Tipo afortunado, Vol.2: Mi mamá, la joven viuda.
Relatos reales de un tipo común, en situaciones poco (?) comunes. «Creí desvanecerme, ya que era la primera vez que tenía dos orgasmos casi seguidos y en un corto intervalo, mientras mi madre se desplomó en mi pecho, rendida.».
Pueden llamarme Andy. Soy un tipo común de 48 años (al momento de escribir esto) y este es el segundo relato de una serie de eventos REALES que sucedieron en mi vida.
Aquí pueden encontrar mi primer relato.
Hoy les contaré de mi madre. Como ya mencioné en mi anterior relato, ella trabajaba para mantenernos, y estaba todo el día fuera de casa, lo que en definitiva ocasionaba que mi hermana y yo quedáramos solos la mayor parte del día, y a veces durante algunos días en que ella viajaba al interior del país.
Mi madre enviudó poco después de los 40 años, y eso fué un duro golpe para ella. Madre de un adolescente y una pre adolescente (quienes ya jugaban a tener sexo) se reprimió sexualmente, dedicándose solo a lo laboral.
Su cuerpo comenzó a marchitarse lentamente, fruto de la falta de amor supongo, y principalmente de amor propio. Ella siempre fué muy conservadora, jamás habló de sexo más allá de lo justo para educarnos a mi hermana y a mi, y hasta se incomodaba en situaciones como compartir una escena caliente en una película si estábamos juntos.
Pero, a sus poco más de 40 años (a comienzos de los años 90), estaba a punto de caramelo.
De pequeña estatura, no más de 1,55mts, pechos acorde a su cuerpo, y algo caderona, pero con un culo envidiable para alguien que nunca hacía ejercicio. Cabello corto, un rostro muy bonito, y unos labios de infarto. Yo en ese momento tenía 16 años, entrenaba en la escuela y en el club en varios deportes, rugby, voley, natación, ciclismo… es decir que tenía un cuerpo fibroso, marcado aunque sin exagerar, una espalda ancha y piernas fuertes.
Lo que sucede es que todo esto lo estoy narrando con el diario del lunes, como se dice en Argentina. En ese momento, mi madre era sólo un fastidio que no hacía más que poner límites y prohibir cosas.
Sin embargo, todo comenzó un día de verano, a poco más de un año de haber enviudado, que fuimos una semana de vacaciones los 3 a una ciudad balnearia de la costa de Buenos Aires, aprovechando que las compañeras de colegio de mi hermana también estarían allí.
Preparamos todo, salimos por la ruta, y en poco más de 4 horas de música y risas, llegamos a nuestro destino. Nos alojamos en un modesto hotel que al menos tenía una piscina decente. Mi hermana casi de inmediato pidió ir a visitar a sus amigas, que estaban en una playa cercana. Mi madre me pidió acompañarla a pie, y le sugerí que ella también viniera, para distraerse. Bajo protesta, aceptó.
Salimos luego del almuerzo, y luego de unas cuadras, llegamos a la playa, y mi hermana no tardó en divisar el grupo compuesto por unas 5 o 6 niñas de su edad (todas criaturas hermosas de entre 9 y 12 años, de las que hablaré en otros relatos). Nos acercamos, saludamos a las chicas, y a sus padres, y nos retiramos unos cuantos metros para armar nuestra sombrilla y disponernos a tomar sol. Yo como siempre, esperé que se armaran equipos de voley de playa, para integrarme en alguno de ellos y así pasar la tarde. Al cabo de una hora, ya estaba participando de uno de los partidos, que estaba muy parejo. Perdimos por la mínima diferencia, y al finalizar, me senté junto a mi madre que ya lucía un color ligeramente tostado en su piel. Durante el partido, noté por momentos su mirada atenta a lo que ocurría en el evento deportivo. Festejando mis aciertos, y alentándome cuando las cosas no salían bien.
– Mamá, creo que deberías descansar un poco de tanto sol.- dije, como para iniciar una conversación.
– Si, ya en 10 minutos, estoy aprovechando el ángulo del sol para broncearme la cola.- dijo, y reparé en su hermoso culo por primera vez. Lucía una bikini normal pero la pieza inferior ligeramente metida en su culo, lo que hacía que fuera una loma perfecta de carne, que invitaba a ser mordida.
Mi verga dió un salto debido al estímulo visual, y sentí vergüenza de que mi madre me descubriera.
Pasaron algo más de 10 minutos, y finalmente se levantó, tomó una de esas sillas de playa, y se sentó bajo el reparo de la sombrilla. Mientras acomodaba la silla, noté que tenía una teta prácticamente afuera del sostén, mostrando un hermoso pezón de areola grande, y de color claro marcado.
– Mamá! se te salió una teta! -dije en tono de broma, aunque algo nervioso por la excitación que estaba sintiendo.
– Ay!, que idiota! gracias por avisarme, ni me di cuenta. -dijo, guiñando un ojo inocentemente.
– No sé honestamente cómo podrías no darte cuenta mamá -dije, en tono molesto- es casi como que yo me baje el traje de baño y ande con… no sé… un huevo afuera.
Era la primera vez que usaba ese tipo de lenguaje con mi madre, o frente a ella, y se sentía raro.
Bueno, pero en éste caso, alguna vez estas tetas fueron tu principal fuente de alimento… -agregó, juntando sus pechos con las manos y mirándome.
Mamá… hay gente… -dije
Y??? ¿Por qué acaso tu madre no puede mostrarse para algún hombre interesado? -dijo con una especie de sonrisa pícara en los labios.
Sentí un fuerte enojo crecer en mi. Mi madre se comportaba extraño, nunca fue así de liberal, siempre fue devota amante de mi padre (y debo decir que era difícil ignorar cuando ellos tenían sexo, dado que mi padre era corpulento y bien dotado, y ella pequeñita, así que sus gemidos eran notorios y muy sonoros.
– Lo que debe ser es que me ves con ojos de hijo, y te lo agradezco… -agregó – pero entre vos y yo… -dijo acercándose a mi oído – estoy un poco bebida, y beber me pone cachonda.
Ahí fue que noté su aliento a cerveza, y las dos latas que asomaban ligeramente de la arena a su lado.
Luego de decir esto, quedamos en silencio, los dos sentados uno al lado del otro, mirando el mar. Su mano se posó en mi muslo, y preguntó:
– ¿Vas a volver a jugar al voley? o preparo unos mates?
– Uh, si. Estaba pensando en unos mates -dije entusiasmado.
– pasame el termo y el resto de las cosas -dijo sonriendo, mientras me palmeaba en señal de complicidad, pero al hacerlo no pudo evitar palmear mi brutal erección.
– Epa, nene… estás…? -hizo una pausa y luego dijo- pasame el mate, dale.
Su actitud comenzó a cambiar conforme pasaron los minutos, las horas, los días. Se mostraba más abierta a saber de mi vida, si tenía una novia, una chica que me gustara, y la verdad en que en ese aspecto yo era medio lento. (No me animaba a “encarar” a las chicas, porque creía que no tenía lo necesario). Entonces le dije que sentía vergüenza muchas veces, o pudor, porque no sabía como hacer nada.
Una noche, mi hermana hizo planes para ir al cine con sus amigas y un par de madres a ver una película de animación, y luego comer en un local de comida rápida. Entonces mi madre dijo:
– che, te parece si cenamos algo liviano en algún lado y vamos a caminar por la playa? ya sabés que a mi me encanta, pero hay luna llena, y se debe ver espectacular.
– bueno, me gusta la idea -dije sonriente.
Nos duchamos, mientras pasaban a buscar a mi hermana, y luego de arreglarnos, salimos a caminar hasta llegar a un restaurante sobre el muelle de pescadores de la ciudad, que prometía “los mejores mariscos de la costa”. Y así fue, comimos de todo, aunque en cantidades pequeñas, para probar. Y mi madre quería beber vino, pero solo tenían botellas grandes, con lo que insistió en que probara aunque sea un poco.
Luego de 3 copas (sí, me gustó y mucho el vino), estaba un poco “alegre”, y comenzamos a bromear. Nos reíamos de cualquier cosa. Muchas veces he leído (con una sonrisa) otros relatos de personas que han vivido la misma situación, y sonrío porque sé que realmente pasa: las madres son mujeres, de carne y hueso, y con sentimientos y necesidades como cualquier otra mujer. Por eso cuando recuerdo lo que dijo mi madre a continuación, solo puedo sonreír.
