Una noche con Mar (2/3)
(De «Chicles» para mí) Continuación de la fantasía con mi amiga Mar, a quien sólo conozco por los relatos que publica como “Mar1803”, además de los correos y fotos (¡qué fotos!) que generosamente me ha obsequiado a través de casi ocho años..
Una noche con Mar (2/3)
Estábamos, en la primera parte del relato, en que Mar había tenido la video llamada con el cornudo y se habían masturbado mostrándose uno al otro cómo lo hacían.
Una vez que apagó el celular y lo dejó bocabajo. Se levantó y salió de la recámara pidiendo que la esperara. Regresó pronto con un vaso tequilero y entendí que ahí estaba la leche de su marido a la que él se había referido.
–Vamos a dejar que se caliente un poco, porque estaba en el refrigerador, allí deje otro para mañana –dijo al dejar el pequeño vaso con un condón al que le quitó la liga y lo ciñó al borde del vaso; entonces recordé el relato de “Travesura a mi amante”–. Uno es de mi marido, y el otro de mi amante, no te digo de quién es este. Después me dirás cuál sabe más rico.
–A ti te gusta más la de tu esposo y a él la de tu amante, no es necesario que yo las pruebe –dije tratando de evadir la cata, pero me di cuenta de que no iba a escaparme de ello.
–Tú me dijiste que yo siguiera con “mi maratón” contigo, ahora no me salgas con que esto no está incluido en mis gustos. Yo acepté a tenerte en esta cama donde sólo hemos cogido mi marido y yo, con las consecuencias que eso implica. Asúmelas tú también, no seas puto –exigió, y tuve que aceptar con una sonrisa.
En el fondo, descubrí que me agradaba ese reto, al fin que ya me había zampado el atole que le dejó su amante en la vagina y me gustó el sabor y olor a puta que la caracteriza. “Como quieras, nenita”, le dije y me fui sobre su panocha para lamerla más. Presioné su cuerpo tomándola de las nalgas y ella abrió las piernas para hacer un candado en mi cabeza, apretándome al ritmo que soltaba los chorros de flujo. “¡Y dicen que yo soy la puta!”, gritaba por los orgasmos, “Enséñenle a mamar así a mi cornudo”, concluyó entre sollozos, aflojando sus piernas para dejarme libre. No pude dejarla reposando su placer, mis manos subieron a su pecho y masajeé las tetas, al tiempo que besaba y lamía las estrías de su cintura, ¡una dama naturalmente hermosa!, y sabedora de lo que nos gusta de las maduras: su putez bien empleada y su cuerpo de mujer valiosa.
Después que descansamos, se puso a mamarme sensualmente el glande, al tiempo que con una mano me presionaba los testículos y con la otra me chaqueteaba el tronco.
–¡Ya te va mi leche, mamita…! –grité, y ella siguió con el movimiento.
Presta y diestramente tomó un pequeño vaso vacío, como los que había usado para guardar el semen de sus queridos y me vacié en él. Dio una exprimida más con la mano, jalando el pene desde la base del tronco, y escurrió un par de gotas más en el vasito. Dejó el recipiente en el buró y me siguió mamando con pericia, para dejarme reposando.
Tomó la copa de vino que había traído a la recámara y vació mi semen en ella, ayudándose del dedo cordial. Lamió el vaso para disfrutar el sabor de mi leche, me dio un lengüetazo en los labios, abrí la boca y recibí un beso con mi sabor. Con el mismo dedo con el que había bajado el semen, revolvió la mezcla de vino y lefa.
–¡Salud! –me dijo, y me dio a tomar casi la mitad del vino con algo de semen, pues la mayoría estaba concentrado al fondo. Ella apuró el resto y me compartió vino y esperma en un beso que me supo delicioso.
–¿Acaso necesitarás Viagra para darme el amor que quiero? –preguntó montándose en mí y talló mi glande en el clítoris y labios de su cuca para que mi miembro resucitara–. Sé cómo se te parará fácilmente, es una receta ya probada –dijo, y tomó el vaso con semen que había traído para zamparse el contenido.
Me besó con lascivia, compartiéndome la leche y paseando su lengua dentro de mi boca, mientras continuaba paseando la cabeza de mi verga en su oquedad y el palo comenzó a ponerse tieso. Se ensartó de golpe, sus nalgas acariciaban ondulantemente a mis huevos y cabalgó frenéticamente, viniéndose varias veces. Yo miraba en su rostro la lujuria que ella vivía: su cara hacia arriba, los ojos cerrados, la boca abierta y las fosas nasales moviéndose aceleradamente al ritmo de su respiración ascendente, ¡el éxtasis! En el último orgasmo que tuvo, se dejó caer sobre mí y comencé a sentir los apretones con los que su “perrito” estresaba el tronco de mi miembro, aún turgente.
