Tierna nena de 15 años.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Bueno pues tomo comenzó de la siguiente manera:
No recuerdo cuándo fue que la vi por primera vez. No pude grabarme ese momento exacto en la memoria. Lo que sí puedo decir es que esto debe ser consecuencia de la impresión que ella causó en mí. De esos momentos que te hacen olvidar el mundo entero y sólo quieres fijar tus ojos en la bella chica que tienes enfrente por primera vez.
Soy un chico de 25 años, de complexión delgada, no mal parecido. Nada del otro mundo.
¿Ella? Era sencillamente fenomenal en todos los aspectos descriptibles.
En aquel entonces yo contaba con 22 años y ella con 15; una linda nena que cursaba la escuela secundaria.
Era nieta de la vecina; su hija acababa de llegar hace poco desde otro estado, en busca de trabajo y nuevos aires; o eso me imagino. También tenía un hermano menor, de aproximadamente 11 años más o menos.
Desde la primera vez que la vi hacía todo lo posible por encontrármela más seguido, todas las veces que fuera posible.
Llegaba de la escuela y yo me asomaba por la ventana, sólo para verla pasar. Ese aire de frescura e inocencia relativa que tienen las chicas de su edad me ponía en un estado de ánimo como tenía tiempo de no sentir.
Yo había vivido algunos desastres en mis relaciones anteriores, con chicas de mi edad, "más maduras". Todo aquello que había vivido con ellas, los problemas, las diferencias, pero sobre todo las desilusiones, habían calado hondo en mí. Debo comentar que crecí en una familia con principios sólidos, conservadora, por lo que no desarrollé mucha malicia para tratar a las mujeres. Creía en el mundo perfecto, en las mujeres perfectas. Sin embargo, esas chicas de mi pasado reciente me habían revelado la verdad de un golpe nada más.
De cualquier forma yo seguía siendo tímido, no era lo suficientemente arrojado con las chicas que me agradaban. En la secundaria, prepa y universidad se mantuvo ese problema. Mis amigos me decían que debía ser más aventado pero avancé poco al respecto.
Confieso que mis sentimientos hacia esta chica eran limpios y sinceros, de esa forma era en la que me enamoraba aún hasta hace poco.
Todas las tardes la veía pasar, cuando venía de su escuela o cuando salía a la tienda con su hermano. Cada vez me gustaba más. Sentía las típicas mariposas en el estómago; como haber vuelto a la época de la secundaria.
Un amigo al que le confesé lo que sentía por ella me ayudó a decidirme y reunir el valor para acercarme a ella y hablarle. Pensé que mi hábito de la lectura tendría que servirme para algo y qué mejor para saber manejar las palabras con esta linda niña. Para ser sincero lo pensé bastante antes de dar el primer paso, pues no quería equivocarme en nada. Ayudó mucho el enterarme por un conocido de ella que yo le gustaba. Eso ayudó más de lo que se imaginan jeje.
Su mamá salía a trabajar buena parte del día y por ello le prohibía a su hija salir a vagar con amigos o andar de aquí para allá, así que casi siempre y con seguridad se encontraba en su casa.
Otra cosa que creo que debo decir es que, como ya comenté, aunque mis sentimientos eran sinceros hacia ella, me despertó un apetito sexual gigantesco, como no había sentido antes. Siempre me había inclinado por las mujeres rubias, de piel muy blanca y altas de estatura. Esta niña lo cambió todo. Medía entre 1.60 y 1.65 de estatura, su piel era morena y denotaba la firmeza excepcional de su juventud; cabello negro ondulado, delgada, marcaba una cintura perfecta, sus pechos eran pequeños pero proporcionados a su cuerpo, le lucían muy bien, derechitos mirando para el frente; y lo mejor de todo: su trasero era PERFECTO, así como lo leen tal cual, PERFECTO en tamaño y proporción, justo para su complexión y sus medidas, de redondez increíble. Era tan perfecto que a cualquier hombre podía llevarlo al delirio y la represión de la lujuria. Y aunque yo no la veía con esos ojos, me gustaba, la quería para mí. De repente brotó el macho, el animal celoso que no había descubierto en mí y que pedía a gritos a una linda niña que no encajaba con las cualidades que yo siempre buscaba para mis chicas. No obstante, me dispuse a no perder la cordura. Me mantuve siempre como un caballero y la trate como la dama, como la princesa que era para mí.
Cierto día me acerqué a ella, era una tarde calurosa. Ese mismo día unas horas antes la había visto pasar con una licra negra muy corta. No pude contenerme más y me decidí al fin.
Platicamos de cosas cualesquiera. Mi preocupación inicial era caerle bien y arrancarle todas las sonrisas que se pudiera y así sucedió.