– pido la cuenta y vamos a caminar?
– dale, pero antes… -dije, mientras sonaba un bolero interpretado por Luis Miguel, muy de moda en esos días- ¿me enseñas a bailar lento?
– en serio me decis? si tu padre te escuchara… él era experto. -dijo, y se levantó, tomándome de la mano y llevándome hasta un espacio en el que otras parejas ya estaban bailando.- bien… ahora, me tomas la mano, así, y tu otra mano en la cintura, eso, así -agregó.
– Así está bien? -dije nervioso, sintiendo mi erección crecer rápidamente.
– así está perfecto, incluso podes llevar mi cuerpo más cerca tuyo -dijo, y se acercó, apoyando sus pechos en el mío, quedando nuestras bocas a centímetros, mi verga erecta clavada sin tapujos en su abdomen (diferencias de altura, yo mido 1,78 y ella 1,55 mts), y mi mano derecha apoyada en el comienzo de su falda…
– Ya me había olvidado lo cachondos que son los adolescentes -dijo – siempre al palo ante el menor estímulo.
No sé si fue el alcohol en sangre, el momento romántico/cachondo que estábamos viviendo, pero me ví a mi mismo diciendo:
– bueno, vos dijiste el otro día que te lucías para que los hombres te miren… yo soy hombre y miro mujeres…
– qué me estás diciendo? -dijo mirándome a los ojos, bastante seria.
– nada Má, que si no fueras mi vieja… – dije, y me calló con un tierno besito en los labios, como solíamos darnos al saludarnos, algo super inocente, salvo que ESE beso no lo era.
– Si no fuera tu “vieja”… qué? -dijo, y una sonrisa traviesa iluminó su rostro.
– Si no fueras mi vieja, te llevo al hotel, y te pido que me enseñes como hacerte feliz -dije.
Mi madre sonrió, como no sonreía desde que perdimos a mi padre. Apoyó su cabeza en mi pecho, y bailamos un par de canciones más, así en silencio, como una pareja enamorada.
Así en silencio, caminamos hacia el hotel, por la playa tomados de la mano bajo una hermosa luna, sonrientes, y como después supe, llenos de nervios (ambos). Llegamos al hotel, entramos a la habitación y mi madre dijo algo que no olvidaré:
espérame un minuto acá. -dijo y entró en el baño.
Me senté en la punta de la cama, sin saber qué hacer. Lleno de nervios y emociones encontradas. En ningún momento surgió nada como “está mal, somos madre e hijo, no debemos”. No. Nada.
Mi madre salió del baño, luciendo un camisón corto, que a contraluz no dejaba mucho a la imaginación. Lucía radiante, bella, sexy.
Se detuvo un segundo en el marco de la puerta, apagó la luz sonriendo, vino hacia mí, mientras me ponía de pié. Y me plantó un beso tierno, que lentamente se transformó en apasionado. Nuestras lenguas jugaban torpemente, mientras tomó mis manos y las llevó a su culo, el cual estaba a duras penas cubierto por la corta tela. No llevaba ropa interior. Mi excitación brotaba por los poros, así como la de ella.
Me ayudó a quitarme la camiseta, casi sin dejar de besarme, y comenzó a besar mi pecho.
mi chiquito… cuánto has crecido -decía entre besos, mientras sus manos llegaron a mi cintura, y comenzaron a bajar mis shorts, sin reparar en que enganchó también mis calzones, y liberó mi erección llena de precum que, como estaba agachada, golpeó su rostro.
Ni lo dudó, y engulló mi verga en su boca, jugando con su lengua, empujándome hasta que volví a quedar sentado en la cama. Sin sacar mi dura polla de su boca, terminó de quitarme el short, abrió mis piernas, con una mano tomó mis huevos, y con la otra comenzó un movimiento lento, haciéndome una mamada de lujo.
