Traición en la Última Noche de Soltera
Marina, una mujer de 24 años, cuenta cómo una noche de fiesta antes de su boda cambió su vida para siempre. Emocionada por su última noche como soltera, salió con sus dos mejores amigas, Lucía y Sofía, y conocieron a tres hombres atractivos, Guillermo, Hugo y Franco. .
Soy Marina, tengo 24 años. La historia que voy a contar es sobre cómo una noche de copas arruinó mi vida. Esa maldita noche resuena en mi mente cada día. Todo estaba listo para mi boda con Juan, mi exesposo. Pero ese día llegaron Lucía y Sofía, mis mejores amigas, para celebrar nuestra última noche juntas como solteras. Estábamos emocionadas por pasar un buen rato. Las tres íbamos muy hermosas, listas para ir a un bar y tomar unos tragos, pensé. Las horas transcurrieron entre tragos y bromas. Mis amigas notaron a un chico alto de ojos negros observándonos y lo invitaron a nuestra mesa. Seguimos bebiendo y yo ya me sentía un poco mareada, al igual que mis amigas.
Eran ya las 2 de la mañana cuando Guillermo, el chico de ojos negros, sugirió: «¿Podemos ir a mi apartamento? Está cerca y podemos continuar la fiesta». Ya estábamos ebrias y muy alegres, así que no pensamos con claridad y decidimos continuar nuestra pequeña juerga.
Una vez llegamos a su apartamento, Guillermo encendió la música, sacó más alcohol y pasabocas, y llamó a un par de sus amigos que vivían en su piso y estaban durmiendo. Les dijo: «Chicos, levántense, que tenemos invitadas». Nos presentó a Hugo y a Franco.
Lucía se fue a la habitación con Guillermo a tener sexo. Un rato más tarde, Sofía se fue con Hugo, y yo me quedé en la sala de estar con Franco, muy excitada al escuchar los gemidos y gritos de mis amigas con sus amantes. Franco me dijo que en su habitación tenía Netflix y que podíamos ver una película. Yo acepté, sabiendo a qué se refería. Como estaba deseosa de tener sexo, acepté sin pensar en las consecuencias que eso me traería después.
Franco me guiñó un ojo y me dijo: «Vamos a mi habitación, tengo algo que mostrarte». Yo sabía exactamente lo que tenía en mente, y eso solo aumentó mi deseo. Caminé hacia su habitación, sintiendo la excitación crecer dentro de mí.
Una vez allí, Franco cerró la puerta detrás de nosotros y me empujó contra la pared. Me besó con pasión, sus manos vagando por mi cuerpo, acariciando mis pechos a través del vestido. Yo gemí en su boca, mis manos bajando hacia su entrepierna, sintiendo su erección dura y fuerte.
«Eres una zorra caliente, ¿no es así?» susurró contra mis labios, mientras sus manos me desabrochaban el vestido. Asentí, jadeando cuando mi vestido cayó al suelo, dejando mi cuerpo desnudo excepto por la lencería negra y sexy.
Franco sonrió, sus ojos oscuros brillando con deseo. «Estás buenísima,» murmuró, sus manos deslizándose sobre mis pechos y pellizcando mis pezones endurecidos. Gemí y me incliné hacia atrás, ofreciéndole más acceso.
Él me empujó hacia la cama y me tumbó boca arriba. Me miró con avidez, su erección marcando su pantalón. Se arrodilló entre mis piernas y rasgó mi ropa interior, revelando mi coño húmedo y deseoso.
«Joder, qué coño tan hermoso,» dijo, sus ojos brillantes de deseo mientras sus manos exploraban mis muslos internos y mi humedad creciente. Deslizó dos dedos dentro de mí, haciéndome gemir de placer. «Estás tan apretada y húmeda,» dijo, deslizando sus dedos dentro y fuera de mí.
«Quiero sentir ese coño alrededor de mi polla,» dijo, soltando sus pantalones y liberando su miembro duro y grueso. Lo agarró con firmeza y lo apuntó hacia mí. No me dio tiempo a protestar antes de que presionara la punta de su pene contra mi entrada y empujara hacia adentro con una sola estocada.
