Soy la burra del burro…
Una esposa se entera que un amigo de su esposo lo apodan el burro, por su largo y grueso miembro, por lo que ella no descansa hasta darse el gusto de ser la burra del burro..
Soy la burra del burro…
Mi esposo es el tipo de hombre, que se cree el alma de la fiesta, le encanta jugarle bromas a todo el mundo, y le ponen apodos o sobrenombres a todos.
A uno de sus mejores amigos, desde que lo conocí, mi esposo y el resto de sus amigos, le llaman el burro.
Después de varios años de estar casada, le pregunté llena de curiosidad, por qué le llamaban el burro a su amigo.
Al principio pensé que le decían así burlándose de su inteligencia, lo que después de conocerlo, me parecía muy raro ya que el amigo de mi esposo es diseñador de programas de computación, y aparte de ser profesor universitario, es un acaudalado y próspero empresario.
Después de varios años de estar casada, le pregunté llena de curiosidad, por qué le llamaban el burro a su amigo.
Fue cuando mi esposo me dijo que le decían así por el descomunal tamaño de su miembro.
Yo al principio no le creía, me parecía una de sus tantas bromas y exageraciones, pero cuando él agarrando un tubo de plástico largo y tan ancho como una lata de refresco.
Me comentó que el miembro de su amigo era quizás hasta un poco más largo y grueso que ese tubo, la verdad es que me sorprendí, aparte de que dio mucha curiosidad, aunque no le volví a tocar el tema a mi esposo.
A los pocos días, dimos una fiesta inaugurando nuestra nueva piscina, fiesta a la que mi esposo invitó a todos sus amigos, inclusive al burro.
Al principio procuré disimuladamente observarlo en traje de baño, pero era tan largo y amplio que le llegaba casi hasta la rodilla, digo el traje de baño.
Por lo que difícilmente podía visualizar su cosa, no fue hasta que en cierto momento en que él salía de la piscina que la tela de ese amplio pantalón que usaba a manera de traje de baño, se le pegó a su cuerpo, fue entonces que noté el largo y grueso bulto de forma cilíndrica que tenía Ernesto entre sus piernas.
Aun y así la curiosidad me comía por dentro, y aunque no dejaba de pensar en cómo sería sentir esa cosa dentro de mi coño, como soy una mujer casada, y madre de dos hijas, procuré apartar esos oscuros y lascivos pensamientos de mi mente.
Pero resultó peor el remedio que la enfermedad, ya que en vano mientras más trataba de no pensar en el largo y grueso miembro del burro, más presente lo tenía entre ceja y ceja.
Para colmo de males, mi esposo y yo nos encontramos con él en un Centro Comercial, y nos invitó a almorzar, y durante todo el almuerzo, mi esposo no dejó de bacilar y echarle broma a su amigo a costillas de su miembro.
Lo que hizo que en varias ocasiones este se pusiera rojo como un tomate, y yo por mi parte sintiera lo que llaman vergüenza ajena, al ver la manera tan vulgar en que mi esposo hablaba del miembro de su amigo.
Pasaron los días, y yo no dejaba de imaginarme y pensar, en que sentiría si él, me llegase a penetrar con semejante cosa, y aunque yo misma me recriminaba mi manera de pensar, me era imposible dejar de hacerlo, hasta soñaba despierta con acostarme con él.
Cuando por casualidades de la vida, mi nueva computadora portátil se dañó, o mejor dicho le entró un virus troyano, que me la dejó inservible.
Cuando le comenté a mi esposo que pensaba comprar otra computadora, porque la mía se había dañado.
Me indicó que él iba a llamar a su buen amigo el burro para que pasara por nuestra casa, a darle un vistazo a mi computadora.
En efecto su amigo se comprometió en pasar por casa, pero casualmente justo podía hacerlo en los momentos en que mi marido se encontraba trabajando en su consultorio, y mis dos hijas ya el transporte escolar había pasado por ellas, y ni mi esposo ni mis hijas regresarían hasta las cuatro o cinco de la tarde.
A mi esposo eso no le molestó para nada, mientras que yo haciéndome la resignada, le dije que estaba de acuerdo.
Mientras que por dentro mentalmente saltaba de la alegría, así que cuando mi esposo salió para su consultorio, yo que me había vestido de manera semi formal para recibir a su amigo, apenas vi que el auto de mi esposo se alejaba de nuestra casa, de inmediato me cambié de ropa poniéndome una corta y provocativa minifalda, y una ajustada blusa semi transparente sin más nada abajo.
Apenas pasaron unos veinte minutos, cuando él tocaba la puerta, de inmediato se dedicó a trabajar en la computadora, y yo discretamente buscaba la manera de que se fijase en mí persona.
