• Registrate
  • Entrar
ATENCION: Contenido para adultos (+18), si eres menor de edad abandona este sitio.
Sexo Sin Tabues 3.0
  • Inicio
  • Relatos Eróticos
    • Publicar un relato erótico
    • Últimos relatos
    • Categorías de relatos eróticos
    • Buscar relatos
    • Relatos mas leidos
    • Relatos mas votados
    • Relatos favoritos
    • Mis relatos
    • Cómo escribir un relato erótico
  • Menú Menú
1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (Ninguna valoración todavía)
Cargando...
Fantasías / Parodias, Heterosexual, Incestos en Familia

¿Una asesoría apropiada?

Una pareja esta apunto de separarse para irse a estudiar en la universidad. Para no dejar morir su relación, deciden sellar su amor con el acto sexual, a pesar de que ambos estan poco adiestrados en ello. La madre de la chica los descubre, y ahora esta decidida en asesorar a su hija en este tema..
La casa estaba en silencio, como si guardara el secreto de lo que ocurría en su sala. El resplandor anaranjado del atardecer se filtraba por las cortinas ligeras, y el dulce aroma de una vela de vainilla flotaba en el aire, mezclándose con el murmullo de respiraciones entrecortadas que llenaban el espacio. Y en medio de esa atmósfera, estaban Lucía y Mateo, quienes se besaban con una pasión como si cada roce de sus labios, fuera el último.

De pronto, Mateo se apartó, como si necesitara aire. Sus ojos marrones brillaban con tristeza, y a penas pudo decir:

—Amor… no puedo creer que en unas semanas todo cambiará. Tú te irás a esa universidad tan lejos… y yo me quedaré aquí. Voy a extrañarte tanto, y… ya me duele solo de pensarlo.

Lucía, con sus ojos verdes al borde de las lágrimas, lo miró y le acarició la mejilla, diciéndole:

—Ay Mateo, para ti mi también será difícil no verte. Pero vamos a luchar por esto, ¿verdad?

—Sí, claro que sí. Haré lo que sea para esto funcione

—Aja, ya verás… no llamaremos todos los días, y nos veremos los fines de semana… Nuestro amor vencerá la distancia.

Y él asintió, besándola de nuevo, pero esta vez, con más sentimiento mientras sus manos se enredaban en su pelo.

En medio de eso, Lucía sintió un calor creciendo en su pecho, y una idea atrevida, le aceleró el pulso. Así que se separó ligeramente, mirándolo con muchos nervios.

—Mateo… ¿y si hacemos algo para sellar nuestro amor? Algo que nos una para siempre, que nos haga recordarnos en lo más profundo.

Él la miró confundido, con su corazón latiendo fuerte.

—¿Qué quieres decir?

Ella mordió su labio inferior, ruborizándose.

—Quiero… quiero tener relaciones contigo. Aquí, y ahora, antes de separarnos.

Mateo se quedó helado, y sus mejillas se enrojecieron más.

—Eh, ¿estás segura? Yo… yo también quisiera, pero… ¿Y si no sale bien? ¿Y si tu mamá regresa temprano?

Ella sonrió tiernamente, y con sus ojos llenos de deseo, le dijo:

—No te preocupes por eso. Ella siempre tarda horas en esas reuniones, suele regresar como a las diez. No pasará nada malo, vamos, déjame mostrarte cuánto te amo.

Y sin esperar respuesta, Lucía se puso de pie frente a él, y se empezó a desabrochar los botones de su vestido ligero; e inmediatamente, la tela cayó al suelo revelando su cuerpo desnudo. No llevaba nada, se había preparado para esto, quitándose la ropa interior antes de que él llegara. Su piel era suave y clara, con una cintura pequeña que acentuaba sus caderas anchas y redondeadas, formando un trasero firme y curvilíneo que haría babear a cualquier chico de su edad. Sus senos eran de tamaño normal, redondos y lindos, con pezones rosados que se endurecían con el aire fresco. No estaba depilada en su zona íntima; un triángulo suave de vello castaño cubría su abdomen bajo, añadiendo un toque natural y tentador. No era atlética, solo una chica normal con curvas suaves, piernas delgadas pero con muslos que invitaban a tocar. Su rostro era dulce: labios carnosos y suaves, ojos verdes expresivos enmarcados por pestañas largas, y su cabello castaño, caía en ondas hasta la mitad de la espalda.

Mateo la miró boquiabierto, tartamudeando mientras intentaba cubrir su entrepierna con las manos, donde ya sentía un bulto creciendo.

—L-Lucía… por Dios, eh, eres… hermosa. ¿y si tu mamá nos pilla? Esto es una locura.

Pero ella, se acercó con una sonrisa tierna.

—Está bien, amor. Nadie nos va a interrumpir. Mírame… quiero que me veas, que me desees como yo te deseo a ti.

Decía Lucía, mientras colocaba su mano en la entrepierna de Mateo, casi rozándole el bulto que ya se notaba en sus jeans. Y poco a poco, iba acercando su mano, sintiendo su dureza y el calor de la tela.

—Vaya, ya estás listo. Vamos, déjame ayudarte. Todo va a salir bien, te lo prometo.

Mateo no podía resistirse; sus ojos devoraban cada curva de su cuerpo, especialmente esa zona íntima que nunca había visto tan de cerca. Quería tocarla, explorarla, pero el nerviosismo lo paralizaba. Lucía, tomando la iniciativa, alcanzó su cinturón, lo desabrochó con dedos hábiles, abrió el botón y bajó el cierre. Él estaba congelado, deseándola tanto que no podía moverse.

—Bájate los pantalones, Mateo. Quiero verte… tal como tú me ves a mí —susurró ella, con voz suave y provocadora.

Él asintió, poniéndose de pie con piernas temblorosas, y dejó que ella bajara los jeans hasta sus tobillos. Se quitó los zapatos torpemente, y los pantalones cayeron al suelo. Ahora solo en bóxer, su erección era evidente, tensando la tela.

Lucía lo miró a los ojos, ruborizada pero con fuego en la mirada.

—Ahora tú… muéstrame ese amiguito. Sin miedo. Tenemos toda la tarde, amor. Mamá no vuelve hasta tarde. Vamos a hacer de esto, algo especial.

Convencido por su dulzura y picardía, Mateo se bajó el bóxer lentamente, revelando su miembro erecto. Era grande para su edad, unos 17 centímetros, venoso, con líneas recorriendo su piel suave y clara, la punta era rosada y brillante por un poco de fluido preseminal. No estaba circuncidado; así que el prepucio, cubría parcialmente el glande.

Lucía, lo miró fascinada, su corazón se aceleró más.

