Ricardo & Isabel 9. Final
Mi cuento de hadas tenía un final inesperado. .
Me había quedado dormida, me sentía tan bien. Marianne a mi lado me abrazaba, las dos desnudas, que agradable sentir su cuerpo suave y cálido. Me apagué más a ella y cerré los ojos, un beso suave en mis labios mi hizo abrirlos. Ella me miraba con una sonrisa en los ojos. La abracé fuertemente y la besé como nunca antes lo había hecho, me devolvió el beso y nos quedamos así sin decir nada, su pecho contra mi pecho, su estómago contra el mío, su pelvis con la mía entrelazando las piernas.
– Vamos, tenemos que bañarnos – dijo.
– No quiero, estoy tan bien así, que no quiero moverme –
– Si, yo también, pero tenemos que hacerlo –
– Porqué no me puedo quedar acostada todo el día si quiero? –
– Porque el dis está lindo y tú tienes muchas cosas que hacer y yo también. Ya estoy atrasada y me van a retar –
– No quiero que te reten, nadie más que yo puede hacerlo y yo no quiero –
– Bueno, pero tenemos que levantarnos – dijo dándome un beso se levantó. Me levanté con muy pocas ganas, pero ella tenía razón.
Me bañó con mucho cuidado, diría que más que el que me da todos los días.
Terminó de vestirme y le ayudé a vestirse.
– Te amo – la abracé 3la besé. Cada vez me gustaban más sus besos.
– Vamos – dijo y tomándome de la mano bajamos al comedor.
Después del desayuno las clases hasta media mañana. Después camino por los jardines con Marianne del brazo.
Vuelvo a clases hasta el medio día que llega Ricardo para almorzar, después descanso en mi cama luego la clase de la tarde que por lo general son de arte, músicos y su música, piano, pintores y sus pinturas.
– Qué está pintando allí ? – me preguntó un día el maestro por el lienzo tapado con un paño.
– No está terminado – le dije y seguí pintando la naturaleza que me estaba enseñado a pintar.
Después de la cena nos fuimos a acostar con Ricardo.
– Qué te pareció Marianne? Te gustó? – le pregunté ansiosa.
– Si, me gustó, es linda y te ama –
– Si verdad? Yo también la amo –
– Vamos a coger los tres en las mañanas? –
– Sí, no te gustaría? –
– Si a ti te gusta y no te importa ver como cojo con ella, por mí no hay problema –
– Si, me gusta y me encanta verte coger con ella. La haces tan feliz y me haces feliz a mi –
– Bueno, pero ahora te voy a hacer feliz a ti –
– Atrévete – dije abriendo mis piernas. Y se atrevió penetrándome profundamente con su gran miembro.
Una y otra vez se atrevió a enterrar su miembro en mi frágil cuerpo de poco más de 1,50 metros. Pero disfrutaba de cada centímetro de su miembro.
En la mañana llegó Marianne, me despertó con un beso, se veía hermosa parada al lado de la cama. Vestía sólo un camisón largo que dejaba traslucir su bella figura.
– Hola – me dijo quedo.
– Hola, métete aquí – le indiqué mi lado. Ella se metió y me subí arriba de ella besándola.
Ricardo se despertó y se quedó mirándonos.
– Disculpa – dijo ella, no podía moverse porque yo la aplastaba.
– No, está bien, sigan –
Como estaba encima de ella, me levanté y puse mi vulva contra la de ella en una especie de tijera para que Ricardo viera. Mientras me la cogia, Ricardo le sacó el camisón quedando completamente desnuda. Acarició sus pechos y la besó. Ella le devolvió el beso mientras se retorcía y empujaba su vulva contra la mía. Estábamos muy mojadas, nuestras vulvas resbalan y nuestros clitoris jugaban entre ellos, la mano de Marianne subía y bajaba por el miembro de Ricardo.
– Ahora déjame a mi – me dijo.
Me salí de encima de ella y él se puso entre sus piernas, apoyó su miembro en su vulva y lo hundió todo de una vez, ella se quejó, la besé en la boca y acaricié sus pechos. Su boca tenía gustó a Ricardo, su miembro y éso me gustó más. Nos besamos con toda la lujuria que nos daba la ocasión. Ella gemia en mi boca mientras su cuerpo soportaba los embates de él. Sus gemidos se transformaron en pequeños chillidos, los que se escapan entre sus dientes cuando está terminando un orgasmo. Ricardo empujaba a fondo y se quedaba, luego lo sacaba casi todo y volvía a empujar a fondo. Éso es típico de él cuando me está llenando con su leche, ahora lo estaba haciendo con mi doncella. Yo estaba feliz.
– Cómo te sientes? – le pregunté después de que descanso y Ricardo se había ido.
– Maravillosamente bien – dijo sonriendo y dándome un beso.
– Nos vamos a levantar? – le pregunté.
– No, quiero quedarme todo el día acostada –
– Cómo? – pregunté sorprendida.
– Si, sólo dije lo que tu me dijiste – dijo riendo.
– Ah, bueno –
– Pero sinceramente me gustaría quedarme contigo acostada todo el día –
– A mi también – dije.
