Una placentera tortura
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Esperé a Annie dentro de su casa. La hermosa y jovencísima secretaria del mafioso Herbert Longe era la única que sabía la clave secreta que yo necesitaba. Si la obtenía, Longe podría ser juzgado y condenado. Pero era muy poderoso y no había dinero que se pudiera ofrecer para lograr esa información. Era necesario utilizar otro método.
Annie volvió a su casa a la medianoche. Desde mi escondite, esperé que se preparara para dormir. Era un lindo espectáculo, ver un striptease de una muchacha rubia, preciosa. Pero no había tiempo que perder.
Cuando Annie estaba en ropa interior, me abalancé sobre ella. Intentó resistirse pero soy experto en lucha y pronto la inmovilicé. Unas sogas especiales la dejaron inmovilizada, atada de pies y manos sobre su cama.
– ¡Quien es usted! ¡Qué quiere!
– Eso lo vas a averiguar en unos momentos, nena.
El laboratorio me había dado la droga que me haría conseguir la información. Era un supositorio, de apariencia inofensiva. Y ya sabía en qué momento debía aplicarlo.
Mis manos, habilmente, le quitaron el corpiño a Annie. Tenía unos pechos pequeños, casi de niña. Me apliqué a mi trabajo.
Mientras con la lengua le chupaba el pezón derecho, con mis dedos le acariciaba el izquierdo. Ella al principio seguía resistiéndose, pero el tratamiento era muy placentero y finalmente se abandonó sobre la cama. Cuando escuché sus primeros gemidos de placer, comencé a chupar el otro pezón.
Luego de un buen rato, comencé a besarle la boca. Ella ya se estaba entregando y me rogó que la desatara, pero no era el momento todavía. Le besé el cuello y luego seguí, con mi lengua, a través de su vientre hacia el pubis.
Le quité la bombacha y contemplé un momento la maravilla d ese pubis lampiño, rosado y húmedo.
Esta vez, sus gemidos fueron más fuertes. Su clítoris mostraba el máximo grado de excitación cuando mi lengua comenzó a hacer estragos en su vulva. El momento había llegado.
Le introduje el supositorio en el ano con destreza y seguí chupando su vagina. Mientras lo hacía, vigilé el reloj. En 30 segundos comenzaría a actuar la droga.
No dejé de chuparsela en ningún momento, pero cuidándome muy bien de introducirle mis dedos. Eso vendría después.
Con una exactitud notable, a los 30 segundos Annie empezó a rogarme que la cojiera. Seguí succionando su vagina.
– No, por favor… No me la chupes más… Cojeme…Cojeme…
-¿Y si te la sigo chupando y nada más?
– No, no… Penetrame, no aguanto más…
La droga, una combinación de hormonas sintéticas, provocaba en Annie una desesperación por ser penetrada. El sexo oral, los besos, las caricias la llevaban al paroxismo de la necesidad del coito.
Me acerqué y comencé a besarle los pezones.
– ¡Por favor! Cojeme…¡Te lo ruego!
– Tendrás que pagar un precio…
– Lo que quieras, pero cojeme ya…por favor..
– La clave, la clave de Longe…
– Por favor…sexo…sexo…
– La clave o morirás de la calentura
– Está bien… allí, detrás de ese cuadro…
Me puse de pie y me fijé. En efecto, detrás estaba la clave. Los 9 números.
Annie se agitaba, atada de pies y manos, incapacitada de meterse sus dedos o algún consolador. Miré la hora, estaba a tiempo. Podía consolar a Annie y reventar a Longe.
Me desnudé. Todavía quise chupársela un poco más. Su vagina estaba húmeda, y por sus paredes rosadas se derramaba líquido. Finalmente, la penetré.
Sus gemidos de placer me asustaron. Realmente, la droga la había transformado en una perra en celo. Acabé dentro de ella, exhausto.
La desaté, pero no atinó a moverse. Dormía, feliz, llena de semen.
Dos horas más tarde, Lange se suicidaba.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!