UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por paquitochocolatero.
La noche había sido lo que todo el mundo podía esperar, primero una toma de contacto, más que nada para saber un poco más cómo era ella, ya que no la conocía prácticamente de nada, pero al verla se me quitaron todas las dudas, no es que fuera una mujer de esas a las que no te atreves a decirles nada por si acaso haces el ridículo ante semejante monumento, pero tenía un halo que irremediablemente te atraía, era un todo en su conjunto, sin nada que resaltase, pero con un acabado se podría llamar casi perfecto, cuando ya logré volver en mí, empezó lo típico de una cita, unas palabras, luego una cena romántica en un restaurante normalito pero con ese encanto que tienen los lugares antiguos en los que te logras evadir del presente y concentrarte en la persona con la que estás, para después irse a tomar unas copas e ir cogiendo el punto a la noche.
Ya, entre baile y baile, se iba viendo que la cosa podía prometer, que si una mirada por aquí, que si un roce por allá, que ahora me voy y te dejo un rato tirado para que pienses en mí, que si ahora te cojo y te pego un baile agarrado de esos que nos gustan a los hombres en los que puedes restregársela bien por la pierna, vamos, que la cosa se fue subiendo de tono, y con cada acción notaba que se le escapaba un leve gemido de placer.
Pasado ya un rato, y habiendo dejado que el alcohol nos ayudara a terminarnos de deshinibir, ella me propuso que, sabiendo que todavía quedan caballeros dispuestos a socorrer a alguna damisela, excusándose en lo inseguras que son las calles de la gran ciudad a ciertas horas, me pidió que la acompañara hasta su casa, y uno, que en el fondo lo es, pues no se podía negar a tal requerimiento.
Al principio íbamos cada uno por su lado, pero pasado un rato, ella empezó a tener frío, y no hizo falta decir nada, pues inmediatamente la estreché con mi brazo para darle calor, pero por sus miradas parecía que ese calor no era suficiente, y como no soy de piedra, empecé a frotarle con mi brazo y a apretarla fuertemente contra mí, cada vez más continuados y duraderos, y en uno de esos apretones, no me despegué de ella hasta que logré probar sus labios, eran carnosos, tiernos, y aunque ella estaba helada, desprendían un calor que resucitaba a un muerto.
Rápidamente me retiré, por si acaso le había parecido un poco atrevido mi beso, pero ella acurrucó su cabeza sobre mi hombro, dejando que mi mano subiera hasta su cuello para posteriormente acariciarle su preciosa melena, y pasados unos segundos, noté cómo ella intentaba detener el paso, a lo que yo accedí inmediatamente, y nos fundimos en un beso apasionado, lento, intenso, primero solamente los labios, para posteriormente sentir cómo nuestras lenguas se buscaban desenfrenadamente.
No sé lo que duró, pero sentí cómo el tiempo se paraba, para mí no existía nada más en ese momento, era un momento de éxtasis, tanto que ella se percató que mi verga estaba empezando a pedir paso por mis calzoncillos, a lo que ella correspondió aferrándose más a mí, y permitiendo que ese momento aún subiera más la temperatura y no nos acordáramos del frío que hacía en ese momento.
Cuando nuestras bocas se separaron, nos quedamos mirando mutuamente, y no hizo falta decir nada, el camino a su casa se podría casi describir como una carrera, como dos caballos que luchan por llegar primero a la meta, pero con el otro al lado.
Fue llegar a su casa y entonces esa mujer dulce que desprendía ese halo se convirtió en una auténtica fiera del amor, en ese momento en el que su lujuria estaba desatada, ya no había vuelta atrás, era como si su habitación fuera un circo romano y yo fuera el cristiano esperando al león.