– No, tenemos que levantarnos, tu lo sabes –
– Si, lo sé – dije con resignación.
Todas las noches cogia con Ricardo y todas las mañanas con Marianne, no siempre participaba Ricardo y cuando lo hacía procuraba que las dos tuviéramos un orgasmo. Y cuando no estaba él, igual teníamos un orgasmo, aveces dos.
Unos meses después…
– Sabes, me siento rara – le dije a Marianne.
– Cómo rara? – preguntó.
– No sé, me duele el estómago pero no es el estómago, es como el pecho o la cabeza –
– Si te duele todo el cuerpo es porque algo que comiste te hizo mal –
– No, no me duele todo el cuerpo, no me hagas caso – dije, y seguimos caminando.
– No será la regla, a mi me pasó algo parecido justo antes de comenzar con el período – dijo Marianne después de varios minutos caminando en silencio.
– Ojalá que sea éso, quiero tener un hijo –
– Pero no te apures, tienes recién 11 años – dijo ella.
Nos sorprendió un auto entrando a toda velocidad hasta la casa.
A mi especialmente porque de que llegué nunca nadie entraba así.
Era un señor que bajó del auto y saludó al mayordomo, algo conversaron, subió nuevamente y el chofer dió la vuelta y salió raudo.
– Algo pasa, es todo muy raro –
– Si, tienes razón, tenemos que volver – estábamos a unos 200 metros de la casa.
Caminamos lo más rápido que pudimos, sentía que algo no estaba bien. Ahora sentí que mi estómago se apretaba, además con la caminata y el esfuerzo me costaba respirar.
Cuando faltaban 50 metros me detuve. El mayordomo estaba parado en la puerta, éso también era raro.
– Sigamos – dijo Marianne.
– No, no quiero ir, son malas noticias –
Miré hacía el jardín, la entrada, la casa, el cielo. Algo me faltaba y no sabía qué. Comencé a caminar de nuevo, ella me sostenía del brazo.
– Mi señora – me saludó bajando la cabeza indicándome que entrara.
Caminé hasta el hall de entrada y me senté en un sillón, sentía las piernas como de goma. Marianne me abrazó, ella también presentía algo.
– Señora, su esposo tuvo un accidente y es grave – dijo el mayordomo.
Ahora era mi corazón el que se apretaba, sentía que en la habitación no había aire.
– Dónde…dónde está! –
– Lamento decirle que falleció –
Todo el salón comenzó a girar, las luces comenzaron a apagarse y todo se oscureció.
– Qué pasó? – le pregunté a Marianne que estaba acostada a mi lado.
Ella me abrazó y me hizo cariño.
– Dime que estoy soñando, que todo es una pesadilla –
Ella se puso a llorar, la empujé y corri hacia el ventanal que daba al jardín. Había una niebla, no se veía nada, abrí el ventanal para respirar, ella me abrazo y resbale de sus brazos y caí al piso.
– Dónde está – le pregunté a Marianne al día siguiente mientras me vestía. Todo de negro riguroso. Un sombrero negro y un velo negro que cubría mi cara.
– En la iglesia – dijo
Bajamos al salón principal, ella un vestido azul oscuro.
En el salón estaban todos, me saludaron, algunas mujeres con lágrimas.
– Tengo que ser fuerte – me dije a mi misma.
En realidad no era la iglesia, la limusina se detuvo en la catedral.
El chofer de la limusina me ayudó a bajar mientras otro sostenía la puerta abierta.
Marianne me tomó del brazo y entramos. Al fondo, delante del altar estaba el féretro. A pesar de que la nave central estaba llena, el silencio hacía que mis pasos tuvieran eco.
Me paré frente al ataúd, hasta ese momento pensaba que era una broma de mal gusto.
Pero al ver a Ricardo dentro del ataúd, ahí mi mundo se hizo trizas como un cristal. Marianne me sostuvo para no caer, me afirmé del ataúd y llore, lloré como una niña.
Para el día del funeral ya estaba más asumida, era viuda, viuda a los 11 años.
– Hija – me dijo mi madre.
– Te vas a quedar o te vas con nosotros – dijo mi madre.
– Ya nada me retiene aquí, me voy con ustedes.
– Prepara todo lo que te vas a llevar, mañana nos vamos temprano –
– Lo único que me voy a llevar es a mi doncella, Marianne, si ella quiere –
– Si, claro, por supuesto —
Esa noche Marianne durmió conmigo, lloramos juntas, nos besamos e hicimos el amor.
– Te quedas o te vas conmigo? – le pregunté.
– Me voy contigo –
– Que bueno, lo único que me importa que me voy a llevar eres tú –
– Pero no me voy a ir sola – dijo. Abrí los ojos sorprendida.
– Estoy embarazada de Ricardo – dijo con una sonrisa.
Al día siguiente en la mañana después del desayuno, me despedí de todos, hasta de los profesores. Todos en fila, más de 20 personas. Nunca les presté atención y ellos vivían conmigo, hasta la hija de la cocinera, una niña de mi edad.
Miré hacia atrás y dije adiós al lugar que me había dado tanta felicidad y tanta tristeza.
amo ❤️