Así que cuando me dijo que ya la había arreglado, que era cosa de esperar a que terminase de bajar los drivers y se reprogramase, le ofrecí un refresco, de manera bien seductora y coqueta.
De inmediato me di cuenta de que los ojos del amigo de mi esposo los tenía clavados entre mis nalgas, momento que aproveché para de manera algo indiscreta preguntarle como si no lo supiera, el por qué le habían puesto ese sobrenombre del burro.
Al principió se puso algo nervioso, mientras que yo tras servirle el trago, contoneando mis caderas, me dirigí al otro extremo de la sala, y accidentalmente dejé caer la pequeña bandeja en la que le serví su refresco, yo me encontraba a más de tres metros de él, dándole la espalda, cuando me incliné a recoger la bandeja, con toda mi calma.
Gracias al reflejo de la vitrina donde guardo algunos artículos decorativos, vi como tenía fija su mirada en mi culo y parte de mi coño, apenas cubierto por el delgado hilo dental de mis pequeñas pantis.
Aunque en cierto momento mientras le mostraba mis nalgas descaradamente al amigo de mi esposo, sentí algo de remordimiento, por lo que estaba dispuesta hacer, pero me dije a mi misma que el culpable de todo había sido mi esposo al describirme de manera tan detallada la verga de su amigo, cosa que generó en mi ese extraño deseo de tenerla enterrada dentro de mi coño.
Como el burro no me había respondido, nuevamente una vez que me incorporé, le pregunté el porqué de ese sobrenombre, y a medida que me semi recostada en el sofá de nuestra sala, de manera distraída, dejé mis piernas abiertas, mostrándole parcialmente mi coño, apenas cubierto por mis pequeñas pantis.
Como era de esperarse, clavó sus ojos en mi coño, y como es un tipo verdaderamente inteligente seguramente se dio cuenta de mis intenciones, y como si tuviéramos una extrema confianza, mientras se ponía de pie me dijo. “Mis amigos me dicen así por lo largo y grueso de mi verga.” Agarrándosela por sobre la tela del pantalón al mismo tiempo que me decía eso.
Yo aún más excitada por la curiosidad, abrí más mis piernas bien abiertas, y pasando distraídamente mis dedos por sobre la tela de mis pantis, sin vergüenza alguna, le dije. “Ya sabes cómo son ustedes los hombres, todo lo exageran, además yo soy como Santo Tomas, ver para creer.”
De la misma manera en que yo le hablé me dijo. “Si quieres te lo puedo mostrar, pero con una pequeña condición.”
Haciéndome la desinteresada le pregunté cuál era esa condición, a lo que me respondió, que, si deseaba ver su miembro, yo misma debía sacarlo del encierro de su pantalón.
Por unos instantes me quedé en silencio, para luego decirle tranquilamente, que estaba bien, que lo haría.
De inmediato se paró frente a mí, colocando sus manos en la cintura, mientras que yo sentándome en el sofá, me dediqué a soltar la correa de su pantalón, soltar el broche de su cintura y posteriormente a bajar la cremallera, para luego poco a poco ir bajándole los pantalones.
En parte me sorprendí al notar que él no usaba más nada abajo, y cuando llevé sus pantalones hasta la rodilla, vi asombrada su largo y grueso miembro.
Prácticamente doblaba en tamaño y grosor al de mi marido, que no lo tiene pequeño precisamente.
En ese instante me asaltó un fuerte remordimiento por estar a punto de serle infiel a mi adorado esposo, pero yo no era yo precisamente, mi deseo por tener ese monstruoso miembro dentro de mi coño.
Rápidamente hice que sin mucho esfuerzo de mi parte, apartase de mi mente la figura de mi esposo, y como si en mi fuera algo de lo más natural, agarré el largo y grueso miembro del burro, y sin complejo alguno me lo llevé a la boca.
Sin que ni tan siquiera me lo insinuase, lo peor de todo es que a mi propio marido, en innumerables ocasiones le he negado ese particular placer de mamar su verga.
Pero con ese miembro era algo completamente distinto y diferente, yo actuaba como una verdadera demente, deseosa de sentir su verga no tan solo dentro de mi coño, sino que como cosa rara, de momento me provocó dedicarme a mamárselo.
Mi lengua tímidamente, mientras que con ambas manos sujetaba semejante cosa frente a mis ojos, lamía su colorada cabeza, sin sentir repulsión alguna.
Lentamente comencé a introducirla dentro de mi boca, que completamente abierta apenas y podía chupársela.
