Vuelo a Los Ángeles
Una chica joven descubre el placer en un largo vuelo a Los Ángeles.
Vuelo a Los Ángeles
Por fin llegaba el día, tras dos años de promesas desde la separación de mis padres, finalmente emprendía el viaje para pasar el verano con papá (se habían divorciado hacía 3 años y papá vivía en Estados Unidos) el esperado viaje a California, un vuelo directo a los Ángeles. Hacía mucho que soñaba con ir allí, volver a estar con papá, ir Disneyland, Hollywood, San Diego y las famosas playas de Santa Mónica. Había aprobado el último curso con muy buenas notas y eso significaba cambiar de escuela para ir al instituto, y como ya era mayor para poder volar “sola”, el premio era ese viaje, aprovechando un dinero extra que nos había llegado de la venta de la casa de un tío de mamá.
El avión era impresionante con montones de filas de 10 asientos, me acompañaba una azafata súper simpática que me había dado una bolsa azul con las letras UM llena de papeles que llevaba colgada del cuello. Me llevó hasta la parte de atrás, que era más estrecha y me señaló la última fila, donde solo había dos asientos. Éste será tu asiento, así estas cerca de nosotras por si necesitas algo. Le pregunté si podía sentarme en la ventanilla y me contestó que no, a la espera de saber si el sitio quedaría libre. Durante un buen rato estuve esperando que ninguna de las personas que iban entrando ocuparan el asiento vacío, para así ponerme en la ventanilla una vez empezado el vuelo. Un vuelo en el que iba a dar los primeros pasos de mi sexualidad de una manera sorprendente.
Finalmente, cuando ya parecía que no quedaba nadie por llegar, apareció un señor que le dijo a la azafata que aquel era su sitio; al final no podría moverme a la ventanilla. Después de la decepción inicial me fijé en el nuevo vecino, era un señor alto, fuerte, que vestía un polo verde apagado de Lacoste, que reconocí por el cocodrilo y un pantalón corto blanco de tenis. Subió arriba su bolsa de viaje y se quedó con dos diarios, un libro y un Ipad que dejó sobre su asiento mientras acababa de cerrar y colocar su equipaje.
Finalmente, le dejé pasar y miré a la azafata que se encargaba de mí como suplicándole que le preguntara si le molestaba irse a otro sitio, ella se acercó y me dijo que no había sitios libres y que no podía pedirle que se moviera. Antes de empezar a moverse el avión, Pablo (que así se llamaba) empezó a preguntarme sobre mi viaje, mis papas, mis estudios; me explicó que era ingeniero y que iba a un congreso en Los Ángeles. Charlando con él, me imagine como sería el próximo mes con mi padre, y me gustó esa sensación; no estaba acostumbrada a la presencia de un hombre tan cerca, mi padre se había ido hacía 3 años y apenas lo recordaba y pensé lo agradable que debía ser tener a los dos siempre cerca.
El momento del despegue me impresionó, la sensación de vacío en la barriga, el sentirme aplastada contra el asiento, el vértigo de la velocidad y luego ver el suelo cada vez más lejos. Miré a Pablo entre sorprendida y asustada y vi que me sonreía, me dijo tranquila, en un momento ya no notarás esos nervios; fíjate el suelo lo lejos que está ya, señalando por la ventanilla. Al darse cuenta que no paraba de intentar ver el suelo, los pueblos, las carreteras, me dijo si quería cambiarle el sitio, así yo podría ir viendo el viaje y él podría estirar las piernas; le contesté que sí pero que no sabía si se podía, le preguntamos a la azafata que se encargaba de mí y nos dijo que sí, así que cuando finalmente se apagó la luz de cinturones, nos cambiamos, quedando yo en la ventanilla.
Y tenía razón, a los pocos minutos la sensación de velocidad se acabó y pareció como si el avión se parara, cada vez que miraba por la ventanilla el suelo estaba lejísimos, apenas se veían los coches, pero el avión parecía que estaba quieto. Comenté con Pablo lo alto que ya estábamos y como parecía que no nos movíamos y me dijo ves ya no se mueve, así será todo el vuelo y que el despegue siempre era el momento más tenso.