Para no alargar mucho el relato les diré que estas charla duraron varias semanas, nos la pasábamos muy bien, no reíamos y disfrutábamos las tardes juntos. A cierta hora después de la comida ella me buscaba a mí o yo a ella.
Yo me enamoraba cada día más y más de ella. Aquellos meses entre marzo y junio fueron de mucho calor y ella usaba esas licras o sus jeans ajustados que le quedaban perfectos. Y como pueden imaginarse, el calor y la compañía, relajarnos contándonos nuestros secretos y ganando confianza, en un pueblo donde no había otras opciones de diversión… terminó por acercarnos a un punto que yo anhelaba con todas mis fuerzas.
Un día la invité a jugar basketball a unas canchas que quedaban un poquito retiradas de nuestras casas; costó un poco de trabajo que le dieran el permiso pero la condenada insistió para que la dejaran ir sola conmigo. Su familia confiaba en mí porque yo no era ni soy un chico destrampado.
Aquél día, justo antes de salir de mi casa, no sé por qué tuve la idea y la sensación de que debía ir preparado. Tomé una de mis mochilas y metí un par de condones, aceite y lubricante a base de agua, una carta que le había escrito cuando aún no entablábamos conversación; también una rosa roja que acomodé de manera que no se estropeara en el camino.
Llegué a su casa y ella estaba esperándome ahí sentadita en la entrada, sus ojos se iluminaron con ese brillo tan característico de ella. Me sonrió y sólo gritó: "abuelita ya vinieron por mí, nos vemos más tarde". Le correspondí su sonrisa y nos saludamos como de costumbre. Ya sobre el camino y cuando nos hubimos alejado lo suficiente de su casa, al cruzar una calle la tomé de la cintura como sin querer y le dije que venía un carro. Ella se sonrojó y me agradeció. Unos metros más adelante le pregunté si la podía tomar de la mano… ella accedió y se sonrojó nuevamente. A partir de ese momento una química especial se dejó sentir.
Cuando ya estábamos en la cancha nos acomodamos, dejamos nuestras cosas en la sombra de un árbol. Para mí (o nuestra) fortuna no había nadie más en los alrededores. Todo el espacio y el mundo era para nosotros en aquellos momentos. Sonreíamos como dos tontos y comenzamos a jugar, a romper un poco la tensión del nerviosismo.
Ella no estaba muy acostumbrada al calor directo ni al ejercicio acelerado del basketball, así que pronto me dijo que necesitaba tomar un descanso. Fuimos hacia el árbol y nos refrescamos.
Estando ahí me preguntó qué llevaba yo en la mochila. La abrí y saqué del interior la rosa y la carta. Ella no sabía dónde meter la cabeza de la pena, se notaba a kilómetros su carita roja como un tomate. Después de haberla leído le confesé que me gustaba mucho y que nada me gustaría más que tenerla como novia. Mis sentimientos fueron correspondidos y nos tomamos de las manos. Sonreímos… nos aseguramos que nadie nos viera y nos besamos como principiantes. Le acaricié su manos con mucho cariño y por un momento pensé: "¿este es el amor que quise encontrar en aquellas chicas que tanto quise en su momento?", me vinieron a la mente todos aquellos recuerdos que tanto me lastimaban y luego la vi a ella, ahí, sentada, hermosa a cada palmo. Sabía que ella era especial.
Le propuse que nos moviéramos de lugar hacia otro donde quedábamos más cubiertos de posibles miradas curiosas. Era una casita abandonada, sin techo; se encontraba prácticamente junto a la cancha de basket.
Ahí, nuevamente le confesé todo, absolutamente todo lo que sentía por ella mientras tomaba sus manos y las apretaba. Ella sólo dijo que también me quería. Nos miramos fijamente como tontos. Le pregunté si la podía tomar de la cintura a lo cual accedió. Nos volvimos a besar y esta vez fue más mágico aún. Ella me rodeó el cuello con sus brazos. Fue un beso largo y profundo. Creo que al estar más en privado dejamos salir nuestro cariño más fácilmente.
El calor y la humedad del ambiente jugó a favor de nuestras circunstancias. Estábamos un poco sudados y nos refrescamos bebiendo algo del agua fría que habíamos llevado. Hicimos una pausa.