De un empujón me tiró encima de la cama, dejó una tenue luz encendida, la cual no molestaba pero era suficiente para poder vernos, y me dijo que me quedara quieto y disfrutara, a lo que seguidamente ella, con una música de fondo la cual no lograba adivinar cuál era, pero que le venía al pelo, empezaba a quitarse la ropa con una sensualidad que me volvía loco, primero la blusa, luego el cinturón que llevaba por falda, seguidamente las botas de chúpame la punta para ya reservarse para el número final con su ropa interior, primero una media, para lo cual puso su pierna justo a unos centímetros de mi entrepierna, luego la otra repitiendo la operación, luego quitándose el sujetador de una manera que no había visto nunca, puesto que sus senos, simplemente florecieron como una rosa en primavera, eran voluptuosos, firmes y dignos de ver, y suponiendo que ella sabía que me gustaban ese tipo de senos, se los relamió y frotó un poquito para mi deleite, terminando finalmente en el plato fuerte, ese tanga de hilo negro que en algún momento de la noche le había entrevisto y que hacía volar mis pensamientos más lujuriosos, y como si de una contorsionista se tratara, se lo fue quitando mientras que se iba abriendo de piernas y me dejaba ver ese sexo limpio, depilado, con un simple hilillo de pelo que parecía indicarme la dirección en la que debía mirar.
Yo ya estaba fuera de mí, tenía a mi amigo de ojos azules gritándome que quería salir de mi bragueta, pero no hizo falta, se deslizó desde los pies de mi cama como una gata en celo, y me fue quitando lenta, suave y sensualmente los zapatos para después bajarme los pantalones y calzoncillos, a lo que mi verga respondió con un respingo como un nadador que sale a coger aire después de haber estado mucho tiempo debajo del agua, pero le quedaba poco al aire libre, ya que en cuanto la sacó de su escondrijo, empezó a lamerla y a chuparla como un bebé chupa un chupete, pero lo que yo sentía no era nada por el estilo, esa mujer tenía una maestría manejando mi verga como nunca antes había visto, me la lamía, bajaba hasta mis huevos para luego subir y metérsela entera en la boca, jugando con su lengua como si de una culebrilla se tratase.
Yo ya no podía aguantar más, y finalmente tuve que correrme, ya era inaguantable, pero mi sorpresa fue que ella estaba mirándome en todo momento y controlando mis contracciones con su boca y lengua, disfrutando de mis espasmos y relamiéndose con mi semen.
Yo estaba como un niño con zapatos nuevos, más contento que al que le gusta comer con las manos, pero ella sólo estaba calentando, por lo que, para ayudarme a volver a coger el tono, volvió a separarse de mí para coger ese espacio que según qué momentos era vital para ella, y empezó a tocarse y sobarse como sólo uno mismo sabe hacer, primero se fue metiendo un dedo en la boca para acompañarlo con un segundo, los cuales, ya húmedos, fue bajando por su canalillo para terminarlos en su sexo, el cuál poca falta necesitaba de estar húmedo, para luego volver a acariciarse sus turgentes senos, yo estaba con los ojos como platos disfrutando de esa danza, entusiasmado, pero viendo que yo empezaba a estar otra vez listo, se volvió a subir a la cama, dándome ese culo tan redondo, tan comible que ella tenía, y con sus dos manos, fue metiéndose un dedo y luego otro en su coño y su ano, acompasando el ritmo y volviéndolos cada vez más vigorosos, ella se retorcía de placer, pero no paraba, yo ya estaba con el mástil otra vez levantado y quería participar, pero no iba a ser como yo quería, no, tenía que ser a su manera, me cogió una mano y fui acompañando la suya por su cuerpo, primero sus senos, que eran más consistentes aún de lo que yo había visto, para luego llegar a su clítoris, el cual estaba empapado del gusto que ella misma se estaba dando, para luego permitirme que le metiera un dedo en su ano, para lo cual ella retiró los suyos, estaba un poco duro al principio, pero seguidamente pude acompasar mis movimientos a los de sus manos que estaban concentrados en su clítoris y su coño hasta que noté cómo empezaba a temblar como si tuviera frío, pero no era así, estaba llegando a un orgasmo en el que sólo puede llegar una mujer si se lo hace ella misma, salvo que yo la estaba ayudando.
Gimió, se retorció, maulló, y por unos momentos se quedó como en éxtasis, quieta, pareciendo disfrutar de todas las sensaciones que su cuerpo le transmitía, pero pasados unos momentos volvió en sí y entonces era cuando iba a empezar lo bueno.
