Salto doble
Cuando decides avanzar en el compromiso con tu pareja, puedes hacerlo de diferentes maneras. A Elena, en su periodo de ovulación le daba por hacer locuras tremendas, pero esta vez concibió con ayuda de su pareja en una gran chifladura..
Elena siempre fue intrépida, comparada con los niños de su misma edad, ni qué decir de las niñas, quienes la envidiaban. Dedicaba buen tiempo al deporte y a aprender, sí, pero no al estudio de sus asignaturas, eso no lo requería, bastaba con lo de la clase y leer los libros de texto. Ella aprendía cosas nuevas. Incluso cuando trotaba quienes la veían pasar con sus audífonos, imaginaban que escuchaba su música favorita, pero ignoraban que Elena oía audios de libros que ella misma había convertido, de PDF a MP3.
Destacó, muy a su pesar porque no le gustaba hacerse notar, por su gran talento discursivo, sobre todo si el interlocutor era inteligente. Aunque no compartieran el mismo punto de vista, ambos quedaban satisfechos porque llegaba una nueva luz a sus cabezas. ¡Ese era el precio que pagaba por la notoriedad!
En sus estudios de posgrado se topó con su media naranja; un profesor muy capaz, tildado de sabio, pero timorato y apagado pues solamente se dedicaba a los asuntos específicos de su área. “¡Eso es lo que yo no logré hacer!”, se dijo al conocerlo y sondearlo en los primeros días pues descubrió que se trataba de un alma gemela a la de ella, pero con una máscara de hosco y huraño a toda prueba que usaba como fachada. En cambio, ella se mostraba ante todos condescendiente y simpática para evitar hacerles sentir el aburrimiento que le causaban la mayoría de sus prójimos y sentía que desperdiciaba el tiempo que podría ocupar en otras cosas.
Sin embargo, descubrió cómo sacar provecho de los insulsos al manipularlos para aprender más de los intereses que movían a la mayoría de los humanos, según su nivel social e intelectual. Casi todos deseaban sexo, incluida Elena, pero los demás eran torpes para conseguirlo y sólo se masturbaban. Ella eligió con quién sería su primera vez y las condiciones para que se diera.
Antonio, su compañero de preparatoria, el mejor parecido y atlético, con fama de seductor experto, sería su efímero auxiliar para romper su himen. Antonio, buen estudiante, le temía a Elena porque la consideraba superior, y temía enfrentársele académicamente. Además, las horribles gafas, la ropa holgada y el peinado infantil que usaba Elena, no la hacían apetecible sexualmente ante sus ojos. Aún quedaba una actividad para concluir la semana.
–Éste es un examen que me pidieron aplicar a todos los alumnos del grupo –dijo el profesor al repartir una hoja con instrucciones y tres problemas aparentemente fáciles, acompañados de tres hojas blancas, a los asustados estudiantes –No teman, no contará para sus calificaciones. Disponen de dos horas para resolverlo, sin calculadora. La solución debe ir en hojas separadas, no mezclen un problema con otro.
La mayoría de los alumnos lo terminó en menos de media hora. Antonio y Elena habían concluido a la hora, pero repasaron sus respuestas y las corrigieron o afinaron en media hora más. Colocaron notas adicionales en el tiempo restante para justificar aún más sus argumentos.
Durante el examen, sólo los distanciaba un pupitre. Ellos se miraban continuamente, pero no era por copiar, ni por nerviosismo, se trataba de que Antonio y ella habían sentido la atracción por las feromonas que emanaban.
Esta atracción inició cuando Elena, “distraídamente”, metió su mano bajo la holgada sudadera para acomodarse el tirante del sostén dejando ver a su compañero la base de su teta y luego subió la mano para enjugar el sudor de su axila. Al terminar esta acción, saco la mano de sus ropas dejando caer el borde de la sudadera y se ocultó la parte del cuerpo a la que estaba atento el muchacho. Elena estiró la mano, como si se desperezara dando un bostezo y agitó la mano aparentando desentumirla.
En pocos segundos, Antonio, sorprendido, comenzó a tener una erección, la cual ocultó con su mano izquierda. Elena sonrió satisfecha por el éxito de su jugarreta. Antonio, de inmediato cambió su percepción sobre Elena, de “la niña infantil” pasó a ser “la mujer deseable” y ella percibió ese deseo que la hizo vibrar resonando con avidez en la misma frecuencia.
–¡Vamos, chicos, que se acabó el tiempo! –dijo el profesor y ambos sonrieron extendiendo las hojas de solución al profesor, quien se retiró de inmediato.
–¿Cómo te fue? –preguntó Elena.
–Espero que bien, el tercero me ocupó más tiempo –contestó Antonio–. ¿Y a ti…?
–Bien, pero tuve que revisar dos veces –contestó tomando sus cosas, agachándose de tal manera que su cabeza quedara casi en la nariz de la presa elegida, quien inhaló y volvió a tener una erección sin poder evitar un suspiro.
–¡Oh! –exclamó Elena al mantener notoriamente la vista en el monte que surgió en las ropas de Antonio y volteó a verlo a los ojos.
–¡Perdón!, es que hueles delicioso… –confesó con el rostro sonrojado y disminuyó la rigidez del miembro instantáneamente.
–A de ser porque tomé el perfume de mi mamá –dijo, sonriendo, sin dejar de mirarlo y pensó “Cayó el león en la trampa”.
Al lunes siguiente, Elena llegó con el pelo suelto, sin las gafas y una blusa elástica que resaltaba su pecho, el cual pocas veces habían apreciado sus compañeros y se sorprendieron más que cuando miraron en el tablero del salón las respuestas a los problemas.
“Fueron preguntas capciosas”, “¿A quién se le iba a ocurrir responder así?”, “Lo bueno es que no cuenta para la calificación”, fueron algunos de los comentarios que se escuchaban, además de “Bueno, Antonio y Elena sí salieron muy bien, pero ellos son así”, refiriéndose al puntaje obtenido que mostraba una lista donde destacaban la máxima calificación que podía obtenerse.
–Jóvenes, por favor tomen asiento –pidió el profesor al entrar. Elena y Atonio se miraron, sonrieron uno al otro (o ¿una al otro y la otra al uno?, ¡pinche lenguaje inclusivo!) y se sentaron juntos.
–¿Para qué pusieron ese examen tendencioso? –preguntó el jefe de grupo quien asumía la inquietud generalizada.
–No es un examen de mala fe –aclaró de inmediato el profesor– fue aplicado a todos los alumnos de la escuela, no sólo a los de este grupo de primero de Bachillerato. Los de tercer año tienen resultados similares a ustedes. Algo parecido ocurrió entre los alumnos de Secundaria. Debíamos seleccionar cinco alumnos que representarán a la escuela en un concurso estatal.
–¿Eso significa que todos estamos muy mal? –arremetió nuevamente el jefe de grupo.
–No. Este examen selecciona a quienes tienen habilidades matemáticas. Se trata de un concurso de Matemáticas. Si fuese un concurso de habilidades musicales o lingüísticas y se aplicara un examen que las detecte, quizá lo aprobaban unos cuantos más, pero serían otros, no necesariamente los mismos. Cada uno tenemos y desarrollamos distintas habilidades. Vamos resolver los problemas –dijo el maestro.
El docente, pidió a Elena que explicara cómo resolvió el primer problema. Después, el profesor explicó con detalle dónde estaba el quid y se escucharon varias expresiones señalando “Estaba fácil” y llamó la atención por qué razón no le era fácil a la mayoría darse cuenta del asunto.
Cuando le pidió a Antonio que resolviera el segundo problema, éste se lució explicando cómo lo mira la mayoría y que el por qué se debía a una mala lectura comprensiva, ahorrándole al profesor la explicación. Otra vez las voces generalizadas “Sí, es cierto, no leímos bien”, “Estaba simple”, etcétera.
En el tercero, el profesor llevó, poco a poco, al grupo a que comprendieran el enunciado señalando que no había otra forma de entenderlo, salvo la mala lectura y el vocabulario insuficiente, cosa común en la gente. En ese momento Antonio entendió la dificultad que tuvo e exclamó “¡Era eso!” mirando a Elena, quien asintió sonriéndole.
–¡¿A ti no te pasó así?! –exclamó horrorizado mirando el apacible rostro de la mujer.
–Sí, también tuve que leerlo más de dos veces –contestó ella para apaciguarlo y no se sintiera inferior, “pobre machito”, se dijo, y lo tomó de la mano.
Al terminar la clase, el profesor les informó que habría una reunión al concluir el turno.
