Segundo contrincante en la misma arena de lucha
Ésta es la continuación del relato anterior “Espectador con premio”, donde el exmarido sale de su escondrijo cuando el amante de Stella se retira para cobrar el premio que ella prometió por ser voyeur. Va el relato de lo que me contó mi amigo..
Al salir del closet donde había presenciado en primera fila la cogida de su exesposa con el amante, Cornelio contempló la arena donde ocurrió el frenético encuentro y en el aire aún permanecía la fragancia a sexo duro, las sábanas estaban húmedas por el sudor de los amantes y quedaban muchos vellos que, a tallones, se arrancaron en la refriega intensa de los pubis. Conforme el cornudo aspiraba el aroma, su corazón bombeaba más sangre al cuerpo cavernoso de la verga, erigiéndola al tamaño mayor que la constitución de Cornelio permitía.
–¡Oh, ya estás listo para la acción! –exclamó Stella al verlo.
Stella portaba la botella de vino que había abierto en la planta baja para celebrar con el amante su presencia y ahora traía para continuar su festejo de amor con su ex. No era para desperdiciarse un caldo tan bueno. Con una mano sirvió el vino en las copas que habían usado previamente los amantes y con la otra apretó el tronco del pene meneando el prepucio cubriendo y descubriendo el glande. Cuando Stella dejó la botella sobre el buró, Cornelio se fue sobre su exesposa, tirándola sobre el húmedo colchón. Aún no salía ella de la sorpresa que el violento movimiento le causó, y si exmarido le abrió las piernas para meter la cabeza entre ellas y sumergir la lengua en la panocha babosa por el semen y el flujo del encuentro anterior.
Stella se resignó a continuar con el segundo pene de la noche sin descansar de la batalla que le dio Ociel, el amante. Cornelio, con gran enjundia, le estaba lamiendo la entrepierna para limpiarle el escurrimiento natural causado por la gravedad y su andar al subir y bajar las escaleras dejó líneas de flujo y esperma en el arco interior de sus piernas; le siguió el viaje de la lengua hacia arriba trabajando hábilmente, y llegó al interior de la vagina, hasta donde alcanzaba. En ese momento iniciaron los orgasmos en Stella, acompañados de líquido que tragó Cornelio enamorado. Lo que marcó una gran diferencia en la arrechura de Stella fue cuando el exesposo le chupó los labios interiores y el clítoris, sorbiéndolos y agolpando la sangre en ellos. Aún hinchados, Cornelio continuó mamándoselos y Stella gritó “¡Puto, yo también quiero mamar!”, llamando la atención del mamador quien tragaba con suma dicha el abundante atole que Stella había elaborado con la leche y los mimos de la verga de Ociel, añadiéndole el continuo flujo que ella soltaba con el trato bucal del cornudo.
Stella también mamó con arrebato logrando llenarse la boca de semen al hacer que Cornelio se viniera. Ella saboreó el abundante esperma y lo deglutió, salvo una porción que guardó para buscar un beso en la boca de su amado donde depositó la proteína en millones de envases de espermatozoides.
Cornelio correspondió el beso abrevando su propia hombría y las lenguas se acariciaron degustando su amor. Fue tanto el esfuerzo del exmarido que se tuvo que recargar en la cabecera. Stella llenó de vino las copas vacías que estaban en el buró y le ofreció una a Cornelio, pero éste, antes de tomarla, preguntó “¿Cuál es tu copa?, para tomar en ella”. Las carcajadas que soltó Stella ante el requerimiento, le causaron molestia a su amado.
¡Ja, ja, ja…! ¿Te preocupa la saliva de Ociel? No veo por qué, si te tragaste su semen con deleite y besaste con gusto mis labios que se pasearon por el tronco de mi macho. ¡Ja, ja, ja….! –volvió a reír Stella.
La cara y las orejas de Cornelio enrojecieron de vergüenza por su prurito y recordó que había hecho un trío con la puta presente y Ociel donde éste lamió el tronco del sancho cuando Cornelio se la estaba cogiendo. Así que no le tocó más que tomar la copa que Stella le ofreció.