Me había ganado a esta chica, gracias a las semanas, meses de conversación. A mi sinceridad y cariño por ella. Sabía que podía confesarle lo que quisiera sin que ella se molestara. Quise ser honesto y le mostré los otros artículos que llevaba en la mochila. Le dije: "quiero que veas esto, no quiero empezar esto ocultándote algo". Al principio se mostró sorprendida y confundida. Antes de que pronunciara palabra le pedí perdón por pensar como un tonto. Sólo atiné a decirle "compréndeme, es que me gustas y te quiero demasiado, en todos los sentidos. Me tiene hecho un tontito." Se dibujó una sonrisa en su rostro y me dijo "te perdono, por haberme dicho la verdad". Volví a cerrar la mochila y la alejé. Regresé con ella y nos fundimos en un abrazo. Vestía una blusa ceñida y unos jeans azules ajustados.
Mientras nos encontrábamos en ese abrazo no sabía hasta dónde más podía llegar con ella, no quería echar a perder todo el avance. Le pedí permiso para subir un poco su blusa y poder posar mis manos en la piel desnuda de su cintura. Como en todo abrazo típico podía ver toda la parte trasera de su cuerpo, quise contenerme pero no pude; la visión de su trasero era maravillosa. Me aguanté y me aguanté pero seguían los besos y la volvía a abrazar hasta que cedí y tuve una erección.
Como para esos momentos ya estábamos ambos muy pegaditos ella se percató de inmediato y me preguntó: "¿qué es fue eso? a ver". Yo rápidamente le dije que no era nada y traté de disimular pero ella insistió. Creí que se había molestado pero nada de eso.
Noté que, aunque apenada, el tono de su voz era pícaro. La abracé y le di un beso para que no dijera nada más sobre el asunto. Cuál fue mi sorpresa cuando siento su manita en mi bulto. Fue una sensación espectacular, pensar que esta niña que tanto me gustaba estaba tocando mi miembro con ese cuidado y con ese cariño. Le respondí acariciando su espalda y apretándola un poquito más hacia mí.
No imaginaba que mi sorpresa sería aún mayor cuando despegó sus labios de los míos, miró hacía mi bulto y me dijo "¿puedo verlo?" No podía creerlo. Antes de que se arrepintiera le dije que sí, que podía hacer lo que quisiera porque era mi chica. Me besó y acto seguido bajó mi cierre.
En una de nuestras charlas me había confesado que aún era virgen pero que ya había tenido novios, y que ya conocía las caricias y algo más, sin llegar al acto sexual.
Como queriendo halagarme me dijo "qué dura la tienes"… le sonreí y ella también sonreía nerviosa.
Desabrochó mi pantalón y le ayudé a bajarlo lo suficiente para facilitarle las cosas. La sacó de mi bóxer y la miró. Mientras hacía esto me besó. Se reía nerviosa como no sabiendo qué más hacer y le dije que la quería mucho, que era una chica hermosa.
Derepente me miró fijamente y me dijo: "dime la verdad, ¿antes de venir aquí venías con la idea de hacerme tuya?" A lo cual contesté que no. Pero que sentía mucha debilidad por ella y que no sabía a dónde podía llevarme eso; que ella ya sabía todo lo que sentía por ella. Una vez más me sonrió y nos volvimos a besar. Con una de sus manos tomó la mochila y la acercó a mí… me besó, abrió la boca de la mochila, volvió sus ojos a mí y me dijo "Yo también te amo, sé lindo, pórtate como un caballero… y por favor recuerda que soy virgen"
Nos besamos profundamente y le susurré al oído que confiara en mí, que se sintiera tranquila y relajada.
Le di la vuelta, la puse de espalda a mí… comencé a acariciar sus hombros, su cuello.
Mordí sus orejas muy lento, su cuello, sus hombros, sus mejillas. Acaricié su cintura muy suavemente.
Noté su respiración bastante agitada y sabía que había llegado el momento.
Desabroché su pantalón y lo bajé como no queriendo, con mucha lentitud y tranquilidad, para que ella se sintiera cómoda y no como un objeto; lo descendí hasta un poco más allá de la orilla inferior de sus trasero, de forma de tener acceso sin dificultad. Fue el espectáculo más bello de mi vida. Mis nudillos rozaban su suave y tersa piel, firme. Todo aquello era perfección y nada más. Esa piel desnuda, de esa parte de su cuerpo , me volvía loco en toda la extensión de la palabra. Levanté su blusa a la mitad, la acomodé de forma que cubriera sus senos y no se sintiera tan al aire libre.
No pude ignorar la gran humedad de su pantaleta, era como un mar. El olor era el de una hembrita, el de uña señorita lista para dar el paso que la convertirá en mujer.
Saqué el aceite de la mochila y lo froté en su cadera, con caricias; en su cintura, su viente, sus glúteos, sus muslos. Fue en cantidades pequeñas para no hacerla sentir incómoda. Lo hacía con la intención de que ella se relajara y las cosas fueron lo más fáciles posibles. Quería hacer todo el preámbulo necesario para que al penetrarla ella sufriera lo menos posible, y dio resultados.
