Una pacientita inesperada pero deliciosa. Parte 3 (final)
Un padre morboso lleva a su hijita a que la revisen de sus molestias y ella termina curando la calentura de su papá y del doctor en turno; y ahora se añade un participante más, inesperado: el guardia de seguridad de la plaza donde está el consultorio. Esta es la parte 3..
Hola, continuaré con este relato en el que les comentaba que soy un doctor de unas farmacias muy famosas de bajo costo aquí en la Ciudad de México. Cierto día un papá llegó con su nenita de 6 años y medio a consulta ginecológica ya que necesitaba que le revisaran la panochita. Qué mejor que yo para llevar a cabo esa tarea aunque yo en ese momento no me había dado cuenta de lo pervertido que podía hacer y fui engatusado por el padre para comportarme de una manera instintiva y completamente animal.
Si quieren leer todo lo relativo a la primera parte pueden acceder al siguiente link
Para la segunda parte, acá:
A manera de resumen Les comparto lo siguiente:
Padre de la nenita: barba de días de 36 a 45 años. Con bigote también.
Yo: ya entrado en más años. Barba y bigote poblados canosos
Guardia de seguridad: en sus 20s, vestido como si fuera militar sin realmente serlo, incluida casaca, chaleco antibalas, bufanda como de guerra y unos pantalones ajustados con unas botas de policía.
Ella: 6.5 añitos
Una vez que el Guardia entró y cerró la puerta detrás de sí lo hizo con seguro… esto sin duda quería decir que estaba emocionado, desconcertado, pero era algo innegable: estaba también excitado por la situación en la que ahora se encontraba de la que no comprendía mucho, pero sabía que algo se le antojaba. De otro modo, lo correcto era retirarse; pero él decidió entrar…
Lo prohibido invariablemente es lo que llama siempre la atención y lo que nos calienta más. Se los diré yo que yo mismo tampoco me pensé ver nunca jamás en una situación similar. No puedo culpar al padre de la pequeña, ni puedo culpar a la pequeña, desde luego, sino que puedo culpar a mi propio instinto animal.
Debemos recordar que para cuando el Guardia entró al consultorio que tampoco era tan espacioso como se esperaba se quedó perplejo con la escena que había presenciado, pues ahí estaban prácticamente dos hombres de cierta edad haciéndole de todo a una pequeñita de 6.5 años. Yo acababa de vaciarme en su vaginita apretada y mi leche aún escurría en esa parte del cuerpo prohibida y palpitante.
A sus 20 años, nuestro guardia seguía con cara de desconcierto: gracias a su juventud, porte y, digamos, galanura, a decir verdad, a él no le causaba mucho problema conseguir mujeres de todas las edades que prácticamente se formaban para poder coger con él. Sin embargo, en ese momento lo que lo sobrecogía era un dejo de curiosidad, de placer, de incógnita: ¿qué podía hacer él cómo podía contribuir a esto? ¿Quería quedarse ahí? ¿Quería salir corriendo, denunciar a estas personas? ¿Quería ir por las autoridades o quería, como bien supo finalmente, entregarse al deseo y al placer de lo desconocido y lo prohibido?
Llegó esa conclusión, por lo que se inclinó para empezar, con inseguridad y timidez, a lamer la puchita de esa pequeña. Veía cómo no le importaba de vez en vez recolectar con su lengua los rasgos del semen que había dejado en esa pequeña que, ya me estaba dando cuenta al ver cómo había disfrutado mi penetración, las mamadas de verga que le propinaba al padre y el cómo disfrutaba que este nuevo e inesperado integrante, más joven que sus amantes de hace unos minutos, lamía su panochita con ahínco, que no era ninguna inexperta ni ajena a los deseos sexuales que comúnmente se ven más en adultos. Esta idea y ver ese servicio del guardia con la nena, me excitó más y se me volvió a parar la verga. Me acerqué al padre de la beba e hice señas para ahora violarla por la boca con ambas vergas a la vez.