Grité de sorpresa y placer cuando llenó mi coño con su dureza. Era más grande y grueso de lo que había experimentado antes, estirándome mientras me penetraba con fuerza. Franco comenzó a bombear dentro y fuera de mí, haciendo que la cama crujiera con el ritmo de sus arremetidas.
«Oh, mierda, sí,» jadeó, sus ojos cerrados mientras su cuerpo se movía sobre el mío. «Tu coño es tan apretado. Me estás haciendo sentir tan bien, zorra.»
Sus palabras me hicieron temblar de deseo. Amaba el sonido de su voz ronca y llena de lujuria. Me mordí el labio inferior mientras me aferraba a las sábanas, sintiendo cada pulgada de su pene dentro de mí.
En ese momento, la puerta se abrió y Guillermo entró en la habitación. «Ve con Sofía, Franco,» dijo, sus ojos oscuros brillando con deseo. «Déjame disfrutar de esta zorra.»
Franco me lanzó una última mirada llena de lujuria antes de salir de la habitación. Me quedé allí, tendida en la cama, con mi coño palpitante y deseoso, esperando a que Guillermo viniera a reclamar lo que era suyo.
Guillermo se acercó a la cama, sus ojos brillantes con deseo. «Veo que Franco ya ha empezado el trabajo,» dijo, sonriendo con picardía. «Ahora es mi turno de divertirme.»
Se quitó los pantalones, revelando su miembro duro y grueso. Sin decir una palabra más, se arrodilló entre mis piernas y me penetró de una sola estocada, su polla llenándome por completo. Gemí de placer, mis manos aferrándose a las sábanas mientras su cuerpo se movía sobre el mío.
«¿Te gusta esto, zorra?» susurró Guillermo, sus caderas moviéndose con fuerza. «Te gusta sentirme dentro de ti, ¿verdad?»
Asentí, sin poder encontrar las palabras para expresar el torrente de sensaciones que me invadían. Mi cuerpo se estremecía con cada arremetida, mis gemidos llenando la habitación.
Guillermo continuó embistiéndome, su ritmo implacable llevándome al borde del clímax. «Eres una puta increíble,» murmuró, sus manos agarrando mis caderas con fuerza. «Voy a hacerte venir tan fuerte que no podrás olvidar esta noche.»
Sus palabras, llenas de deseo y dominación, me llevaron al límite. Sentí cómo una ola de placer me envolvía, llevándome a un orgasmo intenso que me hizo gritar. Mi cuerpo se tensó y luego se relajó, mis piernas temblando mientras Guillermo seguía moviéndose dentro de mí.
Finalmente, él también alcanzó su clímax, llenándome con su semen caliente. Se desplomó sobre mí, su respiración pesada y sus ojos cerrados mientras se recuperaba del orgasmo.
Sentí el cuerpo pesado de Guillermo encima del mío, aún temblando por el orgasmo que acababa de experimentar. Podía sentir su respiración agitada en mi cuello y el calor de su piel contra la mía. Pero antes de que pudiera relajarme, sentí una mano en mi hombro.
«Es mi turno de divertirme con esta puta,» dijo una voz ronca.
Abrí los ojos y vi a Hugo, el tercer chico, mirándome con ojos voraces. Sentí un escalofrío de anticipación y miedo mientras Guillermo se apartaba de mí y Hugo se colocaba entre mis piernas.
«Parece que ya estás lista para mí,» murmuró Hugo, sonriendo con picardía mientras su mirada se detenía en mi cuerpo desnudo y aún tembloroso.
Sentí una oleada de vergüenza y excitación mezcladas. «S-sí,» dije en un susurro, sintiendo el calor extenderse por mi cuerpo. «Estoy lista.»
Hugo sonrió y deslizó sus manos por mis muslos, abriéndolos para tener acceso a mi coño húmedo y deseoso. Con un movimiento suave, introdujo sus dedos dentro de mí, haciéndome gemir de placer.
