Secreto entre sabanas
Me desperté esa mañana con el sol colándose por las cortinas de mi habitación, y lo primero que sentí fue su cuerpo cálido pegado al mío..
Me desperté esa mañana con el sol colándose por las cortinas de mi habitación, y lo primero que sentí fue su cuerpo cálido pegado al mío. Mi hija Sofia, de apenas 15 años recién cumplidos, se había colado en mi cama otra vez, como hacía desde que era una bebé, pero ahora todo era diferente. Ya no era esa nena inocente; su cuerpo había florecido en curvas perfectas, pechitos firmes que se presionaban contra mi pecho, y un culito redondo que me volvía loco cada vez que lo veía en esos shorts cortos que usaba por casa.
«Sofia, cariño, ¿qué haces aquí tan temprano?», le susurré al oído, mi voz ronca por el deseo que ya empezaba a crecer en mí. Ella seguía siendo mi pequeña, mi hija prohibida. Se giró hacia mí, con esos ojos grandes y verdes que heredó de su madre, y sonrió con picardía.
«Papá, no podía dormir… y te extrañaba», murmuró Sofia, mientras deslizaba su mano por debajo de las sábanas, directo hacia mi entrepierna. Sentí cómo mi polla se endurecía al instante bajo su toque inocente pero experto. Habíamos empezado esto hace unos meses, después de que su madre nos abandonara, y no podíamos parar. Era nuestro secreto, nuestro pecado delicioso.
La besé con hambre, mi lengua invadiendo su boca joven mientras mis manos bajaban a apretar esas tetitas perfectas de mi quinceañera. Eran suaves, llenos, con pezones rosados que se endurecían bajo mis dedos. «Eres tan puta, Sofia… mi niña se ha convertido en una zorrita para papá», le dije jadeando, y ella solo gimió, arqueando la espalda.
Bajé las sábanas y la vi desnuda, su coño lampiño brillando de excitación. Sofia, con solo 15 años, ya sabía exactamente cómo volverme loco. Se subió encima de mí, frotando su humedad contra mi polla dura. «Fóllame, papá… quiero sentirte dentro de mí otra vez», suplicó mi hija, guiándome hacia su entrada apretada.
La penetré de un solo empujón, sintiendo cómo sus paredes calientes y húmedas me envolvían por completo. Era tan estrecha, tan virgen al principio, pero ahora mi hija era una experta en cabalgar a su padre. Empezó a moverse arriba y abajo, sus tetitas rebotando con cada embestida, gimiendo «¡Sí, papá, más fuerte! ¡Fóllame como a una puta!».
La agarré de las caderas y la embestí con fuerza, follando a mi propia hija como un animal. Sus jugos chorreaban por mis bolas, el sonido de carne contra carne llenando la habitación. «Vas a hacer que papá se corra dentro de ti, Sofia… llenarte de leche como la buena niña que eres», gruñí, y ella aceleró, gritando de placer.
Cuando exploté, fue como un volcán: chorros calientes y espesos inundando su coño joven. Sofia, mi hija de solo 15 años, se corrió conmigo, temblando y arañando mi pecho. Nos quedamos así, pegados, sudorosos, sabiendo que esto solo era el comienzo de otro día de pecado padre-hija. Ella era mía, completamente mía.


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