Un trato es un trato y hay que respetarlo.
Una mujer al ver que su marido se quiere acostar con una tipa, ella le dice que si puede siempre y cuando ella también se pueda acostar con otro tipo. .
Un trato es un trato y hay que respetarlo.
No es que mi marido sea racista ni mucho menos, pero cuando me dijo. “Habiendo tantos hombres, me pregunto ¿por qué carajo te antojaste de acostarse con ese?”
Yo sé que, para él, de por si es algo muy duro, de que yo su mujer, le fue o, mejor dicho, le estoy siendo infiel, con el jardinero, pero un trato es un trato, y como tal hay que cumplirlo.
En nuestras últimas vacaciones debido a la borrachera de mi marido, se le escapó decirme, que él deseaba acostarse con una bailarina de un show al que habíamos asistido.
Por lo que al escucharlo decirme eso, le dije. “Vamos hacer un trato, si yo te dijera que te puedes acostar con una chica de esas, ¿lo harías?”
Mi esposo, realmente ya estaba bien borracho y cuando eso pasa, su lengua se pone en movimiento, antes de que su cerebro se ponga en funcionamiento, por lo que, sin pensarlo dos veces, me respondió, que sí.
Por mi parte sonriendo se me ocurrió decirle. “Qué bien, eso quiere decir que yo también me puedo acostar con quien yo quiera, ¿cierto o no?”
Quizás él pensó en esos momentos que yo no le decía esas palabras en serio, pensando que yo no se atrevería hacer una cosa así, por lo que me respondió, que sí.
De inmediato le dije. “Bueno amor vete a ver qué encuentras.” él no podía creer, le estaba dando permiso para que se acostase con otra mujer.
Claro que no le dio importancia, ni pensó, en lo otro que le había dicho, así que bien alegre comenzó a salir de nuestra habitación, pero antes de marcharse, le dije bien seria, viéndolo a los ojos. “Pero acuérdate es un trato entre nosotros dos, y es con la condición, de que una vez que hayas hecho, lo que vayas hacer, me lo cuentes todo, con lujo de detalles.”
A lo que mi esposo de inmediato me respondió. “Desde luego que, si mi amor, como tú quieras querida, te contaré todo lo que haga.”
Después de escucharlo y sin dejar de mirarlo a los ojos, le dije. “También es parte del trato, que yo me acueste con quien me dé la gana, y también te lo voy a contar con lujo de detalles.”
Lo único que me dijo como si no le importase fue. “Trato hecho.” Después de eso, salió de la habitación tan contento, como un niño que va al parque de diversiones.
Mi esposo no pensó que yo hablaba en serio, cuando le propuse el trato, pienso que no me creía capaz de acostarme con otro hombre que no fuera él.
Así que cuando regresó a nuestra habitación, ya a eso de las tres de la madrugada, bastante más borracho, con la camisa por fuera manchada de lápiz labial, hediondo a sudor y sexo.
Antes de que se acostase, le di un trago y le dije. “Te das un baño, pero antes cuéntame lo que hiciste, cariño.” A pesar de lo borracho que mi marido se encontraba, y que casi no se podía mantener de pie, riéndose como un idiota, me dijo lo siguiente. “Fui al salón del show, y le pregunté a un mesero por las chicas, él me llevó donde ellas y la más bajita de todas, la que tiene las tetas más grandes, se fue conmigo. Renté otra habitación, ella se desnudó nos metimos en la cama.” y como si fuera una gran gracia me dijo. “Le metí mi verga por todos lados, por la boca, por el coño, por el culo y entre sus grandes tetas, hasta que me cansé de cogerla.”
Después de decirme eso, mi esposo dando tras pies se dirigió al baño, se quitó la ropa, se dio una ducha y se acostó a dormir la borrachera, yo estaba que deseaba matarlo, por lo sínico que había sido, pero en lugar de eso, decidí realmente hacer lo que había dicho, que iba hacer.
Al día siguiente mi esposo no sabía dónde meter la cara, ya que, aunque se emborracha con facilidad, a mí me consta, de que se acuerda de todo lo que él hace y sucede a su alrededor, cuando este borracho, y lo he podido comprobar muchas veces.
Cuando se levantó casi al medio día, con un fuerte dolor de cabeza, y casi llorando, me comenzó a pedir perdón por lo que él había hecho, le respondí. “Tranquilízate mi amor, no te preocupes, pero te acuerdas que hicimos un trato, ya tú cumpliste con tu parte, al contarme todo lo que hiciste con la puta esa. Ahora a mí me toca cumplir con mi parte del trato.”
El rostro de mi marido se desencajó por completo, él sabía que lo que yo le había dicho era cierto.
