Una manera poco peculiar de aprender
Diego y Lucas son pésimos en física. Su prima esta dispuesta a ayudarlos, pero de una forma poco peculiar….
Diego y Lucas estaban en problemas con física en su último año de colegio. Cada examen regresaba con notas bajas marcadas en rojo, y sabían que estaban cerca de reprobar. En casa, su madre (María) pasaba las noches sentada con ellos en la mesa del comedor. Había libros por todos lados, lápices mordidos y hojas con cálculos a medio hacer. Y aunque llegaba cansada del trabajo, solía recogerse el pelo y se disponía a tratar de explicarles. Probó con ejemplos simples, como pelotas rebotando o carros acelerando, pero nada. Diego tamborileaba los dedos, y Lucas miraba cualquier cosa menos los libros. Lo había intentado todo y no funcionaba.
Una tarde, mientras María lavaba los platos después de la cena, se le ocurrió algo. Los gemelos estaban en la sala jugando videojuegos, riéndose, sin preocuparse por nada. Entonces, ella agarró el teléfono con las manos aún húmedas y llamó a su hermana. Hablaron un rato, recordando cosas del pasado, hasta que llegó al punto: los chicos necesitaban ayuda con física, y Carla, la hija de su hermana (Laura), era ingeniera. Así que acordaron, que ella y su sobrina vendrían el fin de semana para echarle una mano.
El sábado llegó, y a eso de las 10 de la mañana, llamaron a la puerta. María bajo, abrió la puerta y al ver a su hermana, la abrazó fuerte. El pasillo se llenó de sus voces mientras entraban. Laura traía una maleta pequeña, el pelo recogido, y Carla venía detrás con libros en las manos. Llevaba una chaqueta y una camiseta se le pegaba un poco y unos jeans azules. Y los gemelos… pues los gemelos estaban en el sofá, con las manos en los bolsillos, y apenas saludaron.
Unos minutos después, mientras charlaban tomando un refresco. Laura mencionó el cine como una excusa perfecta para salir con su hermana a los tiempos, y dejar la casa tranquila. Entonces María miró a Carla y le suplicó que aproveche ese tiempo para ayudarles a sus primos con la materia de física. Carla estuvo de acuerdo, y María se fue con su hermana dejando a los tres solos en la casa.
Tras cerrarse la puerta, Carla subió al cuarto de los gemelos. El sitio era un desastre, había libros y cuadernos tirados por doquier. Había ropa sucia en el piso, y el escritorio estaba lleno de papeles arrugados y lápices rotos.
—Bueno, chicos, empecemos. Siéntense y saquen punta a esos lápices
— No seas pesada, Carla, no sé qué te abra dicho mamá… pero ya sabemos sumar fuerzas, y todo eso, déjanos en paz
Decía Diego tirándose en la cama y sacando el celular.
— Sí, relájate prima, no eres nuestra profesora
Decía Lucas, apoyado la pared y con sus auriculares en la mano.
— Oigan, no… ¿y entonces para qué vine?
Decía Carla poniéndose roja del enojo. Sus gritos no sirvieron de nada contra el ruido de los celulares. Después de insistir un rato, cerró la puerta de un golpe y bajó a la cocina. Agarró un vaso de agua, y el frío le calmó un poco la garganta mientras pensaba.
Mientras tanto, arriba en el dormitorio, Diego se sentó rápido con una sonrisa traviesa.
—¿Ya se fue? Perfecto, ahora sí podemos terminar lo que empezamos anoche.
Lucas buscó el celular debajo de la almohada. Lo encendieron, y el cuarto se llenó de gemidos fuertes del video. El sudor les corría por la cara, y sus manos empezaron a moverse sobre los pantalones, siguiendo lo que veían.
Y Carla, abajo en la cocina, dejó el vaso en la mesa con fuerza. No iba a dejar que la ignoraran. Subió las escaleras decidida, llegó a la puerta y escuchó los gritos del video. Así que la abrió de golpe y los vio: Diego y Lucas, estaban con las manos debajo de sus pantalones. Cada uno, a medio camino de masturbarse, mirando la pantalla.