Y fue en ese momento, pasada la tensión de los primeros minutos, inclinada sobre la ventanilla, cuando me fijé en las piernas de Pablo, no sé por qué motivo, jamás me había fijado en un hombre ni en un chico, ni siquiera ese mismo verano en la playa o la piscina, para mí no habían existido hasta ese momento, pese a que algunas de mis amigas ya bromeaban y se reían con comentarios sobre deportistas, cantantes o profes y si estaban buenos o no; a mí era un tema que no me interesaba lo más mínimo. En la piscina me fijaba más en los bikinis, si eran bonitos, si estaban de moda, si aquella llevaba un tanga muy pequeño, si aquella mujer llevaba bañador antiguo, pero no sentía ninguna curiosidad por los chicos y mucho menos por los hombres.
Pero de pronto algo me hizo fijarme en aquellas piernas, enormes, fuertes, llenas de pelos, feas, con tantos pelos se veían oscuras y solo resaltaban los huesos de las rodillas, luego durante la cena me fue explicando que practicaba mucho tenis y fútbol, cosa que le mantenía en forma pese a los 51 años que tenía y que no aparentaba. Creo que fue la primera vez en mi vida que tenía constancia del cuerpo de un hombre, un hombre sentado a mi lado, mayor, pero en cierta forma elegante, alto, fuerte, simpático y con unas piernas grandes y peludas. Piernas que me parecían feas pero que me gustaba mirar… Y eso me sorprendió.
Pasada mi sorpresa inicial, intenté disimular y que no notase que le miraba las piernas, volví a mirar por la ventanilla, vi como el sol iba dorando los pequeños pueblos que se veían abajo y luego miré a Pablo, que me miraba sonriendo y le dije sí que estamos altos, a lo que me contestó que ya estábamos a nivel de vuelo y me avisó de que ya iban a traer la cena.
El vuelo de 12 horas era nocturno, por lo que después de cenar y antes de que apagaran las luces, fuimos los dos al pequeño baño del avión y seguí explorando las opciones de la pantalla de entretenimiento, las películas, series o dibujos que había, pensando cual me apetecía más ver.
Al rato apagaron todas las luces y el avión quedó en una penumbra que rozaba la oscuridad total, solo rota por algunos pasajeros que tenían encendida la luz de lectura y por el brillo fosforescente de algunas pantallas de entretenimiento que estaban encendidas. Yo crucé algunas palabras con Pablo y supe que estaba divorciado, que tenía una hija de 23 años, que vivía en Madrid y tenía un apartamento en Alicante y sobre todo me di cuenta de lo simpático que era, charlando y mostrando interés en mis estudios, mis aficiones y otros temas que podrían ser menores para un ejecutivo como él, pero sobre los que mostraba interés de forma agradable. No pude evitar volver a pensar lo guay que sería tener un padre como él, esa figura de la que yo carecía, y me ilusionaba la idea de tener todo mi padre para mí, al menos durante un mes.
Seguimos charlando y me contó el primer viaje de su hija a Miami, a Disneyworld cuando tenía mi edad y como yo le recordaba aquel viaje, luego siguió explicándome pequeños trucos para hacer más confortable un viaje tan largo, como mover las piernas, quedarse descalza o salir al pasillo y dar un pequeño paseo cada 2 o 3 horas. Finalmente, la conversación fue apagándose y me dijo que iba a intentar descansar que iba a dar un último paseo antes de dormir; mientras Pablo no estaba aproveché para quitarme las zapatillas y el chándal, quedándome con un pantaloncito de tenis y una camiseta; cuando Pablo volvió yo ya estaba descalza, tapada con la mantita roja de Iberia y lista para seguir con las películas, ya que la emoción del viaje me mantenía completamente despierta.
En algún momento debí quedarme dormida, en la pantalla estaba el mapa del vuelo, la película había acabado, y yo estaba reclinada sobre el hombro de mi vecino, con mi mano izquierda en su pierna y mi pie sobre los suyos. Mi primera idea fue separarme rápidamente, pero al mismo tiempo tuve una sensación agradable, por un lado, con la cara sobre su brazo notaba un suave aroma que me recordaba vagamente a mi padre, cuando aún vivía con nosotras, por otro, mi mano en su pierna notaba toda la fuerza de su musculatura y también era una sensación agradable, reconfortante, totalmente nueva para mí.