Antonio y Elena, tomados de la mano, acudieron a la sala de juntas de la dirección. Se sentaron juntos y, eventualmente Antonio acariciaba la pierna de Elena quien pensaba “¡pinche pantalón!”, pero se desquitaba acariciando o llamando la atención con pequeños golpes en la pierna de Antonio, cada vez más cerca de su miembro, el cual por fin logró golpear en la zona del glande cuando se comenzó a erguir.
–¡Perdón! ¿Te dolió? –preguntó en voz baja y lo sobó un poco terminándolo poniéndole el pene muy tieso.
–No. No te preocupes. Allí no duele –contestó restándole importancia al asunto..
–¿Dónde sí te duele? –preguntó Elena con picardía.
–¿También me sobarías? –contestó Antonio tomándole la mano y la deslizó en toda la extensión del falo.
Elena la retiró de inmediato poniéndose muy colorada de la cara. “Perdón, señorita, no se enoje. me refiero a hombres y mujeres cuando digo ‘alumnos’, aunque usted sea la única mujer seleccionada”, señaló el profesor, al ver la cara roja de Elena, acostumbrado a sufrir sus llamadas de atención por los micromachismos que con frecuencia comete en el salón.
En ese momento, Elena cayó en cuenta que, entre los seleccionados había un chico de tercero de secundaria y dos de tercero de Bachillerato, todos con un puntaje ligeramente inferior que ellos de primero de Bachillerato. Al concluir, se les dio una lisa con ligas donde podían ver problemas aplicados en los concursos estatales anteriores.
–¿Puedo acompañarte a tu casa? –preguntó Antonio y Elena acalló la inmediata respuesta “’Y por qué no yo a la tuya?”, propia de su carácter feminista.
–Claro, prometo ya no golpearte… –contestó Elena con picardía y Antonio, sonriendo, calló la respuesta “Pero sí sobarme…”
A partir de ese día, con el pretexto de estudiar juntos para el concurso pasaron juntos las tardes de esa semana. Surgieron caricias “accidentales” porque ninguno se atrevía a hacerlo de manera franca. Antonio por temor a molestarla, pues si fuese otra ya habrían tenido sexo; y Elena, porque ya vislumbraba dónde y cuándo sin comprometerse a formalizar una relación, Antonio sólo sería usado para eso.
En el examen estatal, ellos dos y otros cuatro, a quienes no conocían, quedaron en la selección que iría al concurso nacional. Además, durante un mes, los seis tendrían entrenamiento diario. Su forma de vestir fue un poco más arriesgada y tuvo más atenciones que los demás por pare de los entrenadores y sus compañeros, todos hombres. Como podía, evadía a los moscones, pero a Antonio, su objetivo, debía cultivarlo más: hacer que la deseara con lujuria, no con amor. Había poses específicas para él, sin que los demás las percibieran, incluido el que “enfrascada en la solución de un problema” abría despreocupadamente las piernas para dejar ver la tanga que dejaba escapar los incipientes vellos de su sexo y el perfume de mujer que surtía el efecto en Antonio y lo notaba en su pronta erección. Procuraba no ser constante para evitarle distracción, la competencia sería difícil, además que otros dos concursantes de la delegación estaban muy fogueados y Antonio no debía desmerecer ante ellos. Los días en que regresaban, surgieron los besos y las caricias en el automóvil, cuando los padres de uno u otra se los prestaban, todo controlado con mucha medida por ella, incluidas las caricias sexuales. Antonio no se atrevió a ir más allá, a pesar de que una vez ella le pidió que le mostrara el pene y Antonio creyó que era la oportunidad, pero ella le dio un beso en el glande lagrimiante de presemen. “¡Dios, dame fuerzas para no excederme!”, se dijo al saborear sus labios lo que le pareció miel. “Ya habrá oportunidad después, debe ser muy bello para ambos” y le pidió guardarse el aparato.
Llegó la semana del concurso nacional, se daría en la Hacienda de San Miguel Regla. Lugar turístico que ella conoció un año antes vacacionando con sus padres. Hizo una reservación con antelación, pidiendo una cabaña por dos noches, muy separada de las que se ocuparan para los concursantes. El domingo, al llegar, se apartó del grupo para pagar la reservación, aduciendo que se ocuparía por sus padres, quienes llegarían días después.
El martes, al concluir el segundo y último examen, Elena fue por las llaves de la cabaña “de sus padres, quienes llegarían más tarde”, afirmó, mostrando el recibo. Después de la comida participaron en las actividades programadas para los concursantes, en tanto que los profesores estaban en las labores de la calificación y las juntas para precisar los criterios de evaluación.
Cobijados por una misma frazada, frente a la fogata, cantaban, se acariciaban y, de vez en cuando, se besaban. Al caer la media noche los alumnos se fueron retirando a sus respectivas cabañas. Ellos no llegaron a las que les correspondían y sus respectivos compañeros supusieron que continuaban en la fogata. Cuando se se levantaron para irse. Elena le dijo al oído a Antonio “Ésta será nuestra noche” y lo tomó del brazo, alejándose a una zona muy retirada, más allá de donde estaban las canchas deportivas. Antonio, mansamente la seguía, abrazado de la cintura. Metiendo la mano bajo las ropas para acariciar la espalda, sin sostén que molestara. Se acomodaron en una esquina oscura donde no se podían hacer notar y comenzaron el morreo. Cuando Antonio le dio un beso y le subió la falda a Elena, se dio cuenta que ésta tampoco traía ropa interior y se sacó el pene babeante distribuyendo el presemen en el vello de la panocha. ¡Él quería penetrarla ya!
–¿No preferirías, desnudos y en la cama, tomando un vinito? –preguntó ella.
–¡Claro que sí!, pero ¿cómo? –preguntó Antonio tratando de penetrarla.
–Así –contestó Elena mostrándole la llave de la cabaña en cuya puerta se recargaban.
Elena le dio la llave para que Antonio abriera la puerta, lo cual él hizo de inmediato. Elena metió la mano y oprimió el interruptor. Antonio vio una mesa con una botella de vino y dos copas. Las cuales Elena había llevado horas antes, incluso la botella estaba descorchada. Antonio estaba con la boca abierta y Elena disfrutaba el momento sonriendo. Antonio pasó queriendo introducir a Elena, pero ella se mantuvo firme sin entrar. Antonio voleó a mirarla preguntándose por la renuencia de ella para pasar. Elena se mantenía sonriendo, pero con una mirada interrogante y por fin dijo “¿Qué debe hacerse en una Luna de Miel?”, y Antonio entendió que debía cargarla para llevarla a la cama.
Se desnudaron uno al otro entre besos y caricias. Antonio sirvió las copas y, en la cama, brindaron por ellos.
–¡¿Cómo has hecho esto?! –preguntó Antonio dejando su copa en el buró pidiendo explicaciones.
–Te dije que debe ser muy bello para ambos –contestó dejando su copa junto a la del galán y pasó a lamerle el glande para que recordara el momento que se lo dijo.
Con los labios completamente humedecidos por el presemen, besó a Antonio acostándolo para ponerle un condón de los que estaba en el cajón del buró y subirse en él. Lo tomó de la turgencia y repasó el glande por su clítoris. “Esta es una puta consumada, pensó en todo” se dijo Antonio, y de inmediato se giró para quedar arriba de ella, la besó y comenzó la penetración. Elena abrió más las piernas para recibir la lascivia que brotaba por todos los poros del macho, quien no percibió completamente que Elena era virgen. Sólo detectó un pequeño gesto de dolor, pero pronto fue atenazado en su cintura por las piernas de Elena. Se movieron frenéticamente sin separar sus labios, Elena estaba feliz de sentir un orgasmo tras otro y arañó la espalda de Antonio una y otra vez, hasta que a los pocos minutos, el macho soltó un estertor al eyacular, y quedó yerto sobre la hembra, quien lloraba de felicidad.
–Gracias, Toño, fue bello… –dijo Elena y lo rodó hacia la cama.
–Eres una mujer completa. ¿Con quienes habrás aprendido tanto? –externó.
–Internet tiene mucha información, pero la realidad es mucho mejor…– le dijo acariciándole la cara para enjugarle el sudor.
Toño se quitó el condón y detectó un color ligeramente rosado en el exterior y se sentó de inmediato. Elena se corrió un poco hacia la orilla y Antonio pudo mirar una mancha de sangre en la sábana.
–¿Eras virgen? –preguntó.
–Todas nacemos así, ¿no lo sabías? ¡Ja, ja, ja…! –contestó ella soltando una sonora carcajada.
–¡Lo pregunto en serio! –insistió, y Elena se quedó callada movió negativamente la cabeza para resaltar lo improcedente de la pregunta, se levantó y comenzó a vestirse.
–Gracias, estuvo muy bien para mí. Lástima que el final no te haya gustado. Vámonos, para que no pregunten por nosotros –ordenó, lanzándole las prendas a la cama para que él se vistiera.