—Guau, es… es tan lindo

Pensó, mientras sentía un calor intenso entre sus piernas, mojándose más al imaginar tocarlo. Quería saber si estaba caliente, si era suave al tacto pero duro como una roca. La curiosidad la quemaba; era su primera vez viendo uno de cerca, y eso la excitaba aún más, haciendo que sus pezones se endurecieran.

Mateo, por su parte, no podía dejar de mirar sus senos, sus caderas, esa zona íntima con vello suave. Se preguntaba cómo se sentiría tocarla ahí, si sería cálida o húmeda. El momento era eléctrico, lleno de vergüenza virginal, deseo crudo y una inocencia que lo hacía todo más intenso.

De pronto, Lucía rompió el silencio con una idea.

—Como somos nuevos en esto, ¿te parece si ponemos una película para adultos en la tele? Para guiarnos, digo…

Y Mateo asintió, nervioso pero excitado. Se sentó en el sofá, con su miembro apuntando al techo, duro y palpitante. Mientras Lucía, se inclinaba frente a él para encender la TV y vincular su celular. Además, por el hecho de estar de espaldas, le estaba dando un gran espectáculo a Mateo, quién sentía un impulso loco de tocarla, de apretar esas nalgas suaves y redondas, pero se contuvo, respirando hondo para no arruinar el momento.

La película empezó, mostrando a una pareja besándose y tocándose. Lucía se sentó a su lado, sus cuerpos desnudos empezaban a rozarse: y mirándose con complicidad, ella dijo primero:

—¿Puedo… tocarte?

—Sí…

Respondió él, con su mirada perdida en sus senos.

Lucía extendió la mano con cuidado, rozando su pene. Sintió la piel suave, las venas latiendo, lo duro que estaba, como una barra caliente y viva. Se mojó más entre las piernas, un cosquilleo delicioso le recorrió la piel. Mientras Mateo jadeaba, y empezaba a tocar sus senos, apretándolos con delicadeza, sintiendo los pezones duros bajo sus palmas. Luego, bajó una de sus manos por sus caderas, agarró una nalga y comenzó a masajearla suavemente.

Entonces, de la punta de su miembro, un poco de fluido preseminal salió, y Lucía lo sintió con sus dedos, pero no dijo nada, solo se excitó más. Hasta que de pronto, se escucharon unos gemidos más pronunciados en la película. Eso llamó su atención, y con sus ojos, vieron cómo el hombre había empezado a penetrar a la actriz.

—Mira… así tiene que entrar el pene —dijo Lucía, señalando la pantalla, curiosa.

—Sí, es cierto. Debe ir en el agujero más grande, ¿no? El de abajo es el ano, ¿verdad? —preguntó Mateo, ruborizado, aprendiendo como si fuera una lección.

Ella asintió, excitada por la idea.

—Sí, en la vagina amor.

Los diálogos fluían con inocencia, guiados por el video, cada descubrimiento haciendo el momento más ardiente. Aunque sabían lo básico de clases de biología, vivirlo era diferente, emocionante y algo aterrador.

Finalmente, Lucía se recostó en el sofá boca arriba, abriendo sus piernas con nervios.

—Quiero hacer lo del video. Acércate amor, y ponlo aquí.

Mateo, quitándose lo último de ropa (su camiseta), se arrodilló frente a ella, con su miembro listo. La besó tiernamente, y ella correspondió, sintiendo la punta rozar sus labios vaginales, enviando una corriente eléctrica por su cuerpo. Estaba muy excitada, mojada y ansiosa por sentirlo dentro.

Al terminar el beso, ella susurró:

—Penétrame, ya por favor… pero se gentil ¿sí?

Él asintió, empujando suavemente, y un poco más de la punta entró; rodeándose de una cálida humedad. Haciendo que Lucía sintiera un estiramiento placentero al principio, pero luego, un dolor agudo.

—¡Ay! Espera, sácalo, me duele un poco.

Mateo lo hizo, y un chorrito de sangre salió de su vagina, manchando el sofá. Ambos se asustaron, mirándose con pánico.

—Rayos, ¿Qué… Qué pasó? ¿Te lastimé? —preguntó él, aterrorizado.

—No sé… duele un poco —dijo ella, sentándose y viendo la sangre.

En ese momento, la puerta principal se abrió.

—¡Chicos, no van a creerlo! Cancelaron la reunión por un imprevisto, así que volví temprano. ¿Qué están…?

Elena, la madre de Lucía, se quedó petrificada al verlos. Pues ambos estaban desnudos, su hija con las piernas abiertas y Mateo entre ellas. Entonces, pegó un grito.

—¡Lucía! ¡Mateo! ¿Qué demonios están haciendo? ¡Mateo, sal de mi casa ahora mismo!

El momento fue intenso: las caras de los chicos se tornaron rojas, sus cuerpos estaban expuestos, y el pánico se apodero del lugar. Mientras Elena, se daba la vuelta y se cubría los ojos. En lo que Lucía y Mateo, buscaban su ropa desesperadamente.

Cuando ella encontró su vestido y se lo puso a toda prisa, mientras Mateo se ponía el bóxer y sus jeans. Luego, Lucía le lanzó su camiseta y zapatos.

—¡Huye, Mateo! Mi mamá te va a matar.

El chico, muerto de miedo, corrió a la ventana, la abrió y saltó al jardín tropezando en la hierba antes de echarse a correr.

Elena oyó el ruido y gritó:

—¡Mateo, vuelve aquí!

Pero era demasiado tarde. Así que furiosa, solo pudo cerrar la ventana de un golpe. Mientras Lucía intentaba correr hacia su cuarto, pero su madre al darse cuenta, alzó la voz:

—¡Lucía, detente ahora mismo!

Lucía se congeló; sabía que su madre, viuda y fuerte, era de temer cuando se enojaba. No tenía padre, y Elena cumplía ambos roles con mano firme.

—Siéntate —ordenó Elena, mientras apagaba el televisor y ambas se sentaban en el sofá. Lucía estaba despeinada, con la cabeza agachada de vergüenza y sus mejillas rojas, quemándola por dentro.

Elena, calmándose al ver a su hija así, suspiró.

—Lucía, ¿En qué estabas pensando? Esto es serio.

—Lo siento, mamá… Solo queríamos hacer algo diferente, ya sabes, antes de que nos separemos por la universidad —murmuró Lucía, con su voz temblorosa.

Entonces, Elena vio el rastro de sangre en el sofá.

—Dios… ¿él se corrió dentro de ti? ¿Te lastimó?

Lucía negó con la cabeza, nerviosa.

