Revivir, en cuerpo y alma, los momentos pasados
Es muy fácil caer en el recuerdo cuando éste es intenso. Así me pasó ayer y terminamos en la cama, como veinte años antes..
En la mañana, yo caminaba en el almacén Costco y vi al profesor Eugenio acompañado de su esposa. De inmediato sentí un revoloteo de mariposas en mi estómago y que algo escurrió entre mis piernas. Eugenio fue mi profesor en la maestría, cuando yo estaba cercana a los treinta años y, desde que lo escuché presentándose, me dije que al menos ya sabía el nombre de quien podría ser padre de mi hijo, tan deseado en esa edad. Cuando la decena de estudiantes nos presentamos, inicié la seducción y el acoso. Que sí concluyó en la cama, pero él siempre quiso usar condón. ¡Qué ironía!, en esa época, a José, mi amante regular de quien ya he escrito en otros relatos, no le permitía penetrarme, sólo nos satisfacíamos con el sexo oral.
Eugenio no quería comprometerse a tener un hijo fuera de su matrimonio. Pero sí fueron dos años de escapadas subrepticias para hacer el amor, siempre de manera satisfactoria para ambos. Tiempo después él se marchó a otra ciudad, pero continuábamos en contacto por correo electrónico y eventualmente algunas llamadas telefónicas. Más tarde fue el FaceBook y el WhatsApp donde nos manteníamos actualizados.
Él tenía unos días que, después de jubilarse, había regresado a la CDMX instalándose en una de las casas del pequeño coto familiar de sus padres. Y la casualidad se dio. Ambos, frente a frente, sonreímos y nos pusimos los tres a platicar. La esposa fue quien acaparó la palabra y yo era quien respondía. Eugenio casi no hablaba, pero me miraba con gran ternura. Por fin, ella dijo “Voy a seguir, te espero en el frigorífico” y se despidió. Él sólo contestó “allá te alcanzo”.
–¡Qué hermosa te ves! – dijo en voz baja acercando su mano hacia un costado de mi pecho.
–No mientas, ya se me apachurraron y la panza está crecida –le respondí dejándome acariciar por el dorso de sus dedos.
–No miento, tú me sigues pareciendo hermosa. En cambio, yo tengo la cabeza muy blanca y mis músculos han decrecido su tono –replicó pasándose la mano por el pelo.
–Te sigues viendo muy antojable para mí –confesé sinceramente.
–Si quieres, nos podemos escapar en la tarde –sugirió.
–Incluyendo la noche –contesté–, mi marido no está aquí, fue a ver a su hermana a otra ciudad –dije con el cinismo que revelaban mis deseos.
–Yo debo dormir en casa… –se excusó.
Le recordé mi dirección y le pedí que llegara a la hora de la comida pues le prepararía algún platillo especial. “Ahí estaré”, contestó al despedirse dándome un beso en la mejilla y un pellizco suave en el pezón. Mi corazón se aceleró y sentí claramente la humedad que escurría en mi entrepierna.
Al llegar a casa, mientras que preparaba la comida, pensaba la ropa en que lo recibiría, y se me ocurrió que sería muy excitante comer desnudos, así que lo recibiría en neglillé y un juego de lencería sugestivo.
–¡Buenas tardes, profesor, pase usted! –dije al abrir la puerta cuando tocó.
Mi casa está en una cerrada y la casa de enfrente no tiene ventanas hacia la calle, razón por la que no me preocupé de que me viera alguien más. Eugenio se quedó asombrado y con la mirada fija en mi cuerpo.
–Venga, pase a ponerse tan cómodo como yo –insistí.
–¡Buenas tardes! –dijo al entrar y me dio un beso en la boca.
Me dio un ramo de jazmines, aclarando que los acababa de cortar de su jardín. “Ponte cómodo” le pedí señalándole la sala y fui por un florero al que le puse agua para colocar las aromáticas flores. A mi regreso, después de colocar el florero, lo tomé de las manos para que se pusiera de pie y nos diéramos un abrazo y un beso friccionando mi pubis en su turgencia.
–Te pedí que te pusieras cómodo –dije comenzándolo a desvestir–, porque comeremos al natural.
Me regodeaba acariciando cada parte de piel que quedaba al descubierto. Él me imitó, quitándome las prendas, pero, además de acariciarme con las manos, lo hacía con la lengua poniéndome la piel de gallina (sin plumas). No hubo más remedio que echarnos un palo como aperitivo, para continuar el banquete después de la comida.
De pie, me besó tomándome de las nalgas, me cargó y yo lo atenacé de la cintura con las piernas para enterrarme su turgencia, la cual entró como cuchillo en mantequilla. Desde el primer momento que sentí la tibieza de su pene en mi interior comenzaron mis orgasmos, que llegaron al máximo en el momento que sentí, por primera vez, el baño de su eyaculación. Éramos dos viejos gozando como adolescentes, sin los peligros del embarazo.
Al concluir la cópula, a pesar de los resoplidos que ambos dábamos por el ejercicio físico realizado, me bajó lentamente, hasta que mis pies tocaron el piso. Su pene salió de mis entrañas y me acostó con suavidad en la alfombra. Después se acomodó en un 69 y con gran pasión saboreamos los residuos del amor que habíamos materializado. ¡Hermoso preámbulo! ¡Yo estaba feliz porque tenía una lengua hábil en mi pepa, y al mismo tiempo chupaba una verga untada de semen y mis flujos, algo imposible de tener con mi marido porque a éste eso le parece “antihigiénico”.