—¡¿Qué demonios están haciendo?!
—¡¿Y tú por qué entras así?! ¡Esto es privado!
Diego se paró rápido, subiéndose el cierre, y Lucas apagó el video, respirando fuerte.
—¡Sal de aquí, Carla! ¡No tienes derecho a espiarnos!
— ¿Espiarlos? ¡Vine a ayudarlos, idiotas, y ustedes prefieren esto a estudiar!
— ¡Pues no te necesitamos! Si tanto te molesta, vete.
— ¿Creen que soy estúpida? Sé lo que estaban haciendo, y no me voy hasta que me escuchen.
— ¿Y qué vas a hacer, prima? ¿Quedarte a mirar? dijo Lucas riendo nervioso.
Carla respiró hondo, con el calor del cuarto subiéndole por la espalda. Recordó lo que habían dicho sobre las fuerzas y tuvo una idea arriesgada.
—¿Entonces, dicen que saben de fuerzas? Hagamos esto interesante. Si les gusta ver ese tipo de cosas, les voy a dar algo más real. Por cada ejercicio que resuelvan bien, me quito una prenda.
—¿Qué? ¡Estás loca, Carla! — dijo Diego riéndose fuerte.
— Sí, claro, como si fueras capaz. Esto es una broma, ¿no? — dijo Lucas
— No, no estoy bromeando. Vamos a ver qué tan buenos son.
Vamos con uno fácil:
—¿Cuánta fuerza hace un objeto de 5 kilos con una aceleración de 2 metros por segundo al cuadrado?”.
—¡Eso es básico! Diez newtons, fácil— dijo Diego, cruzando los brazos con una sonrisa burlona.
Carla revisó en su cabeza y asintió. Se agachó, desató los cordones de sus zapatos y los dejó a un lado.
— Está bien, tienes razón. Así va a ser. ¿Listos para el siguiente?
—¡Espera! ¿De verdad vas a hacer esto? Decía Lucas tragando saliva, y mirándola.
— Pues… solo si ustedes se atreven. Pero hay una regla adicional. Si ustedes fallan, se quitan algo ustedes. ¿Qué dicen?
— Esto se va a poner bueno, prima. Aceptamos.
Diego miró a Lucas, con los ojos brillando. Y Carla agarró el cuaderno y escribió un problema simple. Los gemelos se sentaron en la cama, con lápices en la mano, mirando el papel. Diego terminó primero y le pasó la hoja. Ella revisó rápido.
—Correcto. Ahora tendré que quitarme algo, haber…
Y Carla, procedió a quitarse las medias, dejándolas caer cerca de sus zapatos. Sus pies ahora, tocaban el suelo y los gemelos se quedaron callados un segundo. Ella escribió otro ejercicio, y Lucas lo resolvió rápido.
—¡Listo! ¿Qué te parece?
—Muy bien primito, pero que listos son…
Entonces, Carla se desabrochó la chaqueta que llevaba y la dejó caer en el suelo. La camiseta gris se le pegaba por el sudor, mostrando su figura. Y los gemelos se miraron, emocionados.
— Te vamos a dejar sin nada, Carla — Dijo Diego dándole un codazo a Lucas, riendo.
— Pues ya veremos. Aún pueden seguirlo intentando. Vamos con otro.
Nuevamente, Lucas y Diego resolvieron el ejercicio rápidamente. Carla lo reviso, y todo estaba bien. Asi que asintió y agarró el borde de su camiseta, y se la quitó dejándola caer en el suelo. Quedó en sostén y jeans, y el aire se puso más pesado. Los gemelos respiraban rápido, y el sudor ya se notaba en su frente.
— Esto está muy fácil, prima
— Vamos a subir la dificultad entonces — dijo Carla sonriendo esta vez.
Pues en efecto, el siguiente problema era más complicado. Diego escribió rápido, pero dudó al entregar la hoja. Lucas murmuró algo, y Carla negó con la cabeza.