Se giró y me miró con unos ojos que me dejaron hipnotizado, cogió uno de los condones que tenía en su mesita de noche, y me lo puso con los labios con una dulzura y una delicadeza que terminaron por terminar de ponerme firmes, si acaso faltaba algo para ponerme firme, y entonces, casi de un salto, se introdujo mi verga hasta los huevos, sin más dilación, haciendo que a ambos se nos escapara un gemido ahogado, infinito, lujurioso, lleno de placer, ella parecía un jinete del Grand National, sabía en todo momento el ritmo que debía de llevar para sacar el mejor rendimiento a su caballo, más rápido, más lento, más o menos dentro y fuera, acompasándolo con unos gemidos que me hacían evadirme de todo y concentrarme más en mi jinete. Yo disfrutaba viendo ese pelo y esos senos subir y bajar e intentaba subir para poder disfrutar de esas dos frutas tropicales que se movían al compás de sus movimientos, pero no, solamente me dejaba lamerle, comerle, chuparle los pezones y sus pechos cuando ella quería, en ese momento tenía el control total de la situación, hasta que empezó a notar que yo ya me estaba acercando al final de mi carrera, a lo que ella, con gran maestría logró acompasar sus movimientos y cambiar sus sensaciones para que pudiéramos corrernos locamente a la vez.
¡Qué gusto!¡Qué gozada!, a mí me temblaban las piernas de placer mientras intentaba coger aliento de alguna manera, del mismo modo que ella estaba otra vez como en éxtasis, inmóvil, como pareciendo disfrutar nuevamente de todas las sensaciones que su cuerpo le transmitía, y poquito a poco, haciendo movimientos que lograban hacerme estremecer de placer.
Yo estaba exhausto, creyéndome con la satisfacción del deber cumplido, pero nada más lejos de la realidad, ella todavía quería más, y ahora quería que yo fuera el que empezara a sudar la gota gorda, a ganarme el jornal, para lo cual, ella cogió, delicadamente me retiró el condón, lo dejó a un lado de la cama con un bonito lacito y se fue un momento al baño mientras yo intentaba razonar todas las sensaciones que esa diosa del amor me había hecho pasar.
Pero no me dio tiempo a pensármelo mucho, ya que la vi asomar por la puerta de la habitación con un bote de nata, a lo cual mi imaginación más calenturienta empezó a volar con lo que podíamos hacer con el contenido de ese bote, y no me equivocaba.
Se tumbó a mi lado en la cama y se puso un pegote de nata en cada pezón, y a mí , que me gusta mucho el dulce, disfruté con esa mezcla de nata y carne de hembra en celo que tenía un sabor único, la nata tardó poco en acabarse, pero el deleite de mi boca y lengua con sus pezones no, a lo que ella respondía con sonrisas pero con algún gemido que intuía que se lo estaba pasando tan bien como yo.
Seguidamente se echó un buen chorro de nata por su vientre hasta ese pequeño hilillo de pelo que me indicaba dónde empezaba su sexo, a lo que yo accedí encantado, y cuando llegué al final de la fila de pelo, volvió a echar un buen chorro de nata sobre su clítoris, y yo, que todavía no me había saciado de nata, procedí a comerme ese montón de nata y lo que había debajo, sus risas cada vez eran menos y sus gemidos cada vez más, ya no estaba de juego, ya estaba empezando a disfrutar con lo que le estaba haciendo, y viendo que estaba disfrutando, decidí tomar más cartas en el asunto, o mejor dicho manos, primero una empezó a meter primero uno y luego otro en su húmedo coño, la verdad es que no hacía falta lubricación, eso era una fábrica de flujo, mis dedos entraban y salían con total libertad y con cada vez más cadencia, a lo que ella respondía con sus gemidos, para posteriormente pasar esos dedos a dedicarse a su zona anal, que gracias a lo mojados que tenía mis dedos, no costó mucho introducírselos suavemente mientras mi otra mano pasaba a ocuparse de su coño.