Pablo debió notar que me había despertado por algún movimiento mío bajo las mantitas y de repente me habló:
-Estás dormida?
Su voz me sorprendió e instintivamente me separe un poco, quitando mi mano de su pierna y separando mi cara de su brazo; el notó mi movimiento algo brusco y rápidamente intentó calmarme, explicarme que no pasaba nada, que un viaje tan largo era incomodo, que dejara mi cabeza en su brazo que a él no le molestaba, al mismo tiempo que acariciaba mi cabeza diciéndome que era muy valiente haciendo sola un viaje tan largo. Suavemente, sin ninguna presión su mano fue acompañando mi cabeza hasta que volvió a quedar recostada en su brazo.
El cansancio tras tantas emociones, y la tranquilidad que me transmitía Pablo hizo que me volviera a dormir, echada sobre él y agarrada a su brazo; él también dormía, su cabeza sobre la mía echado sobre mí, una de sus manos sobre mi cuello, mi cabeza y la otra en mi pierna, sobre el muslo. Me pareció raro todo, pero al mismo tiempo me sentía súper cómoda, a gusto, descansando con una sensación muy agradable que me relajaba de la tensión de las últimas horas.
Al rato oí la voz de Pablo como en un susurro,
-No puedes dormir no?
-No, estoy como nerviosa pensando en ver a mi padre y en todo lo que haremos este mes.
-Me recuerdas mucho al viaje con mi hija y como se lo pasó, ya veras, será un recuerdo maravilloso que no olvidarás nunca.
Mientras me contaba cosas de aquel viaje cuando su hija tenía mi edad, noté como su mano se movía suavemente en mi muslo, apenas llegaba a una caricia, pero me hizo sentir una especie de agradables sensaciones, que asocié al recuerdo de mi padre y a aquella felicidad infantil cuando estando cerca de él, parecía que no podía pasarme nada.
Sin saber bien porqué yo también moví mi mano en su pierna, notando perfectamente sus músculos, su fuerza y la gran cantidad de pelos que tenía y otra vez volvió a parecerme muy agradable.
-Anda que no habrás hecho deporte y gimnasia para tener las piernas tan fuertes. – Le dije.
-Sí – me contestó – en los años de la universidad jugué también a rugby, que eso sí que pone fuerte.
Yo dejé de mover mi mano, pero no la quité, me gustaba aquella proximidad con Pablo y me producía sensaciones nuevas que no acababa de entender.
-Tú también tienes buenas piernas – me dijo mientras ahora sí acariciaba mi muslo mucho más claramente – y si sigues practicando tenis tendrás unas piernas preciosas.
Su halago provocó que sintiera vergüenza, pero al mismo tiempo me gustó, era la primera vez que alguien me hacía un comentario así, distinto de los típicos que alta está la niña, o como crece la pequeña, que solían hacer familiares y amigos de la familia después de saludarnos a mamá y a mí.
Pablo me había hecho casi un piropo de mujer, diciendo lo bonitas que eran mis piernas y lo preciosas que serían cuando fuese más mayor. Pese a sentirme cortada, me gustó… Que pasada que un hombre se hubiese fijado en mis piernas! Y ayudada por la oscuridad y la intimidad del momento le respondí:
-Tú sí que tienes unas piernotas, que pasada que fuertes son.
-Te gustan? – me preguntó, mientras colocaba su otra mano sobre la mía y me hacía acariciar su largo muslo.
-Sí – le contesté – es súper larga y llena de pelos jejejeje, como eran las de mi padre.
-Sí, se nota que venimos del mono, jeje, en cambio las mujeres debéis venir de los ángeles, porque vaya piel suave que tienes tú.
Me reí mientras sentía su enorme mano moverse por mi muslo, como para mostrarme que le gustaba la suavidad de mis piernas.
La sensación era agradable, pero enseguida pensé que no debía dejar que un señor que no conocía me tocara la pierna de aquella manera, y mucho menos tener mi mano en su pierna. Pero quizás por la oscuridad del avión, por el anonimato de un vuelo donde nadie me conocía, por sentirme mayor haciendo aquel viaje sola, o simplemente porque me parecía agradable, no hice nada.
