Sin querer recordar
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por goplay.
Fue sorpresiva la llamada; imposible negarlo. Y a pesar de que las últimas que hiciste no las había contestado siquiera, esta vez sí salí corriendo para irte a ver; sin importar la lluvia, ni que fuera ya tan tarde. Antes, solo saber que eran llamadas tuyas me causaba fastidio, repulsión, lo digo abiertamente. Quise no volver a saber de ti, a mantenerte lo más lejos posible de mi vida. No me malinterpretes, por favor; no es que no fueras linda, era solo que… no se, tampoco tu sonrisa me hería ni me generabas cargos de conciencia, era solo que… no se qué era. No quería saber de nuevo de ti, y punto.
Conocí a Jenny en un seminario sobre análisis financiero. Ella llegó tarde y caminó por toda el aula hasta encontrar un asiento, bajo mi vista escrutadora. Vestía bien, se le veía atractiva. De hermoso cabello largo y negro, senos medianos y apetecibles y unas bonitas piernas que marcaban su forma bajo la amplia falda que ondeaba a cada paso que ella daba hasta llegar a su pupitre. A la hora del almuerzo me senté frente a ella. Levantó su mirada por un instante y se cruzó con la mía. Le sonreí y ella desvió la vista por un segundo. Nuestras miradas se cruzaron varias veces mientras yo terminaba mi sirloin y hacía un par de llamadas. Me había gustado y me propuse abordarla. Más bien, ¿para qué ser hipócrita? Me propuse tirármela.
Intercambio de tarjetas de presentación, dos minutos de charla sobre lo que nos estaba pareciendo el tema del seminario y luego otras tres horas oyendo a Escalante sobre cómo aplicarle fórmulas a un Estado de Resultados para tener idea de cómo eficientar el Ciclo Operativo de la empresa. A la salida, Jenny aceptó un café, a los dos días un Bife para el almuerzo y a la siguiente tarde una copa y una noche de jazz.
Yo hablaba y hablaba, de una cosa, de otra. Jenny me escuchaba con la barbilla descansando sobre su mano, recargando el codo en la mesa; sonriendo… siempre sonriendo y entrecerrando los ojos con dulzura, rindiendo su mente y sus ganas. ¿Media hora? Quizá un poco más, no se; pero terminando el solo del bajo, sus labios y los míos se frotaban y nuestras manos nos iban jalando hasta quedar completamente pegados, irradiándonos calor, provocándonos a cada segundo. De la mesa de enfrente nos miraban a hurtadillas. Nos veríamos seguramente como una de esas parejas que se besan y manosean a la mesa y que todos saben dónde estaremos una hora más tarde. Nos veían y sonreían maliciosos mientras mi boca paseaba por su cuello, deleitándome en su tersura y engolosinándome más con su aroma de disposición y de antojo.
Tu cuello, Jennifer… tu hermoso cuello… verlo así, ahora, en esta noche fría. Recordarlo esa primera noche; en el bar, luego en la cama de aquel hotel. Verlo arquearse a cada beso, a cada movimiento penetrante de mi cuerpo dentro del tuyo, recordarte gritando, pidiendo más verga… verte ahora…
Jenny bebía un vino blanco, dulce, frío. Contrastaba con el rudo sabor del Tequila derecho que yo bebía cuando mi lengua y la de ella se lamían mutuamente dentro de nuestras bocas. Ella movía incesante su rostro incitándome a besarla con más fuerza. Su respiración agitada se dejaba sentir segundo a segundo sobre mi cara a la par de la excitación aumentaba cada vez más en mi interior. Sus ojos solo se abrían para pedir ansiosamente que nos largáramos de ahí de una buena vez.
¿Me dejas mirar tus ojos de nuevo, Jenny? Di que sí, anda. Mírame de nuevo así, princesa. No me lo sigas negando, por favor. Permíteme volver a ti sin importar nada; ni otros brazos, ni otros besos… dilo por favor…
En la habitación nos acariciamos con el cuerpo entero, nos miramos, nos bebimos. La cabellera oscura de Jenny se balanceaba rozando sus hombros cada vez que ella giraba la cabeza extasiada al sentir mi boca perdida en el hermoso manantial de entre sus piernas. Yo saboreaba de su tibia savia con verdadero deleite con una sed insaciable. Sus sabores me enloquecían y me hacían lamerla con mayor entusiasmo, encendiéndome una lujuria desorbitante. La vagina de Jenny llenaba mi boca de un sabor y un deleite que es imposible encontrar igual en este mundo. Era el sabor de una hembra limpia, exquisita, maravillosa; su sabor era casi un símil de la gloria más absoluta; era el sabor primigenio de la vida. Jenny gemía y jadeaba de la manera más rica que jamás he escuchado. Sus sonidos, sus olores, sus sabores… el tacto mismo que su sexo daba a mi lengua eran los más maravillosos que he tenido.
Jenny se contorsionó en mi boca, viniéndose en ella; dándome a beber cada mililitro del éxtasis en el que muchos no creen en mis labios, que la bebieron ansiosamente. Sus pupilas, completamente dilatadas, hablaban de lo mucho que disfrutaba, de lo caliente que estaba, del maravilloso placer que compartíamos.
– ¡Dime que soy tu novia, tu amada, tu puta, Víctor!- clamaba Jenny fuera de sí, calentándome a cada sílaba, a cada palabra surgida de ella. – ¡Dímelo aunque no sea cierto, amor! ¡Dímelo!- Yo la escuchaba, y vivía y moría a la vez, de tanta dicha.
