UNA NOCHE DE BODAS MUY ESPECIAL
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Conocí a mi marido en una reunión familiar. Creo que hasta somos algo así como primos retirados. Lo cierto es que llegó acompañando a una de mis bellas tías, hermana de mi madre, y precisamente para festejar el cumpleaños de ésta. En cuanto lo vi, me cautivó. De unos 25 años, moreno apiñonado, alto, de perfil espléndido y de un cuerpo que todas las mujeres presentes admiraban – lo supe por los comentarios, tanto de mi hermana mayor, como de otras de las asistentes – sus músculos eran más que aparentes. Vestía sobrio atuendo de verano. Su sonrisa fácil y seductora atraía las miradas aún de las más conspicuas.
Titubeé para acercarme a él, pero era tanta mi “curiosidad” que, haciendo de tripas corazón, a pasos inciertos, llegué hasta donde se encontraba en animada charla con uno de mis tíos. “Soy Linda”, dije. Él, que había volteado a verme cuando avanzaba hacia ellos, amplió la sonrisa, extendió la mano y apretó la mía. Ese apretón es algo que perdura en mi memoria y, desde luego, en mi imaginación erótica hasta la fecha. Y perdura porque sentí ese apretón muy cálido, fuerte, hizo que, por primera vez y con cierta turbación, sintiera tanto la erección de mis pezones, como humedad entre los muslos. Incluso, no recuerdo lo que él dijo en ese momento. Toda aturdida, sin agregar nada más me retiré.
Sentí que sus ojos me seguían, que su mirada estaba fija en mis preciosas nalgas, en las no menos hermosas piernas y muslos que generosamente mostraba mi minifalda de amplios vuelos. Esto era más una suposición, tal vez muy narcisista, pero que me agitó aún más; por esa misma sensación, es que me di una vuelta violenta con la intención que mi falda se esponjara y permitiera que “él” viera las diminutas pataletas. Posteriormente confirmó mi apreciación de ese momento, de esa mi forma autentica y peculiar de coquetear. Dio resultado, porque nada más terminada la comida, se apresuró para ir hasta donde yo estaba platicando con unos compañeros de la prepa. Fue una tarde inolvidable. Su audacia, sumada a mi subyugada actitud hacia él, y mi manifiesta coquetería, propiciaron que esa misma tarde, dándonos nuestras mañas para alejarnos del bullicio y la parentela, nos acercáramos hasta saborear nuestras lenguas. Lo llevé al fondo del jardín, charlando animadamente. Nos besamos pródigamente. Toco mis senos, metió uno de sus dedos en mi humedad, luego se lo lamió, lo que para mí fue toda una revelación, a más de producirme una intensa excitación. Desde ese momento supe que, sin remedio, él debería de ser mí pareja. Yo creo que a Carlos le pasó lo mismo, porque solo necesitamos de tres entrevistas para coger como locos, también para que mi “novio” decidiera que deberíamos casarnos.
En los preparativos de la boda, conocí a su familia: la integraban dos hermanos, una hermana más o menos de mi misma edad, y sus padres. De todos, con la que congenié de inmediato, fue con Desirée. En cuanto fue posible, ella me llevó a su recámara con el pretexto, dicho para todos los presentes, de enseñarme algunos de los vestidos que estaba preparando para el casorio. Lo cierto era que quería que le contara los detalles del rápido noviazgo y la no menos rápida decisión de casarnos. “Yo creo que ya están cogiendo”, me dijo entre risas, totalmente ruborizada. Agregó: ¿estás embarazada? Yo, muy sorprendida, sacada de onda por la palabra coger inusual entre nosotros, la vi sin poder dejar de sentir simpatía por la expresión, y por la real desenvoltura de mi cuñada. Insistió en que le contara. Mi congoja era mucha, pero me hizo acceder a su petición, el gusanillo del orgullo. Claro, antes le pregunté que qué era lo que quería saber. “Pues todo. Especialmente que contestes a lo que te pregunté” Le dije que no, que no estaba embarazada. Ella me veía con suspicacia. Entonces yo me decidí. “Si lo que quieres saber es si ya estamos cogiendo, pues sí, sí lo estamos haciendo… y muy padre”, le dije. Ella se carcajeó, se puso una mano en la boca como para acallar su alegría y su risa, para reiterar que quería los detalles, “sobre todo, cómo y donde cogieron la primera vez… y también si tu ya habías cogido antes”. Sentí que mi corazón brincó. No cabe duda que en ese tiempo aún tenía metidas las tonterías de las “buenas costumbres” y por eso era que me apenaba tener que hacer semejante relato, casi confesión. Ya encarrerada, dije, pos ¡ay te va!. Entonces le conté:
“Fue hace unos días, como una semana. Te debo confesar que ya nos dábamos unos fajes, que para qué te cuento. Me metía los dedos y me masturbaba a calzón quitado. Y yo, pos, para que te lo oculto, también le agarraba el pito y lo jalaba hasta que escupía. Mis chichis eran casi moretón completo de tantas y tantas mamadas y mordidas que él me daba. No sabes, eran unas venidotas las que nos dábamos cada que nos juntábamos, que era todos los días – me reía alegre y totalmente desinhibida – Bueno, pues el día de, bueno, fue en la noche. Esa noche, en cuanto llegó, luego de unos besotes y unas agarradotas de chichis él, y unas jaladotas de verga yo, me dijo que si íbamos a una fiesta que organizaban unos amigos.