Empezar con eso no fue fácil, la llegada del guardia al principio me estaba haciendo sudar frío y estaba un tanto congelado en la imagen de lo que podría pasar en caso de que esta persona, un guardia de seguridad veinteañero, decidiera echar todo a perder. Por fortuna, tanto el padre de la pequeña como yo respiramos aliviados cuando vimos que casi sin chistar el muchacho se había unido a nuestra faena; algo natural puesto que todos tenemos un monstruo sexual dentro, solo falta liberarlo.
A medida que la nena intentaba meterse las dos vergas y mamarlas simultáneamente (algo que le costaba mucho trabajo) pude percatarme que estaba un poco débil, sudada, roja y extasiada: era la pequeña protagonista de esta historia morbosa y sexual que nosotros tres seguiríamos usando: chupando, lamiendo, escupiendo, golpeando un poco y también aprovechándonos de su virginal cuerpo, de su virginal figura y de su piel lozana y muy poco explorada por un varón salvo por su padre que, al parecer, la había traído como un regalo, una ofrenda accidental para el guardia y para mí.
Al verla que, aunque seguía disfrutando la invasión que el guardia le estaba dando con la lengua en su puchita pero que seguía débil, pedí que paráramos todo. Ante todo era un médico respetado y mi deber era revisar sus signos vitales y ver cuánto más podría aguantar este ataque desmedido sexual del que estaba siendo objeto. Una cosa era que tres mayores la usaran a su antojo, pero ella, a sus 6.5 añitos, ¿sería capaz de aguantar con todo?
Le di una pequeña pastilla y tenía listo todo para canalizarla con suero en caso de ser necesario, pero era evidente que esta pequeña era de batalla: solita sin indicación de nadie y mientras todos esperábamos un tiempo prudente para continuar (y lo curioso de aquí es que a ninguno de los 3 se nos bajó la erección del todo) pudimos notar que la niña estaba inquieta pero no por estar molesta o lastimada. El gesto que hizo a continuación nos indicaba que estaba muy excitada, expectante y confundida sobre por qué se había detenido todo. Con la mano derecha empezó a sobarse su pecho (cuyas tetas evidentemente aún no aparecían) y a pellizcarse los pezones, mientras que con la izquierda se sobaba su área genital, primero pausadamente y luego ya con más intensidad a la vez que emitía gemidos
Los tres varones que ocupábamos el consultorio en ese momento nos volteamos a ver a los ojos fijamente. Era obvio que la nenita quería seguir con esta aventura sexual.
El guardia de seguridad había sido muy veloz. En mi consultorio había encontrado condones gratuitos que se regalaban en las consultas para la promoción de la salud sexual: habia tomado uno lubricado y había envuelto la punta de su macana policial en él. Alternaba ahora los besos y lengüetazos que daba a la pequeña quien nuevamente empezaba a gemir de placer y éxtasis, sudando con una sonrisa de oreja a oreja, con intentar meter ese macanón a su pequeño y virginal agujerito; no lo lograba pero ella parecía que ese juego lo encontraba bastante erótico y estimulante porque empezó a sacudir su cuerpo al ritmo que el mismo guardia marcaba con su lengua, sus labios y la macana combinada. Él mismo, aunque joven y seguramente más atlético que el papá de la nena y que yo, ya sudaba del esfuerzo físico que estar ahí «metido» entre las piernas de la nena representaba. Pero aún así él también jadeaba y juntaba los labios como haciendo una trompa (como algunos chimpancés jajaja) que me indicaban que está a al full de excitado. Bueno la verga totalmente erecta que colgaba fuera de su bragueta también era indicador.
Por nuestra parte, el papá de la nena y yo también teníamos la verga de fuera pero porque nos habíamos ya quitado los pantalones y calzones. Estábamos muy erectos y el papá le dió la orden a su nena que nos mamara la verga simultáneamente.
—Vamos perrita mía, comete esta carnita para que saborees la lechita que te daremos que te caerá muy bien a tu pancita.
—Si papit…
La nena no pudo terminar de decir «papito» porque su padre le dijo:
—Que te la comas pinche perrita, ¿no estás oyendo?— y le metió lo más posible su verga en la boquita. No podía sostener mucho pero tampoco es como si no le pudiera entrar nada. A mi parecer, esta era una putita bastante bien entrenada.
—Le toca doc, métala—. Me dijo el papá de la nena.
