Una frecuencia inesperada
Diego y su hermano interceptan un encuentro ardiente por un intercomunicador entre su vecina y su amante. Tras un incidente, la curiosidad lleva a Diego a investigarlo… .
Soy Diego, y ahora, a punto de cumplir mis 30 años, miro hacia atrás a esos días de juventud con cierta nostalgia. Esta es la historia de cómo un secreto ajeno cambió mi vida para siempre; en ese entonces, yo tenía unos 16 años y mi hermano Marco 18. Vivíamos en un vecindario tranquilo con mis padres: papá era guardia de seguridad, y mamá trabajaba como ama de casa para una familia adinerada.
Recuerdo que un buen día, se mudó al conjunto residencial una chica solterona de 31 años, ella se llamaba Sofia, era muy guapa… con curvas latinas perfectas, cabello negro ondulado y una sonrisa maravillosa. El tiempo se fue volando, y tras un año, ella ya se había vuelto parte de nuestras vidas, congeniamos muy bien con ella; pues cada vez que la veíamos, nos saludaba con una cálida sonrisa. Pero… quien diría que esa chica tierna, tenía una aventura con Alejandro, el vecino divorciado de al lado, un tipo de 40 años; quien también era compañero del trabajo de papá.
Sofia y Alejandro usaban un intercomunicador para conversar entre ellos. De hecho, hasta tenían una especie de código especial para comunicarse. Y así, era la forma como ambos mantenían encendida la llama, y como hacían sus cositas.
Un buen día, mientras Marco y yo estábamos en la casa, un apagón nos tomó por sorpresa. No teníamos nada que hacer, y nos recostamos aburridos en el sillón de la sala. En eso, Marco me recordó el intercomunicador de repuesto que papá tenía en el garaje. No sé cómo, pero él me convenció de que sería una buena idea ir por él y tratar de captar alguna frecuencia para hacerle bromas a los que lográsemos interceptar. Eso me pareció genial, era una buena forma de calmar el aburrimiento, y así lo hicimos…
Sacamos el intercomunicador del garaje, un viejo aparato polvoriento que papá rara vez llevaba consigo, pues él tenía uno más moderno. Pero en fin, la cosa es que lo encendimos en la sala. Al principio, solo nos daba estática, pero Marco giró el dial y captamos una conversación entre dos camioneros hablando de cargas y rutas. Nos miramos, riendo como idiotas, y decidimos intervenir. Marco, imitando una voz grave, dijo por el micrófono:
—Atención, unidad 47, aquí control central del ejercito. Tienen un OVNI siguiéndolos, repito, OVNI. ¡Esto no es una broma!
Los camioneros entraron en pánico, y respondieron:
—¿Qué? ¡No puede ser!
Al oír eso, nos doblamos de risa en el sofá, las lágrimas salían de nuestros ojos, y ellos maldecían y aceleraban el camión muertos de miedo. Fue épico, pasamos varios minutos riéndonos hasta que nos dolió el estómago.
— ¡Somos terribles! —dijo Marco, chocando mi puño.
—Ten, a ver si captas algo mejor— me retó, y yo empecé a jugar con los controles, girando el dial despacio, buscando otra frecuencia. De pronto, una voz femenina, suave y seductora, llenó la sala.
—Papi, ¿estás ahí? Alpha-7, repito, Alpha-7. Atención… mis dedos ya están listos para comenzar a jugar.
Marco y yo nos congelamos, y nos miramos sorprendidos. Esa voz era bastante familiar.
—Oye, esa no es la voz de Sofia?
—Rayos, es cierto!! Pero qué mierda…
De pronto, del intercomunicador se escuchó:
—Alpha-7, aquí Alejandro… Es decir, aquí semental 69, copiado!
Y nosotros, no echamos a reír
—Jajaja… Semental 69?
—Jajaja… espera. El dijo Alejandro verdad?
—Así es!
—Alejandro? ¿Ese no es nuestro vecino? Ya sabes, el divorciado…
—Mierda, es cierto.
Respondió Marco sorprendido, con una de sus manos en su cabello. En eso, volvimos a escuchar.
—Ay amor… porque dijiste tu nombre?
—Lo siento bebe… pero tranquila, este es un canal seguro. Nadie capta esta frecuencia, créeme, sé lo que te digo.
Y nosotros, nos miramos a los ojos. Sabiendo que no era cierto.
—Bueno, confió en ti… pero dime, ¿estás solo? Quiero que comencemos a jugar.
—Oh, sí… ahora estoy solo. Si quieres, puedo irme bajando los pantalones.
—Ah, sí… ¿Cómo esta ese amiguito?
—Pues… esta bien duro. Ahora mismo, lo estoy agarrando con mi mano.