Desde luego, acepté. Pidió permiso a mis papás, y nos fuimos. La fiesta era en una casa relativamente pequeña llena de chavos y chavas alivianadas. Tenía música bien padre y bailamos.
También había el resto de alcohol, pero nosotros nos chupamos solo unas cubas, leve en realidad. Así que no estábamos borrachos. Me dieron ganas de orinar, le dije que me acompañara al baño. Cuando me metí al cuartito del baño, iba a cerrar la puerta, él se metió también, para mi consternación; cerró con los seguros la puerta, empezó a besarme así, con los besos más cachondos que él sabe. Yo como que le sacaba, pero después del primer beso, me olvidé de todo, hasta de donde estábamos.
Luego, era su costumbre, sacó mis senos de su precario alojamiento – nunca he usado sostén, no me gusta – y los empezó a lamer, mamar y morder. Ya te imaginarás la calentada que me estaba dando, también cómo tenía la verga… ¡era un viga de fierro! Enseguida metió los dedos entre mis pelos, como era su costumbre también, y yo le abrí la bragueta para sacar el instrumento de mis tormentos y calenturas. Yo pensaba en ese momento que nos daríamos nuestra casi diaria masturbada y tan tan. Pero nada tú, que empieza a desabotonar mi blusita y me la quita. Luego mete las manos por el resorte de mi minifalda e intenta bajarla. Yo, la verdad, me asusté. No por nada, pero en ese momento me acordé de que la fiesta seguía al otro lado de la puerta, y que era probable que alguno de los muchos asistentes quisiera miar y entonces sí, ¡en la madre! Pero nada que desistía, y yo… pos dije, chingue a su madre, total, si alguien se da cuenta, pos ni modo.
Así que yo misma me quité la falda y, sin esperar que él me lo pidiera, me bajé mis lindas pantaletitas hasta las rodillas como para facilitar la metida de dedos y sentir padre la masturbada. Y me aferré a la verga que palpitaba como queriendo ver el techo. Yo, a estas alturas ya estaba inundada, como debes suponer, me escurrían jugos como arroyos que salían de mi pucha. – en este momento del relato yo ya estaba caliente, y por eso mi lenguaje se había desatado, para el gusto de mi cuñada – y me bañaban los muslos. De miar, ni me acordaba. Bueno, pues que se baja los pantalones, ¿tú crees? Nunca lo había hecho, y por eso me sorprendí, no dejé de sentir un cierto susto, pero pos la cosa ya estaba bien tórrida. Yo tenía los muslos medio abiertos como para que él pudiera meter mejor los dedos en la cuevita, y por esto fue que pudo llegar con su palo hasta mi raja… y la empezó a sobar con la cabezota, porque te debo decir, a lo mejor lo sabes, que tu hermanito tiene una vergota que Dios guarde la hora, bueno pues que empieza no nada más a sobar, como que quería que se metiera, digo esa cabezota. No se despegaba de mis chichis que ya me dolían, pero con ese dolor cachondo que te hace desear más mamadas y más dolor, ¡carajo!, es tan lindo. Y bueno, pues… la cosa ya ardía. Por otro lado, por más que se la jalaba, no se venía. Yo ya había tenido como dos o tres estallidos que para que te cuento.