Al salir, ella cerró y se fue a la cabaña asignada por el comité del concurso.
La participación no estuvo mal, ellos dos lograron medalla de plata cada uno y otro de los integrantes de la delegación estatal obtuvo una medalla de oro que le permitía participar en un entrenamiento para seleccionar a quienes representarían al país en el mundial.
Al regresar a su ciudad, ella se cambió de escuela para quitarse de encima el insistente acoso que tenía por parte de Antonio, quien seguía desconcertado por lo ocurrido. “Está enamorado de ti” le dijo una amiga común. “No es el único”, contestó Elena despectivamente. Pero se quedó pensando que, en realidad, ella no lo amaba, que sólo lo había seleccionado para disfrutar de su primer coito.
Hubo más hombres en su camino, quienes de momento la satisficieron sexualmente, pero ninguno que la atrajera más allá de compañía para una tarde, quizá una noche. Casi todos le parecían vanos, los muy pocos interesantes, estaban casados o eran varios años mayores que ella. Pero en esta ocasión, catorce años después de su primera vez, conoció al doctor Salomón, profesor en la segunda maestría que ella cursó y ahora ya Elena hacía su doctorado. Durante varios meses lo estudió y por fin, decidió abordarlo.
Salomón, dos años mayor que ella, vivía holgadamente pues sus ingresos fuertes provenían de negocios que heredó de su padre, junto con su hermano, quien los administraba. Aunque poseía un par de autos, prefería trasladarse en motocicleta. “¡Anda, éste así evita a los moscones!”, supuso Elena, quien era una buena conductora de autos, pero también de motocicletas.
–Oye, Salomón, ¿perteneces a algún club de motociclistas? –preguntó cuando él se retiraba del Instituto.
–No, ni dios lo quiera, hay cada bicho en ellos… – dijo al montar en su Versys 1000 de seis velocidades, casi nueva.
–¿Ya has montado la Ninja H2, también de Kawasaki? –preguntó Elena con cara de inocente, en el momento en que Salomón iba a arrancar la motocicleta, pero la pregunta se lo impidió.
–Ya, la probé cuando fui a comprar ésta, pero me pareció muy alto el precio por la misma cilindrada –se justificó–. ¿Tú sabes conducir motocicletas?
–Sí, mi padre me enseñó a los quince años a manejar su Harley-Davidson, de mediados del siglo pasado, pero la pude dominar hasta los dieciocho. Las de ahora son más dóciles –comentó viendo el interés de Salomón.
–¿Tienes una? ¡Ésas sí son más caras! –exclamó descendiendo del aparato.
–Yo no, no veo para qué, uso la de mi hermano frecuentemente. Mañana la traigo, al fin que él casi siempre usa el auto –dijo Elena dejando a Salomón anonadado.
–¿Me dejarás usarla? –preguntó entusiasmado.
–¡Claro! Al salir de aquí vamos a pasear un poco, yo en la tuya y tú en la Harley – le dijo besando su dedo índice y colocándoselo en la nariz como despedida.
Al día siguiente, lo primero que ella hizo fue ir al cubículo que Salomón compartía con un colega. Apenas le abrió, ella preguntó “¿Puedo dejar mi casco aquí para no andarlo cargando?”. “¡Sí, pasa!”, contestó y se quedó maravillado con el color y decorado del casco. ¡Era claro que pertenecía a una mujer!, por lo demás, era de fibra de carbono, con intercomunicador y posibilidad de instalar cámara, que seguramente también poseía su hermano.
–¿Dónde venden cascos tan coloridos y decorado tan femenino? –preguntó Salomón.
–El casco se puede comprar, seguramente donde compraste el tuyo. El decorado artístico es diseño mío, pero el trabajo de llevarlo a la realidad, fue de un artista amigo mío –contestó Elena antes de despedirse para acudir a sus actividades académicas.
Salomón estuvo contemplando los verdes y lila que servían de fondo al decorado principal de tres Mariposas Monarca cuyas alas eran de color oro viejo apagado, los blancos eran nacarados, ¡una obra de arte! Mientras lo manipulaba se dio cuenta que las nervaduras negras de la mariposa contenían frases con letra muy pequeña y apretada. Las leyó y le parecieron de historias conocidas, pero no identificó de dónde eran. El trabajo tan detallista, le hizo preguntarse sobre Elena, era una chica bella, muy brillante en las áreas de cómputo, fisicomatemáticas y biología, pero también poseía una gran veta artística.
Cuando se dio la hora de salir a comer, fueron por sus motocicletas. Intercambiaron llaves, colocaron los intercomunicadores de sus cascos en la misma frecuencia y partieron a comer hacia Texcoco. No era necesario regresar al Instituto. Durante el camino platicaron un poco. Salomón se dio cuenta que Elena tenía mucho mayor pericia que él en el manejo del ruidoso armatroste, lo cual le resultó admirable pues él también aprendió a manejar la motocicleta al salir de su adolescencia.
–¿De dónde son las frases que forman las nervaduras de las mariposas en tu casco? –preguntó Salomón.
–Son de “Diarios de motocicleta” de Guevara. ¿Nunca viste la película con Gael García que tenía ese nombre? –preguntó Elena.
–Sí, pero no recuerdo casi nada –contestó él con cierta vergüenza.
–¡Ah pilín! Fuiste al cine, pero no te acuerdas. Seguramente fuiste con tu novia y hacían lo mismo que nosotros, pero yo siempre he tenido un ojo al gato y otro al garabato –expuso jocosamente Elena–. Eso significa que eres apasionado con las novias, ¡ja, ja, ja!
Slomón guardó silencio, pues recordó que nunca fue afortunado con las muchachas.
–¡Aló, aló! ¿Me escuchas? –preguntó Elena quien pensó que había fallo en la comunicación.
–Sí, sí, te oigo, pero ya llegamos a la zona de los puestos de comida. Déjame pasarme adelante y me sigues –ordenó antes de rebasarla.
Pidieron de comer sopa de médula y un par de tacos de barbacoa. Para tomar, Elena pidió un curado de tuna.
–¿No se te subirá el pulque? –preguntó Salomón preocupado.
–¡Qué se me va a subir! Pide tú lo que gustes, si te marea esta bebida, también hay tepache –indicó Elena, restándole importancia al comentario que hizo Salomón.
Platicaron de sus vidas, sus parientes, sus intereses y más. Ella se enteró de la “mala suerte” que tenía Salomón en el trato con la gente lo que le impidió tener amigos y novias. Ella corrigió inmediatamente haciéndole ver que eso se debía a que él no deseaba comunicarse y se escondía en sus estudios y su trabajo. “Vete a las zonas de atención al público de alguno de tus negocios, a trabajar un rato y exponerte al trato con la gente. Te darás cuenta que es puro choro lo que dices de tu mala suerte en la comunicación”, le sugirió Elena y Salomón se supo descubierto, pero lo alegró que ella pudiera asomarse en sus pensamientos, sentimientos y traumas psicológicos con facilidad.
Más tarde, cuando pagaron el consumo, Salomón volvió a insistir: “¿Te sientes bien? ¿No se te subió?”
–Obviamente estoy bien. Sí me gustaría que se me subiera algo que quizá sea inalcanzable… –le dijo tomándolo suavemente de la barbilla– Te invito un café árabe en mi casa. ¿Vamos?
Salomón sintió la caricia con mayor intensidad que el beso depositado en la nariz con el dedo que ella le dio el día anterior. “Yo te sigo. Cada quien se va en su vehículo”, contestó e intercambiaron llaves otra vez.
El retorno fue más lento, pero la plática continuó. Tampoco le fue muy bien a Salomón pues versó sobre deportes que practicaban o habían practicado en la juventud. Salomón sólo natación, clavados, tenis y gimnasia. Elena nunca había tomado una pelota de tenis y la gimnasia le parecía que requería mucho tiempo, por eso la abandonó desde niña; al igual que él, no participaba casi nunca en juegos de equipos. También practicó natación, clavados y buceo, sin pena ni gloria, fue pentatleta con rendimiento no tan mediocre, aunque sí destacó en parkour, parapente y lanzamiento en paracaídas, “Si es que a esto último se le puede llamar deporte”, concluyó con voz despectiva. “¿Por qué no? Algunos dicen que el golf es deporte…”, señaló Salomón.
–Aunque no sea deporte, el lanzamiento en paracaídas ha de ser muy emocionante –supuso Salomón.
–¡Sí, es padrísimo! ¿Te atreverías a ir conmigo? –preguntó Elena muy emocionada.
–Sí, me atrevo. ¿Es la misma sensación que el parapente? –preguntó en un alto, mirándola a los ojos, pues ambos traían la pantalla del casco levantado en la ciudad.