Cuando se normalizó su respiración, sin sacarle la verga de la vagina, la volteé para quedar sobre ella en posición de misionero. La besé y, a la par que nuestras lenguas jugaban, trepidé sobre ella que me abrazó con las cuatro extremidades hasta que sintió el calor de mis chorros dentro de su ser. ¡“Ahhh…!, exclamamos simultáneamente; y volví a sentir las ráfagas de las caricias en mi falo.
Dormimos varias horas, tal vez dos o tres, y la desperté con las chupadas y magreos que le hacía en las chiches. “Mama, mama, mi niño”, dijo al acariciarme el cabello y jalándolo me obligaba a cambiar de areola. Nos volvimos a dormir.
En la mañana, ella me despertó con los chupetes que le daba a mi verga. Yo sabía que ella no iba a obtener el biberón matutino que acostumbraba todas las mañanas, pero pronto se irguió mi arma y ella me demostró que ya estaba cargada nuevamente pues sentí cómo se endurecían mis bolas tanto como mi tallo y salió un chisguete que Mar saboreó con deleite antes de subir su cuerpo en el mío para besarme.
–Buenos días –musitó en mi oreja al terminar de besarme.
–Buenos días, Mar hermosa –contesté de la misma forma y lamí el pabellón de su oreja, provocándole pequeñas carcajadas.
Lanzó las cobijas hacia un lado y su boca fue cubriéndome de besos mientras deslizaba su cuerpo hacia abajo. Hasta que el camino de besos llegó a mis huevos.
–Espera así, no te muevas –dijo al ponerse de pie y entrar al baño de donde regresó con una máquina de afeitar.
–¡No! –exclamé cubriéndome el vello con ambas manos– Mi esposa se dará cuenta –expliqué.
–Sólo serán los huevos, ella no se dará cuenta –precisó y le dejé la vía libre, “Total, a ella no le gusta mamármela y sólo lo hace algunas veces que se lo pido”, pensé mientras Mar cumplía su cometido– Están hermosos, dijo antes de engullir uno de ellos.
Mar se deleitó un buen rato chupándomelos. Obviamente se me volvió a parar la verga…
–¿Ya probaste los de Ber? –pregunté al recordar los comentarios halagadores y calientes que ella le hizo a Ber sobre las fotos que él le envió de los suyos.
–No, aún no, pero será pronto, quizá antes de que termine el año –dijo volviendo a su tarea.
En ese momento recordé un correo cercano en el que Mar me contaba “Bernabé, mi amante, me ayudaría a preparar mi viaje a la CDMX para vernos Ber y yo; o más fácil, me prestará su departamento para que estemos en él” y me felicité de que yo haya sido el beneficiado, antes que nuestro amigo Ber. Ella siguió dándome caricias, con su boca en mi ovoides, y con sus manos en el tronco y glande; ¡yo, feliz y arrecho al verla en esa actividad!
–¡Qué bien se te puso! Vamos a bañarnos y me enculas en la ducha –dijo jalándome para que me levantara, lo cual hice y, sin soltarme, me llevó al baño.
Con el agua de la ducha, se me volvió a poner flácido el pene, pero empezó a dar signos de vida al enjabonarnos mutuamente. Mar se agachó dejándome a la vista su hermosa grupa, ¡el estímulo vital! Me enjaboné el pene para que pudiera resbalar bien, y también le metí en el ano dos dedos enjabonados y jugué con ellos dentro de su colita (¡colota hermosa!).
Los saqué, tomé el pene para apuntar bien y, una vez colocado en el ojete, la tomé de las caderas y le metí sin miramiento “el sable hasta la empuñadura”. “¡Ay!” gritó ella, pero más pronto que tarde se empezó a balancear en el mete y saca. “¡Qué rico coges, papacito!” gritaba ella una y otra vez, yo seguía sosteniéndola de las caderas para moverme más rápido. “¡Qué nalgas tan lindas tienes, mamacita!”,·grité cuando ella se estaba viniendo y me aguanté el placer para seguir culeándola hasta que pidió paz: “¡Ya, papacito, ya, que me voy a desmayar…!”
Tomé a Mar rodeando mis brazos en las tetas y en la pancita y la senté en el piso. Ella se hincó abrazándome las piernas y llorando, en tono que parecía quejumbroso, me dijo: “Siempre que me cogen de perrito, mi marido o Bernabé, dicen lo mismo que tú dijiste de mis nalgas, pero nunca me habían cogido tanto y tan rico por el culo amorcito, te ganaste el cielo”. Cuando terminó de llorar y solamente sollozaba, le ayudé a ponerse de pie para enjuagar los restos de excremento que le saqué.