Entonces que agarra y me mete las manos por las corvas, me levanta primero, sólo para tirarme en el piso… y papas. Digo, yo casi ni sentí lo frío del piso, hasta mojado de miados estaba, se me trepó encima y, claro, la verga picaba donde debería de picar. Yo reculaba, sacándole. No por dolor, no, para nada, sino porque tenía miedo… ¡qué pendeja!, ¿no? Digo, miedo de “perder”, ya sabes, la puta virginidad. Pero, como dicen los sabios, no había ya… marcha atrás. Empujó y nada; nada más rebotó. Como que mi telita estaba bien dura. Bendita dureza. ¿Te digo por qué?, pos porque mi Carlos, bien listo… y también creo que bien cogelón, que se baja tú… digo, a donde ya sabes, para meter su lengua y, ¡puta madre!, que mamadota me dio. Yo, bien ignorante, como que me asusté cuando sentí su lengua en mi pucha, pero en cuanto sentí las maravillosas lamidas, le dije que le siguiera; y le siguió, la verdad fue una mamada cortita, porque lo que deseaba era meterla… y yo que la metiera. Y pos sí, ya con la pucha bien mojada y resbalosa, pos la verga se metió no sin algunos trabajos para él y un dolorcito bien padre para mí. Y empezó a cepillarme con un mete y saca fabuloso. Nombre, fueron unos orgasmotes que me sacó, que del dolor ni me acordé. Y mi precioso Carlos, bien previsor, cuando sintió que se venía, la sacó, y me echo la lechita en la cara y en las chichis haciendo caras de goce que, carajo, parecía santo Cristo crucificado. Jadeamos por largos minutos besándonos con mucha ternura. Entonces él era el del susto. “vámonos”, dijo, se levantó rápido a ponerse los pantalones. Yo tirada y agarrándome los pelos, metiendo mis dedos para continuar en el orgasmo que no quería irse. Y le dije: “ni madres, ora le sigues”. Pero no, no quiso, y yo creo que tuvo razón. En cuanto él había salido, entró una chava a miar. Bueno, pos eso fue… ¿qué te parece?”
Mi cuñada, casi al final del relato de mi bendita y placentera desfloración, no pudo seguir aguantando la excitación, metió la mano debajo de la faldita y se empezó a masturbar. No la imité, porque de plano me dio pena, en cuanto regresamos a la sala, me fui al baño para recordar… y para meterme los dedos y sobarme hasta llegar a un orgasmo de miedo.
La boda se realizó tres días después. Fue una boda convencional, nada más ante las autoridades civiles. Ninguno de los dos somos creyentes, por esto no hubo boda religiosa. En el momento de las felicitaciones, sentí muy efusiva a mi cuñada, pero yo lo identifiqué tanto con la simpatía que me demostraba a cada momento, como a su real calentura, es decir, el deseo que tenía, me lo dijo un día antes, de coger hasta morirse de placer. Después de la boda, nos fuimos a la reunión que mis padres organizaron para festejar mi casamiento. Al despedirnos a la puerta del Registro Civil, mi cuñada me dijo que no iría a la reunión porque tenía una cita muy importante en su escuela, que si no asistía hasta la podrían expulsar; la disculpé. Después del convivio familiar, iniciamos el viaje de bodas. Habíamos decidido que la noche de bodas la pasaríamos en Huatulco, bello balneario oaxaqueño. La calentada del viaje en avión, casi nos hace repetir la cogida en el baño, ahora en el del avión. Pero nos aguantamos. Bueno, mi adorado se dio sus mañas para meterme los dedos casi durante todo el vuelo.
Nos registramos en el hotel; acompañados por un gallardo mocito, llegamos a la habitación. El muchacho nos mostró la habitación, sin siquiera mencionar el lujoso baño, pareció tener urgencia de irse. En cuanto quedamos solos, Carlos me quitó la ropa con una lentitud exasperante. Yo quería que rápidamente me la metiera, pero él estaba decidido a que fuera tierno, lento, amoroso. Besó, lamiendo, cada centímetro de la tersa piel que iba descubriendo. Mamó mis pezones, chupó diferentes sitios de mis alegres pechos. Me volteó, estábamos de píe, y me lamió la nuca, la espalda para rematar en mis nalgas en donde agregó mordidas tiernas que me enardecían. Me dio dos ricas nalgadas soberbias, excitantes.