–No, lo único en que medio coinciden son los paisajes grandiosos que puedes ver. El parapente requiere de mucha destreza y fuerza para manipular en las rachas de viento sorpresivas, es peligroso.
–¿Te da miedo cuando vuelas?
–Ya no lo practico, mi padre me pidió que lo dejara y le di la razón –señaló Elena y completó–, al fin que ya había satisfecho mi curiosidad.
–Bien, hemos llegado a casa –señaló Elena al introducirse en una pequeña cerrada.
La entrada tenía una gran reja con adornos, de hierro forjado y abierta; en la parte central coronada con un letrero, también en hierro: Quinta Elena. Ella se detuvo frente a un portón y, extendió la mano con el control remoto para abrir la puerta.
Se trataba de una casa de una planta en el centro de un terreno grande con el jardín rodeándola. En el lado izquierdo, y en el derecho estaba un límite hecho con arbustos florales, con varios pasos de arcos, que comunicaban a las viviendas contiguas. En el frente había un cobertizo que cubría el espacio para los autos y anexos los cuartos que servían de vivienda de bodega para las herramientas y un pequeño taller; zona que Salomón había creído viviendas de la servidumbre, pero esas estaban en un edificio de la acera de enfrente donde los departamentos inferiores eran para los empleados.
–Esa es de mi padre –señaló Elena levantando la cubierta dejando ver una motocicleta antigua, reluciente y en muy buen estado–. En ella aprendí, dijo orgullosa.
–¡Con razón manejaste estas otras motocicletas con tanta facilidad! –exclamó Salomón, mirando arrobado el pesadísimo aparato.
Volvió a cubrir la motocicleta del padre y también puso la cubierta a la de su hermano. Entraron a la casa y los recibió la mucama, una señora mayor de 50 años.
–¡Hola Rosy! Te presento al doctor Salomón, mi maestro –dijo Elena, señalando a su acompañante
–¡Mucho gusto, profesor! –expresó la matrona, extendiendo la mano para saludarlo.
–Al contrario, señorita, el gusto es mío –señaló Salomón saludándola estrechándole la mano.
–No la ofendas, es señora, su hijo pronto será licenciado –aclaró Elena–. Le invité un café árabe al doctor, ¿nos lo puedes preparar?, por favor –le indicó a la sirvienta.
–¡Claro que sí, niña! –exclamó Rosy gustosa–. Con su permiso, doctor –dijo haciéndole una pequeña caravana a Salomón quien correspondió de la misma manera.
–¡Vaya!, cómo me acordé de mi casa cuando vivían mis padres –declaró Salomón, sentándose desparramadamente en el sillón.
–¡Oh!, cuánto lo siento. Yo misma me pregunto qué pasará cuando termine esta felicidad de vivir en familia –dijo Elena con melancolía.
–Ya vendrá otra familia y el nombre de la entrada a la quinta aún servirá de identificación, pues supongo que tu mamá también será Elena –aventuró Salomón.
–¡Ja, ja, ja! Sí, nos llamamos igual, aunque la reja se hizo cuando nací yo, y mi papá me decía que la quinta era mía y de mi mamá. Después llegó mi hermano –explicó Elena en el momento que llegó el café–. También Rosy ya estaba en la quinta cuando yo nací, ¿cómo no querernos tanto? –y lo enfatizo acariciando a la señora, quien también acarició a Elena.
–¿Lo toma solo, o con azúcar, mascabado o miel? –preguntó solicita Rosy.
–¿Es miel de abeja? –preguntó el doctor.
–¡Claro!, de Apis mellifera, no las cosas que son jarabe –precisó Rosy sonriendo y regresó con una charola con la miel y unas pastas
–Si tanto vaticinas que “ya vendrá otra familia”, ¿qué esperas para la tuya? –preguntó Elena y a Salomón se le atragantó el café.
–¡Cof, cof, cof… ¡Perdón! –expresó Salomón y extendió la mano para tomar el vaso de agua que le ofreció Rosy, saliendo quién sabe de dónde, dejándolo más asombrado
–Tome con calma, doctor, el café árabe es muy fuerte –dijo Rosy y se retiró.
–¿Qué pasó? –preguntó Elena.
–¡Que me agarraste fuera de lugar! No se vale… –se quejó el doctor –ese es un punto que me tiene dando vueltas y me llena de tristeza. Me conformo con interactuar, a veces, con la familia de mi hermano, pasear a mis sobrinos en la moto o llevarlos de paseo a remar, pero… ¿qué pasará después? ¿Volveré a estar solo, otra vez sin familia?
–Pues claramente fue una puya, pero no fue por venganza, es que yo tampoco sé qué será de mí, ¿me encerraré en una universidad o en un centro de investigación? Para allá apunta mi derrotero –confesó Elena.
–¡Pues debemos hacer algo! Yo estoy igual, pero hoy me di cuenta que debo salir a reuniones con los amigos. ¡Uy! ¿Pero cuáles amigos? –señaló golpeándose la frente con la palma de la mano– Bueno, acudiré a fiestas para conocer amigos y amigas. ¡Eso habrá de cambiar mi aburrimiento al menos! –expresó con firmeza.
–¡Bien! Para empezar, yo puedo invitarte a algunas, aunque no es garantía de encontrar algo más que diversión, pero es un buen comienzo –señaló Elena, sabedora que Salomón difícilmente encontrará algo mejor que sexo.
–¡Hecho!, el sábado comenzamos. ¿Tienes una reunió para ese día u organizamos una en mi casa? –preguntó Salomón.
–Me parece que conviene más hacerla aquí. ¿De qué tipo la quieres? –aseguró Elena tomando cuenta que Salomón no tenía idea de esto.
–¿Más café o quieren algo de cenar? –preguntó Rosy.
–Si, otro café, por favor –contestó Salomón.
–Yo también, café y más pastitas. Acabamos de comer, pero ya puedes descansar, si nos da hambre, vamos a la plaza cercana. Gracias –contestó Elena, pero le insistió a Salomón–. Entonces, ¿cómo quieres la reunión?
–Una reunión bohemia –recordando sus días preparatorianos–, yo traigo mi guitarra y, si quieres, también traigo mi teclado. Pero tú pones a los invitados –precisó Salomón, ya que él no sabría a quienes invitar.
De inmediato Elena pidió permiso para traer una guitarra. Salió por donde habían entrado y fue a una de las casas vecinas, la de ella, pues la otra es de su hermano. Rosy regresó con los cafés y se sentó a platicar con Salomón. Ella le confesó que era la primera vez que Elena traía un amigo a casa de sus padres. “Sí lo ha hecho a su casa o ellos vienen a verla allí, pero no aquí. Sino aquí junto, que es a donde ella fue por la guitarra”. También mencionó que “La niña sabe tocar varios instrumentos, obviamente el piano, ha de ser usted así, por lo que escuché”. No hubo más pues Elena regresó con un estuche del cual sacó la guitarra.
–A ver, qué tipo de canciones te sabes… –le dijo Elena, extendiendo el instrumento hacia su profesor.
–Sé rancheras, como todos los mexicanos, boleros, trova y cosas así –dijo mientras verificaba la afinación.
–Quiero que cantemos juntos “Gracias a la vida”, de Violeta Parra, si es que te gusta. A mí me encanta cuando se la escucho a mi mamá –aclaró Elena.
–¡Qué bien!, también era la favorita de mi mamá. Yo la tocaba y mis padres la cantaban a dúo –comentó emocionado Salomón y comenzó a tocar.
Cantaron juntos y fue catatónico pues a Salomón se le resbalaban las lágrimas, pero no desafinó. Al terminar, Rosy aplaudió emocionada.
–¡Ay, mis viejos! Te felicito porque tú aún tienes a los tuyos –dijo limpiándose las lágrimas y le regresó la guitarra Elena, quien, sin más, tocó y cantó el bolero “Deja que salga la Luna”, de José Alfredo Jiménez.
Cantaron muchas más y Rosy trajo unos bocadillos, pero también una botella de Tequila y dos vasos.
–No, gracias, prefiero un jugo de naranja o un vaso de vino –explicó con amabilidad Salomón.
–Bueno, el Tequila será para mí, porque la niña tampoco lo toma, ahorita le hago el jugo, profesor –y se retiró a la cocina.
–Mientras, yo traigo el vino –aseguró Elena–. ¿Blanco o tinto? ¿Espumoso? –preguntó desde la cava.
–Tinto o del que tú tomes –dijo simplemente Salomón, volviendo a afinar la guitarra, en tanto que se escuchaba el exprimidor en la lejanía.