—No, mamá. Solo lo metió un poco y sangré. Su… su cosa es grande, quizás me desgarró. Nos asustamos.

Elena se tranquilizó, sospechando que era el himen el que se había roto, pero no se lo dijo. En su lugar, le pregunto:

—¿pero te duele todavía?

—No, ya no.

Elena pensó rápido, y recordó a su mejor amigo de secundaria, quien ahora era un ginecólogo reconocido. No lo veía hace años, pero confiaba en él; siempre fue un chico correcto y tímido.

—Escúchame bien. Mañana iremos a ver a un ginecólogo para que te chequee. No quiero que esto vaya a ser algo grave.

Lucía palideció.

—Mamá, no… me da cosas contarle esto a un extraño.

—No se lo dirás a un extraño. Te llevaré con Gabriel, él fue mi mejor amigo en la secundaria. No lo he visto en años, pero… me han dicho mis amigas que ahora es un excelente profesional. Sé que podemos confiar en él. Mañana mismo, lo iremos a ver.

Lucía estaba nerviosa, pero la seguridad de su madre en aquel conocido, terminó por convencerla.

—Está bien mamá… si tú confías en él, yo también.

Y Elena la abrazó fuerte, y llorando, le pidió disculpas por haberle dado ese espectáculo con su novio.

—No estoy enfadada, cariño. Esto es normal a tu edad. Solo quiero lo mejor para ti. Cuando yo era joven, mi mamá no habló conmigo de sexo, y quedé embarazada temprano. Es difícil avanzar con responsabilidades así, estudios y todo. Es muy frustrante y arruinará tu vida.

Lucía iba a protestar, pero Elena la miró a los ojos.

—Pero sabes… no me arrepiento de nada, porque tenerte a ti ha sido la mayor bendición de mi vida.

Esas palabras, desarmaron a Elena, y el momento fue tan emotivo, que ambas terminaron abrazándose y fortaleciendo sus lazos, aún en medio de ese caos.

A la mañana siguiente, el sol se colaba por las ventanas de la casa, iluminando la cocina donde Elena y Lucía desayunaban en silencio. El aroma a café fresco y tostadas llenaba el aire, pero la tensión del día anterior aún flotaba entre ellas. Lucía removía su cereal con la cuchara, nerviosa por lo que vendría, mientras Elena sorbía su taza con calma, vestida con un pantalón ajustado negro y una blusa ligera de flores que acentuaba su figura curvilínea. Lucía, por su parte, llevaba un vestido simple de algodón azul que le llegaba a las rodillas, fresco para el día caluroso.

—Termina de comer, cariño. Después ve a bañarte y arreglarte. Quiero que salgamos pronto —dijo Elena, con una sonrisa suave para romper el hielo.

Lucía asintió, y al terminar su desayuno. Subió a su habitación, se quitó la pijama y entró en la ducha. El agua caliente la relajó un poco, lavando el estrés de la noche anterior. Se secó con cuidado, y eligió unos jeans ajustados que realzaban sus caderas y un top blanco holgado. Luego, peinó su cabello castaño en ondas sueltas y se aplicó un poco de maquillaje natural, resaltando sus ojos verdes y labios. Y bajó lista, encontrando a su madre esperándola.

Y así fue, como tomaron un taxi hacia el consultorio, el viaje fue corto pero silencioso, con Elena sosteniendo la mano de Lucía para calmarla. Hasta que llegaron a un edificio moderno y elegante, con fachada de vidrio que reflejaba el cielo azul. El interior era impecable: pisos relucientes, plantas verdes y un aroma fresco a limón que hacía sentir bienvenido a cualquiera. Pero eso no era todo, pues el lugar se complementaba perfectamente, con la cálida bienvenida que daba una señora de mediana edad en la recepción.

—Buenos días, ¿En qué puedo ayudarlas? ¿Tienen reservada un cita?

—Dígale al doctor que vino Elena, su excompañera de la secundaria. Él me conoce.

La recepcionista asintió con gusto y se fue; mientras ambas esperaban en la sala principal, entre revistas y música suave de fondo. Hasta que al fin, regresó la recepcionista con buenas noticias:

—El doctor las recibirá. Pasen, por favor.

Cuando la puerta se abrió, el reencuentro fue emotivo. Gabriel, era un hombre de 38 años con ojos amables y una sonrisa cálida, que al ver a Elena, se levantó inmediatamente de su escritorio.

—¡Elena! ¿Eres tú? ¡Dios mío, cuántos años!

Exclamaron al unísono, abrazándose con fuerza. Lágrimas asomaron en los ojos de Elena, recordando viejos tiempos. Gabriel era cordial, paciente y noble, con una presencia que inspiraba confianza.

—Sigues igual de guapo —rió Elena, secándose una lágrima.

—Y tú estas más hermosa que nunca. ¿Esta es tu hija? —preguntó, mirando a Lucía con amabilidad.

—Sí… Lucía, él es Gabriel, mi mejor amigo de la secundaria.

—Hola, mucho gusto.

—El gusto es mío Lucía, que alegría conocerte.

Entonces, Gabriel les pidió tomar asiento, cerrando la puerta y agradeciéndole a la recepcionista. Luego, se sentó frente a ellas, y con tono profesional pero cálido, les dijo:

—Bueno, Elena, cuéntame. ¿Qué las trae por aquí?

Elena respiró hondo, y comenzó a decir:

—Pues… ayer encontré a Lucía con su novio… en una situación íntima, ya sabes. Ellos intentaron tener relaciones por primera vez, y hubo sangre y todo eso… Quiero que la cheques por favor, para asegurarme de que todo estese bien.

Lucía se sonrojó, mirando al suelo, nerviosa. Y Gabriel, fingió un regaño cómico:

—¡Vaya, jovencita! ¿Con que haciendo travesuras, eh? —rió, guiñando un ojo—. Tranquila, no te voy a juzgar. Es normal a tu edad explorar. Solo hay que hacerlo con cuidado. Vamos a crear confianza aquí, ¿de acuerdo? Puedes mírame desde ahora, como tu mejor amigo, estoy para ayudarte y no te regañaré, te lo prometo.

Sus palabras aligeraron la tensión, Lucía sonrió tímidamente, y procedieron al examen. Entonces, Gabriel la guio a un vestidor con cortinas, y le dijo:

—Ponte esta bata desechable, quítate todo y quédate solo con ella. Te espero afuera.

Mientras Lucía se cambiaba, Elena y Gabriel recordaron viejos tiempos:

—Recuerdas esa fiesta donde bailamos hasta el amanecer? —rió él.

—Claro, cómo olvidar aquella vez que…

—Estoy lista.