— Acaban de fallar, les toca…
Diego tiró las medias al suelo, molesto. Lucas hizo lo mismo, y las dos bolas de tela rodaron por el cuarto. El siguiente ejercicio fue otro fallo, y Carla cruzó los brazos.
— Mal otra vez. Vamos, chicos.
Lucas se quitó la camiseta y la arrojó a un lado. Diego lo siguió, dejando caer la suya. Los dos quedaron con el torso desnudo, los pantalones puestos, y la tensión subiendo.
— No nos vamos a rendir, Carla. Todavía podemos ganarte — dijo Diego apretando los puños.
— Eso quiero ver. Sigan intentándolo.
Carla, garabateó otro ejercicio en el cuaderno, uno de dificultad media, y lo puso frente a los gemelos. Y Diego y Lucas se inclinaron sobre el papel, con sus lápices en las manos, y apurados, sus respuestas salieron rápidas y desordenadas. Carla revisó la hoja y negó con la cabeza.
— Fallaron otra vez. Pantalones fuera.
Diego gruñó y se bajó los pantalones, dejándolos en un montón en el suelo. Lucas lo siguió, tirando los suyos cerca de la cama. Quedaron en bóxers, y el aire era denso entre ellos. Y Lucas se pasó una mano por el pelo, frustrado.
— Esto es imposible, Carla. Vamos a perder todo.
Entonces, Carla cruzó los brazos, todavía en sostén y jeans, y los miró fijo.
— No fallaron porque sea difícil. Fallaron porque no me pidieron que les explicara dónde se equivocaron. Podrían haberlo hecho.
Diego levantó la vista, sorprendido.
—¿En serio? ¿Entonces podemos pedirte eso ahora?
Carla sonrió, asintiendo.
—Claro. Presten atención esta vez.
Se acercó al escritorio, tomó el lápiz y empezó a explicar el problema paso a paso. Su voz era clara, y los gemelos la miraron fijamente, concentrados. El sostén dejaba ver el sudor brillando en su piel, y los jeans ajustados marcaban sus movimientos. Diego y Lucas intercambiaron una mirada rápida, pero esta vez se enfocaron en los números. Cuando terminó, Carla dejó el lápiz y los retó.
—¿Listos para otro? Vamos con uno igual de complicado.
Los gemelos tardaron más esta vez, discutiendo entre susurros mientras escribían. El lápiz rayaba el papel, y el sudor les corría por la espalda. Entregaron la hoja, y Carla la revisó con calma. Sus ojos se abrieron un poco, y una sonrisa se le escapó.
—Lo hicieron bien. No lo puedo creer.
Los tres, soltaron un grito corto de victoria. Diego levantó el puño, y Lucas rió fuerte. Pero Diego se giró rápido hacia ella.
—Espera, prima. Un trato es un trato.
Carla, respiró hondo, asintió y se puso de pie. Sus dedos encontraron el botón de los jeans, los desabrochó y los bajó lentamente. La tela cayó al suelo, dejándola en ropa interior. Los gemelos se quedaron mudos un segundo, con los ojos fijos en ella.
—¡Esto sí que vale la pena! Dame otro ejercicio, Carla — dijo Lucas sonriendo confiado.
Carla, aceptó y escribió uno nuevo, subiendo la dificultad sin decirles. Lo puso frente a ellos, y los chicos se inclinaron sobre el papel otra vez. Esta vez tardaron más, dudando entre ellos. Diego apuntaba algo, y Lucas negaba con la cabeza. Hablaron bajo, discutiendo, hasta que decidieron arriesgarse y entregaron la hoja. El cuarto se llenó de silencio, solo roto por sus respiraciones rápidas. Carla revisó los cálculos, línea por línea, y su cara cambió. Lo habían hecho bien.
—No pensé que lo lograrían. Lo resolvieron perfecto.
Al oírlo, Diego y Lucas se miraron, emocionados, pero luego la miraron a ella.
—Cumple, Carla. Es la regla — dijo Diego cruzando los brazos, con una sonrisa traviesa.