Yo me sentía en el cielo. Entre el alcohol que no me dejaba pensar con claridad, y mi madre comiéndose mi verga con la firme intención de vaciar esos huevos en su garganta, yo estaba paralizado de placer. Y así lo hizo. Comenzó a acelerar los movimientos hasta que solo pude decir:
mhm… creo que… voy a… -y ella respondió.
damela toda, dame tu leche. -y acabé 6 potentes chorros de mi semen en su boca, tragó lo que pudo mientras el excedente corría por sus labios chorreando hasta mis bolas.
– guau… cuánto tenías acumulado parece… -dijo limpiándose la boca, plantándome un beso profundo y apasionado, mientras se subía a horcajadas y agregó- ahora me toca a mi.
Siguió subiendo sobre mi pecho, levantó su camisón, mostrándome la vagina de la cual vine al mundo en primer plano. La abrió con sus manos, al tiempo que instintivamente las mias la tomaban por el culo y mi boca se hundía para sentir el sabor de su sexo.
Mi lengua comenzó a jugar con su conchita, pasando por todos lados. Mi falta de experiencia hacía que intentara buscar el punto de placer máximo, hasta que finalmente lo encontré, y descubrí que, así como mi hermanita, mi madre era multiorgásmica. Explotó en mi boca ahogando un grito, al tiempo que se transformó en una fábrica de insultos y groserías.
– SI hijo de puta, comeme la concha, haceme acabar, si si si, chupala fuerte, AHHH que placer! -gritaba, al tiempo que movía sus caderas de adelante hacia atrás, haciéndole el amor a mi boca y nariz.
A todo esto, mi verga seguía dura, y me dijo:
– Quiero más… cogeme… meteme toda esa verga. -y de un movimiento rápido se posicionó sobre mis caderas y acomodando mi verga en la entrada de su empapado chocho, se sentó de un golpe clavándosela entera.- UFFFFFFF… qué dura la tenés hijo de puta. ¡Qué lindo tener una verga así en casa para cuando me den ganas de coger! -y comenzó a saltar y moverse sobre mí.
Mis manos fueron a sus tetas, aún cubiertas por la fina tela de su camisón, y ella hábilmente se quitó la prenda, dejándome ver sus hermosas tetas de pezones grandes y duros por primera vez en mucho tiempo. No se si fue instinto, calentura o qué, pero los apreté con ambas manos, y comencé a chuparlos, morderlos, lamerlos, al tiempo que mis caderas comenzaron a imitar los movimientos de mi madre, en un vaivén frenético donde mi verga entraba y salía com movimientos violentos casi entera. Nuestros cuerpos transpiraban, y nuestros sexos inundaban el dormitorio con un aroma típico de sexo.
Mi madre gemía, me besaba, volvía a gemir, hasta que se arqueó violentamente, poniendo sus manos en mi pecho, tensó su cuerpo, y dejó escapar un fuerte orgasmo, ahogando un grito que, de haberlo liberado, habría despertado a todo el hotel.
Su chocho se tensó tanto, que no aguanté y le avisé que iba a acabar, a lo que solo pudo decir “llename toda”, y exploté de nuevo, inundando tanto su mojada vagina, que mi leche se escurría y caía por mis huevos a la cama.
Creí desvanecerme, ya que era la primera vez que tenía dos orgasmos casi seguidos y en un corto intervalo, mientras ella se desplomó en mi pecho, casi en igual posición que cuando bailábamos, y dijo:
– no la saques… déjame sentirla un poco más… ay Dios qué placer… la tenés parecida a la de tu papá, pero es más gruesa, y… la puta madre! ¿Cuánta leche guardan estos huevos? me siento llena… -rió y me plantó un dulce beso en la boca, a lo que agregó- a partir de ahora, te voy a enseñar lo mucho o poco que sé, y te vas a transformar en el maldito Casanovas, en el Don Juan de Marco, en San Cogedor.
De más está decir que ese apasionado momento fue interrumpido por el aviso de que mi hermana había arribado al hotel, así que me vestí como pude, bajé a recibirla, y mientras la besaba en la boca en el ascensor, y metía un dedito en su conchita aun virgen, pensaba en lo afortunado que era, y que aún hoy soy.
—
Todo lo narrado es real, y me reservo los nombres reales, por cuestiones de privacidad.
Espero les haya gustado, y espero sus comentarios.
Ya seguiré con esta serie de relatos, contándoles más de mi afortunada vida, llena de placeres.
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