Sobrina pierde su virginidad

Una niña recibe un regalo inolvidable .
Milena tiene 8 años y hoy es su cumpleaños. La fiesta terminó hace horas, pero ella sigue despierta en su cama nueva, escuchando los ruidos de la casa mientras sus padres duermen. Las sombras bailan en la pared cuando pasa un coche por la calle. Alguien abre la puerta de su habitación sin hacer ruido.

—¿No puedes dormir? —pregunta su tío Javier, sentándose al borde del colchón. Le acaricia el pelo con suavidad—. Yo tampoco. Ven, te enseño un juego secreto que solo los mayores conocen. Es mi regalo especial para ti.

Milena asiente, confiada, mientras él levanta su camiseta de unicornios. Sus dedos recorren la piel suave de su vientre infantil, bajando hasta el borde de sus calzoncitos de encaje. Ella contiene la respiración cuando su pulgar roza el pequeño bulto bajo la tela.

—Así se siente bonito, ¿verdad? —susurra Javier, deslizando un dedo bajo la cintura elástica—. Respira hondo, princesa. Los regalos especiales necesitan tiempo.

Milena arquea la espalda sin entender por qué su cuerpo responde así—como cuando corre en el parque pero más intenso, más agudo. Sus pequeños dedos se aferran a la sábana nueva mientras el roce se vuelve más insistente allí abajo, donde nunca nadie había tocado. Un sonido entrecortado escapa de su garganta, mitad sorpresa, mitad algo desconocido que la hace temblar.

—Es normal, princesa—murmura Javier, inclinándose hasta que su aliento caliente le golpea la oreja—. Así se siente el amor de verdad. Cierra los ojos.

Milena obedece, sintiendo cómo sus dedos empujan la tela de sus calzoncitos hacia abajo, dejando su piel desnuda al aire frío de la habitación. Un gemido leve le escapa cuando algo más grande y duro que su pulgar presiona contra aquel lugar nuevo, húmedo ya sin que ella sepa por qué. Ella aprieta los muslos instintivamente, pero sus rodillas son separadas con suavidad firme.

—Relájate, cielo—susurra Javier, su voz gruesa mientras su cuerpo se acomoda encima del suyo—. Es solo un juego bonito. ¿Te gusta cuando te toco aquí?—Su mano izquierda sigue acariciando ese punto bajo su vientre, haciendo que pequeños espasmos le recorran las piernas. Milena asiente, incapaz de hablar, mientras algo caliente y pesado roza su entrada virgen.

Un gemido agudo, como el chillido de un ratoncillo atrapado, sale de su garganta cuando la punta resbalosa empuja hacia dentro. La presión es inmensa, desgarradora—como cuando se clavó la espina del rosal en el jardín, pero multiplicada por diez en un lugar que nunca dolió. Sus uñas pequeñas se hunden en los hombros de Javier.

—Duele—susurra Milena, con lágrimas asomando. Javier gruñe, sofocado, hundiéndose más profundo mientras su mano derecha aplasta la boca de la niña. El sabor salado de su palma se mezcla con sus propias lágrimas.

—Calla, princesa—jadea él, moviéndose con sacudidas bruscas que hacen rechinar el somier nuevo—. Es tu regalo… aguanta un poco. Ya verás qué bonito se pone.

Milena aprieta los párpados, sintiendo cada empuje como un cuchillo de hielo que la parte por la mitad. Las lágrimas le resbalan por las sienes y empapan la almohada de unicornios. Su cuerpo se arquea, no de placer, sino intentando escapar del peso que la aplasta, del olor a sudor y colonia barata que le llena la nariz. En la oscuridad, los ojos de Javier brillan como los del gato del vecino cuando caza pájaros.

—Mira qué buena niña—jadea él, soltando su boca para agarrarle las caderas con más fuerza—. Ya casi… ahí… así. Su voz se rompe en un gruñido húmedo cuando empuja hasta el fondo, haciendo crujir los muelles de la cama nueva. Milena siente algo caliente y espeso inundándola por dentro, como cuando se derrama la sopa en el mantel pero más espeso, pegajoso. Un sollozo ahogado le quema la garganta.

Javier se desploma sobre ella, aplastándola contra el colchón con todo su peso. Su respiración ronca le sopla en el cuello, mezclándose con el olor a cerveza del aliento. Milena mira fijamente el techo mientras él retira lentamente su cuerpo, dejando un dolor punzante y húmedo entre sus piernas. La mancha oscura en las sábanas se extiende como una sombra bajo la luz de la luna que entra por la ventana.

—¿Ves qué bonito? —susurra él, limpiándose con la palma de la mano antes de subirse los pantalones—. Eso es amor de verdad. Nuestro secreto, ¿eh? —Su sonrisa muestra un diente astillado mientras le baja la camiseta, cubriéndole el vientre pegajoso. Milena no responde, paralizada por el ardor que le quema por dentro como si aún estuviera allí.

Javier se levanta del colchón, haciendo crujir las tablas del suelo. —Duérmete, princesa. Mañana jugamos otra vez si eres buena. —Cierra la puerta sin ruido, igual que entró. Milena sigue inmóvil, sintiendo el líquido tibio que le escurre entre los muslos y empapa la sábana. El unicornio rosa de su almohada manchado de rojo oscuro la mira con ojos bordados.