Interrumpió Lucía, y Gabriel la felicitó:

—¡Bien hecho! Ven, sube a la camilla. Pon las piernas en estos soportes, y relájate. Todo estará bien.

Y ella nerviosa, pero confiada en su amabilidad, lo hizo. Mientras su madre la animaba:

—Tranquila, estoy aquí, cariño.

Entonces, Gabriel levantó la bata con cuidado, revelando su zona íntima.

—Bien, voy a examinar. Dime si sientes algo raro —dijo, antes de tocar. Separó sus labios vaginales con dedos suaves, usando una linterna para ver dentro. Lucía sintió un cosquilleo extraño, vulnerable pero no doloroso, como una corriente fría al exponerse.

—Voy a introducir un dedo para palpar.

Explicó, haciéndolo gentilmente. No encontró el himen intacto. Y con su linterna, lo confirmó:

—Bien, chicas —dijo, retirando la mano y quitándose los guantes con un chasquido—. El himen se ha roto, Lucía. Eso explica la sangre de ayer. Es completamente normal cuando tienes tu primera vez. Ahora eres oficialmente una mujer adulta —añadió con una sonrisa cálida, guiñando para aligerar—. No hay nada de qué preocuparse, todo está en orden.

Lucía suspiró aliviada, sonriendo. Gabriel le dijo que cerrara las piernas y se sentara:

—Listo campeona, lo peor ya pasó.

Pero en eso, Elena intervino:

—Gabriel, podrías aprovechar para darle una lección sobre sexo a mi hija? Quiero que sepa cómo hacerlo de forma segura.

—Claro, con gusto. Lucía, siéntate con tu mamá. No te preocupes, seré breve.

—Mamá, no… es raro hablar de esto aquí.

—Cariño, es por tu bien. A tu edad, ojalá alguien me hubiera explicado todo sin tabúes. Gabriel es el experto perfecto, y confío en él como en nadie.

Gabriel, rió nervioso rascándose la nuca, con su mirada saltando entre madre e hija.

—Vaya, me halagas, Elena. Bien, empecemos con lo básico. El acto sexual es cuando dos personas se conectan íntimamente, por placer o para crear vida. En el colegio te habrán dicho algo, ¿verdad? ¿Qué recuerdas cuando estuviste con tu novio?

Lucía, apretó sus manos y muy avergonzada, le dijo:

—Eh… se sentía cálido, como un cosquilleo por todo el cuerpo. Pero me asusté cuando vi la sangre.

—Tranquila, ahora ya sabes que eso es normal. De hecho, antes del acto, no olvides que el cuerpo se prepara: el pene se endurece, la vagina se humedece, de manera que se pueda llevar a cabo la penetración.

—¿Crees que podrías explicárselo todo con un ejemplo más práctico? Para que quede claro, digo. Incluso, yo… bueno, yo podría ponerme de ejemplo. Así Lucía podría ver y entender mejor algunas cosas. Mira, lo digo porque quiero que mi hija estese bien informada.

Gabriel, ante esta proposición, se quedó boquiabierto por un segundo, su rostro se enrojeció y se notó una tensión evidente en su postura.

—Elena, eso… es atrevido. ¿Estás segura? Como doctor, puedo explicar teóricamente algunas cosas, pero un ejemplo real… podría complicar las cosas —bromeó, con su voz un poco ronca, intentando mantener la compostura.

Lucía por su parte, abrió los ojos de par en par, y con un rubor intenso cubriéndola. Le dijo:

—¡Mamá! ¿Es en serio? Eso es… raro.

Entonces, Elena sonrió, e internamente sentía un torbellino de morbo acelerando su pulso.

—Mira cariño, Gabriel y yo nos conocemos hace años, y hay confianza. Piensa que esto… será como una lección privada, para que tú y tu novio lo hagan bien. ¿Qué dices amigo? ¿Me ayudas con esto?

Gabriel, tragó saliva nervioso y frotándose las manos, respondió:

—Vaya, Elena, siempre fuiste la más valiente del grupo. Pero bueno, si ambas están de acuerdo… procedamos. Pero tratemos de no cruzar la línea, ¿eh?. Mira Lucía, si en algún momento te sientes incómoda, paramos ¿sí?

—Eh, está bien…

Y de esa forma, Elena se levantó más decidida para continuar.

—Perfecto. Vamos, Gabriel, dame una de esas batas. Estoy lista para ser tu modelo.

Gabriel, con las mejillas ardiendo, fue por la prenda y al regresar, con sus manos temblando ligeramente, se la entregó a Elena por encima del biombo. Mientras ella, se iba desnudando con el corazón acelerado, sintiendo un cosquilleo prohibido que le erizaba la piel. Pues la idea de exponerse ante su viejo amigo y su hija, la llenaba de un morbo que apenas podía controlar.

—¿De verdad vas a hacer esto, mamá? —preguntó Lucía, con vergüenza.

—Claro, cariño. Quiero que entiendas todo, que no tengas miedo cuando estés con tu novio

Respondió Elena, saliendo del biombo con la bata apenas cubriendo su cuerpo. Luego, se recostó en la camilla, abriendo las piernas y miró a Gabriel.

—Estoy lista, amigo. Podemos empezar?

Gabriel sorprendido, ajustó sus gafas e intentando mantener la compostura, dijo:

—Eh, sí… empecemos de una vez. A ver Lucía, ven, acércate y presta atención. Esto será como una clase práctica ¿de acuerdo? —dijo, sentándose en el banquito frente a Elena, mientras se colocaba un par de guantes nuevos. Después, levantó lentamente la bata, y el sexo depilado de Elena quedó expuesto.

—Mamá, pero… ¿por qué no tienes pelos?

—Pues… porque suelo depilarme ahí abajo. Mira, se siente más limpio, y… más sensible cuando alguien te toca. ¿No es así, Gabriel? Dinos, ¿qué opinas como experto?

—E-eh, sí, es una elección común. Algunas lo prefieren por higiene, otras porque… bueno, hace que cada roce sea más intenso. Pero Lucía, te no vayas a sentir obligada a hacer algo así.

—De acuerdo, aunque… suena interesante. Me gustaría sorprenderle a mi novio con eso.

—Bueno, eso ya es cuestión suya… pero mejor sigamos con nuestra lección… ¿ves esta parte?

—Aja

—Esto se llama clítoris. Es como un botón mágico: si tu novio lo acaricia bien, te hará volar de placer. Dile que te lo roce con suavidad, y en círculos lentos cuando tengan intimidad.

—¿En serio? ¿Y se siente tan bien de verdad?