Regresamos de esas pequeñas vacaciones en el Caribe, y durante todo el tiempo estuvo tras de mí, diciéndome, que no hacía falta que yo cumpliera con mi parte del trato, se puso tan y tan fastidioso, que terminé por decirle. “Un trato es un trato, acuérdate. Cuando yo lo cumpla, tú serás el primero en enterarte, cariño.”
Realmente ya ni pensaba en eso, de no haber sido porque el mismo me lo volvió a recordar un día al preguntarme. ¿Que si era parte del trato el que yo le contase todo a él?, a lo que de inmediato le respondí que sí.
Ese día llegó a casa el jardinero, realmente es un joven alto, corpulento, bien simpático, y bastante moreno.
Como mi esposo y yo ya teníamos tiempo que no manteníamos relaciones, porque a mí no me daba la gana, en esos momentos me puse a pensar cómo sería acostarme con el jardinero.
Lo estuve pensando un buen rato mientras que él, se dedicaba a trabajar en el patio trasero de la casa, fue cuando recordando lo que había sucedido en aquel hotel del Caribe, entré en mi habitación me quité toda la ropa y únicamente me puse una pequeña vieja minifalda blanca, acompañada de una ajustada blusa semitransparente, que prácticamente dejaba que se vieran por completo mis senos.
Después me puse unas sandalias, y sin más ni más bajé hasta el patio, para como de costumbre supervisar lo que el jardinero hacía.
A diferencia de otras ocasiones, en que cuando bajaba por lo general usaba pantalones largos y andaba bien cubierta, cuando mi joven jardinero me vio llegar, de inmediato sus ojos se clavaron en mis senos, y por aquello de hacerlo más interesante, no le puse atención a su manera de verme.
Por un buen rato caminé de un lado al otro del patio, sintiendo su mirada sobre mi cuerpo, lo cierto es que todavía no me atrevía a dar el siguiente paso, hasta que en cierto momento lo observé con el rabillo del ojo, era evidente que lo tenía excitado, ya que, aunque de manera discreta, trataba de acomodar su miembro dentro del pantalón para que no le estorbase.
El ver el gran bulto que tenía entre sus piernas, como que fue la gota que derramó el vaso, además, ya llevaba como más de tres semanas sin acostarme con mi marido, por lo que como no soy de hierro, se imaginaran lo que comencé a sentir.
Así que caminando de la manera más sensual que pude, me alejé un poco del jardinero, y ya a cierta distancia incliné mi torso sin doblar las rodillas, con la intención de arrancar una hierba, desde luego que mis nalgas y gran parte de mi coño quedó al aire, y les juro que pude sentir como él clavaba su mirada entre mis nalgas.
El jardinero comenzó a avanzar hacia mí, y cuando se encontraba a unos pocos pasos me volví a enderezar, diciéndole. “Se me está ocurriendo, plantar una pequeña hortaliza en este lugar.”
Él se quedó de pie tras de mí sin decir palabra, hasta que nuevamente me volví a inclinar de manera bien provocativa mis nalgas chocaron con su cuerpo, al tiempo que le decía. “Quiero que me enseñes como sembrarías un buen nabo aquí.”
Mi joven jardinero, se dejó de miramientos, y tomándome por las caderas, al tiempo que me pegaba contra su cuerpo me dijo. “Si la señora quiere le puedo sembrar todo mi nabo.”
De manera despreocupada dejé caer mi pequeña falda blanca y en un dos por tres me deshice de mi blusa, quedando totalmente desnuda frente a los ojos del.
El patio trasero de casa tiene una tapia bien alta al fondo, y a los lados para de cercas que nos separan de los patios de los vecinos, como a esa hora todos se encontraban trabajando y sus hijos en el cole, no me preocupé por quien pudiera llegar a vernos, así que continué diciéndole. “Si quiero que me siembres tu nabo, pero antes…”
En ese momento dejé de hablar y me agaché frente a él, cuando mis ojos quedaron a la altura del gran bulto que se formaba bajo su pantalón, mis manos bajaron la cremallera, y rápidamente extraje su inmenso y oscuro miembro.
El joven, vio como con toda mi calma comencé a pasar mis labios por sobre el colorado glande de su verga, sin decir nada.
Poco a poco mis labios se fueron abriendo y mi lengua comenzó a lamer tanto su grueso y largo tallo como hasta sus sudados testículos, levantando mi vista, podía ver en su rostro la satisfacción que todo eso le provocaba, así que continué introduciendo la totalidad de su miembro dentro de mi boca, hasta que sentía como me llegaba hasta mi garganta.
El jaredinero se quedó de pie por un buen rato mientras que yo continuaba mamando la totalidad de su verga, hasta que después de un rato me dijo. “Señora, mi nabo ya está listo para sembrárselo.”
Suavemente retiré mi boca de su miembro, mientras que mis manos terminaban de soltar sus pantalones, al tiempo que él se quitaba la camiseta con la que trabajaba.
