Un slip azul
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por HOMBREconAGUANTE.
Él era la respuesta a todos sus interrogantes. Formaba parte, como ella de la plantilla de la asesoría en cuya sala de reuniones se hallaba Natalia. Aún recordaba la impresión que le dio cuando lo vio llegar hace dos años: un hombre en la treintena, moreno, de tez blanca, complexión esbelta y gestos seguros pero amables. Desde su 1.80m miraban unos ojos color miel. Sin ser descortés – y mucho menos huraño- no alternaba mucho con sus compañeros, siempre abstraído como estaba, bien en el trabajo bien en sus pensamientos. Y aunque con alguna frecuencia mantenía charlas cordiales o brindaba su sonrisa sincera y genuina, todos allí lo tenían por un misterio.
Natalia usaba las miradas de Víctor para tratar de extraer información de él: unas miradas a veces serenas, en ocasiones trágicas, algunos días inquietantes, puntualmente feroces, frecuentemente pensativas y, de cuando en cuando, escrutadoras. Un par de estas últimas las había dedicado a la mujer, provocándole una extraña mezcla de incomodidad y curiosidad. No recordaba exactamente cuándo se despertó en ella un interés sexual por Víctor. Quizá un día a medio camino entre miradas, sonrisas y accidentales roces de pasillo.
Ella tenía ya su público dentro del trabajo. Consciente de sus encantos, no dudó en usarlos para seducir y yacer con Miguel, con Álvaro, con Jaime y aun con Irene. Morena, de largos cabellos ondulados, sus grandes ojos negros y sus pechos erguidos causaban sensación; su bronceado perenne le aportaba un punto de encanto y su voz, deliciosamente sensual, turbaba al más impertérrito. Pero Víctor parecía tan inaccesible, tan impermeable… Desde un mes atrás había iniciado un acercamiento sutil con insinuaciones que, sabía, él captaba; pero se mantuvo esquivo. No llevaba alianza matrimonial y no se le conocía pareja. ¿Quizá era gay?
Hasta que cuatro semanas después, pasó. Esa tarde Natalia sintió las miradas escrutadoras de Víctor en al menos cinco ocasiones, como si estuviera diseccionándola, desnudándola. Y se mantuvo pensativo de una forma algo más extraña que la habitual. Al terminar la jornada laboral se fueron marchando todos y apagando las luces hasta que quedaron solamente Natalia y Víctor; ella recogiendo todo para irse y él absorto en su mesa con el papeleo. Cuando la mujer pasó al lado de la mesa del moreno dirigiéndose a la puerta, una mano la detuvo sujetándola por la muñeca de modo firme y a la vez suave. Ella lo miró con sorpresa y sus ojos le devolvieron la mirada más indescifrable de todas las que conoció en él. "Vamos" le dijo mientras se levantaba; y guió a una Natalia envuelta en miedo y deseo al despacho.
Ya allí le indicó que se sentara en el borde de la mesa. Sentándose él a su lado la rodeó con sus brazos por la cintura y comenzó a besar su cuello. Lo besaba suave y lentamente o lo recorría desde abajo con su labio inferior. Sus dedos se aventuraban por debajo de la blusa y empezó a jugar con el ombligo de Natalia usando su índice izquierdo. Desde ahí comenzó a hacer trazos que cada vez se acercaban más a sus pechos. Ella cerraba los ojos y se concentraba en la sensación. Entonces él halló el punto. Justo tres centímetros tras la oreja. Lo besó primero y, al notar su suspiro, lo acarició lentamente con la punta de su lengua. Había dado con la llave del candado, con la contraseña de sus instintos, con el yugo de su voluntad. Desde aquel instante, Natalia quedó sumida en una vorágine hedonista.
Las manos de Víctor apresaron sus senos una vez liberados del sujetador, masajeándolos primero con suavidad, luego magreándolos con firmeza, pellizcando finalmente sus pezones endurecidos. Apenas abandonaba esa zona del cuello de Natalia con sus labios y lengua; y si lo hacía era sólo para lamer brevemente los pliegues de su oreja.