—Sí, vamos, no te vayas a hacer la difícil ahora — dijo Lucas inclinándose hacia adelante.
Carla tragó saliva, nerviosa. Se arrepentía un poco de haber empezado esto. Los gemelos empezaron a hablar entre ellos, alzando la voz.
— Que se lo quite, que se lo quite… afuera ese sostén, es lo justo! dijo Diego
—No no, mejor la tanga. Eso sería épico — decía Lucas golpeándole el hombro a Diego.
—No, mejor el sostén!!
Entonces, Carla levantó las manos, interrumpiendo la discusión.
— Paren, paren. Yo decido. Será el sostén.
Y así, Carla se puso de pie, con las manos temblando un poco. Los gemelos se quedaron callados, mirándola fijamente. Sus dedos encontraron el broche en la espalda, lo desabrochó con torpeza y dejó que el sostén cayera al suelo. Rápido, cruzó los brazos sobre el pecho, intentando cubrirse. Y Diego y Lucas, soltaron un grito corto con los ojos brillando de emoción.
—¡Esto es lo mejor que nos ha pasado! — decía Diego dándole un codazo a Lucas.
— Sí, definitivamente— dijo Lucas sin apartar la vista de su prima.
El aire estaba cargado, y la tensión subía. Carla respiró hondo, atrapada entre el nerviosismo y el desafío que ella misma había creado. Ahí de pie, con un brazo cruzado sobre el pecho, y la piel brillando por el sudor.
Los gemelos la miraban, todavía emocionados, pero el silencio entre ellos era tenso, como si todos supieran que estaban al borde de algo más grande. Entonces, Diego rompió el momento, inclinándose hacia adelante con una sonrisa nerviosa.
—Carla, vamos con uno más…
Ella lo miró, sorprendida, con los ojos bien abiertos.
—¿Están seguros? Si seguimos, ustedes o yo podemos perderlo todo.
Lucas se enderezó, asintiendo rápido.
—Estamos listos, prima. Podemos con el siguiente.
Carla respiró hondo, sabiendo que estaba en desventaja. Si ellos ganaban otra vez, no le quedaría nada más que quitarse las bragas. Decidió subir la apuesta. Agarró el cuaderno y escribió un ejercicio más complicado, uno que sabía que los pondría en problemas. Con el brazo aún cubriendo su pecho, les pasó la hoja con cuidado.
—Ahí lo tienen. A ver qué hacen con esto.
Diego y Lucas tomaron el papel. Luego se giraron al escritorio, dándole la espalda para concentrarse. El lápiz rayaba el papel, pero sus movimientos eran lentos, inseguros. Carla aprovechó el momento, recogió su cabello con una liga que tenía en la muñeca y lo ató en un nudo apretado.
Los gemelos murmuraban entre ellos, con las caras tensas y las manos dudando sobre los números. Ella se sentó en la cama, cruzando las piernas, y sonrió para sí misma al notar sus expresiones de derrota.
Pasaron unos minutos, más de lo normal. Carla inclinó la cabeza, lanzando una indirecta.
—¿Qué pasa, chicos? ¿Se les trabó la fuerza?
Diego gruñó, apretando el lápiz.
—Cállate, Carla, estamos cerca.
Pero no lo estaban. Lucas dejó caer el lápiz y se frotó la cara, frustrado. Diego garabateó algo más, pero al final empujó la hoja hacia ella, casi tirándola.
—Toma, revisa eso. No nos ayudes tanto.
Carla, agarró la hoja con una mano, manteniendo el brazo sobre el pecho. Revisó los cálculos rápido, línea por línea, y su sonrisa se hizo más grande. Todo estaba mal, como esperaba. Levantó la vista, mirándolos con victoria.
—Fallaron. Perdieron esta vez. Ya saben lo que les toca.