—Mmm… sigue así, háblame más sucio. Dime cómo quieres penetrarme con ese miembro. Ya me estoy metiendo un dedo con solo pensarlo.
Al oír eso, mi pene se empezó a endurecer. Y creo que Marco estaba igual, porque lo vi ajustarse el pantalón.
—Eh… esto es muy intenso, hermano— murmuró Marco, pero ninguno de los dos, nos atrevimos a apagar esa transmisión y continuamos escuchando.
—Te voy a follar tan duro… que gritarás mi nombre, puta. Cómo quisiera agarrarte esas tetotas y pellizcarte esos pezones.
—Ah, eso me encantaría… sabes, ya estoy harta de estos jueguitos. Hagamos algo más: ven a mi casa ahora mismo y fóllame como a una puta.
—¿Lo dices en serio?
—Sí, ven acá y hazme tuya. Te espero en cuatro sobre mi cama.
—Bien, en unos minutos estoy ahí…
En ese momento, la transmisión se cortó. Y Marco y yo nos quedamos en silencio un segundo, procesando lo que habíamos oído, antes de que él rompiera el momento, con una idea increíble.
—Ven, subamos a mi cuarto. Desde mi ventana se ve directamente al cuarto de Sofía.
No pude resistirme a esa propuesta. Ambos subimos corriendo las escaleras hasta su habitación; Marco ajustó el telescopio que tenía ahí, apuntándolo directamente a su cuarto. A través de la lente, la vimos: Sofía se estaba desnudando lentamente, dejando caer su vestido al suelo, revelando su piel morena y suave, con sus curvas voluptuosas. Y ella, ni siquiera se percató en cerrar las cortinas. Mejor las abrió, para iluminar mejor.
La situación era intensa. Marco sabía lo que se venía y no quería jalársela frente a mí. Entonces, intentó sacarme del cuarto con excusas tontas: «Oye, ve a buscar algo de beber». El quería obviamente, que yo saliera de ahí, y yo me negué. Y en menos de un minuto, empezamos a pelear, nos empujamos y rodamos en el piso, cuando de repente, del intercomunicador se oyó la voz de Sofía:
—Acabo de dejar la puerta abierta Alejo… te espero en cuatro. Ven, no tardes.
Ambos nos levantamos, y Marco aprovechó el momento de distracción y me empujó fuera del cuarto, cerrando la puerta con llave. Yo golpeé furioso, gritando que me dejara entrar, pero él no abrió. Enojado, decidí salir a caminar para despejar mi mente. Bajé las escaleras y salí de casa, intentando calmarme un poco.
En lo que salía, me encontré con Alejandro, el vecino, que también estaba saliendo con prisa. Lo saludé, notando su apuro. Él me miró un segundo y dijo:
—Oye, Diego, por favor avísale a tus padres cuando regresen que me llamen. Quiero pedirles algo de dinero prestado, porque tengo que ir corriendo al hospital: mi hijo tuvo un accidente.
Entonces, lo vi subirse al auto y arrancar a toda velocidad. Y yo, comencé a pensar… ¿Acaso canceló su encuentro con Sofía? ¿Qué pasó? La curiosidad me carcomía, y decidí ir a la casa de la vecina para comprobarlo. Pues después de todo… si la puerta estaba abierta, sabría que por el apuro de salir, el hombre se olvidó de cancelar su encuentro. Pero si estaba cerrada, sabría que no… y me iría corriendo.
Y así fue, como caminé en dirección a la casa de Sofía, con mi corazón a mil. La intensidad del momento me tenía sudando: la adrenalina de lo que había oído, la imagen de Sofia desnudándose en mi mente, la posibilidad de algo prohibido. Estaba nervioso, mi estómago revuelto, pero la curiosidad me empujaba como una fuerza irresistible. Tomé el pomo de la puerta, y… se abrió con facilidad.
Ahora estaba más nervioso que nunca. La curiosidad me impulsó a entrar. Di un paso adentro y cerré la puerta, provocando un ruido suave. Y desde una habitación, en el segundo piso, se oyó una voz sensual:
—Pasa amor, estoy lista para ti.
Pensé en retirarme, pero me detuve al escuchar:
—Mira a tu izquierda, deje una montañera sobre la mesa de la entrada. Alejo, desnúdate, deja tus cosas ahí y sube puesto esa cosa. Y por favor, no digas nada más, no vayas a matar el momento… quiero aprovechar ese aire de misterio, eso me pone muy caliente. Por favor, si entendiste, da tres golpes sobre la mesa.
No sabía qué hacer. Era una oportunidad única en la vida: era la primera vez, que estaba a punto de ver a una mujer en cuatro, en vivo y en directo, y no a través de una pantalla. El morbo me invadió, decidí hacerlo, y di los tres golpes.