Al contrario, moví mi mano en su pierna y cuando él tensó la musculatura apreté el músculo que se endurecía y que se notaba mucho más. Pablo lo notó y sonriéndome me dijo:
-Estoy fuerte eh? Aunque sea mayor aún se nota el deporte que hice.
-Sí, mucho, es una pasada los músculos que se forman.
-Te gusta?
Ahí dudé, como iba a decirle a un hombre que apenas conocía que me gustaban sus piernas y que me gustaba tocarlas? No podía, la verdad es que ni siquiera debería tener mi mano en su pierna, estaba mal, lo sabía, debía de quitarla y separarme, no tenía ni una duda. Pero no lo hice, supongo que le pudo el corazón a la cabeza, lo bien que me sentía a lo que debería hacer, y simplemente dije:
-Sí.
-Te fijas más en los deportistas o en los cantantes?
-En los deportistas, tenistas. – Le contesté sorprendida de mi misma, por reconocer que me gustaban los tenistas.
-Eso está bien, has tenido ya algún noviete o amigo especial?
-No! – Contesté rápida, más sorprendida aún por su pregunta.
-Seguro que el próximo curso cambia la cosa, eres una chica preciosa y aunque los niños de tu edad son muy críos, el año que viene empezarán a fijarse en ti – me dijo acariciando más mi pierna.
Otra vez estuve a punto de separarme, de quitar mi mano de su pierna, de apartarle la suya, pero algo no me dejaba hacerlo; me había dicho que era una chica, sí una chica, no una niña, preciosa y me sentía halagada, orgullosa; pero además su mano, me encantaba sentirla, notar su suave caricia, su piel áspera, su pierna, y no hice nada, al contrario, me recosté un poco más sobre él y moví mi mano en su pierna.
-Estás a gustó? – Me preguntó.
-Sí, ya ni me acuerdo de que viajó sola, es como si te conociera.
-Me alegro, ya verás como cuando vuelvas a España no queda nada de esa casi niña que se subía asustada a este avión.
-Por qué?
-Pues porque te haces mayor, creces, ya estás a gusto y cómoda sin tener a mamá al lado y hasta te sientes bien charlando y sintiendo cerca de ti a un hombre.
-Ugg – Hice un ruido con la garganta ya que no sabía que decir.
-Tengo razón no?
-Sí – Contesté sin saber que más decir.
Noté como si su mano se volviera más atrevida, más lanzada como decíamos en el “insti”, y sus dedos más largos se metían debajo de la pernera de mi short. Tenía que parar esa mano, no podía ser, miles de veces me habían dicho que nadie podía tocarme así, miles; pero otra vez no lo hice, apreté su pierna y pensé que nunca había sentido una cosa así por mi cuerpo.
-Todo es muy nuevo no? – Me preguntó.
-Sí.
-Y te gusta?
-No lo se.
-Sí lo sabes – me dijo con una voz súper suave mientras sus dedos casi rozaban mis braguitas.
-… – no contesté, no sabía que decir, todo era extraño.
-No digas nada, solo aprieta mi pierna si estas a gusto…
Sin saber por qué ni como, mi mano apretó su muslo y aquello fue como si fuera la señal para que su mano se volviera aún más atrevida. No quite mi mano, seguía tocando su muslo, me gustaba sentir su vello, su piel y él debió captar la señal, me lo había pedido: si estás a gusto aprieta mi pierna… Y era lo que yo había hecho. Me imagino que no necesitaba más, su mano se introdujo más en la pernera de mi short y llegó hasta mis braguitas, casi hasta mi sexo.
Me tensé, puse rígidas las piernas y apreté con fuerza su pierna con mi mano, Pablo lo notó y retiró ligeramente su mano mientras me hablaba muy bajito, cerca de mi oído.
-Estás asustada? – Me preguntó tras calmarme durante unos minutos.
-Un poco.
-Pero estas a gusto?
-Creo que sí – contesté sin saber muy bien que decir.
-Relájate – me dijo – te haces mayor, ya no eres una niña, mamá está allí en España, papá te recogerá mañana en el aeropuerto, y tu estas aquí, muy muy muy arriba, haciéndote mayor, sintiéndote mayor, sintiendo cosas nuevas, pensando cosas que nunca habías pensado, no?
-Sí – dije con apenas un hilo de voz.
-Qué piensas de estar sintiendo así la piernas de un hombre?