Rosy le dio el vaso de jugo a Salomón y se sentó atrás con su tequila en la mano. “Vente acá Rosy” le pidió Elena señalando un sillón. “No, niña, ya no tardan sus papás. Con usted sí estoy donde me lo pida, pero no me gusta hacerlo con sus padres”, dejando ver que tenía presente su subordinación, a pesar de la confianza y antigüedad con ellos.
Tocaron una más y se escuchó el ruido de un motor que entraba en la cochera, eran los padres de Elena, quienes al abrir la puerta se mostraron sumamente extrañados por la escena, ya que, por lo general, ella no llevaba a nadie a esa casa, pero les dio mucho gusto ver a su hija departiendo alegremente. Se hicieron las presentaciones de rigor.
–Sea usted bienvenido, doctor, continúen, no los estorbaremos –dijo el padre.
–¡Ah! ¡No!, lávense las manos y vengan a cantar con nosotros, hasta Rosy está cantando –aclaró Elena.
Cuando los padres regresaron y se sentaron con sus respectivas bebidas, Elena dijo que cantarían la primera pieza con la que habían iniciado la velada, y volvieron a cantar “Gracias a la vida”, pero al terminar, Salomón propuso volverla a cantar y que cada quien cantara una estrofa solo. Elena se fue al piano y cantaron
–Como somos cinco y las estrofas son siete, habrá dos personas que cantaran a dúo las últimas dos. Obviamente ese dúo será de ustedes dos, por favor, es muy importante para mí –dijo Salomón y los padres de Elena, aunque extrañados aceptaron.
–¡Si! –exclamó Rosy alegre, recordando los motivos de la catarsis del doctor y el evidente significado. Bien, inicia Rosy, luego va usted señora, le sigue su marido, entro yo, sigue Elena y terminan ustedes juntos –organizó Salomón.
La melodía fue un éxito, aunque en la última parte Salomón terminó llorando nuevamente y, después de tomar un gran trago de vino, explicó a los padres el porqué de su llanto.
–Pues antes de que se me venza el tiempo, yo cantaré una para mi esposa –dijo el padre de Elena, haciéndose de la guitarra y le cantó “Sabor a mí”, de Álvaro Carrillo, a doña Elena.
Todos aplaudieron mientras ellos se besaban, y Salomón volvió a soltar un par de lágrimas, recordando a sus padres. “Pues yo también quiero cantar una canción con mi niña”, dijo doña Rosy, dándole la guitarra a Elena quien entendió cuál era la canción: “Los tres cochinitos” de Francisco Gabilondo Soler. Ahora, al terminar, las de las lágrimas y los abrazos fueron de quienes cantaron, mientras que los demás aplaudían. Hubo otras canciones más, todas cantadas con alegría.
–Bien creo que ya practicamos para la reunión del sábado –externó Salomón.
–La reunión será en mi casa, aquí junto. Pero creo que aún tenemos que practicar usando las dos guitarras y tu teclado, ¿te parece bien el viernes? –preguntó Elena y Salomón asintió.
–¿Y a nosotros tres nos van a invitar? –preguntó doña Elena.
–¡Claro, mamá! Ya verán que se pondrá muy buena… –afirmó promisoriamente Elena.
Un poco más tarde se despidió Salomón agradeciendo la hospitalidad. Todos se despidieron efusivamente de Salomón, quien se sentía nuevamente en familia. “Aquí tiene su casa, doctor, venga cuando quiera”, dijo el padre y le dio un fuerte abrazo a Salmón, las tres damas se despidieron de beso, pero el abrazo de Elena y su maestro, a las claras fue más cálido.
–¡Qué agradable muchacho! ¿Está soltero? –preguntó la madre.
–¡¿Qué te importa?! –reclamó el padre.
–¿Cómo no me va a importar?, si es mi hija y se está acercando a su fecha de caducidad de mujer. ¿No quieres conocer a tus nietos? Esta niña sólo usa a los hombres y los desecha como si fueran toallas sanitarias…
–Es su vida, no la tuya, ¿verdad, hija? –expresó el padre.
–Así es papá, gracias por tu apoyo. Aún nos falta más de un año para conocer bien a Salomón y obviamente no está para tirarlo, si no, no lo hubiese traído a esta casa, me lo hubiera llevado a la mía. Ya veremos, tómenlo con calma… –dijo Elena, al guardar la guitarra en su estuche y se despidió de los tres.
Cuando terminó la discusión llegó Rafael, el hermano de Elena. “Sospecho que me perdí de algo importante” “De nada, ya conoces a tu mamá”, contestó el padre. “Si quieres saber de qué, te invito a una reunión el sábado a la casa de tu hermana, trae a tu novia, va a estar bueno el ambiente”, dijo la madre. “Pues aquí hubo un ensayo para la fiesta del sábado y nos quedó muy bonito, no vayas a faltar, mi niño”, dijo doña Rosy. Por otra parte, al día siguiente, Elena les extendió la invitación para la reunión de sábado al pequeño grupo de estudiantes, compañeros de la generación del posgrado, con la esperanza de que algunos fueran a esa reunión, a “pasarla bien”, para que no fueran todos desconocidos de Salomón.
El viernes en la tarde, llegó Salomón a la casa de Elena llevando en su automóvil grande su guitarra y su teclado. Elena le abrió la puerta de su cochera para que él metiera su auto. Efectivamente, era la casa aledaña a la que él había estado días antes, sólo separadas por un seto vegetal con flores y con lugares de acceso en entre ambas casas. Salomón y Elena se saludaron con un beso en la mejilla, aunque ya habían intercambiado un “Buenos días”, en la mañana. Metieron los instrumentos a la casa, se pusieron de acuerdo en qué piezas tocar.
–¿Qué quieres tomar? ¿Café, jugo o vino? –preguntó Elena.
–¿De qué hay jugo?
–Supongo que naranja, toronja, zanahoria, betabel y verde –contestó Elena.
–Café, para empezar–contestó Salomón–, americano, por favor –precisó y Elena sonrió antes de tomar el interfono y pedírselo a Rosy –. ¿Qué te causó risa? –preguntó Salomón con un ligero tono de molestia.
–En un momento traerán el café. Cuando preguntaste por las opciones del jugo y pediste un café, recordé aquello de “¿Tiene leche fría?”, después de escuchar la afirmación, dice “Caliénteme un poco” –explicó Elena y tomó su guitarra para iniciar con la primera canción.
Salomón entendió la contradicción y se molestó con él mismo un poco, entendiendo que a ella no se le escapaban los detalles, ni tenía piedad para desnudar las contradicciones. Tres horas después ya tenían un buen repertorio para la reunión del día siguiente, a la que los invitados estaban citados a partir de las nueve de la noche.
Como lo que esperaban Salomón y Elena, hubo muchos jóvenes de la edad de ellos en la reunión y estaban algo apretados. Pero, además, sus padres invitaron a otros familiares para pasar un buen rato y tal como él padre previó, eran más personas de los asientos que disponía el recinto en la sala de Elena, por lo que éste había ordenado en la tarde que se llevaran sillas, mesas y camareros, además de bocadillos y bebidas suficientes al jardín de la casa central de la quinta, donde se improvisó además una fogata. Todo esto se acomodó en tanto que se cantaban las primeras canciones en la casa de Elena.
Cuando llegaron los familiares, quienes habían sido citados un poco más tarde, los fueron instalando en el jardín, además de un equipo de sonido.
–Buenas noches, su atención por favor –dijo el padre a la concurrencia en la casa de Elena cuando concluyó una canción– disculpen la interrupción, pero cometí un exceso de confianza cuando le pedí a Elena su permiso para invitar a algunos amigos y parientes. Ya no cabemos aquí. Así que les pido que pasemos al jardín donde ya están instalados unos asientos para que quepamos todos sin quedarnos de pie.
La gente se sorprendió cuando salieron al jardín y les dijeron “pasen por aquí”, por uno de los arcos de setos florales que comunicaba al jardín de la casa adjunta. Allí, la madre les dio la bienvenida. Salomón quedó sorprendido sobremanera.
–Discúlpeme, doctor, pero como la otra noche estuvimos muy alegres, le pedí permiso a Elena para invitar a otras personas de nuestra familia y ¡casi todos confirmaron su asistencia hoy en la mañana!, le dijo el papá.
–No se preocupe, yo me considero un invitado más, aunque de los primeros que confirmé mi asistencia… –sonrió socarronamente Salomón.