Lo segundo que hice fue tomar el lubricante. Nunca dejé de besarla y decirle cosas lindas, para que se sintiera como la princesa que era, segura, tranquila, relajada, lista. No puedo describir lo que sentí cuando mi mano lubricada se poso sobre su zona más intima. Ella desde hace rato emitía gemiditos, frases lindas que dirigía hacia mí. Se esforzaba por controlar su respiración. Lubriqué con todo el cuidado su entradita y un poquito más allá. No era necesario hacer mucho pues sus abundantes líquidos que emanaban habían hecho el resto desde del interior.
Retiré el bote del lubricante y tomé uno de los condones, lo saqué del empaque y me lo acomodé.
Ella estaba algo ida, como esperando el momento absorta. Caminé hacia ella y le dije nuevamente que la quería con todo mi corazón, que era la chica más especial. Nos besamos. La volví a poner de espaldas a mí y la llevé contra una pared para que pudiéramos recargarnos y evitar mayor fatiga. La casita no se prestaba para estar en el suelo pues estaba lleno de tierra y suciedad. Me pegué lo más que pude a ella, clavé mis manos en su cintura. Mi miembro estaba tan rígido (17 cm) que no había necesidad de tomarlo con mis manos, así que sólo lo puse en su entrada y le pedí que lo tomara y me dirigiera, para no lastimarla.
Así entonces comencé a hundirle la punta de mi miembro. Me pidió que la abrazara fuerte. Lo hice y le comencé a susurrar al oído para tranquilizarla. Le pedí que abriera sus piernitas lo más que pudiera sin llegar a agacharse. Lo necesario para facilitar al máximo la penetración.
Se iba deslizando con facilidad por lo lubricado de su piel interior y el lubricante del condón.
Poquito a poco, poquito a poco le iba preguntando cómo se sentía. Siempre me mantuve preocupado de no herirla.
Cuando terminó de entrar ella exhaló y nos besamos. Sólo atiné a decirle "¿ya puedo?" Ella asintió con su cabeza y comencé el mete saca, adentro y afuera, lento. Por momentos me decía que parara y yo bajaba el ritmo. Nunca llegué a una velocidad rápida. En realidad el movimiento era corto porque ella así me lo pedía. Me lo hacía saber apretando y soltando mi brazo derecho. Aquél era el espectáculo más hermoso. La chica de 15 años de la que me había enamorado enfrente de mí, entregándome su cuerpo por primera vez.
Gracias a que la velocidad que ella me pedía no era rápida pude controlar muy bien mi respiración y retardar mi eyaculación. Duramos en el acto entre unos 12 y 15 minutos cuando sentí ciertos temblores en sus piernas, sabía que estaba teniendo un orgasmo. Después de ese temblor de momento sentí como si ella hubiera perdido las fuerzas, se asustó un poco.
Decidí que era buen momento para terminar el acto con una chica primeriza y le avise que ya acabaría. Ella asintió y nos besamos. Aceleré lo más que ella me permitía mis embestidas y la abracé muy fuerte. Mordí sus hombros. Recargué mi barba ahí en su hombro derecho y la hacía sentir mi respiración junto a su oído. El momento llegó y la apreté aún más fuerte ahora de su cadera para no lastimarla, la mordí al límite en uno de sus hombros y acabé. Sentía eterno ese momento, como si nunca fuera a terminar. Yo no quería que terminara.
Me recargué todo lo que pude en ella, contra la pared, mientras terminaba de descargar y me quedé ahí un par de segundos. No había problema con el condón porque no perdí ni un segundo mi erección; seguía totalmente rígida como desde el principio.
Me quité el condón, que tenía una cantidad de semen que jamás creí ser capaz de expulsar y mientras ella aún daba algunos gemiditos aproveché para limpiarme rápido mi miembro y volvérselo a meter sin condón antes de perder la erección o de que ella se sintiera incómoda. Se me ocurrió que sería una buena travesura y así fue. Ella suspiró cuando la sintió nuevamente adentro y la besé. Se la dejé así unos dos minutos. Aprovechamos ese tiempo para seguirnos besando.
La abracé, la acaricié, le ayudé a limpiarse, a volverse a vestir, y a que se recuperar bien antes de regresar a casa.
Nos dimos un momento para tomar agua, habíamos sudado bastante… nos reímos un poco; risas nerviosas pero ahora ya cómplices.
La tomé de la mano, y le volví a dar su flor, su rosa roja. Le dije que era la niña más hermosa del mundo entero. Nos besamos y volvimos a casa.
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