Yo misma me forcé a seguir chupándosela, y tragándomela, al punto que comenzó a agolpear mi campanilla, y tras un verdadero esfuerzo de mi parte, pasó bajo mi epiglotis, presionándola contra el cielo de mi boca, y aunque casi sentía que me estaba ahogando continué mama que mama, hasta que el mismo, me indicó que me detuviese.
Por lo que tras sacar todo lo que mi boca se había prácticamente tragado, nuevamente sin que él me dijera nada, yo misma en un dos por tres, me quité toda mi ropa, y deseosa de sentir semejante cosa dentro de mí, separé mis piernas mientras me recostaba sobre el sofá de nuestra sala.
Él tomó entre una de sus manos su erecto, grueso y largo miembro, y poco a poco comenzó a ir penetrándome.
Yo asombrada no podía quitar los ojos de su grueso instrumento, a medida que fue desapareciendo lentamente dentro de mi coño, ansiosamente sentía como se iba abriendo paso entre los pliegues de mi vulva, sorprendida no podía dejar de ver como continuaba penetrándome, mientras que yo disfrutaba intensamente de lo que estaba pasando.
Llegó el momento en que nuestros dos cuerpos se unieron en uno solo, y aunque estaba consciente de lo largo y grueso de su miembro, me sentía muchísimo más excitada y deseosa de continuar dejando que me penetrase con semejante cosa.
El placer que sentía en esos instantes era infinito, jamás ni nunca había llegado a sentir algo similar, semejante o parecido con mi esposo.
Era como si cada fibra de mi vulva estallase de placer, de manera individual al contacto con la gruesa y larga verga del burro.
Él no dejaba de verme algo sorprendido, digo yo apenas y mido un metro cincuenta y cinco, era como si su verga y mi coño hubieran sido hechos el uno para el otro.
Yo comencé a moverme como nunca antes lo había hecho, restregaba mi coño contra su cuerpo buscando disfrutar de un mayor placer, al tiempo que él con una mayor confianza continuaba metiendo y sacando su vergajo de mi abierto e insaciable coño.
Pienso que por primera vez en mi vida disfruté de múltiples orgasmos, a medida que mi amate de manera casi bestial, como si realmente fuera un burro, continuaba cayéndole a palos a mi coño.
El placer que sentía yo en esos instantes era tal, que hasta pensé que, si mi marido me llegase a encontrar así, realmente poco o nada me importaría, lo que yo deseaba era seguir sintiendo semejante cosa dentro de mí.
Por un largo rato continuamos revolcándonos sobre el sofá de la sala, y hasta cambiamos de posición en par de ocasiones sin que su fuerza e intensidad se redujera.
Yo gritaba y lloraba, pero como una loca de placer, a medida que su largo y grueso vástago continuaba entrando y saliendo de mí sobre excitado coño.
Hasta el momento en que disfrutamos de un insuperable clímax, sentí como toda mi vulva se llenaba de su cálido y espeso semen, en mi vida había sentido algo semejante, y cuando finalmente nos separamos, por un corto momento ambos nos quedamos en silencio, yo sin saber que decir, pero deseosa de que toda esa experiencia se repitiera en cuanto antes mejor.
Finalmente comenzó a decirme que por primera vez en su vida había disfrutado como nunca, y llenándome de besos, me pidió que volviéramos a vernos.
Fue cuando la imagen de mi esposo se hizo presente en mi mente, y seguramente en la de su amigo también.
Yo estaba tan extasiada por lo mucho que me había hecho disfrutar, que sin pensarlo dos veces, le pedí que nos volviéramos a ver al día siguiente, a lo que él lleno de alegría me respondió que sí.
Después de eso, ambos nos dirigimos al baño, y en la ducha mientras nos bañábamos volvimos a tener relaciones.
Finalmente, cuando se marchó de casa, yo me di cuenta de que mi coño, lejos de tenerlo adolorido, o irritado, si estaba un poco más abierto, y entonces me entró miedo de que mi marido se diera cuenta de ello.
Por lo que esa noche cuando mi esposo, me comenzó a tocar con intenciones de tener sexo conmigo, sabiendo la respuesta le pregunté qué era lo que él más deseaba que yo le hiciera, ya sabiendo de ante mano que me respondería, que le diera el culo y que le mamase su verga.
Por lo que esa misma noche no tan solo le mamé la verga a mi esposo, sino que también dejé que me diera por el culo.
Y aunque al principio pensé que me sería algo sumamente doloroso, no lo fue tanto, mi amante y yo continuamos viéndonos cada vez que a él o a mí se nos presenta la ocasión, ya sea en mi casa y en ocasiones hasta en su oficina.
Mientras que mi esposo a desarrollado la adicción de por darme por el culo que ya ni atención le pone a mi coño, por lo que sin que mi marido lo sepa me he convertido en la burra del burro.
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