–¡Salud por ti y por la cumpleañera! –dijo Cornelio refiriéndose a la esposa de Ociel, ya que éste tuvo que retirarse antes de que Stella lo dejara seco pues aún tenía que satisfacer a su mujer, quien cumplía años ese día.
–Voy a aprovechar que tu falo está muy manejable para meterlo en mi copa y tomar el vino a chupadas –dijo Stella y puso manos a la obra.
–¿Con cuántos has tomado así? –preguntó Cornelio a su exesposa.
–Con Carlos, con Guillermo, con Ociel y con casi todos. No es fácil cuando lo tienen parado, pero los pongo inclinados, recargándose en la cama… ¡Hasta he lamido huevos con vino!
–Ponte en posición de vaca, yo también quiero tomar el vino chupándote –exigió Cornelio.
Así, entre chupadas de uno y otra se acabaron el vino servido. Cornelio se acostó bocabajo extendiendo los brazos y al colocar la cara sintió humedad en la mejilla. Aspiró y el olor a semen y flujo que había en esa humedad, le pararon la verga. Abrió los ojos y miró un pequeño lote de pelos. El color era similar, pero unos eran algo lacios y otros muy ensortijados. Los tomó y se los metió a la boca.
“Me prendió esa acción y jugué con los pelos en la boca, los saboreé y, por último, los deglutió”, me dijo Cornelio entrecerrando los ojos, contagiándome la calentura y, teniendo yo en mi mente a la putísima de Stella, me bajé los pantalones para jalármela sin estorbos. Al abrir los ojos y percatarse de mi acción, Cornelio también se quitó los pantalones y se guitarreó libremente la verga, antes de continuar explicando que:
Cuando Cornelio se volteó bocarriba, Stella le colocó su panocha en la boca, ¡todos sus pelos eran rizados! Les dio una mordida arrancándole algunos. Stella se quejó.
–¿Por qué gritas? –preguntó cornelio.
–Porque me arrancaste mis pelos –
–La cama está llena de pelos –dijo mostrándole algunos que recogió en ese momento–. Te los arrancó Ociel y no escuché que te quejaras con él.
–No, esos se desprenden al frotar los sexos, tanto los míos como los de él – y mostró dos que tomó, uno en cada mano–. Éste es mío y este otro es de Ociel –dejando claro que los del amante eran los lacios.
Cornelio se incorporó y puso a Stella bocarriba, le sobó el pubis y no se desprendieron vellos. Pero volvió a sentir el aroma del coito y el pene se endureció más y se lo pasó por el cuerpo de ella recorriendo desde la mata hasta los pezones, dejando un camino de presemen que luego limpió con la lengua, enardeciéndole aún más el sabor.
–¡Eres muy hermosa, mi Nena puta! Me gusta ver cómo te cogen, y cogerte después para resbalarme en ti –confesó dándose jalones de verga y colocado de rodillas con el cuerpo de ella en medio de sus piernas.
Continuó jalándose el pene más rápido y diciéndole soeces a la puta que las contestaba “Me gustan todas las vergas que he probado, y me encanta que me llenen la vagina y la boca con el amor de cada eyaculación”. Cornelio seguía chaqueteándose y le preguntó “Eres muy puta, ¿con cuántos coges?”. Ella, también masturbándose al frotar su clítoris y meterse los dedos en la raja respondió “Me he tirado a casi todos los que se me han antojado. No recuerdo cuántos. Pero ha habido días en que me he tirado a tres”. Ya no había más preguntas ni respuestas, sólo gemidos que anunciaban el clímax mutuo. Cornelio soltó un chisquete que cayó en las tetas de su amada. “Vente, mi amor, ¡lléname de tus ganas como lo hacen todos!”, dijo Stella antes de un aullido. Cornelio, en un chorro más que le inundó el ombligo a Stella; jadeando cayó sobre ella, quien sollozaba y temblaba debido a la intensidad de su último orgasmo.