De nuevo me dio la vuelta para sacarme la falda, ya no traía pantaletas, mismas que no me ponía desde el día de la cogida en el baño. Besó mi pancita y mis pelitos, metió la punta de la lengua a mi ombligo para regocijo de mi pucha que estaba estilando. Después, me sentó en la cama, donde quedé con las piernas abiertas; se quitó la ropa, quedó de pie con las piernas demasiado abiertas y la verga parada al frente. Su erección, a más de bella, de verdad bien increíble, larga, gruesa, escurriendo del ojo único. Me alisó el pelo, puso su mano en la parte de atrás de la cabeza para acercarla al monumento de verga que estaba temblando de necesidad. Yo no sabía que hacer, pero el dijo: “bésala”, la besé. Sentí raro, al mismo tiempo me puso a mil jadeos por minuto. Empujó para que me la tragara, yo volteé a verlo como preguntando, él sólo empujó más, yo abrí la boca, saqué la lengua y lo saboreé Me supo rico, muy rico. Ya encarrerada, terriblemente caliente, me la comí, para enseguida empezar meterla y sacarla de mi boca para enorme satisfacción de los dos. Sus dos manos estaban tras mi cabeza, por eso me sorprendí de sentir algo tibio y liso en mi pucha. Casi brinqué, casi mordí la verga que estaba mamado. Vi hacia abajo sin soltar mi preciosa presa, y con enorme sorpresa identifiqué la melena de mi cuñada entre mis muslos. Con sorpresa y todo, no estaba dispuesta a dejar de mamar, pero además sentí que la lengua, eso era lo percibí en mi pucha, separaba las jetas guardianas y se puso a retozar con mi lindo clítoris. Ya no podía parar, tanto por el placer que con mi boca obtenía, como por el placer que sentía en mi pucha provocada por la otra lengua, pero más bien porque no sabía que hacer con la melena y la lengua intrusas, porque era claro que mi amado ni cuenta se había dado. Volteé hacia arriba, sin soltarlo, vi los brazos estirados, el rostro sonriente, como gozando al máximo con los ojos cerrado. Pero, era evidente que aquello no podía durar. Lo que rompió el misterio, fue la eyaculadota que mi marido deposito en mi boca emitiendo gruñidos de placer; suspiraba como que se iba a morir, apretando mi cabeza contra su tallo que continuaba tallando en mi lengua que era la guía dentro de la boca. Y yo… por más que traté de resistir, estaba teniendo un orgasmo de poca madre, tuve que empujar mis nalgas para que la lengua fuera más eficaz. Todo me dio vueltas. Solo entonces bajé una de mis manos, mirando en esa dirección, para acariciar y ver la melena que yo sabía estaba delante de la boca que tan rico me había mamado la pucha y el clítoris. Entonces comprobé ¡que era mi cuñada!, que se lamía la boca y me enviaba besos frunciendo los labios de maravillosa manera. Casi me desmayo al comprobar que mi sospecha era una realidad; ¡allí estaba mi cuñada!, hasta la enorme calentura se fue a los cielos. No sabía qué hacer, qué decir, si encogerme y desaparecer, o vociferar por el lujurioso atrevimiento de la muchachita… tuve terror por la posible reacción de mi macho amado, seguía jalándose la verga como exprimiéndola.
Entonces, la melena desapareció de mi vista, para dejar el paso al agraciado rostro, bello en realidad, de la hermana intrusa que apareció por arriba de los hombros del caballero que se estiraba la verga; ella lamiéndose los labios y la barbilla aún llena de mis jugos, sonrió viéndome directamente a los ojos y luego, con una mano, me lanzó un beso. Yo quería, simplemente, desaparecer. Mi consternación llegó al pavor cuando vi que los brazos desnudos de la chica recién aparecida, avanzaban hacia delante con la idea de abrazar al hombre que recién abría los ojos, sonreía momentáneamente porque vio la expresión de mi cara, aterrorizada, y se sorprendió. Luego gritó por la conmoción de sentir unos brazos que lo aprisionaban, seguramente las puntas de unas chichis exquisitas en su espalda. Vi cómo tomó las manos, la expresión no sólo de sorpresa, sino de verdadero pánico, como el mío, pero luego, casi en el mismo momento en que vio las manos, empezó a sonreír, y se dio la vuelta, al tiempo que exclamaba lleno de alegría: ¡Hermanita!
Entonces sí que no supe si reír o llorar o patear, o correr lejos, tan lejos como mi carrera me lo permitiera, o ir a abrazar a la bella aparición, o cortarle la verga al marido para que no me tocara… ¡pero se estaban besando! Sentí una enorme debilidad; no me desmayé, porque los celos fueron inmensos. No daba crédito a lo que estaba sucediendo, no podía creer lo que pasaba, creí estar viviendo una terrible pesadilla, pero también sentí que mi pucha se estremecía, casi convulsionando, y mis pezones apachurrados con la sorpresa de la melena, la boca y el rostro de la Afrodita presente… aunque no quisiera, insisto, los pezones se irguieron de maravilla, lo que me produjo un ardor diseminado que iba de los pezones duros, a la pucha que empezó a estilar. Me dije: “¿que hago aquí como pendeja?, nada de seguir en el mismo estado, tienes que reponerte… bueno, ir a exigir tu placer, eso me dije. Me levanté. Los ¡hermanos!, continuaban en el beso que se antojaba interminable. Rodeé al marido. Tal vez cuando él se dio cuenta de que caminaba, pensó en que iba a reclamar, tal vez a agredir a la hermosa Desirée y suspendió el beso para mirarme mejor. Yo alcance la espalda de la muchachita linda; la abrace teniendo cuidado de meter mis manos entre los dos cuerpos de tal manera que pudiera agarrar las chichis que había visto hermosas, erguidas, bellas, puntiagudas. La sentí en mis manos abrumadoramente excitantes, besé su espalda primero, para ascender hasta su cuello separándole la melena graciosa y bella. Enseguida me comí sus orejas; y deseé como loca mamar las chichis. No obstante esa reacción, no dejaba de recriminarme por estar teniendo placer con el cuerpo de mujer ¡como yo! Pero eran pensamientos muy fugaces, efímeros, como tenidos hacía millones de años. Le di la vuelta. Del marido ni me acordaba.
