Se llamaba Eva
Mis inicios en el sexo se dieron cuando aún era bastante pequeño. Ya os he contado como fueron mis primeros juegos con mi amigo Oscar, pero aquí os contaré mi primera experiencia de verdad con mi mejor amiga..
Esto sucedió más o menos al mismo tiempo o justo después de lo de Oscar en el mismo colegio. Eva y yo nos conocíamos desde muy pequeños. De hecho, antes de hacer más amigos en aquel cole, ella era la única con la que me relacionaba porque ya nos conocíamos de antes y durante mucho tiempo fue mi mejor amiga a pesar de haber hecho ya más amigos allí.
Después de los primeros juegos con Oscar y de haber aprendido a masturbarme, empecé a fijarme en las niñas de mi clase, y claro, sobre todo en Eva que era con la me más me acercaba por nuestra amistad y la confianza que nos teníamos.
Poco a poco aquellos roces fueron yendo a más y transformándose en otra cosa. Ella, siendo una niña de mí misma edad, pero algo más madura que yo, en seguida se dio cuenta de esto y me fue invitando a rozarnos y acariciarnos cada vez más y cada vez en zonas más “prohibidas”.
A partir de cierta edad, como ella era mucho más aplicada e inteligente que yo, y ya éramos amigos desde muy pequeñitos, empecé a ir a su casa por las tardes después del cole para que me ayudase con los deberes. Y por supuesto, enseguida empezamos a encontrar ratos para lanzarnos caricias cuando estábamos solos con los deberes.
Un día recuerdo perfectamente como estábamos sentados en su mesa mientras ella me explicaba no sé qué movida y de repente me di cuenta de que ella estaba moviendo sus caderas en el asiento, frotándose y empujando ligeramente contra la pata de la mesa que quedaba entre sus piernas. Interrumpí su explicación y le pregunté qué hacía.
– “¿Cómo?” – Me preguntó algo extrañada.
– “Estás empujando contra la pata de la mesa”
– “¡AH!” – Me respondió poniéndose roja, aunque ahora que lo recuerdo creo que ya estaba algo roja desde el principio por lo que estaba haciendo. – “No sé, a veces lo hago sin darme cuenta, jiji.”
– “Oye Eva, ¿tú te tocas?” – Le pregunté sin miramientos pues para entonces yo ya llevaba un tiempo haciéndolo tras haber aprendido con Oscar.
– “Pues claro que no. Eso solo lo hacéis los chicos que sois unos guarros.” – Dijo un poco a la defensiva.
En lugar de ofenderme, su respuesta me hizo ponerme más curioso, ya que después de todas nuestras caricias en zonas del cuerpo donde no solían tocarse niños de nuestra edad y de ver lo que acababa de hacer en la silla, no me sorprendió que supiera a lo que me refería.
– “Pero… Eso que hacías ahora… Eso es como tocarse, ¿no?” – Pregunté interesado, de manera inocente.
– “Que no, tonto.” – Me respondió, pero ya menos a la defensiva, empezando a reírse y menos nerviosa.
– “Dime, ¿te gusta?”
– “No sé. Ya te he dicho que a veces lo hago sin darme cuenta.”
– “Ya pero cuando lo haces te gusta, ¿no? Se siente bien. Cómo cuando te tocas.”
– “Sí” – Terminó por admitir ella.
– “O sea, que sí que te tocas”
– “Bueno… Yo… Sí, a veces sí. Cuando lo otro no es suficiente.” “Siempre empiezo así en la silla, contra la pata sin darme cuenta de lo que estoy haciendo. Y al rato me acelero y entonces me toco por debajo de las braguitas”
– “¿Puedo tocarte yo?”
– “Pero si ya casi lo has hecho alguna vez”
– “No es verdad.” – Respondí.
– “Claro que sí tonto, cuando jugamos. A veces me tocas un poco. No mientas.”
– “Sí, pero no por debajo de la ropa” “¿Te gusta? … ¿Te gusta cuando… Cuándo nos acariciamos por ahí mientras jugamos?” “A mí sí me gusta”
– “A mí también”
– “¿Entonces puedo o no?”
– “Vale, pero primero me tienes que dejar a mí”
Enseguida empezó a acariciarme ahí mientras yo ya me desabrochaba el pantalón y se me empezaba a poner dura.
– “Guau.” – Dijo al vérmela y agarrármela.
– “A veces se pone así” – Le expliqué.
– “Ya lo sé, tonto” – Respondió con una risita. – “Además, algunas veces la noto cuando jugamos y te pegas a mí”
– “No sabía que te hubieses dado cuenta”
– “Pues claro que sí, tonto. ¿No has notado cómo me arrimo más cuando te pasa eso?”