-Qué es muy fuerte, caliente… – no sabía que más decir.
-Agradable? Te gusta?
-Sí, es raro, pero sí.
-Mueve tu mano, ves hasta la rodilla, muévela allí, sube luego al muslo, hazlo varias veces verás como te gusta.
Sin saber porque hice lo que me decía, quizás simplemente porque me gustaba; llegue hasta la rodilla, sentía allí los huesos, los pelos, los músculos, subí hasta el muslo; tenía razón, era muy agradable, me hacía sentirme mayor, como si fuera yo misma, me acordé un momento en mi madre y pensé si me viera ahora vería que no soy tan cría como dice. En eso volví a escuchar su voz que me decía:
-Súbela un poco más…
-Más?
-Sí, toca la tela del short, no pares tan abajo
-Así? – pregunté mientras mi mano estaba casi por completo sobre su pantalón corto blanco.
-Sí, vuelve a la rodilla y hazlo otra vez, es muy agradable, te gusta?
No le contesté, pero estaba claro que sí me gustaba, hasta me había olvidado que su mano seguía rozando el borde de mis braguitas. Cuando volví a subir mi mano, acariciando su muslo, escuché como me decía que siguiera, que no me parara. Yo pensé pero que dice? Que está diciendo? Si sigo más llegare hasta sus partes, no puede ser… Debo parar, tocar el short y volver a la rodilla, no puede ser…
Pero su voz cálida, la oscuridad de la cabina, las mantitas rojas sobre nuestras piernas, la flojedad que notaba, todo me hacía sentir que era un momento especial, que era una cosa nueva, que realmente me estaba haciendo mayor y de repente me gustaba sentir el calor de un hombre a mi lado. Sabía que debía parar, que no debía seguir más arriba…
… Pero seguí, sentí el borde del pantalón corto, sentí las arrugas de la tela, noté el momento que la pierna acababa, estuve a punto de volver hacía la rodilla, pero mi curiosidad pudo más y seguí.
Fue cuando lo noté, allí dentro del pantaloncito de tenis había algo, estaba hinchado, notaba perfectamente el bulto y moví rápidamente la mano, volví a llevarla al muslo, a dejarla sobre su piel, sus pelos, a sentir su calor.
Respiré dos veces y me di cuenta de que su mano ya tocaba totalmente la tela de mis braguitas, que se movía, que avanzaba; cuando se posó sobre mi pequeña vagina, mi “morrito” como lo llamaba mamá, noté escalofríos, como un temblor que empezaba en mi sexo y subía por mi espalda hasta los dientes y sin saber que hacer eché la cabeza para atrás.
Pablo no necesitaba nada más, rápidamente movió sus dedos a lo largo de mi sexo, separando ligeramente los labios y moviendo un dedo arriba y abajo. Yo solté su pierna y me agarré con las dos manos a su brazo, pero no hice nada por retirarlo, quizás solo quise evitar que avanzara más.
Qué estaba sintiendo? Como podía el roce de aquellos dedos ser tan agradable? Todo el cuerpo se me lleno de una especie de cosquillas, cosquillas nuevas, intensas, especiales, como si fueran chispas que salían de mi coñito y se extendían por todo mi cuerpo. Cuando dejé que mi cuerpo se relajara más, la fuerza de mis manos en su brazo se aflojó y Pablo lo tomó como una señal. Moviendo los dedos los introdujo por el lateral de mis braguitas y tocó directamente la piel de mi sexo.
Su dedo volvió a buscar la abertura entre mis labios y a bajar, buscando el pequeño agujero. A mí se me escapó un gemido y oí como Pablo decía:
-Dios! Estas empapada…
-Que pasa? – pregunté entre sorprendida y asustada.
-Que estas muy mojadita cielo, que tu cuerpo reacciona como una mujer.
-Es malo?
-Nooooo, para nada, es maravilloso, te haces mayor y tu cuerpo reacciona a la excitación que le produce un hombre.
-Noto como si tuviera sudor ahí.
-No es sudor cielo, son tus fluidos, tu cuerpo te prepara para el amor – intentaba explicarme mientras su dedo no paraba de acariciarme.
-Te imaginas que mamá te viera ahora? – me preguntó con tono burlón.
-Je je je, tonto – le contesté riendo bajito.