Al estar los dos completamente desnudos, por un pequeño y corto instante comparé su miembro con el de mi marido, solo eso me bastó para convencerme de seguir adelante, sin ningún tipo de remordimiento, al fin y al cabo, un trato es un trato y yo cumplía cabalmente con mi parte.
Él me tomó entre sus fuertes y musculosos brazos, y comenzó a besarme por todo mi cuello, sus manos acariciaban el resto de mi cuerpo, agarrándome sabrosamente las nalgas, y manteniéndome pegada a su piel.
Su aroma era bien diferente al de mi marido, olía a hombre de verdad, verdad, no a jabón de baño, ni a desodorante, ni a cremas para después de afeitarse.
A medida que continuaba besándome por el cuello, su boca se fue deslizando hasta la punta de mis senos, sus blancos dientes me comenzaron a mordisquear, mis inflamados pezones, arrancándome sabrosos gemidos de placer.
En mi vientre sentía lo duro y caliente de su miembro como me presionaba sabrosamente, y como si nos leyéramos la mente, los dos lentamente nos fuimos recostando sobre la grama del patio, a pleno sol.
Yo separé mis piernas y sentí como su gruesa herramienta comenzaba a penetrar divinamente mi lubricada vulva.
Era prácticamente algo interminable, los pliegues de mis labios vaginales se fueron separando, a medida que su grueso mástil continuaba penetrándome.
La sensación de estar siéndole infiel a mi marido era algo única, además conociéndolo, cuando le dijera, que encima de eso el tipo era el jardinero, eso le revolcaría la bilis.
Pero dejé de pensar en las pequeñeces de mi esposo, y me concentré en disfrutar, de aquello que de manera tan sabrosa mi joven jardinero me estaba haciendo.
Su boca no se separaba de mis pezones, mientras que con una energía única continuaba introduciéndome divinamente todo su miembro, yo por mi parte movía mis caderas, restregaba mis nalgas contra la tierra, para sentir más y más adentro de mí el viril miembro del jardinero.
Nos comportábamos, como un par de fieras en celo, sin importarnos realmente, quien pudiera vernos o no, mis gemidos y quejidos de placer seguramente se escuchaban claramente al otro lado de la tapia, por suerte es bien alta, y difícilmente alguien en la calle al otro lado pudiera treparla.
Mi amante retiró su miembro de mi coño, pero tan solo por unos segundos que me parecieron una eternidad, le dio vuelta a mi cuerpo colocándome boca abajo, sentí que retiró algo de tierra de sobre mis nalgas, y separando mis piernas me volvió a clavar su inmensa verga dentro de mi caliente coño.
Por otro largo y divino rato, me hizo sentir las delicias de su miembro, yo a cada una de sus fuertes envestidas, respondía moviendo más y más mi cuerpo, levantando mis caderas, a fin de sentirlo lo más posible dentro de mi vulva.
El jardinero divinamente me puso en varias posiciones, algunas completamente desconocidas para mí, y que jamás hubiera imaginado que se podría llegar a disfrutar de tan rara forma de que la clavasen a una.
Yo me sentía como loca, pero de placer, así que en varias ocasiones y ante mi propia sorpresa disfruté de múltiples orgasmos, cuando finalmente comenzó a correrse dentro de mí, me apretó con tal fuerza como si quisiera que nos quedásemos unidos así para toda la vida.
Los dos por un corto momento nos quedamos desnudos y tirados sobre la tierra, fue cuando a mí se me ocurrió, hacer otra locura.
Así que casi arrastrándome llegué hasta la manguera y frente a mi nuevo amante comencé a lavarme el coño de la manera más vulgar que se me ocurrió hacerlo, me agaché con mis piernas bien abiertas, introduciéndome una buena parte de la manguera y dejando que el agua corriera saliendo de mi coño, con todo su semen y me chorreara hasta mis nalgas.
Mi amante me vio haciendo eso, y con una gran sonrisa se me acercó sin levantarse del suelo, dándome un ligero empujón con una de sus manos, caí sobre mis nalgas y de inmediato, separó mis rodillas, y dirigió su rostro contra mi coño, el que comenzó a mamar de inmediato.
La sensación de sentir sus labios apretando mi clítoris, mordisqueándolo divinamente, casi hace que me orinase en su rostro, su lengua y boca me proporcionaba un placer que mi marido siempre se había negado a darme.
Los dos terminamos embarrados con lodo por todas partes de nuestros cuerpos, así que después de que me hizo disfrutar de otro divino clímax, con la manguera retiramos gran parte del lodo y barró que se nos había pegado a nuestra piel, y después de eso así desnudo como nos encontrábamos los dos lo invité a entrar a casa, llevándolo hasta el baño de nuestra habitación.
