TRAVESURAS I
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por rxxa4.
La pequeña Ana había invitado a tres amiguitas a pasar el fin de semana en su casa, y lo mejor es que serían cuatro días, pues ni jueves ni viernes tendrían clases debido al mantenimiento urgente de su colegio.
De las cuatro niñas, Ana y María iban en cuarto grado, teniendo nueve años ambas, Karla con diez años, once en unos días, iba en quinto grado, y por último Diana de doce años, cursaba el sexto grado de primaria.
Todas ellas eran muy bonitas, siendo un manjar para cualquiera que se fijara en ellas.
Ana era la más bajita de todas, medía 1.44, de piel blanca, delgadita, cabello negro lacio y corto arriba de los hombros, ojos rasgados debido a la ascendencia asiática de su madre, muy bonita, pero lo más atractivo que tenía, era su culito redondito, nada grande pero bien formadito y sus tetitas nada desarrolladas; María medía 1.49, piel morena clara, cabello negro y largo a mitad de su espalda con peinado de trenzitas africanas, ojos café oscuro, era algo llenita, sin llegar a ser gorda, sus caderas ya comenzaban a formarse, mostrando a su vez un culito precioso, redondito y bien paradito, y sus senos también comenzaban a brotar, bonita la niña; Karla era la más alta de todas, midiendo 1.55, también era la de piel más morena, delgada, con cabello negro lacio un poco debajo de sus hombros, ojos café, labios carnosos, sus caderas y culo comenzaban también a desarrollarse, aunque no tanto como a María; y Diana, la segunda más alta, midiendo 1.51, era de piel blanca, cabello rizado y castaño, largo hasta mitad de espalda, ojos grandes y azules, labios algo carnositos, delgada pero en desarrollo, con una caderita más formada que sus amiguitas, al igual que su culito, el cual estaba bien paradito, y sus tetitas ya eran del tamaño de un limón, la más hermosa de las pequeñas.
El miércoles por la tarde, habiendo ya terminado las clases, Anita, vestida de blusita de tirantes rosa, shorcito de mezclilla y sandalias, esperaba con ansias a sus amiguitas, ya que se habían ido a bañar a sus casas por haber sido día de deportes.
Mientras, los papás de Ana arreglaban los últimos detalles a la casa.
Al poco rato un auto llegó, bajando Karla de este, vistiendo una blusita de tirantes amarilla y un shortcito de mezclilla y sandalias, trayendo en sus hombros una mochila rosa.
Corriendo, Anita abrió la puerta de su casa para recibir a su amiguita, mientras se despedían de los papás de ella que estaban en el auto.
Entraron a la casa y corrieron a la cocina dando aviso a su madre, una mujer de 1.67 de estatura, blanca de cabello lacio, largo y negro, de rasgos asiáticos, delgada pero con una figura muy sensual y un trasero redondo y bien parado, de la llegada de su primera invitada.
– ¡Mami, mami! ¡Ya llego Karla.
– grito con alegría la pequeña.
– Hola Karlita.
Bienvenida.
– dijo la señora de treinta y cinco años.
– Buenas tardes señora.
Muchas gracias.
– dijo educadamente Karla.
– Bueno chicas, vayan a jugar mientras sigo preparando la comida.
– dijo la señora.
Las niñas fueron a la sala a platicar mientras esperaban a sus otras dos amiguitas, pero no tuvieron que esperar mucho cuando llegó Diana vestida de blusa blanca de tirantes y una falda entablada negra algo corta, mostrando la mitad de sus muslos, y tenis converse negros, caminando con su papá.
Las niñas la recibieron con mucho entusiasmo y la hicieron pasar despidiendo al señor.
– ¡Mami! ¡Llegó Diana! – gritó Anita.
– ¡Bienvenida Diana! – gritó la madre de Ana desde la cocina.
– ¡Gracias señora! ¡Y buenas tardes! – gritó Dianita.
Un par de minutos después llegó María vestida de blusa blanca de tirantes como la de Diana y con una faldita entablada corta de color verde y tenis blancos, completando el cuarteto de amigas.
María al igual que Karla y Diana fue bien recibida y con gritos de felicidad por Ana, quien de inmediato daba aviso a su madre.
– ¡Mami! ¡Llegó Mari! – volvió a gritar la pequeña.
– ¡Bienvenida seas Mari! – gritó una vez más la señora.
– ¡Gracias señora Monica! – grito María.
Pronto las niñas comenzaron a conversar, entre gritos y risas.
Platicaban de cualquier tontería que se les venía a la mente, ya fueran chistes o cualquier chisme sobre otras niñas.
Estaban muy alegres platicando cuando el papá de Ana, un hombre de 1.85 de estatura, delgado pero con musculatura bien definida, de treinta y siete años, piel blanca, cabello crespo color café, ojos color miel, muy apuesto, llegó a la sala con dirección a la escalera.
– ¡Hola niñas! ¿Cómo están? – preguntó efusivo el señor.
– ¡Buenas tardes señor Carlos! – gritaron las niñas al unísono.