Diego y Lucas se miraron, sin palabras que discutir. El ambiente estaba cargado, y la vergüenza les subía a la cara. Diego fue el primero, se bajó los boxers y los dejo caer al suelo con un movimiento rápido. Lucas lo siguió, más lento, y la tela quedó arrugada cerca de la cama. Estaban desnudos, flácidos por el momento, con las manos torpes sin saber dónde ponerlas. Carla soltó una risa corta, inclinándose un poco hacia adelante.
— ¿Qué pasó, campeones? Pensé que me iban a ganar. Miren cómo terminaron.
Diego cruzó los brazos, rojo hasta las orejas.
— No te burles, Carla. Esto no se queda así.
Lucas intentó cubrirse con una mano, mirando al suelo.
—Sí, burlate ahora, pero ya veremos quién pierde al final.
Carla se recostó en la cama, riendo con el brazo firme sobre el pecho. La tensión seguía ahí, mezclada con la vergüenza de los gemelos y su propia sensación de control. Hasta que Lucas levantó la vista, rojo pero decidido.
—Carla, por favor, explicanos dónde fallamos y enseñanos.
Carla se enderezó, rápidamente, en medio de la risa y dijo:
—Primero vístanse, chicos. Ya fue suficiente.
Diego negó con la cabeza, cruzando los brazos.
—No, queremos intentarlo una vez más. Con tu explicación, te desnudamos esta vez, y ya!
Carla soltó una carcajada fuerte, mirándolos incrédula.
—¿En serio creen que pueden? Bueno, está bien, les explico.
Todos se movieron al escritorio. Carla agarró el cuaderno y un lápiz, todavía cubriendo el pecho con un brazo. Empezó a hablar claro, desglosando el problema que habían fallado. Los gemelos escuchaban, sentados frente a ella, pero sus caras mostraban que solo entendían la mitad. Ella cambió de método, dibujando líneas en el papel, pero ellos seguían perdidos. Después de un rato, Carla dejó el lápiz, molesta por no avanzar.
—Miren, vamos a hacer esto simple.
Entonces, quitó el brazo del pecho y sujetó sus senos grandes con ambas manos. Se inclinó hacia adelante, y dejó caer sus tetas con un golpe suave sobre el borde de la mesa. El sonido fue seco, y los gemelos se quedaron con la boca abierta.
—Esto es la fuerza y la gravedad. El peso empuja las cosas hacia abajo, ¿entienden ahora?
Diego y Lucas se miraron, anonadados, y luego estallaron en risas. Carla rió con ellos, sacudiendo la cabeza.
—¡No lo puedo creer, funcionó! Ahora lo entiendo… dijo Diego limpiandose una lágrima de la risa.
—Eres una loca, prima, pero ahora sí lo entendimos.. decía Lucas riendo.
La tensión se rompió un poco, pero Diego levantó una mano.
— Queremos una última chance. Un ejercicio más”.
Carla dudó, tamborileando los dedos en la mesa.
— No lo sé, chicos. A menos que me prometan que si fallan, nos vestimos y esto se acaba. Si ganan, me quito lo último. ¿Seguros?
Lucas asintió rápido.
— Sí, dale, podemos con esto.
Carla suspiró y escribió un ejercicio más en el cuaderno, uno duro pero no imposible. Les pasó la hoja, y ellos se sentaron frente al escritorio otra vez. Empezaron a resolverlo, con sus lápices rayando el papel y tardaban. Susurraban entre ellos, dudando en cada paso. Carla se recostó en la cama, mirándolos con una ceja levantada.
—¿Qué, ya se rindieron? Parece que voy ganando”.
Diego gruñó, sin voltear.
—No hables, Carla, estamos cerca.
Pasaron minutos. Los gemelos discutían bajo, borrando y escribiendo. Al final, Lucas empujó la hoja hacia ella, inseguro.
—Toma, revisa eso.
Carla, agarró el papel y comenzó a revisarlo con calma. Los cálculos parecían buenos al principio, y los gemelos la miraban, esperando. Ella siguió leyendo, y su cara cambió poco a poco. Llegó al final, revisó dos veces, y susurró.
—Está bien. Lo hicieron perfecto.
