Short de corredor
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hace un tiempo salí a correr como de costumbre por la ciclovía que hay cerca de mi casa, vistiendo uno de los diminutos shortcitos de atletismo y una remera de tirantes, un poco ajustada, para evacuar de mejor manera el sudor. En mi casa y los vecinos están acostumbrados a verme vestido así, porque habitualmente es la indumentaria que uso para practicar running.
Resulta que ese día, iba corriendo por la ciclovía y viene una mujer, de más o menos unos veinticinco años, vistiendo un diminuto shortcito de lycra y un top que le cubría sus senos, dejando ver la punta de sus pesones, el vientre planito y mostrando su ombliguito, llevaba el pelo recogido en una moña, y una vicera y lentes oscuros. Nunca la había visto antes. Ella me quedó mirando las piernas y el paquete. A la segunda vuelta, me la vuelvo a topar de frente, y sin más, me agarró el paquete de forma tan violenta, que se asomó mi pene y un testiculo por la entrepierna del short. Yo quedé impactado por su atrevimiento, pero a la vez muy caliente y con ganas de cogermela allí mismo, en plena calle.
Pasaron algunos días, y me vuelvo a topar a esta chica corriendo por el mismo lugar, pero en el mismo sentido en que iba yo. aumenté la velocidad de tal manera que quedaramos corriendo juntos y le pregunté su nombre. Ella me dijo que se llamaba Marcela, mientras me volvía a mirar el paquete, y que desde hace tiempo me venia mirando correr, que le gustaban mis piernas y que quería conocerme más, y nuevamente me agarró el paquete y me dió un agarrón en el trasero.
Me vino una calentura que me hizo temblar las piernas y que la verga se me pusiera dura como un palo, de tal manera que sobresalía del short. Ella se dio cuenta de eso, y me pidió que nos fueramos a un bosquecillo que hay al final del camino y que es poco frecuentado porque es solitario y un poco oscuro. Nos metimos allí, y tan pronto hubimos avanzado unos cincuenta o sesenta metros desde la entrada, no aguantamos más. Nos tendimos en el suelo, ella de espaldas y yo encima, y por la entrepierna de mi short se asomaba mi pene, que puse en su boca, de tal manera que ella me lo empezó a succionar con suma fuerza, acariciando mi glande con su lengua, el que parecía estallar, mientras yo me encorvaba hacia atrás, con una expresión de extremo placer por la gran mamada que estaba recibiendo, como nunca la había recibido. Luego, le quite su top, y empecé a chuparle sus pezones, duritos, como dos gomas, que se ponían cada vez más duros, mientras de tanto en tanto la besaba en la boca, y con una de mis manos empecé a acariciarle su clitoris. Luego, la besé desde su boca, en el cuello, entre sus senos, y fui bajando lentamente hasta su ombligo, y luego hasta su vágina la que besé apasionadamente, hasta que comencé a lamerle su clitoris, mientras ella se encorvaba de placer y gemía y a veces gritaba. Sus gemidos hicieron que mi verga se pusiera más dura, y me viniera una gran urgencia por poseerla, por meterle mi pene en su vagina palpitante, hasta el fondo, hasta su útero.
La tomé y puse sus dos piernas, cada una sobre mis hombros, y la penetré con tal fuerza que, echó la cabeza hacía atrás mientras daba un gemido salido desde su interior. Su vagina la sentía estrecha y la empecé a bombear con lentitud y profundidad, sentía que mi glande chocaba con el fondo de su vulva, y eso me ponía más caliente y el pene más duro. Por la posición que teniamos, costaba que nuestros rostros se tocaran, lo que nos ponía más calientes, y comencé a bombearla más rápido, mientras nuestra respiración se acompasaba, mirándonos y gimiendo de placer, rozando nuestros labios y nuestras lenguas. Le quité sus piernas de mis hombros, y me puse con mi cuerpo entre ellas, así la pude besar y acariciar. Sentía que estaba en el cielo, le miraba sus ojitos que se entrecerraban de placer, sus gemidos y los míos, nuestra respiración se hacía una sola, hasta que después de un rato, y penetrándola a un ritmo cada vez más rápido, le volvía colocar sus piernas sobre mis hombros y vino el climax, el nírvana, el placer de eyacular esa vagina que sentía tan estrecha, con mi pene que parecía estallar dentro de ella. Lo único que sentí fue un grito de ella, que quedó ahogado en el aire. No había mundo, éramos sólo ella y yo, unidos con nuestros cuerpos, en una sensación tan grande de felicidad y placer. Si hubiera estado alguien mirando, no nos hubiera importado.
Cuando terminamos, retiré mi pene y sonó como si descorchara una botella de vino. La puse frente a mí, yo sentado en el pasto, y ella con sus piernas abiertas rodeando mi cintura. La volví a besar como un loco, con desesperación, y mi pene se volvió a poner duro, y la volví a penetrar, en esa misma posición, mientras ella me rodeaba mi cuello con sus manos, dejando sus pezones a la altura de mi boca, yo le levantaba su trasero con mis manos, haciendolo subir y bajar sobre mi pene palpitante de excitación y placer.
No nos dimos cuenta de cuanto rato había pasado, pero ya estaba oscureciendo. Nos vestimos, y nos fuimos a nuestras casas, no sin antes quedar de acuerdo en juntarnos nuevamente. Así, cada viernes, en el mismo bosquecillo, las aves y anímalitos que allí viven son testigos de nuestro amor clandestino.
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