Quedaron agotados y descansaron abrazados. De vez en cuando se besaban la cara, los párpados, las mejillas, los labios… Al separarse, ambos sintieron un pequeño tirón en la piel, era el semen que sirvió como un débil adhesivo al secarse. Rieron al mirar una telilla transparente rota en muchas partes, unas fracciones quedaron en el pecho de la mujer y otras en el del eyaculador. Stella se apuró a lamerle el pecho a su exesposo, luego él le correspondió a ella de la misma forma.
Se sirvieron el vino que aún quedaba en la botella. Brindaron por su amor a toda prueba. No importaba cuantos le hicieran el amor a su mujer, el no la dejaría de amar. Stella abrió el cajón del buró y sacó un carrujo de mariguana, luego extrajo un encendedor y se lo dio a Cornelio para que él le prendiera el churro. “Putita mariguana, te amo…”, le dijo cariñosamente mientras le encendía el canuto.
–¿Es de los que te trajo Carlos el día de mi cumpleaños? –preguntó mientras Stella daba una calada a la yerba. (Refiriéndose a lo que ya se relató en «El cumpleaños de Cornelio».)
–¡Uh, no! Aquellos se acabaron –dijo Stella después de soltar el humo sobre la cara de Cornelio–. Éstos también me los dio Carlos, no se dónde consigue mota tan buena, pero a mí sólo me cuesta un acostón con él. Los últimos de esa vez, me los fumé aquí, en la casa, con dos amigas y un novio de ellas. Nos pusimos tan pachecas que terminamos “todos contra todos”. El novio, bueno es el amante de Lorna, pero su marido no la deja fumar mota en su casa y me pidió posada, trayendo compañía que usamos todas, sin excepción. ¡Pobre cuate!, terminó seco pues con la euforia se echó dos numeritos con cada una y, al final, volvió el estómago. No le sentó bien la fumada, porque él sólo a veces fuma tabaco.
–¿Y qué hicieron? –preguntó Cornelio alarmado.
–Reírnos, pues Lorna estaba llorando porque a ella sólo le había surtido dos descargas, lo mismo que a las demás. Le echó bronca diciéndole que era muy puto, pero que era SU puto y no de las demás. Celosilla la amiga, cuando ella misma nos lo ofreció… Pero el amante quiso consolarla, la acomodó y, de repente se le hizo chiquita, caminó hacia el baño, pero ya no pudo llegar, en la entrada vomitó. ¡Ja, ja, ja…! –Stella rio recordando la escena y volvió a dar otra calada, para ofrecerle después la bacha a su exmarido, quien se negó a tomarla.
Ante ese desprecio, Stella volvió a darle una gran fumada a la colilla, colocándola en el cenicero antes de arrojarse sobre su exmarido para descargarle en la boca todo el humo. Cornelio tosió y le gritó a Stella “¡Eres una traicionera, puta!”, pero se apaciguó acostándose y mostrando una sonrisa empuñó su palo que le creció al imaginar a su mujer siendo penetrada, al tiempo que las otras dos hacían un 69 y le dejó ir de un solo envión la verga por el culo.
–¡Salvaje, me duele así, en seco! –pero ya era inútil, estaba empalada…
Cornelio le impidió zafarse y, con movimientos de pubis, la logró calmar hasta que la puta se puso a besarlo y remolinear sobre el palo, que ya no le dolía, sino al contrario. Pocos minutos bastaron para que Cornelio le bañara el recto a Stella. “¡Éste sí fue un castigo divino, mi amor!”, exclamó ella antes de besarlo apasionadamente, manteniendo el falo en su interior.
Cuando todo se calmó y, con un “POP” quedó desatornillada la mujer, Cornelio le dijo “Voy abajo por otra botella”, Stella lo siguió y del refrigerador sacó unas rebanadas de jamón serrano y salami que puso en un platón acompañadas de paté, queso y un pan rebanado, además de unas galletas. “Abre el vino blanco” solicito Stella llevando el platón a la sala. Metió a Cornelio al baño, abrió la regadera lavándole el pene y ella se enjabonó las nalgas y las piernas que tenían chorreaduras del semen de su exmarido, mezclado con heces de ella. Al terminar, lo secó amorosamente chupándole los huevos.