«Mmm, estás tan húmeda,» murmuró, sus dedos deslizándose dentro y fuera de mí con habilidad. «Me pregunto si Franco y Guillermo te prepararon bien.»
Me estremecí al escuchar sus palabras llenas de deseo. «Sí,» jadeé, sintiendo una oleada de placer recorrer mi cuerpo. «Ellos me… me hicieron sentir tan bien.»
Hugo sonrió y se inclinó para besarme con pasión, su lengua explorando mi boca mientras sus dedos seguían moviéndose dentro de mí. Me dejé llevar por el momento, sintiendo un deseo ardiente consumirme por dentro.
Hugo se separó de mí y se quitó la ropa, revelando su cuerpo musculoso y su pene duro y grueso. Lo miré con avidez, sintiendo un calor ardiente en mi vientre.
«Quiero sentirte dentro de mí,» susurré, mis manos bajando hacia su polla y envolviéndola con suavidad.
Hugo me miró con intensidad, sus ojos brillantes de deseo. «Eso es lo que haré, zorra,» murmuró, empujándome hacia abajo hasta que estuve de rodillas en la cama. «Ahora vas a chupármela como una buena chica.»
Asentí, sintiendo una mezcla de excitación y vergüenza. Me incliné hacia adelante, tomando su polla en mi mano y llevándola a mi boca. Lamié la punta con mi lengua, saboreando la suave textura y el sabor salado. Luego, con un gemido suave, envolví mis labios alrededor de la cabeza de su pene y comencé a succionar.
Hugo gimió de placer, sus manos aferrándose a mi pelo mientras me movía lentamente hacia arriba y hacia abajo, tomando más de su longitud en mi boca con cada movimiento. Me dejé llevar por el momento, disfrutando del sabor y la sensación de tenerlo dentro de mi boca.
«Sí, así, zorra,» susurró Hugo, sus manos guiando mi cabeza con suavidad. «Chúpala como si fuera un caramelo.»
Obedecí, deslizando mi boca hacia arriba y hacia abajo, saboreando la dureza de su polla mientras mis manos acariciaban sus muslos. Hugo gemía y jadeaba, su cuerpo tenso mientras disfrutaba del placer que le proporcionaba.
Finalmente, Hugo se separó de mí y me hizo girar hasta que estuve de espaldas a él. «Ahora quiero sentirte desde atrás,» murmuró contra mi oído, su polla erecta presionando contra mi espalda.
Sentí un estremecimiento de deseo y miedo. Sabía que lo que estaba a punto de suceder sería intenso e inolvidable. «Hazlo,» jadeé, sintiendo mi corazón latir con fuerza en mi pecho.
Hugo deslizó sus manos por mis caderas y me penetró de una sola estocada, llenándome con su dureza. Grité de placer y sorpresa, mis manos aferrándose a las sábanas mientras él comenzaba a moverse dentro de mí con fuerza.
«Oh, Dios mío,» jadeé, mi cuerpo temblando con cada arremetida. «Eres tan grande y grueso. Me estás haciendo sentir tan bien.» Su ritmo implacable me llevaba al borde del clímax. Finalmente, él también alcanzó su clímax, llenándome con su semen caliente.
En ese momento, escuché un golpe en la puerta. «¡Marina, vámonos ya! Es tarde y tienes que prepararte para tu boda,» dijeron Lucía y Sofía desde el otro lado.
Me vestí apresuradamente y salí del cuarto. Al encontrarnos en la sala, Lucía y Sofía tenían una expresión de complicidad en sus rostros. Nos dirigimos hacia la puerta, listas para marcharnos.
Mientras caminábamos hacia la salida, Lucía comentó con una sonrisa pícara: «Chicas, qué noche tan loca. Todas nosotras estuvimos con los tres chicos, cada una por turno. Definitivamente, esta fue nuestra última gran aventura como amigas solteras.»
