Rosa, una empleada ejemplar
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Dentro de las múltiples actividades emprendidas en mi vida, cuatro años atrás a este relato, decidí abrir una casa de comidas en sociedad con un amigo.
Por mi labor de docente y profesor particular, era contado el tiempo que disponía para dedicarlo al negocio, aunque iba cada tanto.
Ahí me encontré con una petisa despampanante, ayudante de cocina, la cual tiró onda desde el comienzo, sin embargo estaba Rosa de gestos adustos y modales parcos, morena igual que yo, de conversación fácil.
Yo la escuchaba, sin reparar en ella, sólo escuchar y nada más.
Hasta que un día, algo sucedió que cambiaría mi manera de pensar y verla: como lo muy mujer que era.
Llegué apurado al baño, sobre el horario de cierre del negocio, y pasando por el cuarto de cachivaches y usos múltiples, observé por la puerta que no se cerraba bien, a Rosa, de pasada, cambiándose, enfundada en una lencería negra xl tal vez, lo cual, a pesar de ser fugaz, movió algo en mí.
Así las cosas, comencé a cortejarla, incluso yendo a veces a la noche y ofreciéndome a llevarla a su casa, en ocasiones acompañada de su hijo menor.
De esa manera, fui ganando su confianza, hasta que la cité una siesta al horario del cierre, luego de que se retirara el personal, para hablar con ella personalmente.
Allí me esperaba Rosa, que interrogó sobre el asunto en cuestión.
-Rosa, usted me gusta.
No le voy a dar vueltas, afirmé.
Sorprendida, contestó: Pero.
¿vos de mi, estás loco? sonó a pregunta retórica.
-La verdad que no le miento, la deseo desde que la vi el otro día cambiándose (amagó un manotazo).
Tranquila, Rosa.
Quiero hacer el amor con usted, me la quiero coger ya, dije categórico.
Su semblante mutó a mezcla de morbo y confusión.
Le insistí.
La convencí.
La metí en el cuarto de cachivaches.
Le pedí desnudarse lentamente.
Ella quedó de ropa interior, parada frente a mí, con su cuerpo menudo, moreno, con piernas y cola grande, buenas tetas para su edad.
En realidad, aparentaba tener más años de los que tenía, producto de una vida de sacrificios y sufrimientos.
Yo creo que no me llevaba más de diez años.
Me quedé mirándola, disfrutando de su cuerpo exuberante.
Sólo me bajé la bragueta del pantalón, manteniendo la camisa y corbata a pesar del calor.
Introduje mi pene en su boca, con suaves vaivenes, hasta que la calentura me fue ganando por goleada, lo que generó que le cogiera la boca con fruición.
Tras una mamada infernal, le pedí a Rosa que me montara, cosa que hizo de mil maravillas.
Sus ojos cerrados, sus pechos bamboleándose encima mío, dentro de su corpiño negro a punto de estallar, me enloquecieron.
Amasaba sus tetas, apretaba fuertemente sus nalgas, acariciaba su piel; su expresión de tranquilidad, denotaban un placer silencioso.
Luego de bajarse, le pedí ponerse en cuatro, de modo de gozarla en esa posición que tanto me gusta.
-¿Le han dicho que está buenísima? ¿Seguro que no se la coge su marido? Está tan mojada, que me parece que le gusta mi pija, le decía, sin que ella respondiera.
Mis embestidas eran furiosas de a ratos, prendadísimo de sus grandes y duras nalgas.
-¡Tiene un hermoso culo Rosa, qué hembra es usted! Ahora mueváse, cójame la pija.
Lo hacía suave y deliciosamente, con experiencia, una buena cogida de la empleada.
En eso estuvimos, hasta que pude acabar en sus dos poderosas nalgas, salpicando mucha leche caliente.
La atmósfera del cuarto era asfixiante y de olores sexuales.
En otra ocasión, invité a Rosa, a mi casa, donde vivo solo, con la intención de darle un dinero.
Asistió con su hijo, a quien lo dejé jugando en la computadora para de esa manera poder "charlar" tranquilos en mi habitación.
Aquella vez si me desnudé, quería disfrutar bien el momento.
-Tremenda mujer es usted Rosa.
Déjeme decirle algo: es muy mujer.
Y comencé a penetrarla, en estilo misionero.
La visión de su cuerpo bajo el mío, me excitaba fuertemente.
Lo gozaba, porque ella apretaba mi pecho o mis hombros con sus dedos, en señal de placer, sumado a sus casi imperceptibles quejidos.
Su humedad se asemejaba a la de una catarata.
De a ratos, sacaba mi miembro para acariciarle la mojada vulva.
Luego de gozarla un tiempo, me paré haciendo que mamara mi pija, impregnada de sus fluidos.
A la vez, iba preparando su culo para una esperada penetración, alternando entre uno y dos dedos.
Rosa sabía que yo quería "hacerle el culo", o al menos lo intuía.
Fui introduciendo mi pija lentamente, ante cierto temblor de sus nalgas y la obvia contracción del ano.
Parecía con poco uso, lo que me fue calentando gradualmente.
La cogí con furia como si fuera la hembra más sexy del mundo.
Los olores de Rosa, muy particulares, permanecieron en las sábanas por un par de días.
A punto de acabar, saqué mi pene del barro de su sexualidad, para eyacular espesamente en su cara.
Ella, sin oponer resistencia una vez más, hasta tragó creo, un poco de leche caliente.
Después me arrepentí de haber acabado así, no sé porque, así que le di el dinero, despidiéndola rápidamente de mi casa junto a su hijo.
Poco tiempo después, abandoné el emprendimiento, quedando, adheridas a mi experiencia gastronómica, unas historias en el tintero.
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