–Cómo me encantan tus bolas, no hay quien las tenga mejores –Stella las tomó con una mano y los soltó–. Me fascina la caída pues deja claro el tesoro que hay adentro del escroto y, aun con frío, se asoman las redondeces para adornar tus piernas. ¡Te amo! – le dijo antes de empezar a secarse ella.
–Así que no hay otros huevos tan lindos como éstos… –dijo Cornelio jugando con sus testículos ostentosamente cuando ya estaban sentados en la sala.
–¡Miento, hay otro par idéntico!, hasta en el rifle y el trato conmigo son iguales: los de Ber –precisó.
En ese momento, Cornelio y yo ya nos habíamos quitado los pantalones para jalárnosla suavemente: él con su recuerdo de lo que contaba, y yo con lo caliente de su relato. Vi su aparato y, sí, parecía un espejo del mío. No pude evitar acariciárselos y darles una chupadita, que él correspondió de la misma forma y terminó diciéndome “Así que ya sabes que con esa puta, tienes la vara alta”, dándome, además un jalón en mi tronco. “Sígueme contando”, le pedí a mi amigo.
–Ha de saber muy rico un sándwich de verga –dijo Stella envolviendo mi falo en un pan.
Cornelio sufrió un terrible miedo cuando Stella acercó la cara al bocado, pues ella podía estar aún bajo el influjo de la mariguana, y se levantó de inmediato pensando en que ella le daría una dentellada.
–¡Ja, ja, ja! ¡Qué maricón eres! ¿Cómo crees que te haría daño, mi amor? –externó Stella.
Comieron y, entre caricias y lamidas mutuas, se terminaron la botella. Muy exaltados por el alcohol, terminaron en la alfombra echándose otro palo entre acusaciones, arrastrando las palabras, donde se tildaban de putos uno a otro. Con las acometidas del pene de Cornelio, mamándole las tetas, los orgasmos de Stella eran tan frecuentes como las acusaciones que se lanzaban.
–Sí, yo cojo con muchos, pero sólo me sirven para eso, es poco el cariño que siento por alguno, tal vez por Carlos, Guillermo, Ociel y algún otro, pero ¡tú si amas a Tere! –gritó Stella–. ¿Crees que no sé que casi todos los fines de semana los pasan juntos? ¡Un día de estos, la pendeja te va a enredar y atar con un hijo! (Ya había dicho Cornelio sobre Tere, la prostituta que lo encandiló: “Tere me movió el piso muy fuerte, yo también a ella, pero no dejará de ser puta” También, gracias a ese encuentro fortuito, ella retomó sus estudios y terminó su licenciatura, embarcándose en un posgrado que terminará pronto.)
–¡Ni la conoces! –dijo Cornelio, eyaculando sin saber que se debía a la mujer amada que se estaba cogiendo o al recuerdo de Tere, amada también por él, pero muy putas las dos porque requerían de varios penes para ser felices.
Stella, al sentir calientito el chorro de esperma, hizo una contorsión causada por un orgasmo más diciendo “¡Qué rico, mi amor, que rico…!”, y quedaron quietos y en silencio. En el abrazo, sentían el palpitar sincrónico de sus latidos, los cuales parecían amplificarse en sus sienes y tímpanos al tener una presión elevada por el alcohol, el amor y la catarsis manifestada en los gritos que se lanzaron. Diez minutos después, seguían sin separase, como perros abotonados, pero acariciándose la cara, los brazos y las nalgas. En sus rostros no se diferenciaba el sudor de las lágrimas, pero sí estaba presente una sonrisa de máxima satisfacción. (En este punto, mi pene, el cual había estado tieso y así lo mantenía con las caricias que yo le daba al escuchar las cachondeces que mi amigo me contaba de Stella, quedó flácido y envidié el amor que mi amigo Cornelio le profesaba a su mujer, aunque me di cuenta que Tere no era una aventura como las que Stella tenía con sus otros hombres.)