Tras soltar su brazo mi mano había vuelto a su muslo y le acariciaba su piel, ahora sentía mucho más su calor, su vello, su carne; y mientras sus dedos acariciándome no dejaban de excitarme más y más, volví a mover mi mano, primero hasta la rodilla, para luego subirla lentamente y sin pararme en el borde de su short volver a ponerla sobre su bulto. Por un momento dudé, aquello no podía ser, me parecía enorme, duro, largo, nada que ver con los críos que había visto desnudos en la playa.
Viendo que él no me decía nada dejé mi mano sobre su pene, lo apreté un poco para comprobar su tamaño, era enorme, y sí, era aquello, su cola, la famosa colita de los niños, solo que no era una colita sino una cosa enorme, más ancha que el mango de mi raqueta, era como una lata de Red Bull! Eso era, tan grueso como las latas de esa bebida isotónica que tomaba tras el entreno.
Me quedaba por saber como era de largo, ya que parecía que seguía más allá de mi mano; moviéndola despacito fuí comprobando como aquello parecía que no se acababa nunca, hasta que toqué algo mucho más ancho, más blando, una especie de paquete donde acababa aquella forma alargada como de plátano, pero un plátano de esos bien grandes.
De pronto su voz me sobresaltó:
-Has visto a algún chico?
-No, no
-Nunca? Ni a papá?
-Papá vive en Los Ángeles
-Te gustaría verlo?
-Tu… tu? – tartamudeé
-Sí, eso… – me contestó Pablo suavemente
No dije nada, pero tampoco saque mi mano de su pene, lo que Pablo debió tomar como un sí por mi parte, y muy despacito, como para darme tiempo a decir que no, fue moviendo la mantita roja hacia sus rodillas.
Al poco empecé a verlo, era tremendo, enorme, más incluso de lo que había pensado al tocarlo con la mano; era muy oscuro, ancho y largo y la punta era algo que me fascinó, una especie de “casco” de soldado, de color rosa muy intenso y que parecía brillar en la penumbra del avión.
Sus dedos volvieron a acariciar mi coñito y me provocaron como chispazos de excitación, de deseo, me hicieron sentirme mayor, sentirme una mujer, pensé: que diría mama si me viera, y sin pensar mucho más, empujada por mi excitación abrí los ojos y volví a mirar aquella polla (así la llamaban los mayores) y vi también los testículos, los huevos, los famosos cojones que nombraban a veces los hombres cuando discutían; eran también enormes, oscuros, llenos de pelos, arrugas y me parecieron lo más feo de todo lo que veía y descubría. Así y todo la curiosidad pudo más y alargando algo mi mano los toqué, vaya sorpresa me di, nada que ver con la dureza de la polla, eran blandos, suaves, me parecieron muy “raros”, sobre todo cuando noté aquellas dos bolas, entre la piel suave, dos bolas que se movían y que parecían querer escapar de mi mano.
Al poco yo misma me asusté, que estaba haciendo? Tocaba a un señor!!! Y sorprendida de mi audacia y algo asustada retiré la mano. Pablo dio un pequeño respingo sorprendido de mi brusco gesto, pero no quitó su mano de mi coñito, al contrario, su dedo índice separó mis labios y ayudado por lo mojada que estaba introdujo un poco su dedo, lo que me provocó un escalofrio de placer y un profundo gemido se escapó de mi garganta.
Pablo notó lo excitada que estaba y mientras jugaba más con su dedo tomó mi mano y volvió a meterla bajo la mantita, mientras me decía:
-Cojelá! Juega con ella, estas super mojada y te gustará cojerla.