—Pues sí cariño, y ya que estamos en esto… ¿por qué no se lo mostramos Gabriel? Vamos, puedes tocarme el clítoris, quiero que ella vea cómo responde el cuerpo ante eso.

—Elena, esto… esto va más allá de una consulta normal. ¿Estás segura? Lucía, ¿tú estás bien con esto?

—S-sí, no me incomoda, quiero entender bien todo esto.

—¿Lo ves? Vamos, Gabriel. Solo un toquecito. — dijo Elena arqueando ligeramente la espalda, y exponiéndose más.

Entonces, Gabriel le rozó el clítoris con su dedo; y un movimiento suave, basto para hacer jadear a Elena y hacerla humedecerse al instante.

—¿Ves, Lucía? Esta zona va humedeciéndose con el placer, eso es algo normal.

—Guau, es cierto… mamá, te… te estás mojando bastante.

—Sí, cariño… es que justo ahora me siento tan bien. Por favor Gabriel, no pares, hace tiempo que nadie me toca así.

Gabriel, excitado, aceleró un poco el movimiento, y sus dedos se humectaron más.

—Bueno… esto es la lubricación. Y este fluido, es lo que facilita la penetración.

Al oír eso, Lucía no dudo en preguntar:

—¿Penetración? Ah, ya sé, como cuando Mateo intentó metérmelo… pero me dolió. ¿Cómo se hace para que no duela?

Elena, jadeando, miró a Gabriel con ojos nublados por el deseo.

—Por favor, muéstraselo con un dedo. Métemelo con toda confianza amigo.

—¡Elena! esto se está saliendo de control. Soy tu doctor, no un…

—Vamos, es solo un dedo —insistió ella, abriendo más las piernas, —. Por favor, Gabriel. Es como si estuvieras examinando a otra de tus pacientes…

—Eh, esta bien… a ver Lucía, imagina que mi dedo índice es como un pene. Mira, debe introducirse lentamente, y despacio.

—Mmm… ya veo. Mamá, ¿no te duele?

—No no, cariño… al contrario, se siente muy bien. Por favor Gabriel, ve más profundo.

Y él lo hizo, e incluso, añadió otro dedo para dilatarla más. Haciendo que Elena se estremeciera al instante.

—Ahh, ya basta de dedos amigo. Mejor, porque no le mostramos algo más real? Creo que vas a tener que penétrame, esa es la única forma, en la que ella podrá verlo mejor.

Gabriel se levantó, y trato de ocultar sus manos temblorosas, mientras su erección ya se divisaba bajo la tela de su bata.

— ¡Elena! eso es una locura… dios, lo hiciera en otras condiciones, pero aquí y ahora…

Pero en ese instante, lo que Gabriel no se imaginó, es que Lucía se acercaría por detrás y lo abrazaría intentando convencerlo. Mientras lentamente, iba aflojando su cinturón.

—Por favor Doctor… ayúdeme a entender mejor todo esto.

—¿Lucía, pero qué haces?

Es lo único que atinó a decir, cuando al instante, Lucía le bajo el pantalón de golpe, revelando su bóxer tenso, con el contorno de su miembro erecto marcándose contra la tela delgada.

—Lucía… esto no… no es parte de la lección —balbuceó Gabriel, con su voz ronca y el calor de la vergüenza y el deseo subiendo por su cuerpo como una llama.

Elena, desde la camilla, se incorporó ligeramente, y sus ojos brillaron con morbo al ver el miembro de su amigo casi explotando, debajo del bóxer.

—Bien hecho, hija. Mira, Gabriel, no es admirable el interés que tiene Lucía por aprender. No le neguemos eso, vamos, no seas tímido.

Lucía, con las mejillas ardiendo, rio tímidamente y con sus ojos llenos de curiosidad, susurró:

—Sí, por favor… Además, no es justo que nos deje ver su cosita? Nosotros ya le mostramos las nuestras.

Gabriel, atrapado entre el pánico y el deseo, no dejaba de pensar «Dios, chicas… esto es una consulta médica… Elena, por favor, detén esta locura»

Pero Elena, se levantó de la camilla, se aflojo la bata y la dejo caer al suelo. Revelando inmediatamente, sus hermosos senos y su linda silueta que despertaba más el deseo de Gabriel.

—Bueno amigo, mejor déjame ayudarte con eso —murmuró, arrodillándose frente a él, sus manos tomaron el elástico de la cintura, y lentamente Elena, iba bajando el bóxer. Liberando su miembro grueso y curvo.

Lucía, no dejaba de verlo, era el segundo miembro que había visto en su vida. Era diferente al de su novio, más pequeño y circuncidado, y ella no pudo evitar preguntar:

—Vaya… es diferente. Mi novio no lo tenía así… veo que el suyo es más venoso. ¿Puedo tocarlo, doctor? Es que mi novio tenía una piel que le recubría la punta, y yo…

—No, Lucía… esto se está yendo demasiado lejos. Elena, ayúdame a parar esto.

Entonces, Elena rió y extendió su mano para sujetar su miembro.

—Oh, rayos amiga, por favor…

—Shhh… Vamos, Gabriel. Mira cómo ésta… es perfecto para seguir con nuestra lección. Ven Lucía, puedes tocarlo…

Y Lucía, acercó su mano con timidez, hasta que sus dedos rozaron su suave piel.

—Guau, mamá… es diferente al de Mateo

—Lo sé cariño… lo vi perfectamente, el día de ayer cuando los encontré haciendo sus cositas. Mira bien, cuando veas uno de estos, es porque lo tiene circuncidado

—¿Circuncidado? ¿qué significa eso?

—Vamos Gabriel, necesitamos que nos expliques eso —susurró Elena con su voz llena de deseo.

—Eh, es… es una intervención en la que se quita el prepucio, es decir, esa piel que cubre la punta o el glande. De esa forma… esta zona es más sensible al tacto —logró decir, con su voz temblando, antes de que un roce inocente de Lucía, lo volviera loco.

—Ahhh, chicas, esto… dios, esto solo iba a ser una consulta médica

—Oh, Gabriel, deja de fingir que no te gusta. Lucía, mira cómo responde… esto es lo que pasa cuando un hombre está excitado. Se le pone bien tiesa, le palpita y no deja de soltar esas pequeñas gotitas de fluido preseminal. Es como el cuerpo diciendo ‘estoy listo para ti’. Ahora, quiero que prestes atención, pues voy a enseñarte a hacer una buena mamada, a fin de que lo lubriques mejor, y eso facilite la penetración.

—Bueno mamá…

Verás cariño, tienes que tomar el miembro así —dijo, envolviéndolo su mano y  apretando con una perfecta presión, que hizo jadear a Gabriel—, y lo lames despacio, como si fuera tu dulce favorito, saboreando cada centímetro.