Al separar sus sexos, se levantaron y subieron abrazados a la recámara. Ya no continuaron con sus imprecaciones, ni volvió a salir Tere a los comentarios, pero a mi amigo le quedó claro que Stella sabía más de Tere de lo que él creía, aunque inexacto.
Cornelio soñó con ambas, Tere y Stella, en un mismo nivel e intercambiando papeles. Stella, según le contó a Cornelio al día siguiente, tuvo pesadilla pues soñó que ambos regresaban, pero que él mantenía oculta a Tere viviendo y cogiendo en su misma casa. Fuera como fuera, el mañanero se dio entre arrumacos y caricias dulces, y fueron juntos a recoger a sus hijos a la casa de los abuelos.
En la descripción del mañanero, iniciando con un 69, donde Cornelio lamió la panocha peluda de su mujer y ésta le hizo una felación acariciando los huevos con una mano y chaqueteándole el tronco con la otra, recordé el trabajo que me ha hecho Stella las veces que hemos cogido sin la presencia de Cornelio y nos la jalamos mutuamente hasta venirnos cambiando en ese momento a un 69 para saborear el semen “a la salud de la puta Stella”.
A mí se me hace que Mario y Miguel ya se cogieron cariño. No niego que es caliente mirarlos acariciándose, chaqueteándose y mamándose entre ellos, pero cogerse (que es el paso siguiente) no lo concibo fácilmente, al menos en el caso de Saúl con alguno de mis amantes.
A ver, Gloria y Mar, contesten: ¿les gustaría ver a su marido siendo penetrado por alguno de sus amantes y viceversa?
A propósito de que «Caliente es caliente», sí creería que te cogieras a otro hombre haciendo trío o en un intercambio con mujeres de por medio, pero, ¿lo harías si estuvieran solos?, por ejemplo con Cornelio. La misma pregunta si aceptarías que te penetrara un macho. Lo pregunto porque ya se satisfacen a mamadas y chaquetas estando solos (claro, el pretexto es Stella, aunque ella no esté.
El caso de un esposo oliendo y palpanddo las sábanas que su mujer humedeció junto a otro hombre, supongo que es desolador las primeras veces, pero después les agrada y calienta extremadamente. Al menos, así le pasó a mi marido.
¡Claro que es muy disfrutable cuando el cornudo lo ha asimilado! Al menos a ni amigo le encanta poner su cara en la cama húmeda y lamer un poco donde aún está mojado. Mientras «se las da de olor», la verga le crece enorme. Así le ha de pasar a tu marido.
Salvo en mi infancia, nunca se la he metido a un hombre, ni tampoco me han cogido después. La verdad, no creo que llegue a ocurrir, pero «Caliente es caliente»…
¡Se nota que Cornelio disfruta los cuernos! Por la buena (espectador invitado) y por la mala (se gritonea con su exmujer hasta la catársis) y la usa para que tú le hagas «favores» cuando te lo cuenta.
Viéndolo así, pues sí…
Esos celos tienen su encanto, aunque haya discusiones entre exmarido y mujer. Por este lado, en mi matrimonio, todo se dio tersamente y con dulzura. Sí hubo celos al inicio, pero también hubo harta calentura. Invariablemente se pajea cuando le mando fotos o videos de lo que estoy haciendo con otro. Además, me recibe con ardor al llegar cogida a casa.
Esos recibimientos sólo los conoce Tita…
Este Cornelio siempre rebasa las posibilidades de imitar algo así. ¿Cómo podría vivir algo similar con mi amasio o con mi exmarido? ¡Naaa, eso no pasaría!
¡Ja! Acuérdate que la Vaquita pensaba que no le pasaría algo similar a lo que leyó durante años y sólo fantaseaba. Mírala ahora, es una puta declarada y su marido es un cornudo consentidor. Aprendió muy bien de la maestra…
¡Caray, caray! Cornelio y tú van a terminar cogiendo sin que Stella esté presente, se les nota…
Insisto: no lo creo. Pero no estoy seguro…