En la ducha él me enjabonó a mí y yo a él. Y cuando sentí sus manos pasando confiadamente entre mis nalgas, las palabras que en cierto momento me dijo mi marido retumbaron en mi cerebro. “Le metí mi verga por todos lados, por la boca, por el coño, por el culo y entre sus grandes tetas.”
En fin, me acordé de todo lo que dijo que había hecho con la puta con quien se acostó, en ese mismo instante me le quedé viendo su miembro a mi amante, y de inmediato pensé como se sentiría que me lo enterrase por el culo.
Cosa que en muchas ocasiones mi marido me había hecho, sin decirle nada comencé a restregar mí enjabonado culito, contra su recogido miembro, pícaramente le dirigí una mirada, y su sonrisa me indicó que seguía siendo mi cómplice, a los pocos momentos, comencé a sentir como su miembro se volvía a tonificar entre mis nalgas, una de sus grandes manos me acariciaba divinamente el coño, mientras que con la otra fue dirigiendo su verga al centro de mi culo.
Fue una sensación completamente diferente, a las que he sentido con mi esposo cuando me lo hace.
Al principio algo de dolor, pero gracias al jabón, su miembro, se deslizó con mucha mayor suavidad dentro de mi cuerpo.
De momento ese dolor se fue tornando en una experiencia tremendamente satisfactoria y deliciosa.
Al tiempo que el agua de la ducha caía sobre nuestros cuerpos, mi amante divinamente me clavaba su verga por el culo, mientras que yo se lo restregaba contra su cuerpo, y gracias a sus agiles dedos disfruté de otro celestial orgasmo.
Cuando terminamos de salir de la ducha, nos dimos un tremendo beso, nos vestimos y le dije a mi amante, que era probable que nunca más volviéramos a estar juntos, ya que cuando le dijera a mi marido que con quien me había acostado era con él, de seguro no lo querría a volver a ver más por la casa.
Mi amante no entendía por qué debía decirle a mi marido, que me había acostado con él, y le dije secamente. “Un trato es un trato y hay que respetarlo.” Explicándole ligeramente lo sucedido entre mi esposo y yo.
Esa noche esperé a mi esposo con una cena como hacía tiempo que no le servía, mi esposo al ver mi iluminado y alegre rostro comprendió que yo ya había cumplido con parte del trato, y aunque algo molesto, indignado, y hasta haciéndose el ofendido, finalmente me dijo. “Bueno parte del trato es que me cuentes todo lo sucedido con lujo de detalles.”
Aunque él realmente lo que hizo fue decir, que le había metido su verga por todos lados a la puta esa, por la boca, por el coño, por el culo y entre sus grandes tetas.
Pero sin entrar en detalles realmente íntimos, como los que yo comencé a contarle a él desde el principio, pero después de que cenamos sin decir palabra, nos sentamos en la sala y comencé a decirle que, gracias a su insistencia, tomé la decisión de hacerlo.
Cuando me preguntó cuando había sucedido eso, le recordé sus palabras antes de salir de casa ese día en la mañana. “Es parte del trato el que tú me cuentes todo lo sucedido.”
Cuando el cabrón de mi esposo se enteró, que con quien me había acostado, era el jardinero, la cara que puso valía un millón, varias veces me preguntó. “¿El que parece indio? ¿El que nos hace el jardín? ¿Ese tipo grandote?” Y todas mis respuestas fueron afirmativas.
Se llevó sus manos a la cabeza, como desesperado, pero de inmediato me pidió que continuase, diciéndole lo que había sucedido entre el jardinero y yo, y a cada rato repetía como si estuviera en trance. “Y con el tipo ese.”
A medida que le fui diciendo como me cambié de ropa, y como poco a poco me le fui insinuando al jardinero, su rostro se fue poniendo más y más colorado.
Cuando le dije que le había pedido al jardinero que me sembrase su nabo, mi esposo se tomó como cuatro trago de un solo viaje, y a medida que yo seguía contándole con lujo de detalles, él se me fue acercando, se sentó a mi lado en el sofá y a medida que yo seguía hablando, él me comenzó a desnudar.
Esa noche me di cuenta que a medida que mi esposo escuchaba todo lo dicho por mí, se fue excitando más y más, hasta el punto que casi me saltó encima y prácticamente me violó.
Mi marido esa noche, me hizo sentir muy feliz, a su manera y dentro de sus posibilidades, procuró que yo no me quedase con las ganas de disfrutar de un buen orgasmo.
Al día siguiente, fue él mismo quien, señalando desde la ventana de nuestra habitación, una parte del patio trasero me dijo. “Cuando regrese el jardinero, por favor dile que limpie ese espacio que se encuentra cerca de la pared.”
Así que mi jardinero, continúo trabajando para nosotros en el jardín y algo más.
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