Lucía, con los ojos abiertos, sintió un cosquilleo en su interior, viendo a su madre hacer eso.

—Mamá, pero… ¿eso no es… sucio? Mateo nunca me pidió algo así.

Gabriel, luchando por respirar, intervino con voz entrecortada.

—No… no es sucio si hay higiene. El sabor es salado, un poco amargo, pero… ah, dios… es parte del juego. Ayuda a que entre más fácil, ah… ayuda a reducir la fricción.

Elena, sonriendo, lamió la punta con la lengua y un hilo de saliva se formó en su boca.

—¿Viste eso? Es porque lo estoy humectando bien. Y no, no sabe tan mal… pero mejor, sigamos con el proceso. Una vez que lo has lamido bien, debes jugar con el… procura succionar la punta metiéndotelo en la boca, y usando tu lengua. Fijate bien —dijo ella, demostrándolo en el acto.

Mientras Gabriel, gruñía con sus manos apretadas al borde de la camilla.

—Elena… presta mucha atención, tu madre es una experta… esto… esto le encantará a tu novio, y te ayudará a que la penetración sea más suave, y menos dolorosa.

Lucía, hipnotizada, no apartaba la mirada y decidió unirse a su madre, acariciando suavemente los testículos de Gabriel.

—Mamá, estás… estás tragándotelo todo. ¿No te ahogas? —preguntó Lucía, con su voz inocente, y los ojos bien abiertos mientras observaba cómo la boca de su madre se movía rítmicamente con el miembro de Gabriel.

—Agh, no hija… si lo haces bien, no hace falta meterlo completo. Todo depende de la práctica. Yo no me ahogo porque mantengo un buen ritmo, respirando por la nariz mientras lo succiono, sintiendo cómo late contra mi lengua. Es como un baile, cariño… lo haces lento al principio, luego más rápido. Dime… ¿te gustaría darle una lamida? Solo la punta, para que sientas el sabor.

Lucía dudó, mordiéndose el labio inferior, y su curiosidad ardía como un fuego lento entre sus piernas. Entonces, extendió la lengua tímidamente.

—Mmm, sabe raro… pero… ¿esto es necesario? Es decir, ¿a todos los hombres les gusta que les hagan esto?

—A la mayoría… sí, es… es algo placentero, como un beso profundo que te hace perder la cabeza. Pero siempre con consentimiento, Lucía… no obligues a tu novio si no quiere, aunque créeme, cuando lo pruebe, te pedirá más. Dios, chicas… por favor, no puedo más. Si siguen así, voy a terminar aquí mismo, explotando en sus bocas.

Elena sonrió, poniéndose de pie con un movimiento fluido, y se acercó a la camilla de forma muy provocativa, moviendo sus cadera y tocándose el trasero para provocar más Gabriel. Luego, se recostó con lentitud, mientras el cuero frío le rozaba la piel, e inmediatamente, abrió las piernas con un movimiento deliberado, exponiendo su sexo como una invitación irresistible.

—Perfecto, entonces pasemos a la penetración. Gabriel, ven, métemelo ya. Muéstrale a mi hija cómo se hace de verdad, quiero que vea, cómo un pene entra en una vagina húmeda y lista.

Gabriel, completamente entregado al deseo, se acercó a la camilla con pasos firmes, con su miembro apuntando hacia ella. Y cuando estuvo entre sus piernas, sujetó su pene con confianza, guiándolo hacia los labios vaginales de su amiga, rozándolos con una lentitud que al contacto, le enviaba chispas de placer.

—Estoy listo, Lucía, acércate —dijo, con su voz grave—. Primero, debes decirle a tu novio que roce la entrada, así, con la punta, para extender mejor los fluidos entre sus miembros.

Lucía, con su respiración entrecortada y sus ojos clavados en el espectáculo, noto que eso era importante.

—Guau, es cierto… ahora la vagina de mamá, se ve muy resbaladiza… pero… espere doctor ¿Mamá, estas segura, tengo miedo que te duela? El de Mateo me hizo sentir como si me rompiera.

—Tranquila cariño, no duele mucho, cuando estás listas lista. Por eso me aseguré de lubricar bien el pene de Gabriel —susurró, con su voz temblando de deseo—. Vamos Gabriel, empuja despacito, quiero que ella vea cómo me dilatas poco a poco.

Entonces, Gabriel presionó con cuidado, su glande empezó a entrar suavemente, y el calor apretado de Elena lo envolvió como un guante, mientras las paredes vaginales y húmedas, se contraían a su alrededor, dándole un placer intenso.

—Lento, Lucía, siempre lento al principio —explicó la madre—. Debes sentir como te dilata de a poco. A ellos les encanta como les aprieta, y a nosotras, como va entrando y deslizándose, ya verás que luego, ni siquiera queras soltarlo. Recuerda todo esto, para que se lo digas a tu novio.

Y así, Elena iba sintiendo ese estiramiento exquisito, y como su vagina se abría para recibirlo, centímetro a centímetro.

—Ah, sí…sí, me gusta como me llenas… ay, que rico.—gimió, con sus manos aferrándose a la camilla, —. Lucía, mira bien abajo, mira cómo me estoy dilatando y cómo lo dejo entrar más.

Lucía, fascinada, empezó a rozar instintivamente su mano con su sexo a través de la bata, y con inocencia febril, no pudo evitar decir:

—Mamá, te lo esta… te lo esta metiendo todo! Lo lograste, no puedo creerlo! Me da miedo ¿Y si el de Mateo es muy grande para mí, qué hago?

Gabriel, embistiendo con un ritmo lento pero firme, chocando su piel con la de Elena, dijo:

—Pues… si es más grande, usa lubricante Lucía, y ve despacio. Mira bien como la vagina de tu madre me acepta y me abraza el pene. Esto es lo que buscas, y cuando lo logres, deben mantener un buen ritmo para que sea placentero para ambos.

Elena, al borde del éxtasis, jadeó:

—Gabriel, más rápido… que vea cómo se siente cuando subes el ritmo. Hija, dile a tu novio que acelere cuando estés lista…

—¿Lista?

—Ahh, sí… sí, no te preocupes, tu sabrás cuando decírselo.

Gabriel, con un brillo de deseo en sus ojos, aceleró, y las embestidas se tornaron más profundas. Su glande ahora, rozaba puntos más sensibles dentro de Elena, y el consultorio, se lleno de sonidos obscenos y aroma de sexo.

—Lucía, ven, tócale el clítoris a tu madre —dijo Gabriel, para hacerla parte del momento—. Eso, frota en círculos, suaves pero firmes, concéntrate en eso, mientras yo la penetro. Así la llevaremos al límite.

