Y DECÍAN QUE ERA GAY….
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
En un principio yo hice caso omiso a esas habladurías, pero lo cierto es que estas iban en aumento y esto empezó a preocuparme. Si un día salíamos de copas después de nuestros trabajos, decían que éramos una parejita perfecta. Si en otra ocasión nos íbamos de cena a un buen restaurante, siempre había alguien que nos veía, entre otras cosas porque yo no me escondía, ya que nada había que ocultar.
Era 4 años mayor que yo, lo que aún daba más morbo a algunas mentes calenturientas que veían en ese detalle insignificante de la diferencia de edad un propósito manifiesto por su parte de tener e bajo su dominación.
Pero he aquí que una de esas noches de viernes que salíamos de un buen restaurante -precisamente esa noche había invitado yo- y que nos dirigíamos a un afamado local de copas de la calle Betis (junto al Guadalquivir), mi amigo (a quien llamaremos Enrique) vio que venía hacia nosotros una chica inmensamente bella: alta, con un melena rubia que caía en cascada sobre sus hombros, con un traje pantalón en tonos rosa muy pálido, y sobre todo, muy ceñido a su cuerpo, lo que permitía valorar la excelencia de su busto y las maravillosas piernas que pugnaban con la tela del pantalón desafiando la ley de impenetrabilidad de los cuerpos, ya que parecía imposible que unas piernas de esas proporciones hubieran podido adentrarse en una tela tan ajustada.
Si nos referimos a su rostro, era un ovalo perfecto en el que llamaban la atención dos ojos tan azules que parecían tener vida propia como las aguas del océano. Sus largas y rizadas pestañas, sus pómulos tan perfectos, las aletas de su breve naricilla reflejando el palpito de su corazón en presencia de Enrique… Y esa boca perfecta, de labios un pico gorditos, entre los que asomaba una dentadura blanquísima y que proporcionaba una gran alegría de vivir cuando con frecuencia, estallaba la carcajada durante la conversación.
Enrique me presentó entonces a Alicia, que como es fácil intuir, je había producido una impresión excelente cuando aún sólo la había contemplado. Luego, cuando compartíamos la primera copa en un pub de moda, comprobé que con ser mucha la seducción que ejercía por su aspecto, lo era aún mayor con su conversación amable que brotaba de una voz afable, cariñosa y de un precioso timbre de voz.
Alicia había estado una larga temporada en Canarias, su tierra natal, realizando sus prácticas como doctora en un hospital de las islas. Enrique y yo llevábamos más de tres años en la misma empresa de Sevilla, concretamente, de suministros farmacéuticos. Ambos éramos licenciados en Farmacia, y el fue quien me acogió con alivio cuando fui contratado, pues previamente se veía desbordado por el trabajo existente, por lo que floto entre los dos una corriente de muda simpatía, ya que mientras que el para mi fue mi ángel de la guarda que me tutela en mis primeros meses en la empresa, yo vine a suavizar su pesada carga de trabajo.
Me hubiese gustado ver a todos esos que propalaban habladurías acerca de la opción sexual de Enrique cuando ambos se entregaron a sus efluvios amorosos tras ese inesperado reencuentro. Ella era una chica ideal en todos los aspectos, como ya he dicho, y no me extenderé más en las excelencias de su busto, tan proporcionado como espectacular, ni sobre ese majestuoso culo que sometió a su visión al llegar al pub y desprenderse de la chaqueta de su traje-pantalón. ¡Dios, que maravilla de mujer!
Naturalmente que ante la situación sobrevenida, y después de algún rato de compartir conversación con ambos por pura cortesía, les indique que era el momento de irme para casa, tras recomendarles que disfrutarán de la noche, que era larga para el amor. Cogí un taxi y le indique mi domicilio, y durante el trayecto me hacia cábalas sobre las habladurías y las malas lenguas de muchas personas, que habían juzgado la soltería de Enrique como una muestra de homosexualidad, y que ahora quedaba desmentida cuando compartía noche -y a buen seguro que finde completo- con la mejor tía que en esos momentos habría en Sevilla.
Sábado y domingo recurrí a otros grupos de amigos para salir a tomar cañas y aperitivos, sin desear interferir para nada lo que estarían disfrutando mi amigo Enrique y su enamorada Alicia. Al llegar nuestro reencuentro al lunes siguiente, Enrique estaba exultante, proclamaba su plena felicidad, y dejaba bien a las claras que Alicia era la mujer de su vida, a la que había permanecido absolutamente fiel mientras ejercía como doctora interna en un hospital de Canarias.