Al instante, oí la voz de Sofía rebosante de alegría:
—¡Mmm, apura amor! Me encanta que estés juguetón hoy. Sube ya, mi coño te espera— dijo, con una risa traviesa.
Y yo, me desnudé rápidamente, me puse la máscara y subí las escaleras. La tensión crecía en mi pecho; no tenía una erección aún, estaba demasiado nervioso, mis manos temblaban. Y cuando me paré en el umbral de la puerta, al fin la vi: Sofia estaba en la cama, completamente desnuda y en cuatro. Su cuerpo era un sueño: tenía unas nalgas redondas y firmes, perfectas para agarrar, separadas ligeramente en esa postura, revelando su raja tentadora que descendía hacia su vagina rosada y húmeda, con sus labios vaginales hinchados y jugosos, invitando a ser explorados. Su espalda arqueada acentuaba sus caderas anchas, y sus senos colgaban pesados, con sus pezones erectos apuntando a la cama. Mientras su cabello negro y ondulado, caía sobre sus hombros como una cascada.
En ese momento, la vi moverse un poco, pensé que voltearía a verme, pero no. Y al mirar alrededor, vi su intercomunicador encima de una cómoda y sonreí por debajo de la máscara.
—Antes que nada, toma un condón de esa cómoda amor, y póntelo.
Me vi a mí mismo y no lo podía creer: ahora la tenía bien empinada, dura como una roca, lista para la acción.
—Apúrate Alejo, no me dejes así… Quiero que me la metas ya.
Entonces, me armé de valor y abrí el condón con torpeza, el empaque casi se me resbalaba entre los dedos, pero logre ponérmelo al final. Y antes de acercarme a ella, recordé que mi hermano se quedó con el intercomunicador, y decidí encenderlo para que pueda escucharnos.
—¡Oh, qué atrevido! Lo encendiste, eh? Eso me calienta más… es una lastima que el canal sea seguro. Ojalá alguien nos pudiera escuchar. Bueno, no importa, ven acá y fóllame ya.
Recuerdo que me acerqué nervioso, con mi pene apuntando directamente hacia su culo. Ella, se hizo un poco más hacia atrás, tratando de acomodarse y mi punta la rozó. Haciéndola emocionarse más.
—Vamos, métemela.
No sabía qué hacer exactamente, traté de recordar las lecciones de educación sexual del cole; y sin decir nada, acerqué la punta hacia su vagina, rozando sus labios húmedos. Para mí, era mi primera vez, y Sofía pareció notarlo pensé.
—Tranquilo amor, sé que no lo has hecho con alguien hace tiempo. Hemos jugado mucho por la radio, pero ahora… quiero sentirte dentro, tómate tu tiempo, respira y adelante.
Respiré suavemente y procedí a meterlo en su vagina. Al sentirlo, ella gimió suavecito:
—¡Ah, sí, así! Tu polla es muy gruesa, me llena perfecto. Métela más profundo, con confianza, vamos.
Para mí —la sensación era alucinante: el calor húmedo de su interior me envolvía, sus paredes internas me apretaban el miembro, y con cada centímetro que entraba, sentía una sensación placentera recorrerme el cuerpo.
Cuando estuve completamente dentro, ella dijo:
—Tu miembro, eh… es mejor de lo que me había imaginado, es maravilloso… Ahora, empieza a meterlo y a sacarlo, fóllame.
Me moví despacio al principio, tratando de evitar gemir o decir algo que me delatara. El placer era gustoso, pues deslizar mi miembro dentro de esa mujer, era increíble.
Sofía suplicaba:
—No te detengas, agarra mis caderas y embísteme más.
Entonces, le tomé de las caderas, y a ella le gustó.
—¡Sí, así! Dame más fuerte, soy tu puta.
Y comencé, a embestir con más fuerza, y ella estaba más complacida, gimiendo alto.
—Ahhh, ahhh, sí… Estoy a punto… ¡Ah, sí sí, me vengo! Aaaayyyyy!
Y ella, cayo rendida entre saltando por los espasmos de placer que sentía. Al verla así, no lo pude evitar y me corrí también, drenando mi leche en el condón.
Cuando terminamos, Sofía me dijo:
—Basta de misterios… háblame sucio y trátame como una puta.
Al oír eso, me quedé frío, no sabía que decir.
—¿Por qué no respondes?
Y se empezó a asustar y se dio la vuelta. Al ver mi figura, se dio cuenta que no era Alejandro, y pegó un grito.
En ese instante, intenté correr para escapar, pero me tropecé con la alfombra. Sofía, al ver mi miembro aún recto, le dio igual quién era, y me sorprendió.