Cerró la llave de la ducha, me dio un beso abrazándome con mucha ternura. Nos secamos uno al otro y salimos. “Vamos a desayunar”, dijo tomándome de la mano para irnos al comedor. Me senté y desde allí veía cómo trajinaba en la cocina. Al dar cada paso, se sacudían las nalgas provocando un oleaje de carne muy seductor; tanto que me empecé a jalar el miembro que exigía lo que me negué en la ducha.
Llegó con el café y prontamente lo sirvió. “Yo te iba a estrellar unos huevos, pero veo que ya te los estás revolviendo”, señaló al verme con una mano en el tronco y la otra en los testículos. Regresó a la cocina y trajo el resto del desayuno. Antes de que se sentara, la acerqué a mí, abrazándola de las nalgas y me puse a mamarle las tetas. Ella cerró los ojos y me acarició el pelo. Me contó que durante los dos primeros años de matrimonio desayunaban encuerados y se acariciaban, así como ahora lo hacíamos nosotros. “Ramón dejó de chuparme el pecho cuando salió el primer calostro y no le gustó el sabor”.
Platicamos, entre besos y caricias, mientras desayunábamos. Cuando acabamos, ella se sentó en mis piernas y me pidió que la llevara cargada a la sala. Obviamente accedí, pero antes la besé hasta que nuestras lenguas se cansaron. Justamente cuando nos sentamos en la sala, sonó el teléfono fijo. Mar extendió el brazo y lo contestó. Era su marido, seguramente para saber si ella estaba en su casa. Se saludaron y Mar puso el altavoz para que yo escuchara.
–Sí, ya desayuné y me acabo de bañar, aún estoy encuerada –dijo Mar, enderezando su cuerpo y me puso una mano en su teta.
–¿Tomaste mi leche putita? –preguntó su marido en tono meloso.
–Solamente la mitad, me supo riquísima, lástima que no la compartí contigo, y guardé la otra parte para paladearla al rato, porque me pone arrecha saborearla, muevo la lengua y me gusta creer que la acabo de ordeñar.
–¿A qué hora quieres que te haga hoy otra video llamada, mami? –preguntó el cornudo.
–Pasaditas de las diez quiero que nos pajeemos. La de ayer la disfruté mucho –dijo Mar y tomó mi pene para metérselo en la vagina.
–Yo también, y ya se me puso grande sólo de acordarme e imaginarte desnuda, ¿y tú? –“¡Ahh!”, exclamó Mar al sentir que entró toda mi estaca–¿Qué pasa, mami?
–Que la quiero toda adentro para menearme, mi amor –exclamó mar toda arrecha, balanceándose en mi palo y acariciándose el clítoris–. Ya me estoy mojando por acariciarme la raja y las tetas…
–¡Qué nena tan puta! Imagina que ya la tienes adentro…
–Sí, la tengo toda adentro –le dijo al marido y se movió más rápido para venirse–¡Qué paja! ¡me vengo, papi! ¡Ah, ah, ah…! Qué rico es hacerlo escuchándote. Lástima que no fue video llamada –dijo Mar, jadeando.
–Me imagino tu carita después de un orgasmo, apuesto a que tienes los ojos cerrados y una sonrisota –detalló Ramón, y efectivamente, esa era la expresión de Mar.
–Me conoces muy bien, papacito –dijo Mar ensanchando la sonrisa y se volvió a mecer en mi tranca.
–Adiós mami, me hablan ya, me dio gusto que te vinieras así –pensé: “Si supiera que nos gustó a los tres…”
–A mí me gustó más. Te espero a la noche… –dijo Mar y colgó el aparato. para volver a regodearse dándose sentones, ayudada por mí sosteniéndola de la base de las chiches.
Al venirse otra vez, se quedó quieta y volteó la cara para besarme. Fueron muchos los besos y caricias con los que la acompañé mientras salió de su letargo. “Vamos a recoger la mesa y lavar los trastos”, dijo poniéndose de pie. “Sigues firme, eres muy puto, te pareces a mi marido en eso”, dijo volteando a ver la pija de la que se deslizó suavemente al desclavarse de ella. Al ponerme de pie me jaló hasta el comedor, llevándome de los huevos y la base del tronco.
Sacó nuevamente el vasito con el semen que me dijo había quedado en el refrigerador la noche anterior y lo llevó a la recámara, para regresar a la cocina.
¡Ahh, una aventura así…! ¡Claro que se antoja!
Las conductas de ella, ya las sé. Lo que me gusta es cómo navegas en los relatos de Mar. Se nota que sí sabes mucho de ella.
Las conductas de ella, ya las sé. Lo que me gusta es cómo navega «Chicles» en los relatos de Mar. Se nota que sí sabe mucho de ella.
Sólo es una fantasía. Ya les contaré una real (¿me ayudarás a escribirla, Mar?)