La reunión fue alegre, casi todos participaron cantando, otros invitados también tocaron. En otras palabras, fue un éxito rotundo. Salomón departió feliz y conoció a muchos de los familiares de Elena, además de que los alumnos del posgrado lo conocieron a él más allá de la frialdad que ellos suponían en su profesor. Desde ese momento, el doctor resultó ser un infaltable a las fiestas, reuniones y paseos que los alumnos organizaron, fuese en conjunto del grupo, o en actividades más reducidas y personales. Aunque Salomón siempre pretendía incluir a Elena en todas las actividades a las que él era invitado, ella no siempre podía acompañarlo, pero más precisamente, ella quería que se desenvolviera solo y se retrajera de la tristeza en la que él se había sumergido cuando perdió a sus padres.
Elena concluyó su grado con las más altas calificaciones, por el resultado obtenido en su tesis doctoral, además de haber participado muy atinadamente en otros proyectos de investigación, y por ello recibió una invitación para ingresar a la planta de docentes investigadores del centro de investigación donde había estudiado. Aunque la contratación no era definitiva, sabía que podría lograr concursar por una plaza donde sí lo fuera.
–Bienvenida, doctora –le dijo Salomón al instalarla, por órdenes del director del centro de investigación, en el cubículo que sería de ella y le besó la mano– quiero invitarte el sábado en la noche a mi casa, a que conozcas a mi familia.
La familia de Salomón se reducía a su hermano, la esposa y los hijos de éste.
–¿Es tu novia, tío? –preguntó uno de los sobrinos adolescentes.
–No, pero cuidadito y “le eches los perros” –contestó el doctor, riéndose. Todos rieron, pero Elena sólo sonrió.
Cenaron y departieron alegremente. Al terminar la velada, Salomón llevó a Elena a su casa, pero antes se detuvo en un jardín cercano y la invitó a caminar. Se detuvo, la tomó de la cintura para hablarle formalmente.
–Antes de que mi sobrino o alguien más me gane, quiero pedirte que seas mi novia… –dijo poniendo su frente sobre la de ella.
–Acepto –dijo sin más, y vino el beso…
Caminaron un poco, abrazados. Volvieron a subir al auto. Recorrió las pocas calles que faltaban para entrar en la quinta y detuvo el carro frente a la entrada de la casa principal.
–La siguiente puerta es la de mi casa –señaló Elena.
–Pero yo quiero entrar en ésta –dijo Salomón antes de bajarse para abrirle la puerta del auto a Elena.
Elena bajó y tocó el timbre de la puerta, pues no traía el control que usaba en su auto.
–¡Es la niña Elena! –exclamó Rosy en el interfono al verla en la pantalla y apretó el botón para que se abriera la puerta–. ¿Se le olvidaron sus llaves? Le preguntó cuando le abrió la puerta de la entrada a su casa.
–No, las de la mía sí las traigo, pero Salomón quería entrar aquí –le contestó a Rosy y detrás de ella estaban los padres.
–¡Bienvenido, doctor! ¿Pasa algo? –preguntó el padre intrigado por el comentario de Elena.
–Buenas noches, ¡Qué bueno que estén despiertos! Quiero hablar con ustedes. –les dijo a los asombrados padres quienes voltearon a ver a Elena, quien tenía un gesto de asombro con los ojos muy abiertos, pero la boca cerrada apretadamente preguntándose lo mismo que ellos: “¿Qué quería decirles Salomón?”
–Con gusto, tomen asiento –dijo solícito tomando la mano de su esposa.
–Gracias. Sé que nosotros no somos adolescentes, pero hace rato, la pregunta de un adolescente me hizo entrar en razón –dijo Salomón, tomando la mano de Elena– deseo que sepan que, desde hoy, ella y yo somos novios.
–¡Magnífico! –exclamó la mamá. “¡Por fin, un novio!” dijo Rosy.
–Me siento muy extraño, antes, sí, cuando éramos adolescentes, pedíamos autorización del noviazgo a los padres –dijo el papá– ¿Te acuerdas, Nena? –preguntó a su esposa, quien apretó la mano del esposo y la besó, soltando unas lágrimas.
–Espero no estar haciendo el ridículo por mi anacronismo, pero para mí es muy importante informárselos. Ahora yo también tengo a mi Nena –dijo Salomón besando la mano de Elena y soltó el llanto.
–También su padre le decía “Nena” a su madre, ¿verdad? –preguntó doña Rosy, adivinando el motivo del llanto de Salomón, quien, sin dejar de llorar, sólo afirmó con la cabeza.
–¡Vamos, vamos, Rosy! Trae el coñac para celebrar las coincidencias, es sólo la notificación de un noviazgo, no una petición de mano –exclamó el padre.
–Sí, les está avisando por si resulta un embarazo… –dijo Elena divertida y todos rieron, pero doña Elena dejó escapar un “¡Ojalá!”, que, aunque fue tenue, todos lo escucharon–. Pero yo sé cuidarme, no teman.
Brindaron por los nuevos novios y al poco tiempo Salomón se despidió con un hasta pronto.
–Hasta mañana –dijo Elena a sus padres, y salió a despedir a Salomón.
–¿Te parecí muy ridículo con lo que hice? –preguntó seriamente el doctor.
–¡No! ¿Qué no viste la alegría de mis padres? –dejando claro que el comportamiento fue perfecto–. Sé que eres muy diferente a los demás, por eso te quiero.
–Yo te amo… –contestó Salomón dándole un último beso.
–Pues yo aún no te amo, pero sé que pronto podré hacerlo… –contestó enigmáticamente Elena y cerró el portón.
A partir de ese día, procuraban estar la mayor parte del tiempo juntos. Salían en la motocicleta los fines de semana, alternándose al manejar. Una ocasión subieron a un pequeño cerro, hasta donde les permitió la vereda. Extendieron un poncho de lana que sacó Salomón de las alforjas donde se hallaban los impermeables y se sentaron abrazados a ver el paisaje. Pronto vinieron los besos apasionados. Se quitaron las chamarras y las botas. Salomón metió las manos bajo la blusa de Elena quien de inmediato se la desabotonó. Salomón batalló para subir las copas del sostén y se puso a mamar. Elena interrumpió para quitarse las prendas superiores y Salomón pudo disfrutar el pecho plenamente, sin estorbos. Elena le acariciaba la cabeza y sintió en el regazo la gran erección de su novio. Bajó la mano para corroborar y le apretó el pene. Salomón se excitó aun más y desabrochó su cinturón y el de su amada. Ambos metieron sus manos al sexo del otro y, después de tallar apasionadamente y sin dejar de besarse, las sacaron para oler el aroma del amor.
–¡Te amo, mi Nena! –exclamó eufórico Salomón antes de chuparse los dedos.
–¡Yo también te amo! ¡Eres lo que yo esperaba! –gritó y se lamió los dedos llenos del presemen– ¿Te quieres casar conmigo? –Le espetó a Salomón.
–¡Sí, sí quiero ser tu esposo, mi Nena! –contestó Salomón feliz.
A pesar de haber un poco de frío, se desnudaron e hicieron el amor. Una niebla los cubrió. Los orgasmos de ambos se sucedieron varias veces y se vistieron cuando la niebla desapareció. Salomón tomó su teléfono y le habló a su hermano para ponerlo al tanto del compromiso que había adquirido con Elena, pidiéndole que lo acompañara esa noche para que él fuera a pedir la mano de Elena a sus padres.
–Sí, corrijo: pedir para mí la mano, tú eres el indicado – Elena reía divertida y feliz–. Bueno, será mañana, si es que ellos pueden, o cuando ellos puedan recibirnos, yo te digo al rato.
Se montaron a la moto y regresaron platicando a través del intercomunicador en sus cascos.
–¿Dime una cosa, Nena?
–¿Sí, cuál…?
–¿Te gustó cómo te amé?
–¡Claro! Supongo que a ti también, ¿o no? ¿Por qué lo preguntas? –inquirió dudosa.
–Es que… Te confieso que fue mi primera vez, por eso. Sólo me dejé llevar por lo que sentía desde que te besé las tetas –declaró con temor–. ¡Pero me encantó!, y quiero seguir haciéndolo contigo, mi Nena.
–¡Yo también quiero seguir haciéndolo contigo, mi amor! Salvo mi primera vez, que fue hace muchos años, luego te cuento cómo fue, nunca lo hice enamorada; así que, para mí, ésta también fue mi primera vez –confesó.
Cuando la dejó en su casa, le pidió que les preguntara a sus padres “si podrían recibirlos a él y a su hermano, a la noche siguiente, o cuando puedan”. “¡Claro que les preguntaré!” contestó ella. Al cuarto de hora, recibió un mensaje de texto, acompañado de una foto de sus padres platicando de pie. “Estas personitas, se hacen cruces sobre el porqué de tu prisa por hablar con ellos”.
–¿A qué hora será bueno llegar?” –preguntó Salomón, después de marcar el teléfono.
–Es a cenar, yo te recomiendo que a las siete y media para que hablen antes y les demos chance a Rosy para que ella estime el tiempo de cocción y esas cosas de la cena –precisó Elena.
–Bien. En este momento le aviso a mi hermano. Hasta mañana, Nena –se despidió Salomón.
A la noche siguiente, Salomón pasó por su hermano, quien ya lo esperaba.
–¡Muy bien! Te pusiste traje. Eso quiere decir que va en serio la cosa… – dijo sarcásticamente el hermano
–¡Claro que va en serio! ¿Acaso crees que te molestaría si no fuese importante? –retobó Salomón.
–Entonces ya pensaste en todo. ¿Traes el anillo de compromiso? –preguntó el hermano mostrando una sonrisa de vencedor
–¿Hay que darlo en este momento? –preguntó sorprendido.
–No, generalmente se da cuando solicitas a la novia que se casen, o cuando los padres aceptan darte la mano.
–¡Zaz! Mañana la llevo a la joyería para que lo escoja y punto.
–¡Ay manito! Eras el consentido de mami y ella siempre me pedía que yo hiciera las cosas difíciles por ti. Sabiendo eso, traje uno para que se lo des –dijo el hermano mostrando un estuche algo opaco y lustroso–. No es muy costoso, pero, para ti, será gratis.
–¡Qué te pasa! ¿Qué tal si no le gusta? –preguntó Salomón angustiado.
–Mira, si está enamorada, te acepta hasta el aro de una lata de cerveza, no te preocupes –dijo el hermano al bajarse del auto–pero te aseguro que no habría uno mejor que éste–y le dio el estuche que Salomón abrió y miró la joya quedándose perplejo por el recuerdo–Se lo pedí a mi papá para pedirle matrimonio a mi esposa y él se negó. ¿Sabes lo que me dijo?, “niñito chiquiado”?
–No sé que te haya dicho, pero si no quiso dártelo, será mejor que lo guardemos. Mañana la llevo a comprar uno –dijo con tristeza recordando que el bisabuelo paterno se lo regaló a su esposa al pedirle matrimonio; lo mismo hicieron su abuelo con su abuela y su padre con su madre por lo que trató de regresarle el estuche al hermano.
–Mi papá me dijo que mi mamá lo quería para quien fuera tu esposa, por eso no me lo dio a mí. Así que hay que cumplir con la voluntad de mamá… –contestó sonriente el hermano encerrando el estuche en la mano de Salomón, quien comenzó a llorar.
Una vez que Salomón se calmó y secó su llanto, tocó el timbre. De inmediato se abrió la puerta y Elena estaba esperándolos allí.
–No entendí por qué no tocaban. Me asomé a la pantalla cuando escuché tu auto; vi cuando se bajaron y hablaron, luego se me salieron de cuadro y me vine volada –contó Elena.
–Buenas noches, lo que pasa es que a Salomón se le había olvidado el anillo –explicó el hermano.
–¡Ay, no seas mamón! Lo importante es lo que ustedes van a decir, anillos tengo muchos, o lo puedes dar después si te es tan importante –precisó Elena.
–¡Ay, Nena! Si tú supieras… –dijo Salomón, enjugándose una furtiva lágrima que se había quedado atorada e inició la introducción a la casa.
Adentro los esperaban los padres, el hermano de Elena y doña Rosy. “¿Ya viste que están con traje?”, le susurró el hermano a Salomón. “Sí”, contestó con igual tono. Después de las presentaciones, el padre le preguntó al hermano sobre su trabajo a lo que éste contestó “Administro una firma que tiene varios negocios” y dio ejemplo de algunas actividades que él realiza, así como la clase de negocios de la firma.
–Las ganancias de la firma se dividen por igual entre mi hermano y yo, aunque él prácticamente reinvierte todo. Espero que ahora sea algo diferente y use una buena parte en lo que requiera para ser feliz y no un ratón de biblioteca o laboratorio –expresó, haciendo saber que su hermano Salomón poseía recursos suficientes para mantener a su futura esposa.
–¿Usted es la única familia que tiene Salomón? –preguntó la madre.
–Sí señora, por esa razón él me pidió que viniera. Y aprovecho el momento para solicitarles formalmente la mano de su hija para que se case con mi hermano Salomón –si es que ustedes no tienen inconveniente.
–¡Uy, por mí encantada! No sé que diga mi marido, pero creo que quien tiene que aceptar es Elenita. ¿No crees, mi amor? –dice, pasándole a su esposo “el balón”.
–Le confieso que esta niña no nos había dicho para qué querían hablar con nosotros y supuse que ustedes querían proponerme alguna inversión. Es en serio que fue una posibilidad que pasó por mi mente, ya sabe cómo es el asunto de los negocios. También, conociendo lo formal que es su hermano, pensé en la afortunada petición que usted acaba de hacer, con la que yo estaría de acuerdo si mi hija lo quiere –expresó el padre y volteó a ver a Elena– No nos habías dicho a qué vendrían, pero espero que tú sí supieras, aunque no estoy seguro… –¿Tú qué dices, m’hija?
–¡Ja, ja, ja…! Afortunadamente sí sabía a qué vendrían. Desde ayer mismo que lo decidimos, Salomón quería venir a verlos, ya saben cómo es él.
–Entonces, si ya decidieron casarse, ¿para qué solicitan una petición formal de mano? –reclamó la mamá.
–¿Será para la fiesta…? –dijo doña Rosy–. ¡Yo pongo el mole!
–¡Ja, ja, ja! Gracias Rosy. El asunto es que ni yo sé qué hubiera pasado si mis padres dicen “no”… –explicó jocosamente Elena.
–Yo tampoco… – dijo sombríamente el hermano de Salomón y luego puso una franca sonrisa–. A ver hermano, para que a todos nos quede claro, pídele formalmente a Elena que sea tu esposa –ordenó suavemente.
–Elena, ¿aceptas casarte conmigo? –dijo hincado y abriendo el estuche del anillo para ofrecerlo a Elena quien se quedó callada, pues pensó que no había anillo y, ante el silencio, todos contuvieron la respiración.
–Sí, mi amor, tu Nena quiere ser tu esposa… –y le dio la mano a Salomón
Éste se puso de pie y le puso el anillo a Blanca, quien después de verlo, le dio un largo beso que todos aplaudieron. El hermano de Blanca abrió una botella de champaña que estaba en una cubeta con hielos, tras la puerta de la cocina, Doña Rosy trajo una charola con siete copas en las cuales se vertió la bebida y ella las ofreció a cada quien, tomando la última.
El padre inició el brindis con unas bellas palabras para su hija, lo secundó la madre y dijo “Salud”, impidiendo más intervenciones. “Salud”, dijeron todos a coro. De inmediato, doña Rosy y doña Elena quisieron ver el anillo. Elena se los mostró, incluso se lo sacó. Se trataba de una argolla con un diamante solitario, de tamaño moderado montado en un adorno con forma de trébol de cuatro hojas. Además, poseía una fecha de inscripción, abril de 1920 y el quintado del quilataje.
–¡Está muy bonito, mi niña! Cuídelo tanto como a su marido… –señaló la fámula cuando lo tuvo en la mano y se lo regresó a la mamá quien lo había visto, pero ahora ya se había puesto sus gafas.
Lo miró detenidamente y su marido le dijo “Nena, a caballo dado no se le ve colmillo”, además ya se hizo el compromiso” le dijo retirándole la alhaja para dársela a su hija.
–¿Por qué me lo quitas? Estaba viendo la inscripción, ¡tiene más de un siglo! –reclamó a su marido.
–Sí, fue de mi bisabuela, de mi abuela y de mi madre, quien antes de morir, incluso, antes de que yo me casara, dijo “Este anillo será para la esposa de Salomón” –expresó enfáticamente el hermano de Salomón y ahora todos pidieron verlo detenidamente.
–¡Gracias, mi amor! Ya entendí tu preocupación por haberlo olvidado –le dijo Blanca, y se le pusieron acuosos los ojos a Samuel.
–Yo también supe eso que dijo mi hermano, antes de entrar aquí, por eso no tocamos de inmediato –y soltó el llanto, pero ya estaban alejados de los demás, donde los otros escuchaban a su hermano hablar de sus ancestros–. Por lo visto, mi mamá te adivinó con claridad, Nena, eligiéndote a ti y no a mi cuñada.
Durante la comida, la madre fue quien puso la fecha de la boda, pero los novios advirtieron que no habría casamiento por la iglesia, cosa que ella lamentó bastante. “No es nuestra boda, Nena, no insistas”, le dijo el papá a doña Elena y allí quedaron las cosas. “Pero sí habrá fiesta, ¿verdad, mi niña?”, preguntó doña Rosy. “¡Claro que sí!” terminó diciendo, la novia.
En realidad, no necesitaban el matrimonio de la iglesia ni del civil. Los tres meses de plazo que puso la madre para organizar el casamiento pasaron pronto y ellos siguieron practicando el amor con asiduidad, unos días en la casa de ella, otros en la de él y unos más en algún paseo que hacían. Aunque había días en que cada quien dormía en su casa y no tenían sexo. La razón era simple, pues, así como Elena planeó con quién y donde entregaría la virginidad, ahora planeó en qué día, semana, mes, año y el lugar donde se embarazaría.
Desde dos meses antes de la boda, Elena inició con el plan. Ella conocía su cuerpo perfectamente y sus conocimientos en biología eran muy amplios, tantos que le habían permitido durante muchos años determinar en qué días no debía hacer el amor, además de uso regular y adecuado del bidet.
–¿Recuerdas que querías que te enseñara a saltar en paracaídas? –preguntó Elena–. ¿Sigues firme en ello?
–Sí, Nena, ¿cuándo comenzamos? –preguntó entusiasmado Salomón.
–El sábado harás tu primer salto corto y durante la semana te explicaré algunos principios básicos, así como algunas cosas importantes para que no te lesiones.
Sucedió tal como Elena lo previó y Salomón quedó fascinado. “¿Cada cuando vendremos? ¡Quiero estar más tiempo en el aire!”, preguntó con verdadero entusiasmo. “Los sábados”, fue la respuesta. Salomón fue saltando de mayor altura cada vez y usó diferentes tipos de paracaídas, a la vez que fortalecía su sistema cardiovascular (es un decir, porque estaba en muy buena forma física) e hizo algunos saltos en tándem. En resumen, se aficionó verdaderamente al paracaidismo.
Se casaron y al tercer mes, se preguntaron seriamente si ya estaban en posibilidades de tener uno o más hijos. La respuesta fue “sí”.
–Entonces, ¿ya podemos practicar diariamente el tiro al blanco? –preguntó Salomón.
–Espera unas semanas, yo te digo cuando empecemos, por lo pronto, te seguiré diciendo qué días continuarás practicando la salida intempestiva para tirar el blanco en mi ombligo…–Además, desde este sábado quiero que hagamos un salto doble, para que entrenes cómo debes llevar a tus sobrinos para que se animen a saltar contigo, ya que te lo han pedido.
–¿Tú irás abajo, como si fueras uno de mis sobrinos? –preguntó Salomón.
–Exactamente, y tú irás a cargo de todo –contestó Elena
Y así pasó por dos sábados, pero al tercero, ella le propuso que hicieran el salto doble, saltando casi desnudos, sólo con una prenda en el pecho y otra diseñada para protegerse de las correas en las piernas pero con espacio suficiente para usar los genitales en el salto.
–¡Qué locura, mi Nena! ¡Va a ser grandioso! –exclamó Salomón.
–Tendrás poco tiempo para eyacular, así que te abstendrás de soltar semen los días no hábiles, pero el sábado y el domingo, en el cielo me darás todo tu amor… –dijo Elena haciendo un gesto de deseo.
Efectivamente, así lo hicieron, al llegar a tierra el sábado, Elena preguntó “¿Lo disfrutaste, mi amor?”, a lo que Salomón contestó “Fue breve, pero enormemente mejor que un rapidín”. El domingo, en el segundo salto. Elena le dio una noticia a Salomón después de arriar el paracaídas.
–Apuesto que ya vas a ser papá, mi amor –y le dio un largo beso.
–¿Cómo sabes, Nena? ¿Desde cuándo sientes mareos? –preguntó él cariñosamente–. Habrá sido el vuelo que tuvo algunas brusquedades.
–No, aún falta para los mareos y, seguramente, este año no habrá próxima menstruación.
–¿Por qué lo dices?
–No se si ayer u hoy hiciste un hijo en el cielo, y si no fue así, tienes toda la semana para intentarlo tres o más veces al día, ya que la campana probabilística empezará a descender –contestó Elena con una gran sonrisa antes de subirse al auto donde los recogieron.
Efectivamente así ocurrió, se interrumpió el ciclo menstrual. Poco tiempo después el ecograma mostró que tendrían gemelos.
–¿En tu familia hay gemelos? –preguntó Elena a Salomón.
–No lo sé, prácticamente no conocimos a algún familiar y mis padres no hablaron de algo parecido –señaló con tristeza Salomón al ignorar algo que se sabe en casi todas las familias.
–Mamá, ¿en tu familia o en la de mi papá hay gemelos o mellizos? –preguntó Elena a su madre cuando le comentó lo del embarazo.
–Que yo sepa no, cuates no… ¿No es lo mismo cuates, gemelos o mellizos? –inquirió la madre.
–No mamá, no es igual, pero pronto lo sabremos qué ando cargando. Apuesto que serán mellizos, además serán un hombre y una mujer –dijo Elena mostrando gran seguridad.
Salomón sonrió, y no se atrevió a dudar, después de todo, ella eligió hasta el día del embarazo. Pero en realidad fueron los días de los embarazos, si sucedía como Elena predijo, pues fueron dos los saltos dobles…
¡Caray, Chicles! Este relato parece la historia de alguna chica que conociste porque te usó y deshecho como toalla sanitaria. ¿No será del mismo libro que alguna vez tomaste unos relatos?
No me pasó a mí, es obvio por lo que se muestra en el relato. Yo soy de clase media, y no alta, ni media alta. tampoco trabajo en un centro de investigación.
A juzgar por el estilo y el amor, con pocas escenas explícitas de sexo, parecería tomado del libro que donde saqué algunos relatos, pero no fue de allí. Éste me lo pasó una compañera de mi trabajo, pero le tachó, con marcador negro, el nombre del autor antes de sacar fotocopias. Además, por los modelos de las motocicletas, debe ser muy reciente, nada que ver con los otros que deben tener más de 40 años.
Obviamente esto no es cierto, y mucho menos se trata de tu vida o la de alguna de tus mujeres.
Así es. preciosa chichona. Arriba le explico a Ber El.
Me parece una historia de amor, bonita, pero sólo nos detallan dos cogidas y no las del embarazo.
Seguramente no va a ser muy popular aquí, pues hay poca calentura. Yo también me quedé con las ganas de saber cómo le hicieron en el salto. Me puse a ver algunas fotos y videos, pero sólo hallé una de un salto doble, donde seguramente están cogiendo, pero las tomas son de frente; lo bonito es cómo se le hacen olitas a las chiches de la paracaidista por el aire de la caída, y los pezones se le van hacia arriba. Me recordó la foto tuya donde estás acostada y se te escurren las tetas por los costados con los pezones apuntando de manera heterodoxa, pero hermosa.
Lo malo de haber nacido pobre: primer novio, embarazo, boda, más embarazos. Sin estudios universitarios, mucho menos de posgrado.
No, no me arrepiento de mi suerte. Bernabé me abrió más el entendimiento, no sólo las piernas, pero también me enseñó a disfrutar el sexo mucho mejor y a enseñarle a mi marido que había más maneras de disfrutarlo.
Esta niña Elenita escogió quién se la descorchara y quién la empanzonara. Así deberíamos ser todas las mujeres, pues los hombres son muy putos y como tales deben usarse.
Tienes razón, las oportunidades para estudiar, en tu juventud, no eran como las de ahora. Sin embargo, fue el amor y la calentura lo que te descorchó y embarazó. La planeación de esta niña, rebasa con mucho lo que pasaba y pasa a las jóvenes de hoy.
Y sí, los hombres nos excitamos fácilmente y las mujeres nos usan, y nos abusan, como quieren. A mí me ha tocado descorchar a varias, que hasta «papacito» me dicen en el acto y me obligan a echarme uno o dos numeritos más; pero después se niegan a tener una relación más estable, sólo querían el servicio sin dolor y con mucha alegría. Ni modo, nos usan…
¡Ups! Corrí con buena suerte de amarrarme a tiempo con alguien a quien muchas niñas prodigio querían llevarse a la cama y, de ser posible, a su casa para marido.
Elena sí fue paciente, pero se dio cuenta que Salomón era un diamante que se ocultaba y lo ayudó a no ser huraño. A ver cuánto le va a durar. Quizá toda la vida porque sabe conducir al hombre, además de que ella, según el relato, cogió con muchos hasta que encontró a quién llevarse al registro civil.
Sí, al parecer lo pensó muy bien y ella fue quien le propuso el matrimonio a su novio. Sospecho que tu marido cayó ante ti por tu belleza y porque le gustó hacer el amor contigo, lo cual quiso extender para toda la vida. También era claro que te quería solamente para él, pero ni tú ni él sabían las ganas que te arderían tanto. Lo bueno es que todo salió bien.