Sofía asintió, riendo suavemente. «Sí, fue una despedida de solteras que nunca olvidaremos. Cada una de nosotras fue una completa zorra esta noche, y no me arrepiento de nada.»
Nos reímos juntas, compartiendo ese momento de confesiones y complicidad. Salimos del edificio y nos dirigimos de vuelta a casa, sabiendo que nuestra amistad había alcanzado un nuevo nivel de confianza y locura. Pero también, conscientes de que esa noche quedaría grabada en nuestras mentes para siempre.
La boda con Juan fue un evento hermoso y emotivo. Intercambiamos votos en una ceremonia íntima frente a nuestras familias y amigos más cercanos. La recepción que siguió fue una celebración alegre y festiva, con música, baile y deliciosa comida.
Me sentía radiante en mi vestido de novia, y veía a Juan mirándome con adoración. Estábamos rodeados de amor y felicidad, y el ambiente estaba lleno de risas y alegría.
Sin embargo, a pesar de la alegría que me rodeaba, no podía dejar de pensar en la aventura que había tenido con los tres chicos la noche anterior. Me sentía culpable y confundida, luchando internamente con mis deseos y mi sentido de lealtad hacia Juan.
La recepción pasó en un abrir y cerrar de ojos, y pronto Juan y yo nos encontramos solos en nuestra habitación de hotel, recién casados y listos para comenzar nuestra vida juntos.
«Querida, ha sido un día maravilloso,» dijo Juan, abrazándome con ternura. «Estoy tan feliz de ser tu esposo y de compartir mi vida contigo.»
Los días pasaron y regresamos a casa después de nuestra luna de miel. La rutina se asentaba nuevamente, pero una inquietud persistía en mi mente, una sombra que no podía ignorar. Un día, mientras preparaba el desayuno, sentí un mareo repentino y me desplomé en el suelo de la cocina.
Juan, alarmado, me llevó al médico. Sentí su preocupación y amor, lo cual solo aumentaba mi sentimiento de culpa. En la clínica, el doctor confirmó mis sospechas: estaba embarazada. La noticia me golpeó como una bofetada, y la culpa y el arrepentimiento se apoderaron de mí. No sabía quién era el padre: ¿Juan, mi esposo, o uno de esos hombres de la noche fatídica?
De regreso a casa, mi mente era un torbellino de pensamientos y emociones. Juan, ajeno a mi tormento interno, estaba radiante de felicidad. Yo, en cambio, me encerré en el baño y lloré en silencio, lágrimas de vergüenza y arrepentimiento corriendo por mi rostro.
Los recuerdos de aquella noche con Guillermo, Hugo y Franco invadían mi mente, cada detalle, cada caricia, cada susurro obsceno. Sentía una mezcla de repulsión y añoranza, la lujuria de esos momentos ahora teñida de una amarga realidad. Mis amigas, Lucía y Sofía, habían seguido con sus vidas, libres de las cadenas que ahora me ataban.
La culpa era un veneno que se filtraba en cada aspecto de mi vida. Juan notaba mi distanciamiento, pero yo no podía compartir con él el peso de mi traición. Una noche, mientras él dormía a mi lado, sentí la desesperación apoderarse de mí. Me levanté de la cama y fui al baño, mirando mi reflejo en el espejo. «Eres una puta,» me dije a mí misma, las palabras de aquellos hombres resonando en mi cabeza.
El embarazo avanzaba y con él, la presión sobre mis hombros. En cada visita prenatal, sentía que mi mentira crecía junto con mi vientre. No podía evitar pensar en qué sucedería si el bebé no se parecía a Juan. ¿Podría soportar la mirada de decepción y traición en sus ojos?
Finalmente, pasaron los meses y di a luz a una niña de piel oscura. Supe inmediatamente que era hija de Hugo por su aspecto físico. Juan nunca dijo nada, pero en sus ojos había preocupación, pues toda nuestra familia era de piel blanca caucásica.
Al mes siguiente, Juan me pidió que fuéramos los tres a hacernos una prueba de paternidad.