Vivir, Morir, Tal vez soñar, tal vez nacer de nuevo, pero morir siempre. Hamlet me hace falta hoy. Desearte, soñarte, anhelarte, da lo mismo. Esa noche, y muchas otras, te tuve, Jenny. Pero hoy te me niegas, maldita ingrata. ¿Te prometí yo la vida? ¿Te juré amor eterno? ¡No! ¿Verdad que no? ¿¿Quién rompió sus pactos, chingada madre?? ¿Fui acaso yo? ¿No habíamos quedado: Es solo sexo, ni pensar en nada más? ¿¿¿O no fue así???
¿Fui yo acaso el que se comenzó a aparecer en tu oficina cada viernes? ¿Fue acaso mi madre y no la tuya quien salió en esa cena de cumpleaños con que "sé que es el último aniversario en que la pasas con nosotros"? Jenny, ¡Maldita sea!, ¿por qué rompiste con lo acordado. ¡No me salgas con que fue por amor! ¡Ni me vengas con que te ganó el sentimiento! ¡No es excusa! ¡Te lo digo hoy aquí, que vuelvo a ti tras tanto tiempo a encontrarte!
A cada noche que la pasamos juntos, Jenny me feló mejor que la vez anterior. Había aprendido a pasar, de los suaves y tímidos lengüetazos a mi glande a absorciones prodigiosas de todo el cuerpo de mi verga, sin recato, sin temor alguno. Confieso que llegué a temer sus labios, confieso que llegué a temer la mirada que me echaba encima mientras la veía metiéndo y sacando mi tronco en su boca hermosa. La manera lasciva con que se movía y gemía mientras brincaba cabalgándome hasta el orgasmo me enloquecía, me ponía a prueba todas esas noches. Jamás besé la piel de nadie con tanto cariño, tras quedar abrazados ambos, extenuados tras el orgasmo.
– Estoy enferma de amor- dijiste, Jenny, como citando el Cantar de los Cantares. Eso me desarmó, me pisoteó, me hiciste sentir que no te merecía, que ese fastidio que yo sentía era solo que mi mucho mal protestaba por tu mucho bien. ¡Carajo!
La última noche que estuve con Jenny, ella me amó como si supiera que era nuestra última noche juntos. Gritó, se movió, sonrió como jamás lo había hecho antes. Jamás, nunca, me había ofrecido sus nalgas para darme placer; esa noche penetré hasta el más recóndito de sus pensamientos; y lo disfruté cabalmente, a plenitud. El más prohibido de sus rincones fue hollado por mí esa vez. Yo pensé que era con tal de atraparme, y por eso me causó más morbo, más placer cogérmela así, y a la vez más aversión por que ella me lo diera por esa causa. Jenny se entregó a mí esa última noche, sin saber que era nuestra última vez, sin ultimata alguna de mi parte, sin reproches, sin pedir más. Solo se entregó.
Tras el adiós, ella lloró como si de verdad me amara. ¡Y sí me amaba! Yo también. Uno piensa que la carne entregada nada más porque sí no conlleva amor, sin pensar que el entregarse solo porque sí puede significar más amor que el idiota intercambio entre ñoños enamorados. Como sea, para mí no significó nada. Llamó cada dos noches, no contesté. En mi calendario sabía qué noches me llamaría de nuevo, ansiosa desde su cama, masturbándose, pensando en mí. Era solo cosa de calcular su periodo. Total, ¿Qué más importaba?
Fueron meses, año y medio así. Aún con novio nuevo, tú me hablabas, Jennifer, me buscabas, me requerías. ¿Qué importaba eso? Sé bien que muchas noches frotabas sin parar tus dedos contra tu deliciosa vagina, tu dildo contra ese exquisito ano que me diste al final, recordándome, queriéndome volver a tener en ti. Esas noches, yo solo recosté mi rostro en la almohada y dormí tranquilo, solo, con otra, con otras mujeres. Sin pensar en ti, sin sentirte. Hasta hoy.
Hoy Jenny no me habla; ni siquiera voltea a verme. Más que molestia, más que tristeza siento una total desesperación. ¿Por qué hacerme esto? ¿Por qué a mí?
¿Tuvo que haber sido una patrulla de caminos la que hallara tu cuerpo destrozado entre el metal de tu auto, Jennifer? ¿Por qué tenían que haberme llamado a mí para reconocer tu cuerpo? Si, ya entiendo, mi número era el último en la memoria de llamadas hechas desde el celular que mantenías en tu mano cuando tomaste aquella última curva.
Verte así, fría, impávida, destrozada pero siempre hermosa me desgarra ciertamente. ¿Qué risa igualará a la tuya? ¿Qué beso podré pedirle ahora a esa boca que rígida comienza a deformarse? El embriagante aliento que generosamente me dabas cuando tus besos cubrían mi rostro es algo que jamás podrá derramarse nuevamente. La alegría maravillosa de tu risa, de tu sonrisa, de cada amanecer contigo… no volverán a mí jamás.
Hoy el cuerpo frío y despedazado de esa mujer que alguna vez llenó mi vida me grita que alguna vez estuvo viva, que alguna vez amó, que hoy siendo objeto inerte alguna vez sintió y rechacé idiotamente. Ella me grita que aún hoy, yo, estando vivo; estoy muerto.
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