también aprendo demasiado de ellos. Es una manera de mantenerme joven a través de los años; compartiendo con mis alumnos adolescentes. No obstante, esta chica me miraba constantemente. Cuando nuestros ojos se encontraban, el acto evidenciaba cierta ambigüedad. Era una mirada de vergüenza, pero al mismo tiempo de un enigma insondable que me invitaba a ahondar en su ser.
La clase terminó, despedí a mis estudiantes, pero noté que ella esperó a que todos sus compañeros salieran para dirigirme la palabra:
– Profesor, necesito que me haga un favor – dijo con su relajada y suave voz.
– ¿En qué le puedo colaborar? – pregunté.
– Como usted sabe, tengo una exposición este jueves y le agradecería si me brinda una asesoría.
Accedí a dársela debido a que no tenía más lecciones en el día. Eran alrededor de las 6:20 p.m. y pocos sujetos merodeaban los alrededores de nuestra aula. Una vez revisadas sus diapositivas, y curioso por saber la razón de sus repetidas miradas, me aventuré a preguntarle:
– He notado que me mira excesivamente en clase, ¿quiere decirme algo?
– No, nada profesor.
– Su mirada hacia mí es diferente de aquella hacia otras personas.
– La gente me ha dicho que soy muy coqueta con mi mirada, pero los hombres tienden a confundir las cosas, profesor.
En ese momento deseaba fervientemente que ciertamente ella sintiera algo por mí, y que sin tapujos lo demostrara de una forma más explícita para corresponderle. Pareció alejarse por unos instantes y se disponía a salir cuando se detuvo y me dijo:
– ¿Tiene usted algo que decirme, profesor?
Temblaba al pensar en una respuesta que me hiciese sentir rechazado y la saliera abandonar despavorida el salón. Aun así, decidí arriesgarme y le confesé:
– Desde hace unos días he venido sintiendo cosas por usted diferentes a las que debe sentir un maestro por su alumna…
Sus pupilas se hincharon de la sorpresa que aquella declaración causó y exclamando un ruidoso ¡whaaaat! se llevó la mano con el fin de cubrirse la boca abierta del asombro que mi comentario implicaba. Se quedó mirándome por unos segundos, e incrédula a lo que acaba de escuchar me replicó que nunca un docente le había hecho semejante confesión. Pero lo más asombroso de todo fue que ella también tenía una muy buena opinión mía, la cual disfrazó sagazmente en su complacencia por mi modo de enseñar. Estas palabras causaron en mí cierta seguridad de que las cosas podrían fluir de mejor manera, lo cual me empujó a decirle:
– Quiero decirle que me atrae mucho, me encanta como se ve, como viste, usted irradia mucha sensualidad. Me gustan sus piernas, su frondosa cabellera, sus pechos… ese short que viste hoy me trae loco desde la primera vez que se lo vi puesto. Yo me pregunto si le gustaría que pasara algo entre los dos… me gustaría juntar mis labios con los suyos.
A pesar de su estupefacción, percibí que su mirada se tornó indignada y en tono burlesco me dijo:
– ¿Quiere ser otro desempleado más en este país?
– No, ¿cómo así? – respondí.
– Entonces, ya sabe. Los docentes no deben besarse con sus estudiantes.
Algo molesta, mi pupila se disponía a salir del aula. De repente un ataque de ansiedad me invadió, el cual hizo que me levantara del escritorio, me adelantara a ella y asegurara la puerta. Su pasmo fue tal que se inmutó ante tan descarada acción. En estado de alteración le dije que del salón no iba a salir hasta que me complaciera. Ella, en su inmovilidad, se limitó a escucharme y a mirarme asombrada y fijamente.
Empecé a deslizar mis dedos entre su oscura, bella y larga cabellera, como un esquiador que disfruta del descenso de una colina. Ella trató de retirarse exclamando que qué me pasaba, que eso no era ético ni estaba bien.
Ni yo mismo entendía esa reacción violenta que tuve con mi estudiante, pero luego comprendí que mi deseo sexual por ella era tan grande que estaba dispuesto a arriesgar muchas cosas de mi trabajo por una situación coyuntural de gozo con aquella linda que tenía en frente. Luego de su pelo, continué por su cintura hasta que tropecé con ese short, aquel que tan caliente me ponía cada vez que lo vestía en el aula.