Ese mismo mediodía, Alicia fue a la empresa a recoger a Enrique, pero antes quiso hablar conmigo. Con esas palabras dulce y ese tono embriagador de las chicas Canarias, me pidió cien veces disculpas por haberme dejado abandonado a mi suerte tanto ella como Enrique el viernes anterior. Costo trabajo convencerla de que no se le podía hacer ningún reproche, pues un reencuentro tras largas temporadas de alejamiento requerían eso, intimidad, conversación privada… y lo que surgiera. Alicia, con las mejillas arreboladas, me confeso que en efecto, había sido un fin de semana ideal, y que Enrique le había hablado mucho de mi, de como compartíamos el trabajo y de que yo era bastante buena gente. Nuestra conversación se vio sellada con los dos besos que ella estampo en mi cara como signo de amistad y de confianza hacia mi.
Como es lógico, comenzó una situación nueva para mi, ya que Enrique y Alicia pasaban las horas libres juntos, como cualquier pareja de enamorados. Se avecinan los días navideños, en los que nuestra empresa nos daba jornadas libres entre los días 24 y 2 de enero, y yo aproveche para irme a Punta Umbria, una preciosa localidad de la costa de Huelva en la que mis padres poseían un unifamiliar junto a la playa. Se daba la circunstancia de que Enrique también compró en su momento una de estas viviendas como segunda residencia, pero que en realidad no utilizaba casi nunca, pues apenas se desplazaba allí más de una decena de veces al año. En tales circunstancias, y una vez que habías cogido confianza en la empresa, me dio una copia de las llaves de dicha vivienda, con el ruego de que cuando yo fuese a Punta Umbria bien sólo, bien con mi familia, le echase un vistazo a su casa, a ver si todo estaba en orden.
Tras pasar los días de Nochebuena y Navidad en familia, el día 26 me fui para Punta Umbría con la sensación de que Enrique y Alicia habían consolidado su vida en pareja y que yo tendría que recuperar viejas amistades de la Facultad y de mi Barrio.
Al segundo día de estar en la casa de la playa, me dispuse a cumplir la rutina de echar un vistazo a la casa de Enrique. Cogí el manojo de llaves y en un paseo por la playa en una tarde de sol invernal, llegue a la vivienda de mi amigo y compañero. ¡Vaya, primera incidencia! El cierre de seguridad que siempre tenía la cancela de entrada había sido robado, o partido o quien sabe que, lo cierto es que allí no estaba. Por sí fuera poco, el cerrojo de dicha cancela también estaba fuera de su sitio, abierto. Extrañado, penetre en la casa, pero todo parecía intacto: el jardín no tenía el césped horadado, las ventanas permanecían todas cerradas… Todo podía haber sido una falsa alarma.
Introduje la llave en la cerradura del portón, gire la misma y pase al interior de la vivienda. Una vez allí, de inmediato percibí como desde la planta alta bajaban sonidos perfectamente reconocibles, aunque mitigados por las puertas cerradas. Lo vi claro. Enrique se ha venido con Alicia a Punta y el muy mamón no me ha avisado, por lo que yo me podía haber visto en el apuro de sorprenderlos en pleno festival. Me disponía a volver sobre mis pasos y regresar a mi vivienda cuando por la penumbra que originaban las cerradas ventanas tuve la maldita mala suerte de tropezar con una de las sillas del salón, que cayó al suelo con considerable estruendo. Ello motivo que cesasen de inmediato los gemidos, los gritos de placer y los casi aullidos que ambos se estaban provocando en lo que sería un polvo de los que hacen época. Y a renglón seguido la voz de Enrique que por entre la entreabierta puerta de un dormitorio grita como un trueno: "¿Quien anda ahí? " a lo que conteste que era yo, que estaba haciendo la visita rutinaria que el me tenía encargada.
Yo estaba totalmente cortado, no sólo,por mi situación tan extraña, sino también porque evidentemente le había cortado el punto a Enrique y Alicia. Cuando el bajo las escaleras para tratar de explicarme algo, vi que del dormitorio, cubierta con una bata, asomaba la figura… De Mercedes !!! La tía más despampanante de toda Punta Umbria, una morenaza de rompe y rasga y a la que Enrique se estaba follando a tutiplén cuando yo llegue.