El objeto único de mis deseos en ese momento era ella, solamente ella, y nada más que ella. Mi flamante marido estaba estupefacto, pasmado en verdad, hasta la verga se le escondió. “Mi amor”, dijo Desiré, cuando me vio a los ojos, para besarme con un beso extraordinario, cachondo, excitante; me subyugó de la punta del pelo a lo profundo de mi vagina. La besé casi con desesperación, excitada al máximo…. ¡me la quería comer!, y lo hice de inmediato. Empecé por los labios lamiéndolos, con mordidas de amor y cariño, mordí su lengua para hacerla sentir lo mucho que me calentó y me calentaban sus chichis y los pelos de su pucha que sentía revueltos con los lindos míos. Me comí los pezones y las hermosas protuberancias que lamí con gozo, intensa, repetida, largamente. Seguí el periplo, la deslumbrante superficie corporal. Me detuve eternidades en su gracioso ombligo, casi lloro de placer, alegría y gozo, cuando toqué los pelos de su pucha con mis labios, luego con mi lengua. Me fui al cielo cuando ella misma separó sus jetitas para que mi lengua pudiera penetrarla; la penetró deseando entrar a su vagina, llegar hasta el fondo para sentir los pliegues de la maravillosa gruta, tragar sus jugos. Levantó una pierna para que la mamara mejor, lo hice a discreción, largamente, tanto que, en una de tantas, vi el culo… y mi calentura semejó la del sol. No me detuve, le lamí el culo lentamente, con fruición. Metí la puntita de la lengua que era lo que podía meter, aunque deseaba penetrarla toda, metérsela toda, hasta dejar mi lengua metida adentro de tan hermoso culo.
Regresé, presurosa, al clítoris endurecido, del tamaño de uno de mis pulpejos para chuparlo, para enardecerlo, para obtener placer. Mi marido continuaba anonadado, como con pérdida de la consciencia, pero ni Desiré ni yo nos acordábamos de él. Mi cuñada gritó de una manera tal, que hizo que toda mi emoción se desbordara, que llorara de alegría por haberla hecho gozar, por sentir como me bañaba el rostro con sus jugos. Sus manos, que desde el principio se habían apoderado de mis senos enhiestos, estrujaban los pezones de una manera casi brutal, pero que me causaba enorme satisfacción y placer y gozo y enardecimiento. Supuse que las piernas no la podían sostener de tanto disfrute, pero en realidad se arrodillaba para poder besar mi vientre y, con sus dientes, jalar mis pelos. Pero, tal vez electrizada de deseo, jaló de mis chichis como deseando que a mi vez me arrodillara, pero lo que realmente quería era que me tendiera sobre la alfombra para poder regodearse con toda mi anatomía. Se subió sobre mi cuerpo. Sus senos tocaron y aplastaron los míos. Me besó con largos besos indescriptibles, tremendamente cachondos, excitantes, avasalladores, ponen a escurrir cualquier vagina. Cuando mordía mis pezones, vi que mi marido salía de su pasmo, sonreía displicente; también vi que se empezó a jalar la verga como si necesitara otro estímulo que el que recibía con la vista. Tan era así, que cuando la mano llegó al vástago ya estaba bien parada, temblaba, cabeceaba.
Ella subió hasta mis oídos para murmurar: “amorcito, amorcito, déjame quererte, mamarte y… todo lo que tú quieras que te haga para que goces lo haré sin dudar” lamió mis orejas lo que me hizo temblar de placer. Entonces hice consciencia de que mi marido, parado con la verga entre sus manos, nos veía con una sonrisa en los labios, estaba presente, y le dije: “¿Y tu hermano?”. “De momento, olvídalo. No tarda en incorporarse al placer… lo conozco de sobra”, me dijo suspirando, regresando con sus labios, boca y lengua a mis chichis que ya desfallecían por su ausencia. Cuando su lengua penetró mis labios verticales, empujó para meterse a mi vagina, el hermano levantó las nalgas de la hermana y le colocó la gran verga en la puerta de los dos orificios del placer. Pero mi amada dejó mi pucha, se incorporó hasta enfrentar al imprudente. “Eso no, querido. Puedes besarme o acariciarme, pero la primera metida debe ser para tu esposa”, le dijo muy seria, tanto que dio la impresión de que la excitación, la enorme calentura de apenas pasados unos instantes, se había esfumado. Pero nada de eso, besó al hermano, le sobó la verga, lo obligó a arrodillarse delante de mí, sin dejar de jalarlo de la verga lo hizo caminar hasta que se puso entre mis muslos que ella misma se encargó de separar, y dirigió la verga a mi pucha que casi lloraba – sí lloraba de caliente – de deseo de que ese monumento de verga se metiera hasta la empuñadura, que los huevos llegaran a penetrarme, aunque fuera solamente los labios verticales. Lo sentí cálido, potente, liso y resbaloso, bueno la resbalosa era yo, digo, mi vagina. De un solo empujón lo hizo penetrar hasta que los pelos se mezclaron, se trenzaron. E inició un mete y saca maravilloso produciéndome casi de inmediato un orgasmo tremendo que me hizo gritar y gritar. Entonces mi amada cuñada me besó, acarició y lamió mis senos, presionó mis pezones con cariño, mis nalgas fueron amasadas por sus manos deliciosas. Luego, se fue hacia atrás del hermano, le empezó a lamer las nalgas y los huevos. Creo que hasta le metió un dedo en el culo.