Lucía, temblando de excitación, extendió una mano tímida, sus dedos sentían el clítoris hinchado de su madre, y no podía evitar sentir aquella humedad resbaladiza entre ambos.

—¿Así, doctor? Mamá, estás… temblando mucho. ¿Esto pasa cuando llegas al orgasmo?

Pero Elena, ya no podía responder. Solo atinó a asentar mientras su cabeza involuntariamente se inclinaba hacia atrás, su espalda se arqueaba, sus ojos se entrecerraban consumidos por el placer y sus piernas, temblaban incontrolablemente, por el toque de Lucía y las embestidas de Gabriel. Desencadenando, un orgasmo descomunal, como un volcán estallando.

—Ahhh, sí… dios, sí, hija, esto es… el cielo, me estoy rompiendo de placer —gritó, con su cuerpo vibrando, sus pechos rebotando, mientras el sudor brillaba en su piel, y el éxtasis la hacía sentirse viva, deseada y completa.

Gabriel, al borde, gruñó:

—Elena, voy… voy a… no aguanto más —y eyaculó, llenándola por dentro con chorros calientes que le hacían sentir un placer como relámpago, tanto, que la hacían temblar todo el cuerpo..

—Mamá… estás gritando como loca. ¿Eso es el orgasmo? ¿Y ese líquido blanco, es el semen?

Elena, aún temblando, jadeó:

—Aaahhhhh, sííííí, cariño… ahhhh….

En eso, Gabriel se separó y en la punta de su pene, aún se notaban restos de semen.

—Eh, estás en lo correcto, esto es el semen, Lucía. Una vez dentro de una mujer, es lo que puede embarazarla —explicó, con su voz aún temblorosa por el clímax.

—¿Embarazarla? ¿Mamá, no me digas que tendrás otro bebé?

Elena, recuperándose del orgasmo, sonrió con ternura, sentándose en la camilla con las piernas cruzadas.

—No, cariño, por eso es importante cuidarse. Pero no te preocupes, para estos casos están los métodos anticonceptivos de emergencia. Hice todo esto a propósito, para que entiendas bien y sepas qué hacer si pasa algo así. Gabriel, explícale, por favor, amigo… dile qué se hace en estos casos.

Gabriel asintió, caminando hacia su escritorio con pasos rápidos, con su miembro aún semierecto balanceándose, provocando una risita tímida en Lucía. Ahí, abrió un cajón y sacó una caja pequeña, de la que saco dos cosas.

—Esto, es una píldora de emergencia, Lucía. Se toma en un plazo de 72 horas después de un encuentro sin protección para evitar un embarazo. Pero lo ideal, es usar métodos preventivos, como el condón, desde el principio —dijo, sosteniendo el segundo paquete en su mano—. Mira, este es un condón. Es como una funda de látex que evita que el semen entre en la vagina.

Lucía, asistió la cabeza fascinada, mientras que con sus dedos rozaba el paquete que Gabriel le entregó.

—¿Entonces, con eso no hay bebés? Pero… ¿cómo se usa? ¿Es complicado? Mateo nunca mencionó algo así.

Elena rió suavemente, deslizándose de la camilla con un movimiento grácil, y con el morbo aún latente en sus ojos.

—No es complicado, hija. Es como ponerle ropa al pene—bromeó, guiñando un ojo—. Gabriel, por que mejor… No no, ya sé, y si lo probamos contigo cariño? Así aprendes a usarlo y ves cómo funciona. ¿Qué dices?

Lucía dudó un instante, pero el fuego que había sentido al ver a su madre y a Gabriel la empujó a aceptar.

—Está bien… quiero aprender. Después de lo que vi, siento que… puedo con esto. Quiero estar lista para Mateo.

Elena sonrió, con un brillo de orgullo en su mirada, y se acercó a su hija con cariño.

—Esa es mi chica valiente. Vamos, quítate la bata…

Y con manos temblorosas, pero decididas, Elena ayudó a Lucía a deslizar la bata desechable, dejando su cuerpo joven y desnudo al descubierto. Mientras Lucía, reía nerviosa, cubriéndose instintivamente, pero Elena le tomó las manos con suavidad.

—Estás hermosa, cariño. No hay nada que debas ocultar. Ahora, ten, toma este condón —dijo Elena, abriendo el paquete con un rasgón, y entregando el condón a Lucía, para luego, guiarla hacia Gabriel con su miembro aún erecto—. Mira, se lo pones así, desde la punta, y lo desenrollas despacito.

Lucía, con las mejillas ardiendo, sostuvo el condón, y con sus dedos torpes, intentó colocarlo.

—Ay, mamá, parece que estoy tratando de ponerle un calcetín a una serpiente —bromeó, riendo mientras el látex se atascaba un poco.

—Tranquila, exploradora —dijo Gabriel, con tono juguetón

Mientras Lucía, guiada por su madre, lograba desenrollar el condón sobre el miembro de Gabriel.

—¡Listo! Creo que lo hice bien… se ve raro, pero… que dicen ustedes? —dijo Lucía, riendo con inocencia.

—Te quedó perfecto, hija.

Entonces, Elena se sentó en una silla cercana, y con un aire de ternura, le dijo a su hija:

—Ahora, ven cariño, recuéstate aquí, boca abajo sobre mis piernas. Yo estaré contigo, supervisando todo, apoyándote en cada paso —dijo, palmeando su regazo con una sonrisa cálida.

Lucía obedeció, se recostó sobre las piernas de su madre, su trasero quedó alzado, y su sexo expuesto y húmedo, brillaba bajo la luz del consultorio. Y Elena, le acarició la espalda con ternura, para calmar sus nervios.

—Estás lista, cariño. Gabriel, ven, muéstrale cómo se hace con protección.

Gabriel se acercó, con su mirada fija en el sexo de Lucía, notando la humedad que rodeaba sus labios: como consecuencia de lo excitada que estaba tras presenciar todo.

—Vaya, Lucía, estás más que lista —dijo, con su voz cargada de admiración—. Eso es bueno, significa que tu cuerpo está preparado. Dile a tu novio que te excite así, que te deje goteando antes de intentarlo.

Lucía, con el pecho apoyado en los muslos de su madre, sonrió tímidamente.

—Gracias, doctor… me siento… rara, pero quiero probarlo. El de Mateo me dolió, pero siento que usted será diferente.

Gabriel se posicionó, guiando su miembro con condón hacia la entrada de Lucía, rozando los labios húmedos con suavidad, extendiendo su humedad. Empujó despacio, la punta entró con cuidado, y sintió el calor apretado de su vagina joven.