—Pequeño travieso…. no sé cómo llegaste aquí, pero ahora, no te vas a escapar.
Intenté levantarme, pero ella saltó sobre mí, con sus caderas presionándome contra el suelo, no me podía mover. Apenas, pude hacerle señas con las manos, pero a ella no le interesó. Se acostó sobre mí, y al sentir sus senos suaves y pesados contra mi pecho, me quedé quieto, el calor de su piel me volvió loco.
—Me gusta el misterio, no importa quién seas. Lo único que deseo… es que alguien me embarace, quiero un hijo desesperadamente. Estoy cansada de estar sola y que me llamen la solterona del barrio. Tu serás mi salvador, y esto quedará entre nosotros.
Con eso, me quede frío… y ella, empezó a hacer uno de sus brazos hacia atrás y con experticia, tomó mi miembro y le retiró el condón. Estaba nervioso, no lo podía creer. Entonces, se levantó ligeramente y comenzó a guiar mi pene hasta su vagina. La sensación era diferente: ya no había barrera de látex, era piel con piel, y ella no sabía quién era yo.
No dije más, dejé que hiciera su trabajo. Ella me montó, se cabalgó sobre mí con furia, mientras sus senos rebotaban con el choque morboso de nuestros cuerpos.
—Ahh, ahh, ahh… quiero que preñes, vamos!!
No resistí mucho al verla así; estaba a punto de correrme, y cuando ella lo notó, me dijo:
—¡Vamos, ya, ya… dame tu lechita!
Y mi cuerpo, se tensionó y un enorme placer sentí mientras la llenaba por dentro, y yo, apretaba la alfombra de la habitación con mis manos.
Cuando todo terminó, ella se levantó. Había olvidado que el intercomunicador estaba encendido, lo notó y lo apagó con una risa:
—Ups, pero qué traviesos. Bien, puedes retirarte… o quédate para otra ronda, si quieres.
Lo dijo mientras se acostaba en la cama boca arriba, abriendo las piernas de forma provocativa.
Y… no me fui obviamente. Me tumbé sobre ella, tratando de meter torpemente mi pene entre sus piernas. Ella lo notó y me dijo.
—Mmm, veo que no tienes mucha experiencia… no te preocupes, me encanta ser la primera en desvirgarte, déjame ayudarte con eso.
Y así, volvimos a coger de nuevo. Su cuerpo debajo del mío, sus piernas envolviéndome, sus senos aplastados contra mi pecho. Todo era increíble. Hasta que me corrí de nuevo, gritando involuntariamente: «¡Dios, sí!».
Ella oyó mi voz, creo que le pareció algo familiar, pero le dio igual. Cuando terminamos, dijo:
—Puedes retirarte ahora hombrecito… yo me quedaré aquí, tocándome un poco más.
Entonces, me levanté. Baje las escaleras corriendo, estaba por anochecer, tomé mi ropa, me vestí rápido y salí de ahí, con una mezcla de alegría y satisfacción. Ese día… me convertí en hombre, no lo podía creer.
Al llegar a casa, me topé con Marco en el pasillo, tratando de presumirme algo:
—No sabes de lo que te perdiste, hermanito. Fue épico.
Él trataba de humillarme, pero no le dije nada. Fingí estar enojado, entré a mi cuarto y cerré la puerta azotándola con ira, mientras detrás, tenía el rostro lleno de satisfacción. Y Marco se rio al otro lado, sintiéndose victorioso en su ignorancia.
Más tarde, en la cena, les conté a mis padres que salí a dar una vuelta. Al enterarse, ellos les preguntaron a Marco qué hacía yo afuera. Marco balbuceó, pero lo encubrí con una excusa perfecta:
—Estábamos jugando en la terraza y la pelota cayó a la calle, salí a recogerla. Solo salí afuera un momento, estoy bromeando.
Marco me vio agradecido y todos rieron, aliviados.
Meses después, cuando la familia estaba de vacaciones en la playa, vimos a Sofía. Nuestros padres se animaron al verla luego de meses que se mudó y que terminó con su novio el vecino. Su romance al parecer era conocido por todos en el vecindario, aunque no esos encuentros traviesos por el intercomunicador. Mientras conversaban, nuestros padres la felicitaban por su embarazo. Ella dijo que llevaba siete meses.
Y cuando estuvimos por despedirnos, me acerqué y le dije:
—Me alegra que serás mamá, Sofía. Tu novio debe estar muy feliz por esto.
—A decir verdad… no tengo novio, me hice una inseminación…
Dijo, dejando de hablar de golpe, mi voz pareció sonarle familiar. Y mientras nos alejábamos, me voltee a verla por última vez; ella me observaba con algo de intriga, como si ahora, ella supiera quien era el padre de su hijo.
(Fin)
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