Lo cierto es que, después de muchísimos orgasmos míos, sentí su eyaculación por primera vez hasta el fondo de la vagina, lo que me produjo un nuevo espasmo de placer inmenso. Mi cuñada fue a situarse sobre mi rostro, como tratando de reanimar al hermano. Sí, lo levantó para besarlo, al tiempo que hacía avanzar sus muslos totalmente abiertos para situar sus nalgas y coño sobre mi boca para bajar las nalgas hasta que sintió mi lengua, que salió al encuentro en cuanto percibí cuál era la intención. La mamé enajenada por tanto placer. Al hermano, que todavía no salía de mi vagina, se le empezó a endurecer el fierro de nuevo. Yo veía como acariciaba los pezones, las chichis de la hermana sin dejar de meterla y sacarla en un vaivén realmente rítmico, maravilloso, que me hacía gozar enormidades. Los tres gritamos orgasmos al mismo tiempo. Carlos convulsionó de placer; Desiré cayó hacia delante, y yo sentí que hasta la orina quería salir para gozar lo mismo que nosotros.
Cuando reaccioné, los vi abrazados. Me uní al abrazo. Increíble, pero mi calentura no se había terminado, creo que la de los otros era tan persistente como la mía. Lo cierto es que me pareció que era el turno de mi amada cuñada, la inesperada ninfa – ¿ninfómana? – que tanto calor y placer estaba añadiendo a mi insólita noche de bodas. Digo, me refiero al turno de la cogida con verga. Y besé a mi consorte, le metí la lengua en la boca primero, porque después, recordando que imaginé que mi cuñada le había metida la lengua en el culo, me fui hasta su trasero, separé las nalgas, y empecé a lamerle toda la superficie para, entre los surcos, poner énfasis en su agujero lleno de pelos. Una enorme diferencia con mi culito que es lampiño. Le metí la lengua, él se dejaba hacer, aumentando segundo a segundo los suspiros, los jadeos. Fui a su oído y le dije: “cógetela, le toca”, Sí, la besó con fuerza, retorció los pezones, apretó todas las chichis, así acostumbraba conmigo, tal vez con la hermana, digo, era evidente, dadas las circunstancias y el desarrollo de cogidas que nos dábamos, que era seguro que ya cogían Dios sabe desde cuándo. Entonces yo, luego de meter varias veces mi lengua en el culo de mi amado, me fui a la pucha de mi cuñada y la lamí, la chupé con ganas, con verdadero placer al tiempo que quitaba la boca del hermano de sus chichis para ser la que acariciara. Sus manantiales vaginales estaban desbordados, por eso decidí que era tiempo para que la gran verga se metiera a la hermosa cueva custodiada por bellos pelos. Jalé la verga para apuntarla, grité la orden: “Métela”. Mi vergón amado, ni tardo ni perezoso, empujó hasta que la viga acerada fue tragada por el chocho hecho laguna.
Recordando la experiencia de unos minutos antes, me subí a la cara de mi compañera de placer, bajé las nalgas hasta que mi puchita fue alcanzada por la sabia lengua que tanto me había deleitado ya. Sí, me mamó de una manera no conocida por mí, me mordió el clítoris de tal forma que lo llevó al orgasmo verdadero en apenas unos segundos, luego metió sus dedos en mi vagina llena de los mocos de su hermano, los sacó llenos de leche, los lamió y los volvió a meter con lo que yo sentía que el orgasmo tenido por los dientes se multiplicaba. Cuando sintió que no había más leche, mordió de nuevo el clítoris que de nuevo se acalambro en orgasmo interminable y aumento en intensidad cuando los sabios dedos frotaron mi vagina precisamente en un punto que me hacia ver las estrellas, la luna y miles y miles de planetas desconocidos. De nuevo gritamos atronadoramente los tres, les llevaba muchísima ventaja puesto que mis gritos se iniciaron cuando los dientes aprisionaron el clítoris hacía ya su buen rato. Creo que fue tanto el placer que mi amada me produjo que hasta la orina fue a llenar su boca. Así fue, porque ella grito como desesperada diciendo entre tartamudeos, “mea, mea, mea, preciosa, dame ese placer agregado”. El hermano, vencido por el placer, se dejó caer hacia atrás como fulminado por el rayo del éxtasis sexual.