La situación no podía ser más embarazosa para todos. Sobre todo para mi. Así que pedí disculpas por la interrupción, me despedí y quede con Enrique en que ya nos veríamos al volver a Sevilla.
Pero no. Al día siguiente muy tempranito ya estaba Enrique en mi casa tratando de explicarse. Resulta que un tío del que decían en Sevilla que era gay, tenía de querida a la morena más extraordinaria de apunta Umbria, y que además, había retomado en Sevilla un antiguo idilio con Alicia, una guapísima canaria que según mi modo de entender la belleza y las cualidades femeninas, valía su peso en oro. Enrique me suplicó que no le mencionase nada de lo visto y oído a Alicia, a lo que yo alegue que estuviese tranquilo, que el si lo deseaba llevase una doble vida, pero,que yo no iba a llevar y a traer chismes de un lado a otro.
No se en que fecha concreta volvió Enrique a Sevilla. Yo llegue justo el 2 de enero, directamente a mi trabajo desde la costa de Huelva. Me molestaba que Enrique no hubiera sido leal a nuestra amistad y no me hubiese informado de su ligue con Mercedes, la morenaza. Pero eso lo dejaba en el olvido, como tantas cosas que suceden entre las personas a las que crees verdaderos amigos. Yo puse en el trabajo la mejor cara del mundo, como si nada hubiera pasado, y fuera del trabajo, seguí viendo lis progresos en la relación de Enrique y Alicia. La chica canaria protestaba vivamente cuando yo ponía algún pretexto para no acompañarle a tomar la cervecita, o a salir al campo algún día festivo. Pero mi silencio cómplice en presencia de Alicia era algo que no entraba en mi esquema de la amistad.
Un buen día, un mes después de lo descrito, acudió Alicia a mi casa. El sofoco y el enojo la hacían aparecer más bella, con las mejillas totalmente rojos y los ojos anegados en lágrimas. Al verme, me abrazo desesperadamente y su llanto pausado se convirtió en algo que desgarraba el alma. Había ocurrido que la tal Mercedes, ignorando como había logrado averiguar todo sobre ella, se había presentado en la casa de Alicia y que la muy fresca le había contado con todo detalle que Enrique llevaba casi tres años follando con ella, y que todas las semanas la visitaba una o dos veces, la última dos días antes de esta conversación entre mujeres. Fueron tantos y tan explícitos los detalles ofrecidos, que a Alicia no le cupo duda de la verdad, y así fue como acudió a refugiarse en mi como a tabla de salvación.
Por supuesto que término su relación con Enrique, que vio de este modo frustrada su propósito de disfrutar de dos coños para el. ¡Y decían que era marica! Pero a Alicia se le abrieron definitivamente los ojos, y su amistad conmigo se hizo más estrecha.
Paso un año. Yo me vi en la tesitura de confesarle a Alicia que había pillado infraganti a Enrique y a Mercedes, pero que mi sentido de la lealtad hacia Enrique me había impedido contárselo en su momento, aunque desde ese momento deje de darle mi confianza. "Claro, así estabas de raro con nosotros", comentaba Alicia. Y cuando yo pensaba que ella se iba a enojar con mi confesión, me sorprendió diciéndome que desde ese día me valoraba más aún, pues había actuado con lealtad a mi amigo y compañero, y que por encima de todo, había desaprobado su conducta distanciando me de el.
Hoy, Alicia y yo somos pareja. La preciosa canaria que había realizado su MIR en su tierra natal ya había conseguido plaza como anestesista en un hospital de Sevilla. Enrique, un tanto abochornado, se había trasladado a la sede central de nuestra Empresa en Madrid, y ya ninguna sombra se proyecta sobre Alicia y sobre mi.
Cuando compartimos nuestra intimidad, cuando hacemos el amor, cuando admiró su desnudez de mujer perfecta, comprendo cuán afortunado soy. La mujer más bella, más atractiva, la más dulce, la más linda de España es mi mujer.
¡Ah! Y la que mejor me folla, pues cuando descarga sobre mi el torrente de su pasión, es capaz de llevarme al cielo en esos orgasmos interminables que ella vive en toda su intensidad y multiplicidad, y que a mi me dejan exhausto pero completamente feliz.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!