Ella no podía creer lo que estaba pasando, pero en el fondo de su ser sus ganas de ser complacida eran evidentes. Esto debido a que después de acariciarle su cabello y su short, parecía relajarse un poco más. Comprobé nuevamente que la entrada del aula estuviese con seguro con el fin de evitar desagradables visitantes que arruinaran nuestra cita. Afortunadamente, era la última clase y nadie entraría allí, salvo la aseadora, que lo haría alrededor de las 8:00 p.m.
Mis dedos encontraron el límite de su short y palparon la piel de sus piernas, aquellas que tantas veces humedecieron mi ropa interior al pensar que algún día tendría que explorarlas y estar en medio de ellas. Aquellas piernas infinitas y generosas que deseosas de ser tocadas me rendían tan deleitosa excitación.
– Usted me encanta, bonita.
– Esto no está bien, voy a gritar…
Una vez escuchada esta exclamación, y teniendo en cuenta mi intranquilidad y apetencia por devorármela, la tomé fuerte y le dije:
– ¡Cuidado hace algo que arruine el momento!
Tomé su cintura y le despojé su blusa, tan transparente ella, y al descubierto quedaron sus voluminosos y deliciosos senos que esperaban ser acariciados por mis inquietantes manos. Su negro sostén me parecía demasiado atractivo, ya que resaltaba de manera espectacular sus pechos. Mientras con una mano le acariciaba las piernas, con la otra saqué su sujetador. Ella era una chica adolescente y su busto era tan firme como la torre inclinada de Pisa. Sus pezones eran descomunales, como una galaxia en expansión. Eso me excitaba abundantemente.
Imaginará el lector la erección que en ese instante tenía causada por el placentero estímulo de aquella señorita. Se quitó sus zapatillas, en señal de que realmente quería complacerse y complacerme, y quedó solamente con su short albo. Le ordené que se alejara un poco para apreciarla y poderme excitar más, así como estaba.
– Está muy preciosa, ¿sabe eso? Quiero que me desvista y juegue con mi cuerpo.
Tímidamente, comenzó a hacerlo hasta quedar con mi característico bóxer a rayas. Luego de percibir mi notable protuberancia, tímidamente y con una entonación bastante inocente me dijo:
– ¿Puedo sacársela?
– ¡Qué está esperando! ¡Hágalo!
Con cierta vergüenza para ejecutar tal tarea, comenzó a desplazar sus pequeños dedos por mi pene, cuan niño que disfruta de su columpio. Sabía masturbarme por lo que inferí que ya había tenido experiencia previa. De repente, y entrando un poco más en confianza, la induje a que sus labios jugaran a la montaña rusa con mi miembro. Debo confesar que fue una de las felaciones más gratas que me han hecho en la vida. Su saliva burbujeante, el contacto de su boca y su lengua con mi pene era muy excitante y la variabilidad con que lo hacía convertía tal impulso en algo increíble.
Me tenté a bajarle el short, deseaba descubrir qué pasaría después de esa barrera a la que estaba expuesto en mis lecciones y de la cual nunca en mi vida pensé iba a superar. Lo que descubrí me dejó estupefacto. Que no piense aquel que lee esta narración que me encontré con otro abultamiento como el mío, felizmente no fue así. Tenía una brasileña extremadamente sexy. Era negra y en su parte delantera la prenda no consistía en el típico triángulo que se les forma a las chicas sino más bien un ovalo alargado. Por detrás, como es característico, el diminuto hilo se extraviaba en la redondez de su culo. Parecía solicitar ayuda, pues se ahogaba entre la ranura de sus nalgas. Ante tal apreciación le dije:
– Esta sensacional tanga hay que bajársela con los dientes, my pretty.
– Nunca pensé que fuera tan travieso, profe.
Una vez su ropa interior en el suelo, mi alumna estaba completamente desnuda opuesta a mí. Yo era un admirador de esa figura, como un explorador en un nuevo territorio que busca un deleite inconmensurable obediente a sus bajos instintos. La agarré fuertemente, y mientras ella me masturbaba, yo no paraba de bordearle los pechos y de besarle los labios…los superiores, por ahora.
Comprendí que ella quería hacerlo, quería tener sexo conmigo, pero muchas veces no sabía leer las intenciones de su mirada o bien yo era muy inseguro para ir más allá de nuestra relación académica.