– “No pensaba que lo hicieses apropósito. ¿Te gusta?” – Asintió sonriendo. – “Venga. Yo también quiero” – Dije un poco ansioso ya.
– “Espera, quiero verlo de cerca”
Se bajó de la silla sin darme oportunidad a oponerme y se sentó en el suelo delante de mí. Volvió a agárramela y al rato ya estaba otra vez moviéndose y empujando ahora no contra la pata de la mesa, sino contra mi pierna. Podía sentir un calorcito muy agradable en mi espinilla contra la que ella se rozaba.
Yo estaba encantado, claro. Y al rato empecé a enseñarle como debía mover su mano. Empecé a sentir como su cara se iba poniendo roja de nuevo mientras sus movimientos contra mi pierna eran cada vez más obvios y su respiración se aceleraba. Empezó a emitir quejidos y a ponerse cada vez más y más roja. Al rato casi ni respiraba, en lugar de eso le escuchaba quejarse y suspirar. Casi parecía que le pasaba algo malo.
Tuve que llamar su atención, pues estaba ya muy distraída con sus empujoncitos de cadera contra mi pierna.
– “Eva. ¿Puedo?” – Le pregunté.
– “Sí. Ya quiero tocarme yo también. Pero… Vale, házmelo tú.”
Se levantó y volvió a sentarse en su silla, donde sus movimientos de cadera no pararon, aunque ya sin nada entre sus piernas contra lo que empujar. Se bajó sus bragas de florecitas y lunares de colores y me dejó ver su rajita.
– “¿Me enseñas?” – Inquirí sin saber bien que hacer.
Ella cogió mi mano y empezó a acariciarse. De nuevo, sus caderas se movían adelante y atrás, y su entrepierna tenía algo contra lo que empujar y rozarse.
Me di cuenta de que mi mano se humedecía, aunque sobre todo me fijaba en su cara y su respiración. De verdad parecía que le pasaba algo malo. Casi como si se hubiese atragantado con un caramelo o algo así. Estaba muy roja y se quejaba en silencio, haciendo pequeños ruiditos.
Entonces le pregunté si podíamos besarnos como los mayores. Tuve que insistir para que me oyese pues ella estaba muy distraída o, mejor dicho, muy concentrada en sí misma y en lo que mi mano le estaba haciendo sentir.
Se levantó y se inclinó hacía mí. Yo le abracé y empezamos a besarnos. Al principio no me di cuenta de que ambos estábamos desnudos por la parte de abajo y de que íbamos a juntarnos al abrazarnos. Pero entonces sentí como ella empujaba, y como mi pene se aplastaba entre nuestros cuerpos piel con piel, directamente contra su vientre y su rajita mojada.
Ese día no hicimos más. Pero a partir de entonces las cosas avanzaron muy rápido, sobre todo para lo pequeños que éramos. Enseguida empezamos a frotarnos deliberadamente, desnudándonos y colocando mi pene sobre su rajita. No se demoró mucho el día en que intenté empezar a penetrarla. Aquel paso empecé a darlo yo, pero una vez que lo sobrepasamos ya era ella la que siempre que jugábamos a rozarnos me pedía que lo hiciera: “Métela” – Me decía. Aunque más que pedírmelo, pronto empezó a ordenármelo. Claro que no es que yo me negase, jaja. Ella perdió su virginidad sin que ninguno de los dos nos diésemos cuenta. Lo cual ambos agradecimos tiempo después, pues seguramente a esa edad los dos nos hubiésemos asustado.
Por cierto, en realidad sí que recuerdo una vez en la que me hice de rogar un poco para que ella se pusiese más cachonda. En ese entonces yo no lo llamaba así, pero me encantaba verle cachonda. Siempre se le empezaba a mover la cadera sola y si no tenía algo contra lo que empujar se enfadaba. De hecho, lo de hacerme de rogar aquella vez, no me salió del todo bien. A la tercera vez que tuvo que repetirme aquella palabra (métemela), lo hizo pegándome un arañazo en toda la frente que me hizo sangre y que aún hoy conservo de adulto. Realmente se puede decir que ella me “marcó” desde pequeño, jaja.
Recuerdo también otro día en el que, tiempo después de aquellas primeras veces, estábamos en la bañera los dos solos. Su madre nos dejaba bañarnos juntos ya que se suponía que solo éramos dos peques jugando en la bañera. Y sí, efectivamente jugábamos, pero a más cosas de las que nuestros padres se imaginaban. Incluso cuando había algún adulto cerca vigilándonos yo estiraba mi pie por debajo de la espuma desde lejos hasta que conseguía rozar su entrepierna. Me gustaba como ella reaccionaba y tenía que disimular para que no nos descubriesen.
