Tomy y el Secreto Prohibido
Tomy siempre había sido un niño curioso. Su mente inquieta lo llevaba a explorar cada rincón de su pequeño pueblo, donde las historias antiguas y los rumores de pasillo alimentaban su imaginación. Pero de todos los secretos que circulaban entre los habitantes, había uno del que nadie quería hablar: .
Los ancianos advertían a los niños que nunca preguntaran al respecto, que ni siquiera intentaran buscar pistas sobre él. Se decía que quien leyera en voz alta sus palabras sería capaz de doblegar la voluntad de los demás, obligándolos a obedecer sin cuestionar. Pero el precio por usar su poder era desconocido, y aquellos que lo habían intentado nunca vivieron para contarlo.
Sin embargo, cuando Tomy encontró un viejo diario en el ático de su abuelo, su curiosidad se encendió como nunca. No era el libro maldito en sí, pero contenía información sobre él: advertencias escritas con desesperación, mapas que señalaban su posible paradero y relatos de aquellos que lo habían buscado antes… y habían desaparecido.
El encuentro
A medida que investigaba, Tomy notó que un anciano del pueblo, Don Ezequiel, parecía observarlo con interés cada vez que hacía preguntas sobre el libro. Nadie sabía mucho sobre él, salvo que llevaba décadas viviendo en las afueras del pueblo y que rara vez hablaba con alguien.
Una tarde, mientras revisaba las últimas notas del diario, Tomy sintió que alguien lo estaba siguiendo. Se giró y encontró a Don Ezequiel de pie tras él.
—Así que tú también lo buscas —dijo el anciano con voz grave.
Tomy, sorprendido, intentó ocultar el diario, pero Ezequiel solo sonrió.
—No te molestes. Si lo has encontrado, significa que el libro te ha elegido. Pero debes saber algo: no hay poder sin sacrificio.
Intrigado, Tomy aceptó hablar con él. En su pequeña cabaña apartada del pueblo, Ezequiel le reveló la verdad: el Libro de la Voluntad Perdida era real, y él había sido su último lector. Lo había escondido por años, protegiéndolo de aquellos que deseaban aprovecharse de su poder.
—Si de verdad lo quieres, puedo entregártelo —susurró el anciano—. Pero debes estar dispuesto a pagar el precio.
Tomy dudó. Sabía que aquello era peligroso, pero la promesa de poder, sumada a la difícil situación económica de su familia, lo llevó a aceptar.
Siguiendo las indicaciones de Ezequiel, encontró el libro enterrado en un viejo mausoleo olvidado en las afueras del pueblo. Con manos temblorosas, retiró la cubierta de cuero desgastado y leyó la primera página.
Las palabras parecían arder en su mente mientras las pronunciaba en voz baja. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
El pueblo donde vivía Tomy era un lugar casi inhóspito, apartado del resto del mundo, con caminos de tierra y casas envejecidas por el tiempo. Sus habitantes eran pocos y, con los años, se habían vuelto silenciosos y reservados.
La lectura del libro por parte de Tomy dio comienzo, y en poco tiempo algo comenzó a cambiar en el pueblo.
Al principio, fueron cosas pequeñas. Cuando Tomy interactuaba con las personas, estas se mostraban más distraídas, pero lo más inquietante ocurrió cuando Tomy dio su primera orden.
Era solo una prueba, una simple instrucción dada a un hombre que vendía frutas en el mercado.
—Dame una manzana gratis.
El hombre parpadeó una vez, como si algo dentro de él se resistiera, pero al instante siguiente, su expresión cambió. Con movimientos mecánicos, tomó la mejor manzana que tenía y se la entregó a Tomy sin decir palabra.
Fue en ese momento cuando Tomy sintió algo diferente en su interior. No fue satisfacción ni alegría… fue poder.
Tomy, embriagado por la sensación de control absoluto, decidió llevar su nuevo poder a un terreno más oscuro. Aquella tarde, en una calle cercana a su casa, fijó su mirada en una joven que pasaba distraída, ajena a la sombra que se cernía sobre ella. Sus labios pronunciaron lentamente una orden, y en un instante, la chispa de voluntad en los ojos de la muchacha se apagó. Caminó hacia él con pasos vacíos, obedeciendo sin resistencia. Su postura se volvió rígida, su respiración se tornó superficial. Sin cuestionar, sin dudar, llegó hasta él.
—Acompáñame —susurró Tomy, y ella obedeció.
La chica hizo una pausa, con perplejidad en su rostro: —un, ¿Puedo ayudarte con algo?
Tomy sonrió, la miró de arriba abajo con aprecio.
—Solo estaba admirando la vista. Eres muy bonita. ¿Por qué no me haces compañía un rato?