—Aquí voy Lucía, iré lento y despacio, tú solo respira hondo —dijo, con su voz suave—. Eso es, ya estoy entrando. aquí vamos… Eso, siente cómo el condón se desliza suavemente.

Lucía jadeó, y sintió un pequeño pinchazo de dolor al principio, pero rápidamente se desvaneció, pues el miembro de Gabriel, era más pequeño que el de Mateo, y por ello, se deslizó con facilidad.

—Ay… duele un poquito, pero… ya, ya no. Es más fácil que con Mateo.

Elena, acariciando el cabello de su hija, le dijo.

—Muy bien cariño. Eso es todo, ahora solo deja que Gabriel haga lo suyo, él sabe lo que hace. Dile a tu novio que sea gentil como él, que no se apure.

Y así Gabriel, comenzó embestir con suavidad, gruñendo de placer, por el calor de Lucía que lo envolvía perfectamente, mientras sus paredes uterinas se contraían alrededor del látex.

—Estás haciéndolo genial, Lucía. Mira cómo tu cuerpo me acepta. Ahora voy a acelerar un poco, para que sientas el ritmo. Dile a tu novio que busque esto, un vaivén que te haga vibrar.

Lucía, gimiendo suavemente, sintió el placer crecer, un cosquilleo profundo, la hacía arquearse contra su madre.

—Mmm… se siente… bien mamá.

—Así es, hija. Ya ves que usando protección también puedes sentir placer. Vamos Gabriel, acelera, que sienta cómo sube la intensidad.

Gabriel obedeció, y las embestidas se hicieron más rápidas. Sus pieles chocaban y el placer se iba acumulando como una tormenta. De pronto, Lucía gimió más alto, su cuerpo temblaba y el orgasmo se iba acercando.

—Doctor… siento algo… es algo muy placentero… aahhhh… ahhh…

Gabriel, al borde, jadeó:

—Eso Lucía, sólo… sólo déjalo venir. Yo también estoy cerca… dios, eres tan apretada.

Y el orgasmo, poco a poco irrumpía en el cuerpo de Lucía, su vagina apretaba el miembro de Gabriel, y gritos suaves se escapaban mientras el placer la consumía contra su madre.

—¡Sí… sí, lo siento! —gritó, su cuerpo vibrando, vivo con éxtasis.

Gabriel gruñó, eyaculando dentro del condón, y el látex capturando cada chorro caliente, mientras el placer también lo cegaba.

—Listo… listo, ya está —jadeó, retirándose con cuidado, y el condón lleno de semen, salió con su miembro.

Lucía, recuperándose rápido, se levantó con ayuda de su madre, sus ojos brillaban de emoción. Y Elena la puso de pie, abrazándola con orgullo.

—Mira Lucía, esto es lo que hace el condón —dijo Gabriel, sosteniendo el látex lleno, mostrando el semen atrapado—. Evita que este fluido, entre en la vagina, y así no hay riesgo de embarazo.

—Guau, ahora lo entiendo… es como una barrera mágica. Gracias, mamá, gracias, doctor. Esto fue… increíble.

Elena la abrazó fuerte, besando su frente.

—Mi valiente, ahora sí, estás lista para tu novio. Estoy tan orgullosa de ti.

Gabriel, retomando su tono amable y bromista, rió.

—¡Vaya, equipo, son unas campeonas! Lucía, por ser tan valiente, te regalo una sesión gratis de depilación vaginal. Vas a dejar a Mateo con la boca abierta, que suerte tiene ese muchacho.

Todos rieron, y el ambiente se aligeró mientras se vestían. Y Gabriel, sacó una píldora de emergencia de su escritorio, entregándosela a Elena con una sonrisa.

—Esto es por si acaso, amiga. Pero con lo que aprendieron hoy, dudo que olviden todo lo aprendido.

Lucía salió al área de depilación, emocionada, mientras Elena y Gabriel charlaban, con sus miradas cargadas de recuerdos y buenos momentos. Hasta que al fin, Lucía regresó, radiante y riendo.

—¡Listo! Me siento como nueva, mamá. Muchas gracias Gabriel.

—Oh, no es nada… me alegra haber podido ayudarlas. Vaya, como vuela tiempo, olvide un compromiso. Tengo que retirarme, nos vemos…

—Adiós Gabriel, gracias…

Luego de eso, en la recepción, la encargada de la caja sonrió al verlas felices, y les dijo:

—No hay nada que pagar, señoritas. La consulta y la depilación son cortesía del doctor, por el cariño que les tiene.

Elena y Lucía, se alegraron más, y salieron del consultorio con una nueva confianza.

—Por cierto, invita a Mateo el fin de semana cariño. Quiero disculparme por el susto que les di —dijo Elena, riendo.

Y Lucía, con su voz llena de emoción, estuvo más que de acuerdo y marco en ese instante a su novio. Mientras Elena suspirando, al verla decía:

—Qué rápido creció mi pequeña… y ahora, ya esta lista para hacerlo…

 

13 Lecturas/18 septiembre, 2025/0 Comentarios/por PetterG
Etiquetas: amiga, colegio, hija, madre, mayor, padre, recuerdos, sexo
Compartir esta entrada
  • Compartir en Facebook
  • Compartir en X
  • Share on X
  • Compartir en WhatsApp
  • Compartir por correo
Quizás te interese
Mi sobrinita larita PARTE 2
sorpresa en por webcam
METAMORFOSIS 36
Aventura con una menor
MI ESPOSA GOZA CON MI AMIGO
ENY
0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.

Buscar Relatos

Search Search

Categorías

  • Bisexual (1.209)
  • Dominación Hombres (3.662)
  • Dominación Mujeres (2.763)
  • Fantasías / Parodias (2.931)
  • Fetichismo (2.464)
  • Gays (21.262)
  • Heterosexual (7.625)
  • Incestos en Familia (17.233)
  • Infidelidad (4.257)
  • Intercambios / Trios (2.946)
  • Lesbiana (1.110)
  • Masturbacion Femenina (846)
  • Masturbacion Masculina (1.702)
  • Orgias (1.867)
  • Sado Bondage Hombre (421)
  • Sado Bondage Mujer (164)
  • Sexo con Madur@s (3.922)
  • Sexo Virtual (240)
  • Travestis / Transexuales (2.317)
  • Voyeur / Exhibicionismo (2.315)
  • Zoofilia Hombre (2.102)
  • Zoofilia Mujer (1.623)
© Copyright - Sexo Sin Tabues 3.0
  • Aviso Legal
  • Política de privacidad
  • Normas de la Comunidad
  • Contáctanos
Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba