Sangre en el bosque
Los sobrevivientes de un siniestrado vuelo se darán cuenta que, para su pesar, no están solos y que las antiguas leyendas, son muy reales. .
La pequeña Martina, temerosa, se apegó contra el cristal al advertir un brinco ondulante. Miraba con preocupación a través de la ventanilla, intentando ver más allá del ocaso.
- Tranquila —dijo Mihai Popescu inclinándose hacia la niña—, fue solo una brisa, no tienes de que temer.
- Si —respondió Martina arrebujándose en el asiento.
El sol del atardecer ya no brillaba a sus espaldas y las altas cumbres de los Cárpatos proyectaban sus sombras contra la tupida foresta bajo ellos.
El vuelo doscientos siete, un Antonov An-140 de 1998, se internaba peligrosamente entre unas densas nubes de tormenta.
- Es mejor dar la vuelta —advirtió el primer oficial—, sería forzar demasiado el motor dos.
- Lo sé —respondió Lazar, capitán de la aeronave—, pero ya vamos con dos horas de retrazo, y no creo poder esquivar la tormenta aunque diésemos la vuelta.
- Entiendo, daré aviso a la torre.
- Es lo mejor.
- Torre Traian Vuia aquí vuelo doscientos siete, responda torre —repetía el joven copiloto con preocupación—, doscientos siete a Traian Vuia responda Traian. Nada.
- Vuelva a intentarlo.
2
- El bosque prohibido, así llamábamos a esta zona cuando yo era un niño.
- Prohibido —exclamó Martina prestando atención a las palabras de aquel extraño.
- Eran supercherías de ancianos para asustar a los niños, claro está —acotó Mihai, el hombre, de unos cuarenta años, no había dejado de charlar con la niña desde el sacudón de la bolsa de aire hace unos minutos atrás—, eso no quita los peligros que acechan en estos paramos, sin embargo, las leyendas cuentan otras cosas.
- Leyendas, que leyendas?
- La leyenda de Dyado —continuaba Mihai—, ella vaga por el bosque negro…
Martina, absorta, oía el relato que Mihai contaba, recreando en su imaginación, las terroríficas aventuras que los desafortunados protagonistas enfrentaban.
Martina kruge acababa de cumplir los doce años, de cabello negro como el carbón y ojos de un extraño tono grisáceo, una niña menuda, sonriente y adorable; viajaba junto a sus padres: Alexia y Maren y sus dos hermanos Alexa de diez años y Loan de siete. Todos ellos viajan dos filas de asientos más adelante.
Por su parte, Mihai Popescu era un hombre fornido de cabello corto y rostro sereno. Debido a su trabajo como intermediario comercial le tocaba viajar constantemente, gracias a ello, una pequeña turbulencia como esta no le quitaría el sueño.
3
- Mierda, no me importaría encontrarme con el aeropuerto en estos momentos —exclamó el capitán aferrándose al timón.
- Torre Traian Vuia, aquí, vuelo doscientos siete —repetía incesante el
Primer oficial—, perdimos el motor numero dos, repito, perdimos el motor
número dos, entramos en la tormenta a seiscientos kilómetros de nuestra
posición original, me escucha torre.
- Potencia máxima —gruñía Lazar— venga Georgi, ayúdeme con la palanca.
Las alarmas de navegación en la cabina se enmudecían cuando los truenos retumbaban fuera. Mientras, las azafatas corrían apresuradas de un lado a otro asistiendo a los cuarenta y cinco pasajeros.
- abróchense los cinturones y mantenga la calma, estamos pasando por una racha de vientos — anunció la azafata cuanto un rayo centello por la ventana.
Fue entonces cuando todos los pasajeros se dieron cuenta en la situación que se encontraban. El motor dos ardía soltando una gruesa capa de humo envolvía el lado derecho de la aeronave.
En la cabina, las alarmas y luces de emergencia inundaban la pequeña habitación.
- ¡Perdemos revoluciones en el uno! —sentencio aterrado Georgi.
- ¡Apaga el dos! ¡Compensa la mezcla y aumenta la presión! —gritaba el capitán
- ¡No responde! —exclamó el primer oficial— el uno se está apagando.
- Mierda, aterrizamos o caemos —afirmó Lazar—, avisa a los pasajeros y baja el tren de aterrizaje.
- Torre Traian Vuia, vuelo doscientos siete, MAYDAY, MAYDAY, MAYDAY, caemos, repito caemos —afirmó Georgi elevando el tono de voz—señores pasajeros, posición de emergencia, tendremos que hacer un aterrizaje forzoso.
- Auxiliares, prepárense para aterrizaje de emergencia —retumbaron los altavoces.
- ¡Agáchense, cabeza abajo y sujétense! —gritaban las cinco azafatas al unísono— ¡Agáchense, cabeza abajo y sujétense!
- ¡Martina!—tronó el Grito de Alexia buscando a su hija— ¡hija!
- ¡Estoy bien, mamá, tranquila! —respondió la chica alzando la voz por sobre el resto.
- Agáchate —exclamó Mihai cubriendo a la niña con su cuerpo—, todo estará bien.




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