Yo quise acercarme. El papá sacó su verga de aquella boquita tan tierna que ya buscaba aire y tomó mi verga con su mano, algo que me agarró por sorpresa. Las frotó juntas, masturbando ambas como su hubieran estado entrelazadas. Yo me quedé mudo pero inundado del placer, cerré los ojos y para cuando los abrí, el guardia estaba azotando su verga en la panocha de la nena e intentando meter la punta de ésta en su agujerito que si bien justo ya empezaba a mostrar signos de flexibilidad.
La nena tenía las puntas tanto de mi verga como la de su papá ya dentro de su boquita y jugaba con su lengua un rato, a ratos succionaba, luego hacía la finta de devorar y esto era mucho más de lo que podía soportar. Varias veces pensé que me venía.
Pero esto no ocurrió… quien se vino fue el papá de la nena y claro que era un chorro generoso que me manchó también mi verga a la par que inundaba la boca de esa zorrita que ya sabía saborear el semen por lo que pude notar.
En la parte frontal de la cama de exploración se oían los gemidos del guardia que frotaba entre los labios petites de la pequeña su verga frenéticamente a la vez que masajeaba el clítoris y luego dejaba de frotar y daba golpes. Estaba claramente muy excitado.
—No mames qué rico— bufaba
—Ahhh ahhh que rico— la nena gemía cuando encontró su boquita libre de nuevo. —¡Me hago pipí!—
—Adelante, zorrita. Mójame. ¡Dame tus jugos pinche putita!— ordenó el guardia. —¡No mame, doc (doctor), qué gacho y que mal pedo que no me invita a conocer a sus pacientes más seguido…!
Yo reí brevemente y le dije que era bienvenido cada que una nena así de golosa acudiera. Mi verga, que no era descomunal, seguía embarrada del semen del padre de la nena y pronto lo estaría del del guardia ya que en esos momentos comenzó a gemir y a bufar como un animal desesperado soltando una muy buena cantidad de leche que no solo le llegó a la nena a su área genital sino que le manchó el pecho, y le llegó hasta la barbilla y nariz. Ella simplemente gemía y reía a la vez porque además le daba risa lo que sentia (muchas cosquillas) y haberse podido orinar.
Quería más. Cuando se retiró el guardia de ella, inmediatamente yo me moví a ocupar su sitio: era un cúmulo de batidos, el semen de papá, el semen del guardia, mis jugos de excitación y los jugos de excitación de la pequeña. No podía más y quería penetrarla. Estaba muy justa y apretada aún, por lo que solo ingreso con muchos trabajos mi glande. Eso no me importó ni me detuvo de embestirla. Sentia que venía cobijado por tanto fluido que haría las de lubricante… Y no me equivoqué. El tamaño de mi verga sin duda ayudó y poco a poco me fui abriendo paso generando flexibilidad en ese agujero. Para este punto el papá estaba viendo de cerca todos mis movimientos mientras que la niña gemía en silencio ahogado pues ahora era la verga del guardia la que ocupaba su boca.
No puedo mentir ni decir que todos nosotros duramos una eternidad haciendo esto. En lo absoluto. Eran gritos de placer genuino, de dolor, de cansancio, de satisfacción. Eran los oídos de lo que hacían los otros los que también inyectaban placer en nosotros.
Curiosamente, el papá que solo se masturba en ese punto, yo que tenía un vaiven muy discreto y limitado hasta donde pude penetrar a la nena y el guardia que seguía recibiendo una digna mamada: los 3 reventamos en leche al mismo tiempo. Parecía que nos habíamos sincronizado a propósito. La niña gritaba y en este punto soltó unas lagrimitas que quise interpretar como de excitación absoluta y no de molestia.
Vi el reloj. Habla que recoger y limpiar todo de prisa. El doctor del siguiente turno no demoraría mucho y no habría manera de explicar tantas cosas. Nos apresuramos pero juramos volver, los 3, a disfrutar de esta delicia que habíamos pasado. Una experiencia con una zorrita de casi siete años, que seguro jamás nadie olvidará.
Que rico voy a seguir estudiando para ver sime tocan pacientes asi que lindo relato
excelente relato
gracias por compartirlo
Lástima q el guardia no se la cojio
Lindo sería que se la coja el otro doctor