Cuando él se retiró, yo también caí, pero mi cara se anido entre los pelos de mi amada yaciente, todavía estremecida por el orgasmo de fábula que había tenido. El olor de la leche de mi amado despertó en mi un nuevo apetito, tal vez inducido por cómo se comió esa misma leche mi cuñada. Bueno, satisfice mi deseo. Metí la lengua en la raja todavía abierta y lamí tragándome todo lo que sacaba. Por supuesto, a la primera lamida, las bellas y cachondas nalgas de la ninfómana cuñada se empezaron a mover acompasadamente, empujaba hacia delante como que sintiera que la lengua no la penetraba lo suficiente. Cuando terminé de sacar semen, ella había tenido cuando menos otros tres orgasmos. Yo lo mismo, porque mientras yo mamaba, ella hacía los mismo, es decir, sin querer estábamos situadas en el clásico 69, la maravillosa posición que nada iguala. Pueden decir lo que quieran, pero lo más sublime del sexo y la cogida, es mamarse mutuamente en el 69 prodigioso, sin importar, incluso, el sexo de quienes están en el 69. Sentí que la consciencia y la voluntad me abandonaban. Me dormí. Los otros hicieron lo mismo.
Fui la primera en despertar. Contra lo que era previsible, a la primera que quise despertar fue a mi hermosa cuñada. La besé tiernamente en la boca, después en los senos, luego en los pezones, por último, ya con ella plenamente despierta, la pucha adorada. Ella me beso igualmente, siguiendo la misma ruta. “Quieta”, le dije, porque quería que me contara… bueno, cómo era que estaba allí, pero más que todo… cómo había empezado a coger con el hermano. Cuando hice la pregunta me recriminaba violentamente por no haber hecho lo mismo con uno de mis hermanos que me gusta enormidades; repetidamente, desde siempre, he espiado para verlo desnudo, contemplar con arrobo su preciosa verga, un potentado de “grandeza”. Lo he visto cómo se masturba, cómo su leche es abundante; también cómo puja, gime, se convulsiona cuando el pito laza chorros de líquido. Hasta vi cómo se cogió a una de las jóvenes sirvientas de mi casa. Y todo sin atreverme a… bueno, me masturbe al parejo de él; triste consuelo. Pues me contó que cuando eran todavía unos niños se tocaban y lamían por todas partes, que les gustaba mucho, que buscaban la forma de esconderse para poder entregarse a su “vicio”. “Nunca hemos dejado de tocarnos y besarnos, claro, en secreto. Así que crecimos sin dejar de estar cachondos.
Desde que descubrimos dónde sentíamos mejor, obtenemos inmenso placer, primero masturbándonos mutuamente con las manos, dedos y lengua, desde luego, después con maravillosas cogidas. La primera vez que me la metió, fue una mañana que no salimos de la casa porque estaba lloviendo; entonces teníamos 13 años él, y yo 12. Mi madre, ¡ay, mi santa madre!, nos dijo que nos metiéramos a la misma cama porque estaba haciendo frío, que ella estaría ocupada haciendo el aseo de la casa y la comida. Bueno, mejor ni el diablo lo hubiera podido hacer. Claro, en cuanto ella cerró la puerta, nos abalanzamos el uno sobre el otro. Ya sabes cómo besa y cómo acaricia. Así que no necesito decirte, menos describirte lo caliente que nos pusimos de inmediato. Nos tocamos con dedos y manos.
Tuvimos un primer goce, pero estábamos muy enardecidos, calientes de verdad. Ya antes habíamos intentado que él la metiera, pero la tensión, el miedo, pero sobre todo por la premura con que teníamos que actuar, no lo habíamos logrado, aunque sola sí lograba meterme, a veces, hasta la yema del dedo. Bueno, pues esa mañana, tal vez porque era una situación inédita, también porque estábamos tan calientes como volcán en erupción, le dije que lo pusiera en mi puchita y me sobara cómo él sabía hacerlo. Al instante se subió. Yo abrí las piernas al máximo, él colocó su verga, ya casi tan grande como ahora, la apuntó bien tiesa. Bueno, eso pensaba, en realidad bastante lejos del agujero. Fui yo la que, agarrándosela con fuerza, la llevé al lugar preciso, y le dije: órale cabrón, empuja. Eso hizo. Empujó y empujo. Me dolía y nada que se metía. Esa mañana fue la primera vez que sentí mis jugos. Me inundé de una forma tan enorme que estilaba. Pues yo creo que eso, ayudada por las gotas que también empezaron a salir de la cabeza de mi verga, digo, así la considero, claro, ahora es tuya… querida…. sin celos, desde luego, seguiremos compartiéndola.