Sin decir nada me agarré otra vez a aquel enorme pene, lo noté mojado, pegajoso y me encantó sentir aquel calor, aquella fuerza. Dejé mi mano alrededor del largo y ancho pene, hasta que Pablo rodeó mi mano con la suya y muy suave empezó a moverla arriba y abajo; me quedé sorprendida, la piel se movía, bajaba y subía con mi mano…
Pablo volvió a bajar la mantita roja y yo volvía a mirar aquel “monstruo” que mi mano frotaba, vi como se movía la piel, como casi tapaba el brillante “casco” cuando la subía y como lo dejaba totalmente visible cuando la bajaba. Estaba fascinada y totalmente cautivada por la primera paja que hacía en mi vida, cuando de pronto sus dedos empezaron a acariciar mi sexo más rápido, más suave, más adentro y noté como algo dentro de mí hacía subir mi tensión, empecé casi a temblar y escuché a Pablo decirme:
-Relajate, simplemente disfruta…
Empecé a sentir cosas que no podía imaginar, como si de cada rincón de mi cuerpo brotaran chispas, que aumentaban a medida que Pablo frotaba y rozaba aquel pequeño botón de carne, las “chispas” recorrían todo mi cuerpo, mi piel y iban a concentrarse en mi cosita, mi coñito como le llamaban las mayores; cada vez eran más fuertes y ya no podía ni mover mi mano, ni seguir frotando la polla de Pablo.
Abrí las piernas tanto como pude, estiré mi espalda y eché la cabeza para atrás, no sabía lo que me pasaba, pero intuía que aquello iba a terminar, el gusto era cada vez más fuerte, apreté aun más la polla de Pablo, aunque ya no tenía fuerzas para frotarla, solo la apretaba fuerte como si me agarrase a una barandilla frente a un acantilado.
Y de pronto ocurrió! Fue como una explosión, como si una corriente eléctrica recorriera todo mi cuerpo, como si chispas de electricidad, de gusto nacieran en todos mis poros y coincidieran en mi coñito. Estuve a punto de gritar, pero supe que no debía, que no podía, así que me mordí el labio, eché la cabeza atrás y tuve un tremendo orgasmo, increíble, intenso, largo, riquísimo… y todo ello a miles de metros de altura sobre el océano.
Pablo me susurraba palabras preciosas que apenas entendía, yo seguía agarrada a su enorme polla y apenas me recuperaba de lo más intenso del orgasmo me pareció que su pene aun se ponía más grande, más duro, que vibraba; abrí los ojos y lo miré, para ver si eran imaginaciones mías y entonces, de repente lo vi.
El pene estaba aún más grande, claramente, el glande, “el casco” como yo lo llamaba estaba muy hinchado, parecía más rojo, casi morado y sin esperarlo noté como el pene palpitaba, vibraba muy fuerte y un chorro de un líquido blanco salió disparado, ante mi sorpresa luego salió otro y otro, hasta que al final salían suaves que caían sobre mi mano, que quedó empapada en ese líquido blanco, espeso y caliente que tenía un olor muy raro.
Me quedé paralizada, sin fuerzas ni para soltar el pene de Pablo, así que noté como se iba aflojando como se hacía pequeño en mi mano y entonces lo solté y miré a Pablo, que me miraba con una cara super rara.
-Debes de estar alucinada no?
-Sí, que ha pasado?
-Que has tenido tu primer orgasmo y has hecho correrse a un hombre, ha sido muy especial.
-Ha sido tu orgasmo?
-Sí, lo has provocado tu, ya eres toda una mujercita, viajas sola en avión y has tenido tu primera experiencia sexual.
Poco a poco me fue explicando, me pidió perdón si me había molestado y me dijo que iba a ser un mes lleno de alegrías.
Nos quedamos dormidos, yo acurrucada a Pablo y agarrada a su brazo y el acariciándome una pierna. Al llegar y prepararnos para bajar del avión, Pablo me dio una tarjeta suya, por si necesitaba algo tanto en California como después en Madrid. Después ya bajé con la azafata que me llevó hasta donde me esperaba mi padre, al que abracé con una alegría tremenda.
Mi padre me llenó la cara de besos mientras repetía “cuanto has crecido, cuanto has cambiado, donde está la niña que dejé en España?”.
Yo pensaba en Pablo, en lo ocurrido durante la noche, en que lo que quedaba de aquella niña había quedado en ese avión. En eso vi pasar a Pablo andando con su maleta mientras abrazaba a mi padre, me lanzó un beso con la mano y yo me despedí con gestos, mientras pensaba: le volveré a ver algún día?
Pero esa es otra historia…
Ana
Es un placer leer un relato tan bien escrito. Gracias por no maltratar nuestra lengua. Será un placer seguir leyéndote.
Excelente relato muy erótico, me encantó y espero la continuación pronto
ESPECTACULAR, enhorabuena
Que delicia leerte y el gran morbo generado ufff