Ese día sin embargo sí que estábamos solos en la bañera y con la puerta cerrada. Nos habíamos juntado bien cerquita y estábamos tocándonos el uno al otro por debajo del agua. Que por cierto era algo que me gustaba mucho. Algunas veces me corría debajo del agua y algunas veces se nos pegaba y nos quedábamos manchados. Después de alguna de esas fue, precisamente, cuando ya no nos dejaron bañarnos más juntos, jaja. Aunque eso no frenó el resto de nuestros juegos.
De todas formas, como decía, ese día estábamos solos tocándonos bajo el agua cuando mi Evita se levantó para que le besase y le chupase la rajita como a ella le gustaba. Le encantaba pillarme de la cabeza y me ponérmela en su entre pierna, y siempre que hacíamos eso ella tenía que reprimir sus gemidos para que no nos pillasen, pero a veces le costaba mucho. En esta ocasión se le escaparon varios gemidos en voz bastante alta, por lo que tuve que separarme y empezar a tocarme yo, mientras observaba su cuerpecillo fuera del agua. Lo malo es que Eva siempre se enfadaba cuando yo me tocaba sin hacerle caso, así que para hacerme rabiar me dio la espalda y sacando una de sus piernas de la bañera, comenzó a frotarse contra el borde de la bañera. ¡Me encantaba cómo le ponía restregarse contra cualquier cosa! A esas alturas yo ya sabía que, en muchas ocasiones, ella no era capaz de controlarse. Era una niñita muy precoz y muy salidita. Muchas de nuestras experiencias empezaban cuando, estando tranquilamente jugando o hablando, yo me percataba de que ella estaba otra vez moviendo su cadera. Siempre empezaba sin darse cuenta de que lo estaba haciendo hasta que ya empezaba a ponerse rojita, y ahí aprovechaba yo siempre para meter mi mano en sus braguitas y tocarle hasta que ella me pedía, suplicaba, y a veces me ordenaba, que le metiese mi colita en su rajita.
Verle hacer eso una vez más contra el borde de la bañera me calentó muchísimo y como además sabía que me había dado la espalda para hacerme rabiar, quise darle lo suyo. Sin preocuparme ya si nos pillaban o no, me coloqué detrás de ella sacando también una de mis piernas fuera de la bañera. Le agarré fuerte de la cadera desde atrás y le obligué a separar su entrepierna del borde. Y estando así, se la metí en su estrecho coñito desde atrás. Fue la primera vez que lo hicimos en esa postura. Al ratito empezó a gemir de nuevo y tuve que colocar mi mano sobre su boca y tapársela con fuerza. De todas formas, al rato tuvimos que parar porque nos resbalábamos y estuvimos a punto de caernos.
Nos salimos de la bañera colocándonos sobre una toalla en el suelo. Eva quiso abrazarme, pero yo le di la vuelta y me puse otra vez detrás de ella. Me coloqué bien y la penetre de nuevo haciendo que un quejido y un suspiro escapasen de sus labios. Seguimos haciéndolo así. De nuevo tenía que taparle la boca con fuerza para que no gimiera tan alto. Al rato nos movimos un poco hacia adelante y empecé a empotrarla contra la pared. Me pareció por su reacción que le gustaba que le aplastase contra la pared y así lo hice. Los dos estábamos chiquitos, pero tan salidos que mis embestidas casi le hacían levantarse del suelo mientras mi cuerpo le aplastaba más y más. Sus pechitos se rozaban contra la pared y ella echaba sus manos hacia atrás para tratar de acariciarme mientras seguía haciéndoselo cada vez más fuerte. Su pelo mojado caía sobre sus hombros y su espalda y se pegaba en mi cara cuando le daba besos y mordisquitos en el cuello. Al ratito escuchamos un ruido. No tengo ni idea de cómo lo escuchamos estando en ese estado, pero por suerte lo hicimos y pudimos meternos de nuevo en la bañera antes de que entrase su mamá. Y menos mal que aún quedaba espuma para tapar mi entrepierna.
Tuvimos que disimular durante un buen rato, pero cuando se fue su mamá pudimos seguir. Esta vez seguimos haciéndolo dentro de la bañera. Yo se la metía estando debajo del agua mientras ella estaba recostada de espaldas sobre mí, entre mis piernas y con su cabecita echada hacia atrás apoyada en mi hombro. Yo me concentraba en moverme muy rápido y en taparle fuerte la boca y ella solo se tocaba bien rápido bajo el agua en su botoncito mientras trataba de no gemir demasiado alto. Ese día escupí mi lechita (así le decíamos cuando me empezó a salir) dos veces dentro su rajita mientras ella no dejaba de hacerse pipi en la bañera y me pedía que no parase.
Por suerte, Eva tardó bastante tiempo en comenzar a ser fértil y para entonces ya habíamos aprendido suficiente sobre lo que estábamos haciendo para no seguir haciéndolo así y tomar las precauciones necesarias.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!