Cuando quedamos limpios, lo conduje al baño para lavarnos las manos. Los besos continuaron. Me dejaba besar en las chiches, la panza, espalda y las nalgas. Lo máximo de esas caricias fue sentir su pene, otra vez erecto en la unión de mis nalgas, sus manos en mis tetas y su boca besándome la nuca…
–Pasemos a comer, luego seguimos con esto, profesor… –le dije derritiéndome por sus besos, y recordando cuando éramos maestro y alumna.
Mientras comíamos, platicamos de lo que nos daban y lo que no nos daban nuestros consortes.
–Sabes que me fascina el sexo oral y saborear el semen, pero eso no le gusta a Gerardo –confesé.
–¡No me digas!, ¿y qué haces? –preguntó asombrado.
–Mi marido tiene un socio que lo auxilia en esos y otros menesteres… –expliqué y le conté de José.
–Sí, siempre supe que entre ustedes había al más que el trabajo de entonces –me dijo.
–¿José te lo contó? –pregunté curiosa.
–No, pero me tocó apreciar cómo se veían y se acercaban más de lo normal cuando estaban juntos. Además, una vez que llegué al cubículo de profesores, donde sólo estaban ustedes dos, sentados, pero acariciándose con las piernas, tú olías a que deseabas sexo.
–Sí, lo recuerdo, pero esa vez tú fuiste el ganador: nos fuimos juntos… –dije sonriendo–. Al día siguiente, José me preguntó qué tal me había ido contigo.
–¿Qué le contestaste?
–“Casi perfecto”, fue mi respuesta –y recordé que contesté eso porque Eugenio se puso condón–. “La próxima será mejor”, me dijo José, y todas fueron igual de maravillosas, pero hoy ha sido mejor porque sí vaciaste tu simiente dentro de mí –expliqué con un tono de queja por no haberme querido embarazar.
Levantamos la mesa, lavamos y secamos los trastos entre besos y arrimones. Lo llevé a mi recámara y continuamos recordando, de bulto, nuestros felices encuentros. Lo cabalgué, me penetró de perrito, le saqué el semen a mamadas, y muchas cosas más. Por último, nos metimos a bañar y, allí, en la ducha, le pedí que me penetrara por el ano.
–¡Estás apretadita!, parece que no lo usas mucho en este tipo de actividades –señaló después de enjabonarme bien para que resbalara sin dolor.
–Efectivamente, muy pocas, y sólo con mi papito, quien me dio su amor por allí hace medio año –dije entre pujidos.
–¿Tu papito…? –preguntó imtrigado.
–Luego te cuento esa y otras cosas –dije al sentir el orgasmo que transmitió las contracciones de mi ano a su pene.
Después de secarnos y vestirnos, se fue a su casa para atender a su mujer, como debe de ser, aunque ya iba muy seco…
Al día siguiente, recibí este mensaje:
“El tiempo sigue pasando y, aunque ya tenemos canas y vientre más abultado, ¡tú sigues estando muy hermosa! Tu pecho abundante se ha pegado más al esternón y ahora su tibieza sobre el mío me comunica más amor. Tus besos siguen dulces y provocadores pues hacen que crezca mi pasión al entrar en ti. Tu abrazo desde mi espalda y el mío desde tus nalgas colaboran en el trepidar de nuestros cuerpos que, al concluir el clímax terminan ungidos en sudor y nuestros sexos bañados en semen y flujo que escapa en olas de tu abrasadora abertura al compás que marcan nuestros pubis. Sé que yo te amo más que antes… ¿Y tú?”
Sé que seguiremos amándonos…
¡Mira tú, seguro que en la misa te das golpes de pecho (ahí donde recibiste mamadas) por añadir a Eugenio como posible atención adicional a tu marido y a José. Cuéntanos cómo se ponga Eugenio cuando le cuentes de Diego y le desentrañes lo del «papito».
Ja, ja, ja… Golpes de pecho no, pero iré a dar gracias por tanta dicha.
Oda a tus tetas, debería llamarse el texto que te envió. Efectivamente, las chiches abrieron el disfrute al camino de tu vagina, y, aunque ya estén mermadas de tamaño y tono, siguen siendo el motor para hacer el amor.
Yo también debí aprovechar desde antes (desde hace15 o más años) de esas cualidades para disponer ahora y después de amores atrapados por ellas. Esa es la conclusión que saco de tu relato.
No importa, ahora la «Vaquita» no desperdiciará tiempo.
Acuérdate que estoy en la lista. Ya te mandé mi teléfono por correo. Espero tu respuesta por WhatsApp.
¡Así se habla, Vaquita! Hay que usar las tetas antes que se cuelguen como calcetín con canica.
¡Claro que hay mujeres a quienes vemos (y seguramente, también después, veremos) muy hermosas! porque su arraigo se fue construyendo palabra a palabra, foto a foto y beso a beso. ¡Felicidades, Ishtar! Ahora ya sabes lo que el amor puede hacer.
Gracias.
¡Bien! Por lo visto es difícil olvidar a los viejos amores. Sería bueno tener a todos bajo un mismo techo y en la misma cama (bueno, a mi me basta un King size)
¿Te imaginas esa dicha?
Muy buen relato transmitiste todo lo que disfrutaste y sentiste.
Gracias, IndagadorSexsual. Procuro escribir lo que siento, aunque no todo… Por ejemplo, cuando Eugenio dice «Tu pecho abundante se ha pegado más al esternón», seguramente pensaba en lo que hizo cuando descansábamos: metió las manos bajo mi teta, una en cada una, y mi pecho las cubrió como cuando las metes bajo un paño húmedo y pesado que te cubre apachurrado. ¡Ja, ja, ja! muy romántico para decirme que las chiche seguían grandes, pero que se habían escurrido. ¡Se necesita del amor para decirlo, mientras juegas con la carne floja y sigues besando y mamando! Además ¡se le paró otra vez!