La chica vaciló por un momento pero luego asintió lentamente.
Caminaron juntos mientras se alejaban de las luces de la calle y llegaban a un estrecho callejón entre la casa dos casas. No se escuchaba sino el silbido de los insectos. Tomy la miró
—Tengo un jueguito que quiero jugar contigo. Quiero que te desnudes, despacio. Muestrame lo que tienes debajo de esa ropa
Los ojos de la muchacha se abrieron con sorpresa y por un momento Tomy pensó que se negaría. Pero luego, ella asintió, sus manos se movieron hacia el dobladillo de su camisa, se la subió pasándola por encima de su cabeza, dejando al descubierto un sujetador rosa de encaje que apenas contiene sus pequeños senos. Luego, sus manos se movieron hacia su falda, desabrochándola y dejándola caer al suelo, continuó con el sujetador. Cuando Tomy vio los pezones de la chica ya estaba más excitado que en cualquier otro momento cuando había visto a una mujer desnuda en su celular. Por último, la chica bajo sus bragas, dejando a la vista su vagina levemente cubierta por una mata de pelos negros.
Mientras tanto, Tomy metió casi que involuntariamente, sus manos dentro de la pantaloneta que llevaba puesta, cogió su pene y comenzó a estirárselo, acariciándolo lentamente a través de la tela. Nuevamente le hizo señas a la chica para que se acercara.
—Ven aquí.
La muchacha, que ahora desnuda se veía mucho más niña de lo que Tomy había creído, pareció dudar, pero luego dio un paso hacia adelante. Sus ojos se posaron en el bulto de la pantaloneta de Tomy.
—Arrodíllate, le ordenó Tomy, quizás siguiendo los pasos del poco porno que hasta ahora había visto. Al mismo tiempo saco su pene de su pantaloneta. —Ponlo en tu boca.
La chica asintió y se arrodillo frente a él, sus manos descansaron sobre sus propios muslos. Tomy agarro su pene firmemente y comenzó a frotar la cabeza contra su cara. Lo pasaba por sus mejillas, por sus labios cerrados y a lo largo de su nariz y frente. Ella mantenía sus ojos cerrados, su respiración se hacía más pesada.
Tomy presiono la punta de su pene contra los labios de la chica, ella los abrió ligeramente y Tomy aprovechó la oportunidad para empujar hacia adentro. Su boca cálida envolvió la cabeza de su pene mientras entraba centímetro a centímetro.
Tomy agarró un mechón de cabello de la chica y comenzó a empujar, deslizando su pene dentro y fuera de su boca. Ella se atragantaba un poco, pese a no ser un pene grande, ella tenía una boca pequeña. A pesar de eso Tomy no disminuía la velocidad. Estaba demasiado excitado para ser amable.
Tomy saco su pene de la boca de la chica, que de inmediato tomo una bocanada de aire. Con una sonrisa, Tomy le ordenó que se acostara en el suelo del callejón. La niña nuevamente pareció dudar por un momento, dio varias miradas rápidas a su alrededor, pero luego asintió y se tumbó en el suelo. Tomy se arrodillo detrás de él, tocó sus muslos, su vagina levemente humedecida. Se agacho intentó pasar su lengua por la vagina de la chica pero esta terminó pasando por su ano, no le disgustó.
Entonces, con valentía, Tomy deslizó un dedo en su estrecho agujero, bombeándolo hacia adentro y hacia afuera. Ella gimió y se retorció, comenzó a mojarse mucho más que antes, luego Tomy metió un segundo dedo, allí sus gemidos pasaron a ser quejidos.
—Espera, detente, eso duele.
Tomy hizo una pausa, sonrió y continuó
Tomy se enderezó, coloco la punta de su pene en la estreches anal de la chica y presionó. Ella estaba tensa, pero Tomy ignoró su incomodidad, estaba demasiado concentrado en su propio placer. Con un gruñido, empujó hacia adelante, sintiendo como su apretado ano se estiraba para acomodar su pene.
La chica gritó, sus dedos arañaban el suelo frio del callejón. Tomy no se detuvo, hundió su pene más y más hasta que sus bolas chocaron con la cola de ella. Estaba tan apretada que a Tomy le es imposible contenerse. Con un gemido experimento por primera vez lo que era correrse dentro de una chica.
La cara de la chica se contorsiona de disgusto mientras Tomy se alejaba de ella. Se puso de pie y se vistió rápidamente, estaba llorando y miraba a Tomy con odio. Tomy sintió temor por primera vez, se sintió avergonzado por sus acciones.
La cara de la chica estaba roja de ira. Con una última mirada se dio la vuelta y se alejó, dejando a Tomy solo
en el callejón.
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