Diego y Lucas saltaron de las sillas, gritando de alegría. El cuarto se llenó de sus voces, chocando las manos.
—¡Te lo dije, Carla! ¡Ganamos! decía Diego señalando la hoja.
—¡Que se lo quite, que se lo quite! — comenzaron a decirle ambos.
Carla, se quedó fría al escucharlos, el corazón le latía fuerte. Sabía que no había vuelta atrás. Si no cumplía, ellos podían contarle todo a su madre, y estaría muerta. Respiró hondo, nerviosa.
— Está bien, pero esto queda entre nosotros, ¿entendido?
Diego asintió rápido, y Lucas también, mientras decía.
— Claro, prima, ni una palabra”.
Entonces, sus manos temblorosas agarró el borde de la tanga. La bajó despacio, dejando que la tela resbalara por sus piernas. Los gemelos miraban fijo, viendo la piel que aparecía. Cuando la prenda cayó al suelo, notaron que no estaba rasurada como las chicas de los videos que conocían. Y empezaron a murmurar en voz alta.
— ¡Mira eso! No se ve nada con tanto pelo — dijo Diego riendo y señalando.
— Sí, pensé que sería diferente, como en las películas — dijo Lucas mientras se tapaba la boca, riendo.
Carla, los escuchó roja de la vergüenza, y rápido puso las manos abajo para cubrirse. Y Diego intervino:
— No te avergüences, Carla. Igual no sirve de nada, no se ve nada ahí”.
Ella parpadeó, dándose cuenta de que tenía razón. El nerviosismo se aflojó un poco, y soltó una risa corta.
— Tienen razón, supongo. Qué suerte la mía.
El cuarto estaba caliente, lleno de risas torpes e incómodas. Y Carla, de pie frente a ellos, miró a Diego y Lucas desnudos. Se sentía algo aliviada, al ver que ambos no tenían erecciones. Y pensó que al final, esto solo era un juego para ellos, nada serio.
— Bueno chicos, ya fue suficiente. Vístanse ahora.
Pero Diego negó con la cabeza, todavía con una sonrisa.
— No, espera, no tan rápido.
Lucas se inclinó hacia ella, con los ojos brillando.
— Sabemos las fórmulas ahora, Carla. Vamos con una más: si escribimos todas sin un solo error, te rasuras ahí abajo, pero si fallamos, nos vestimos y se acaba.
Carla rió fuerte:
—¿Otra apuesta? Van a perder como siempre. Pero saben que… acepto!!
La tensión regresó al instante. Cada uno tomó una hoja y un lápiz, y se sentaron en el escritorio. El sonido de los lápices rayando el papel llenó el cuarto, rápido y constante. Carla los miró desde la cama, sentada, con una mano cubriendo el pecho y con las piernas cruzadas, esperando que fallaran.
Y cuando terminaron, le entregaron sus hojas. Ella las revisó, cada fórmula con cuidado, buscando cualquier error. Pero no había nada. Todo estaba correcto. Y suspiró, dándose cuenta de que había perdido otra vez.
—No lo creo. Es que… rayos, no sé cómo lo hicieron. Pero, ganaron de nuevo.
Diego saltó, gritando de emoción.
—¡Te lo dije, Carla! ¡ Te lo dije!
Lucas aplaudió, y dijo sin titubear:
— Cumple, prima. Queremos ver como la tienes.
Carla se puso nerviosa, con el corazón latiendo rápido.
—No voy a hacerlo. No traje nada para eso”.
Pero Diego, levantó una mano tranquilo.
— No hay problema. Sé dónde guarda papá la espuma y la rasuradora.
Lucas asintió, sonriendo.
—Sí, en el baño, en los cajones debajo del lavamanos.
Carla respiró hondo, atrapada. Si no cumplía, ellos podían contarle a su madre, y estaría en serios problemas. Y asintió a regañadientes.
—Está bien, pero esto no sale de aquí, ¿entendido?”