– Voy a arriba a bajar el Playstation 4 para que jueguen.
¿Alguien me ayuda? – preguntó Carlos.
– ¡Ay papi! Ve tú solito.
– dijo Anita.
– No te preocupes Ana. Yo le ayudo a tu papá.
– dijo María.
– Ok Mari.
Ayúdale, mientras vemos cómo va mi mamá con la comida,
– dijo la niña de la casa.
Y así Ana, Karla y Diana se dirigieron a la cocina, a la vez que María y Carlos subían por la consola para poder jugar en la sala.
Estando en el piso de arriba, se dirigieron a la recamara del fondo, que era la del matrimonio de la casa, y al ingresar Carlos cerró la puerta e inmediatamente cargó a la niña, quien se le aventó nada más estar en la recamara.
Ambos comenzaron a besarse con gran pasión, mientras se acariciaban el uno al otro.
– Ya te extrañaba Mari.
– dijo Carlos a la niña, mientras acariciaba su culito.
– Y yo a ti papi.
– dijo la pequeña.
Inmediatamente, el adulto acostó a la infante en la cama y bajo los tirantes del blusita blanca de ella, al igual que el sujetador, liberando los pequeños senos en desarrollo, besándolos, mordiéndolos y succionándolos, excitando más a la niña.
– Mmmm… siiiii, así.
– gemía la pequeña, sintiendo que sus pezones se endurecían.
– Estas chichotas tuyas son preciosas mi reina.
– dijo el hombre para después seguir disfrutando de esos preciosos senos en desarrollo.
Luego levantó la faldita verde que llevaba, dejando a la vista las bragas blancas de ella.
El hombre sacó de su bolsillo un tubito de lubricante y con prisa liberó a su animal, bajando su short hasta las rodillas, destapó el tubito y vertió un poco en su mano derecha, para enseguida untárselo a su pene, dejándolo bien lubricado.
Sin esperar más, hizo a un lado las bragas de la niña, colocó la punta de su verga en la entrada vaginal de la pequeña y comenzó a hacer presión.
El miembro del hombre comenzó a perderse entre los gorditos labios vaginales de la niña, entrando en aquella cálida cuevita bien conocida por él.
– ¡Ufff! Que rico coñito tienes Mari.
– dijo Carlos, al lograr meter diez centímetros de los diecisiete que medía su daga.
– ¡Aaaah, aaaah! Y tu una poderosa verga.
– dijo la pequeña gimiendo.
El hombre comenzó a mover sus caderas, ganando una buena velocidad.
Sabía que no debían tardar para no levantar sospechas, así que sus embestidas eran rápidas y sin detenerse.
La verga entraba y salía sin dificultad de la rayita de la niña, pues debido a la excitación, se encontraba muy bien lubricada por sus jugos.
– ¡Buuff! – bufaba Carlos en voz baja, mientras embestía veloz.
– Hmmm, mmmmm… – gemía la niña, teniendo la mano del hombre en su boca para evitar que se escuchara.
– ¡Uffff! ¡Toma esto pu…t-ti…taaaa! – gemía susurrando.
– Mmmmm… – la niña pujaba con la mano del hombre en su boca.
De repente, María tensó su cuerpo y arqueó su espalda, evidenciando la llegada de su orgasmo, y al sentir las contracciones de la vaginita, Carlos llegó al suyo también.
– ¡Nnnghhhaaaaaa! – gimió tratando de no hacer mucho ruido, regando su leche caliente dentro de la vagina de Mari, sin preocupación alguna, pues el ya se había hecho la vasectomía, aunque la niña aún no menstruaba.
– ¡Mmmmmmmmmmm! – gimió la niña.
– ¡Uuufff! Aaaaaah.
Deliciosa como siempre.
– dijo Carlos.
El hombre dio unas cuantas embestidas más a la pequeña y sacó su verga algo erecta.
– Rápido pasa al baño de la recamara y límpiate.
No debemos tardar más.
– le ordeno el adulto a la amiguita de su hija.
La niña acomodó su blusa y sujetador y pasó al baño para asearse a toda prisa, mientras Carlos ya con su ropa acomodada desconectaba la consola y elegía unos cuantos juegos para qué las niñas jugaran.
Al minuto salió María ya lista para regresar a la sala.
Ambos bajaron con cosas en mano, acomodándolas en el mueble del televisor.
La pequeña María estaba hambrienta debido al “ejercicio” que había hecho y fue a reunirse con sus amiguitas en la cocina, quienes esperaban sentadas junto a la barra de la cocina a que Mónica les sirviera de comer.
– Voy al baño.
No tardo.
– dijo Diana caminando con dirección hacia la sala.
Al llegar vio que el señor Carlos se encontraba sentado en el sillón individual, se acercó a él, le sonrió, tomó la varonil mano derecha y la puso en su senito izquierdo.
– Al rato me toca a mí.
– le dijo al hombre con una sonrisa pícara en su rostro.
– Claro pequeña.
al rato será tu turno.
– le devolvió la sonrisa, mientras tocaba las nalguitas de la niña metiendo su mano debajo de la falda negra.
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