Adelante. Bien, pues eso era lo que faltaba: lubricación. Me dolió, pero me sentí feliz de tenerlo, tenerla, adentro. Inició el mete y saca, así como si nada, como si ya supiera. No encuentro explicación, no eyaculó, hasta que tuvimos muchos, grandes y vertiginosos orgasmos. Maravillosos… diferentes, cuando menos en ese momento, a los que nos producíamos con manos, boca y dedos. No sabíamos que los zooides no deben depositarse dentro de la vagina, así que él eyaculó adentro. Yo aún no reglaba, así que no hubo embarazo. Una de mis amigas me abrió los ojos con eso de la leche de mi adorado hermano, se lo dije. Entonces, nos dimos las mañas para tomar las pastillas, para esto, yo ya estaba menstruando. Pues sí, debes imaginarte que desde esa mañana no hemos dejado de coger se puede decir que ni un solo día. Por eso es que… pues sí, pensé que no podía dejar a mi hermano solito en su noche de bodas. La verdad…. no fue eso. Cuando me dijiste que se casarían, que ya estaban cogiendo, me entraron los celos, pero no fue mucho, ni mucho tiempo. ¿Sabes por qué? Porque desde que te vi, me gustaste muchísimo. Cuando te sinceraste conmigo, creo que te empecé a querer y a… desear. Te aseguro que nunca en mi vida había deseado a una mujer, te lo juro. Ni siquiera pensé que la cogida pudiera ser entre dos mujeres. Pero cuando me contaste con lujo de detalles las calentadas, la cogida con mi santo hermanito, me calenté de verdad y quise coger contigo. Créeme, estoy aquí porque sentí la necesidad de cogerte… y, bueno, si podíamos coger los tres, mejor, mucho mejor. Tuve miedo, lo confieso, que tú montaras en cólera tanto por los celos por el hermano, como por la indignación de que yo tratara de cogerte. Para mi fortuna, y para mi placer… sucedió lo contrario y… la verdad, la cogida contigo fue linda, inmensa, bastante más placentera, te lo juro, que todo lo que antes había sentido. No es por despreciar el placer de tener la verga de mi hermano metida hasta el fondo, para nada, nada más lejos de la verdad, pero el placer contigo es incomparable, más placentero, grandioso, sublime, indescriptible, creo también insustituible.
Después nos contó que tuvo la idea de estar con nosotros, cuando le pedimos que fuera ella la que arreglara lo del viaje a la playa. Ella trabaja en una agencia de viajes. Reservó su viaje para una hora antes del nuestro lo que le dio tiempo para llegar al hotel y sobornar al botones para que la dejara entrar a nuestra habitación.
Carlos estaba escuchando. Sonreía. Pero se notaba que estaba confuso, descontrolado, algo enojado por las últimas aseveraciones de la hermana y compañera de cogidas desde tiempo ancestral. Lo dijo en voz alta. Desiré lo vio con aprensión. Del lado menos esperado estaba surgiendo la dificultad, lo feo. Entonces yo intervine. Le dije que no fuera bestia, que tampoco se considerara en minusvalía porque ella decía que gozó más con mis mamadas y caricias que con su tremebunda verga. Que comprendiera, que también había tenido orgasmos maravillosos con él metido hasta las cachas. Para rematar y acabar con el cuadro, le dije que yo compartía la misma sensación, es decir, que las caricias de ella me hicieron gozar enormidades, mucho más que sus mamadas y su metidas, pero de ninguna manera quería decir que no fuera rico sentirlo adentro, cogiéndome, aventándome los litros de leche. Que el gozo era con los dos y que, si a él lo molestaba, pues la consecuencia sería que la noche de bodas, el viaje completo, iba ser solamente de las dos. Para dar por finalizado el verso, lo besé primero a él, para luego con mucha ternura besarla a ella. Quiso todavía argüir que si no sentía coraje porque fuera un intrusa y además no invitada. Le dije que estaba loco, que ella no necesitaba invitación, que no era ninguna intrusa, sino una participante más para darnos, a los dos, placer. Además, es tu hermana, mi amadísima cuñada. Puse el ultimátum: nos coges a las dos… o a ninguna. Además, debes admitir, que nos vamos a coger con y sin tu participación. Así que decide.
¡Decidió coger con las dos!. ¡Alabado sea el señor príapo!
De la boda ni me acuerdo, ya pasaron como diez años… y seguimos siendo pareja de tres.
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