Entonces, Diego corrió a buscar las cosas, mientras Lucas la llevó al baño. El suelo de baldosas estaba frío contra sus pies, y Carla entró a la bañera, apoyando la espalda contra la pared. Diego volvió con una lata de espuma y una rasuradora, y se los entregó.
— Acá están, toma, puedes empezar primita.
Carla agarró la lata, con las manos temblando. Abrió las piernas despacio, sintiendo el frío de la porcelana en la piel. Apretó la lata, y salió un chorro de espuma blanca, espesa, que cayó directo en su entrepierna. El olor a menta llenó el baño. Con los dedos, empezó a esparcirla, cubriendo todo con movimientos lentos. La espuma se pegaba a su piel, fría al principio, pero calentándose rápido.
— Listo ya esta ¿contentos? — dijo con voz tensa, mirando a los gemelos.
Diego asintió, con los ojos fijos.
— Sí, ahora empieza con la rasuradora.
Y asi lo hizo, tomó la rasuradora, el mango estaba resbaloso por el sudor. Apoyó la hoja contra la piel, justo donde empezaba la espuma, y deslizó con cuidado. El sonido era un rasguño suave, y mechones oscuros caían entre la espuma, dejando líneas limpias. Fue bajando, con la mano firme pero lenta, limpiando la hoja en el borde de la bañera cada tanto. Y los gemelos, la miraban con cuidado, observando cada pasada, respirando más rápido y con curiosidad a ver que se asoma.
— ¿No te cortas así? preguntó Lucas acercándose curioso.
— No, si voy despacio. Solo hay que tener cuidado — dijo Carla concentrada.
Entonces, cuando terminó un lado, pasó al otro, estirando la piel con los dedos para que la hoja pasara bien. La espuma se amontonaba en el fondo de la bañera, mezclada con lo que quitaba. Cuando acabó, revisó con la mano, sintiendo la piel suave y caliente.
— Bien, ahora pásenme la manguera, tiene agua tibia ¿no?
— Sí, claro, dejame ayudarte con eso
Dijo Diego, mientras giraba la llave, probando el agua con la mano hasta que salió tibia. Y se la dio a su prima, quién la apuntó hacia abajo. El chorro cayó, y empezó a llevarse la espuma a modo de ríos blancos que corrían por sus piernas. Movió la manguera despacio, asegurándose de limpiar todo. El agua salpicaba las baldosas, y cuando terminó, su piel quedó expuesta: rosada, brillante, con los labios vaginales visibles bajo la luz del baño. Los gemelos se quedaron mirando, y sus miembros empezaron a endurecerse, levantándose poco a poco.
— Eso… eso se ve increíble — dijo Diego tragando saliva
— Sí, y ver una en la vida real, es mucho mejor que en los videos — decía Lucas, sin disimular.
Entonces, Carla cerró las piernas rápido, con el corazón acelerado. Pues notó que lo que tenían en las piernas, empezaba a cambiar, y la tranquilidad que tenía se esfumó.
Ahora Diego y Lucas, tenían sus miembros duros, y ellos, se dieron cuenta al mismo tiempo. Se miraron entre sí, sorprendidos, y de pronto los tres estallaron en risas nerviosas.
— ¡Miren eso! Nos emocionamos de verdad — dijo Diego señalándose y riendo fuerte.
— Sí, es cierto — dijo Lucas.
Carla, al notar su inocencia, se relajó un poco al oír las risas. Entonces, cruzó los brazos sobre el pecho, y les dijo:
— Hah, ustedes también tienen pelos ahí abajo. Muy pocos, pero los tienen…
Diego se miró y rió más.
— Tienes razón. En las películas todos están rasurados, hasta los hombres.
Lucas asintió, mirando a Carla con una sonrisa traviesa.
— Pues… ya que tu trabajo quedó increíble, prima. Por favor, podrías rasurarnos a nosotros también?
Al oírlo, Diego se unió, y comenzó a suplicar junto a su hermano.
— Sí, Carla, hazlo. Nos lo merecemos después de ganar.
Carla dudó, mirando la rasuradora en su mano. La idea la ponía nerviosa, pero sus voces eran intensas, casi sensuales. Pero al final, suspiró y cedió.