Víctor fue desabotonando la blusa con una mano mientras los dedos de la otra recorrían uno de los pechos, hundían su pezón, lo retorcían hasta la frontera exacta entre el placer y el dolor. Quitada la blusa, fue la otra mano la que buscó la parte trasera del sujetador y la libre cogía el otro pecho y lo llevaba a la boca de Natalia para que lo lamiera. Luego bajó con sus manos por los costados de ella hasta llegar a su pubis, donde se encontraron tras meterse entre la falda y la piel y apartar suficientemente el tanga rojo. Mientras una recorría la suave línea de su cintura con las yemas de sus dedos, dos dedos de la otra se adentraban entre los labios vaginales y empezaron a trazar círculos cada vez más amplios, dilatándola; y luego la penetraron. El pulgar de la otra mano se hizo con el clítoris, lo rodeaba sin llegar a tocarlo; lo hundía presionándolo con cuidado; lo apresaba en pinza con ayuda del índice a la par que ambos dedos presionaban hacia abajo.
Con la acción conjunta de ambos manos en su sexo y la de la lengua y labios en su cuello alcanzó Natalia su primer orgasmo de la recién llegada noche. Entonces Víctor se levantó y tomó la falda de la morena, que apoyando sus manos en la mesa elevó un poco sus nalgas para permitir que él pudiera quitarle la prenda y también el tanga. Luego colocó su mano en la nuca de Natalia y la besó con dulzura, con sensualidad, con lascivia, Le besaba las comisuras, chupaba su labio inferior, iniciaba un baile de lenguas.
A continuación, Víctor fue bajando con su lengua por el cuerpo de su amante dejando un rastro de saliva: partió de su barbilla, descendió por el cuello (estirado al echar ella la cabeza hacia atrás) pasó por entre sus pechos sin tocarlos y cayó en el ombligo para llegar finalmente al monte de Venus.
Las sensaciones se amplificaron cuando tras besar la cara interna de los muslos y lamer con fuerza las ingles, Víctor abrió su boca cubriendo con ella la raja de Natalia y la empezó a cerrar de una manera desesperantemente lenta; cuando chupó los labios uno a uno o ambos a la vez; cuando acarició con la punta de la lengua el clítoris o lo chupaba intermitentemente, succionándolo con fuerza y soltándolo un momento antes de volver a chuparlo; cuando pasaba la lengua en zigzag o iba lamiendo como bebería un gato y entrando cada vez más profundamente en ella.
Natalia se percató de que Víctor la iba conquistando y sometiendo a base de generosidad; de que era un dictador mediante su entrega; un tirano mediante su desprendimiento; y, a la vez, un siervo mediante su deslumbrante poder.
Alcanzó más veces el clímax oral (comprobando que Víctor parecía conocer su sexualidad que ella misma) antes de que el hombre comenzara a desnudarse. Quitándose su traje descubrió un cuerpo tonificado, sin estridencias, equilibrado como una escultura griega. Al quitarse su slip azul reveló un miembro de tamaño respetable, de unos 20 cms; y Natalia creyó sentir el calor que desprendía a pesar de estar a metro y medio de su propia la piel.
Víctor se acercó a ella, la tumbó sobre la mesa y, quedándose de pie a su lado, le fue pasando lentamente su sexo por la cara. Efectivamente, Natalia comprobó que ardía; y además tenía un olor penetrante, característico. sedienta de él, atrapó ese puñal con sus labios y pudo degustarlo; lo llenó de babas que quedaban colgando del tronco o de la comisura de sus labios; lo sacaba y engullía hasta la garganta, intentando llegar al escroto con la punta de la lengua; lo masturbaba mientras lo investigaba con su lengua sin miedo a quemarse. También chupaba golosa sus testículos muy lentamente entre gemidos mientras él le acariciaba los cabellos o las mejillas. Un cuarto de hora prolongó esa felación sin lograr apagar el calor de su pene y sin que perdiera la erección.
Luego continuaron explorando centímetro a centímetro la piel ajena, exprimiendo el placer de cada terminación nerviosa con las yemas de los dedos, cubriendo cada poro con los labios, recorriendo la ruta de cada vena con la lengua… Los sentidos de Natalia estaban embriagados: su vista por la miel de los ojos de Víctor fijados en los suyos y siguiendo a pureza de las líneas de su cuerpo; su oído, por el coro de susurros, suspiros, gemidos y jadeos; su olfato, por el olor a masculinidad que se desprendía de su compañero; su gusto, por el sabor de los genitales de él y por el de sus propios flujos, que Víctor recogía con sus dedos en el par de labios más intimo de Natalia para llevarlos luego a los de su boca; y su tacto, desde luego, al sentir la boca de su amante jugando con sus pezones, sus dedos en sus caderas, su cálido aliento cayendo sobre sus muslos o su lengua húmeda acariciando sus tobillos, el empeine de uno de sus pies o colándose entre los deditos.