Eso era como una regata, en la que el timonel marca a sus remeros qué ritmo marcar, salvo que en esta ocasión eran sus gemidos los que me lo indicaban, pero pronto volvió a querer tomar las riendas, y con un giro de tronco, enfilo su boca otra vez a mi verga, la cual volvió a saborear como si de la más dulce golosina se tratara, y así, ella volviéndole a sacar brillo a mi sable, y yo concentrándome en su clítoris, su coño y su ano, logró que mi verga volviera a ponerse en presente, a lo que ella respondió esta vez poniéndome el condón sin tantos miramientos, como queriendo ya que me “metiera en faena”.
Y así fue, se tumbó en la cama boca arriba, y con mi ayuda, se abrió de piernas de una manera que me dejaba ver ese majestuoso coño en todo su esplendor, a lo cual yo accedí introduciendo mi verga en su coño como si la quisiera empotrar en la primera embestida contra el cabecero de la cama, con una fuerza y una cadencia que parecía que tocaba generala.
Ella me miraba, me comía la boca, me la mordía, se sujetaba las piernas, se las soltaba, me agarraba el culo para que no parase y hasta me arañaba la espalda, yo estaba intentándome concentrar en mis movimientos para así no “irme” antes de tiempo, y viendo que la cosa podía llegar a su fin antes de tiempo, me salí, la cogí, la empotré contra la pared de enfrente de su cama, le levanté las piernas y empecé a follarla de una manera suave, lenta, con embestidas bruscas pero lentas y espaciadas, haciendo que se levantara y se bajar por la pared con cada embestida, pero no se hacía daño, ya que, de lo mojada que estaba por el ejercicio que estábamos haciendo, su espalda resbalaba sin ningún problema por la pared.
Eso me dio tiempo a que mi ardor se mitigara un poco, pero solamente hasta reservarme para el gran final, para lo cual la puse a cuatro patas en la cama, con ese ano que había estado acariciando hacía un rato, y procedí a penetrarlo, muy despacito, lento, notando cómo su cuerpo se iba abriendo al paso de mi verga, notando cómo ella se estremecía a cada ligero movimiento mío, mezcla de gemido y chillido, pero ahogados ambos, al final logré introducirla hasta su tope y esperé a que todo se acoplara, para después empezar a moverme lentamente pero a ritmo, lubricando un poquito la zona con mi saliva para que solamente notase placer, y al poco tiempo fue lo que únicamente sentía, mi verga parecía que estaba en un mercadillo en hora punta, porque estaba muy apretada, ayudado por las contracciones de su cuerpo debido a mis embestidas, pero viendo que todavía tenía margen de maniobra, iba alternando el agarrarle por la cintura para darle más vigorosidad a mis embestidas, con bajar una mano hasta su sexo y hacer que sintiera un doble placer, cogerle del pelo para que en esa ocasión supiera quién estaba al mando y con algún cachete en el culo para que no se relajara.
Yo ya no podía aguantar más, ver mi verga metida en su culo, sus movimientos, los míos, vamos, que solté un grito que ni Tarzán en sus mejores tiempos y terminé por soltar lo que me quedaba dentro, me retorcía, sudaba, gritaba, no sabía qué hacer, y ella, en venganza de haber sido sometida en ese momento, se dedicó a sacarme hasta la última gota con pequeñitos pero mortales movimientos y contracciones de su culo, que me hacían estremecer , y ya fue cuando, como muerto en acto de servicio, literalmente me desplomé sobre la cama, exhausto, destrozado, con mi amigo de ojos azules rojo de tanto ejercicio, y con esa mujer mirándome de una manera que parecía que no sabía si reírse o darme un beso, pero hizo las dos cosas terminando con un “no ha estado mal”, a lo que me entraron ganas de matarla, porque no había sufrido una maratón sexual de ese calibre en mi vida, pero los límites están para sobrepasarlos, y eso fue lo que hice, y con creces, aunque por su sonrisa picaruela notaba que ella también había disfrutado, por lo menos por el empeño y la dedicación que le había puesto al asunto, y seguidamente, tras retirar todas las armas del campo de batalla, procedimos a firmar la paz metiéndonos en la cama y descansando hasta no se sabe qué hora del día siguiente.
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