— Está bien, pero formen fila y no se muevan”.
Los gemelos se pararon frente a ella, todavía desnudos y duros. Carla tomó la lata de espuma, apretó un poco en su mano y se acercó primero a Diego. La espuma salió blanca y espesa, y ella la esparció con cuidado sobre él, sintiendo el calor de su piel. Agarró la rasuradora, pero se dio cuenta de que tenía que tocarlo para hacerlo bien. Y vaciló.
— No sé, chicos, esto es raro— dijo con voz temblorosa.
Diego la miró, tranquilo.
— No pasa nada, Carla. Solo hazlo, confiamos en ti.
Lucas asintió, animándola.
— Sí, venga, no es gran cosa”.
Carla respiró hondo y empezó. Sujetó el miembro de Diego con una mano, con cuidado, y deslizó la rasuradora con la otra. La hoja cortaba suave, quitando todo entre la espuma. Mientras Diego se quedó quieto, respirando rápido y sintiendo unos leves corrientazos, cuando ella le tocaba. Cuando terminó con él, pasó a Lucas, repitiendo el proceso. Y la espuma caía al suelo de la bañera, y pronto ambos, estuvieron lisos.
Ella dio un paso atrás, mirándolos. Ahora se veían más grandes, más definidos, y algo en ella cambió. Sus pezones se endurecieron bajo sus brazos, y sintió un calor húmedo abajo. Se puso de pie, y los tres se miraron, desnudos y rasurados.
— Quedaron bien, chicos — dijo Carla sonriendo, con la voz algo ronca.
Diego silbó, mirándola de arriba abajo.
— Tú también, prima. Date la vuelta, queremos verte atrás.
Carla rió y giró despacio, mostrando su trasero. Los gemelos aplaudieron fuerte.
— ¡Eso es una obra de arte! — dijo Lucas.
— ¡Qué figura, Carla! dijo Diego aplaudiendo.
La tensión subía, el aire estaba cargado, pero justo entonces sonó el teléfono desde el cuarto. Los tres salieron del baño corriendo. Carla agarró el celular de la cama y contestó, paseándose desnuda frente a los gemelos. Ellos se sentaron en la cama, mirándola fijo, y empezaron a tocarse despacio. Era su madre al teléfono, diciendo que ya estaban de vuelta y que se alistaran para irse apenas llegaran. Carla asintió rápido.
— Sí, mamá, no hay problema. Nos vemos pronto.
Entonces, colgó y se giró a los gemelos, asustada. Justo en ese momento, Diego y Lucas terminaron, soltando chorros que casi la alcanzan. Ella dio un salto atrás, gritando.
— ¡Qué les pasa, idiotas! ¡Casi me ensucian! Era mi mamá, ya vienen para acá.
Diego rió, levantándose.
— Uy, perdón, prima. Nos emocionamos demasiado.
Entonces, Lucas se limpió con una camiseta del suelo.
— Que mala suerte. Vamos al baño a limpiarnos.
Y así, fueron los gemelos corriendo al baño, para limpiarse mejor con agua y papel. Carla agarró su ropa del suelo, y se vistió a toda prisa. Se puso la tanga, el sostén, los jeans y la camiseta en minutos. Los chicos volvieron y se vistieron también, recogiendo el desastre del cuarto y el baño. Bajaron a la sala, encendieron el televisor, y justo el auto llegó afuera.
María y Laura entraron, cargando bolsas del centro comercial. María miró a los tres en el sofá.
— ¿Cómo les fue, chicos?”
Diego sonrió, tranquilo.
— Excelente, mamá. Estamos listos para el examen del lunes.
Lucas asintió, apoyándolo.
— Sí, Carla nos ayudó un montón”.
Laura abrazó a Carla, agradecida.
— Gracias, hija. Eres la mejor.
Y así, todos sonrieron felices. Carla y su madre se despidieron, subieron al auto y se fueron, dejando atrás un fin de semana que nadie mencionaría.
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