Víctor puso a Natalia a gatas sobre la mesa y, quedando el de rodillas tras ella, le hundió su falo hirviente y comenzó a embestirla con fuerza. Entonces se volvía tigre, feroz, indómito e implacable, como cuando su empuje hacía bambolear los pechos de ella, que paraban de golpe cuando él los sujetaba con fuerza mientras se inclinaba, pegando su torso sobre la espalda de Natalia para lamerle la cara. Luego reaparecía siendo gato, como cuando estando sentados en el sofá viendo el televisor un gato aparece silencioso y sólo detectamos su presencia al notar el cosquilleo que provoca al rozar suavemente nuestra pierna; así notaba ese cosquilleo Natalia al sentir los besos delicados de Víctor en sus hombros, espalda o cuello o cuando la penetraba suave y lentamente. Resurgía finalmente el tigre y todo su temible poder y voracidad, con sus embestidas e instintos.
Natalia se hallaba cansada y pletórica a la vez, sudada y oliendo a hembra. Le invitó a sentarse en la mesa y , colocándolo entre sus rodillas y quedando de cara a él comenzó a cabalgar a Víctor, con sus pechos botando ante su cara y su trasero golpeando los muslos de éste. Las manos del moreno se agarraban a con fuerza a las nalgas de ella y una de las de la morena bajaba hasta su sexo para frotar con furia su clítoris y también para acariciar el miembro ardiente de Víctor mientras entraba y salía de ella. El gato le susurraba cosas al oído y besaba sus pechos; el tigre clavaba las uñas en sus glúteos y mordisqueaba sus hombros y cuello. Y ella, aullando y jadeando se hacía loba entre el gato y el tigre; y la loba se hacía una con los dos. Los amantes se mantenían la mirada, acerada la de él, lujuriosa la de ella, que no dejaba de botar y botar con el cabello pegado a la frente por el sudor.
Víctor la tomó por al cintura, la levantó y la dejó en pie sobre el suelo. luego la llevó de su mano unos metros más allá, hasta la ventana. La colocó cara a ésta, dejando expuesto el bello cuerpo de Natalia a las luces de la ciudad y de la luna; y quizá también a las miradas, pese a la altura a la que se encontraba el despacho. Entonces ella notó cómo él le separaba sus nalgas y luego cómo ensalivaba su ojete con la lengua, muy lentamente. Poco a poco éste iba relajándose y abriéndose tras unos minutos de un beso negro como la noche que los amparaba. Sintió finalmente el ardiente sexo de su compañero invadiendo su ano.
Fuera de sí, Natalia fue empujada contra la ventana, con sus senos aplastados contra el cristal. Ahí Víctor era ya sólo tigre. Ella notaba su potente respiración en su nuca y las vigorosas embestidas de su pelvis.Entonces vio como una de las manos la soltaba y alcanzaba una botella de vino que estaba apenas a un metro sobre un mueble, preparada para una reunión del día siguiente. A falta de sacacorchos y con un seguro y certero golpe contra el borde del mueble, Víctor la partió justo por la base del cuello, dejando intacto el resto y comenzó a duchar a su pareja por delante y por detrás para luego lamer el vino de su espalda.
Todo sin parar el movimiento de sus caderas. Ella, ya flaqueando, tras una verdadera maratón de sexo, notó que sobre el calor del miembro de Víctor que la perforaba aparecía uno aun mayor: al fin el tigre había derramado dentro de ella su semen, el cual, al apartarse él, salía del esfínter de Natalia y bajaba resbalando por sus muslos. Ella recogió con sus dedos parte del esperma y lo puso sobre su lengua para paladearlo.
Justo entonces vio cómo Víctor llegaba con su slip azul y se lo ponía a ella. Inicialmente, pese a dejárselo poner, pensó que era un lapsus, una confusión entre la ropa íntima del uno y del otro por la excitación y la noche, pero luego comprobó que él se vestía los pantalones sin haberse puesto ropa interior. En un par de minutos ya estaba totalmente vestido y, tras mirarla en silencio una última vez, se dirigió a la salida. Y por el camino el tigre se hizo gato; el gato, se volvió sombra; la sombra, nada; y, finalmente, la nada, todo.
Ya al día siguiente, desnuda sobre aquella mesa, Natalia comprendió: el slip simbolizaba un cinturón de castidad y ella sería suya para siempre.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!