Aprovechando el escritorio de nuestro salón, la acosté y le dije que abriera sus piernas con el fin de pasar a besar los otros labios. Su vulva olía bastante bien para mi gusto y lucía exquisitamente depilada. Me extravié merodeando con mi lengua por su clítoris y aunque sus quejidos eran moderados para que los individuos que posiblemente estuvieran cerca no nos notaran, pude observar en esa “cara de yo no fui” la satisfacción tan tremenda que le estaba proporcionando. Llegué a preguntarme hace cuánto no tenía sexo esta muchacha… no más que yo, supuse.
– Voy a meter tres dedos en su vagina, espero le guste.
– Bueno, como diga, profe.
La estimulé plácidamente con una mano mientras la otra se deslizaba por muchas partes de su cuerpo como sus tetas, su cola y sus piernas. Cerró los ojos un momento, quizá para concentrarse en la complacencia que estaba recibiendo. Los abrió desesperadamente. Había notado un cambio de textura en lo que estaba introducido en su vagina, me miró y notó que mi pene ya se encontraba dentro de ella. Trató de retirarse porque le invadió un temor de tener consecuencias graves después de mi orgasmo.
– ¡Profe no, póngase un condón o me largo!
– Ahora no tengo, cuando terminemos vamos a la farmacia por la píldora.
La penetré en diferentes poses, le ordené que se pusiera arriba de mí y que empezara a mecerse en mi pene, la puse en cuatro y comprobé que efectivamente eso en cuatro no se ve, me encantó ver sus senos balancearse cuando subía y bajaba; apretaba y mordía levemente sus monumentales pezones mientras ella, sin tapujo alguno, condujo una de mis manos para que le estimulara el clítoris.
No podía concebir lo que estaba sucediendo y mucho menos ella en condición de aprendiz. Me preguntaba si esa mojigatería que tenía al principio era sólo la fachada de una mujer calientísima y ávida de buscar placer con personas que son tabú, como sus docentes. – Severa puta – pensé. Después de mucha penetración y variedad de posiciones le dije suciamente:
– Se lo voy a meter por donde no va a haber sorpresas pasados nueve meses.
– Profe por detrás no, me duele, no me ha gustado que me la metan ahí.
Pero el calor de la ocasión le ganó. Confieso que sí estuvo difícil entrar, pero luego de estimularle el ano con mi saliva y empezar a penetrarle el recto con uno y luego dos dedos, su dilatación fue generosa para ingresar con el “dedo mayor”. Pareció incomodarle un poco al inicio, pero después le agradó bastante, pues con la libertad de sus manos se tocaba el pecho y ejercía masajes circulares en su clítoris.
Siempre me he propuesto que debo hacer acabar a las mujeres en numerosas ocasiones antes de terminar, pero la pregunta me ha parecido incómoda hacerla. De todos modos, y con esa obsesión pedagógica que me caracteriza le dije:
– ¿Ya se vino?
Me acuchilló con su placentera mirada y me dijo:
– Tres veces, profe.
Mi preocupación se fue al piso y consideré que era ocasión de culminar. Quise hacerlo en sus piernas. Fue aquella área de su figura donde el viscoso líquido blanquecino se dispersó. También hizo estragos en su short ya que el impredecible semen se dispersó bastante, producto de la descomunal eyaculación causada por la acumulación de más de un mes.
Nuestro estado de relajación fue incomprensible, la respiración fuerte. Nos miramos uno al otro, como tratando de entender qué carajos había sucedido. Le dije que era tiempo de vestirse porque debía irme para mi casa. Le pedí el favor que saliera disimuladamente del aula, sin levantar sospecha alguna, y que me esperara en la próxima cuadra para ir a la droguería. Se colocó su ropa interior, cuyo tejido se humedeció rápidamente, excitándome sobremanera. Su short manchado, la evidencia del furtivo encuentro.
– Espero que no vaya a decir nada, ¿no? Los dos nos hundimos…
– ¡Usted más que yo, profe!
Salió del salón riendo burlescamente. Yo, para disimular un poco, procedí a hacerlo diez minutos después. Serían las 7:45 p.m. La busqué donde habíamos acordado pero no se hallaba allí. Los intentos posteriores por contactarla en su teléfono fueron fallidos.
No volvió. De ella no he vuelto a saber, fui informado que se fue para la capital a hacer sus estudios universitarios. Nunca olvidaré que de algo que veía tan lejano obtuve excesivo placer. Debido a que no fue el jueves a presentar su trabajo oral ni nunca más a mi asignatura, tampoco supe si haber tirado juntos esa tarde-noche trajo descendencia a este perturbado mundo…Espero que haya comprado la pastilla.
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