El día de la prueba llegó y me sentí como si caminara hacia la horca. En la clínica, todo transcurrió en silencio, un silencio pesado y lleno de tensión. Nos tomaron las muestras y nos pidieron que esperáramos los resultados.
Juan no me miraba a los ojos. Sentía su distancia, su desconfianza, y mi corazón se hundía más con cada minuto que pasaba. La culpa me carcomía por dentro, cada latido de mi corazón era un recordatorio de mi traición.
Finalmente, el doctor nos llamó a su oficina y nos entregó el sobre con los resultados. Las manos de Juan temblaban mientras lo abría. Su rostro se volvió pálido al leer las palabras que confirmaban lo que yo ya sabía: Juan no era el padre.
«¿Cómo pudiste?» dijo finalmente, su voz quebrada y llena de dolor. Sus palabras eran como cuchillos, cada una cortando profundamente. No tenía respuesta, solo lágrimas que corrían por mi rostro. La vergüenza y el arrepentimiento eran insoportables.
Juan salió de la oficina sin mirar atrás, dejándome sola con nuestra hija en brazos. Sabía que había destrozado nuestro matrimonio, que la lujuria de una noche había destruido todo lo que habíamos construido juntos.
La prueba de paternidad no solo reveló la verdad sobre mi hija, sino también la cruda realidad de mis acciones. Me quedé sola, enfrentando las consecuencias de mis decisiones, con el peso de mi culpa y la mirada de mi hija, inocente en todo esto, como un recordatorio constante de mi error.
Juan me pidió el divorcio. Nuestro matrimonio apenas duró diez meses. No pudo soportar la vergüenza y la humillación que sentía. Decidió dejar su trabajo y mudarse a otra ciudad, lejos de mí. Desde que firmamos los papeles de separación, nunca más supe de él.
Me quedé en nuestra casa vacía, rodeada por el eco de mis propios errores. La soledad se instaló como una sombra constante, recordándome a diario lo que había perdido. Intenté seguir adelante, pero cada paso estaba marcado por el peso de la culpa y el arrepentimiento.
Nuestra hija, fruto de mi engaño, se convirtió en mi única razón para levantarme cada mañana. Sus ojos oscuros y su sonrisa inocente eran un consuelo en medio de mi tormento. Pero también era una constante prueba de mis acciones irresponsables.
Traté de reconstruir mi vida, pero mi reputación estaba dañada, mi corazón roto y mi alma en ruinas. La gente murmuraba a mis espaldas, señalando con dedos acusadores mi falta de moralidad. Me sentía atrapada en un ciclo interminable de auto-odio y autocompasión.
Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses. Vivía en la penumbra de lo que había perdido, incapaz de perdonarme a mí misma por el daño que había causado. Hugo, el padre biológico de mi hija, apenas estaba presente en su vida, sumido en sus propios problemas y evitando cualquier responsabilidad.
Había perdido todo lo que alguna vez amé por un momento de debilidad. La vida me había dado una lección cruel y despiadada, enseñándome que las acciones tienen consecuencias irreversibles.
¡Hola a todos!
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¡Gracias por leer y espero que también disfruten de la experiencia auditiva!
Saludos,
DominateBSDM
Excelente relato, es un Oasis en este página, rodeado de historias de tipos maricas, sin sangre en las venas qué, al enterarse de los cuernos, en vez de actuar como lo hizo Juan, se excitan…
Y aquí es una historia más humana,aún y que sea ficticia, tiene todo de verdad, y es que las acciones tienen consecuencias, y aquí a ella le tocó pagar esas consecuencias.
De nuevo, gracias por la historia.
Muchas gracias por tu comentario y por tomarte el tiempo de escribirme. Tu apoyo significa muchísimo para mí y me alegra saber que disfrutaste del relato. Tus palabras realmente me motivan a seguir creando! Pueden encontrar el episodio en Spotify buscando Relatos Eróticos. Aquí te dejo el enlace directo para que puedan disfrutarlo de inmediato: https://podcasters.spotify.com/pod/show/jess-javier-pea .