Ya me decidí a darme gusto
Di el paso que me faltaba para que mi marido fuera un cornudo..
Durante ocho años fui lectora pasiva (no pocas veces sí me activaba con la mano) y, poco a poco me gustaron más los relatos de infidelidad. Principalmente los que no requerían de mayor justificación que las ganas de hacer el amor con alguien distinto al de todos los días; también aquellos donde la calentura se volvía urgencia y estallaba en una seducción calculada que llevaba irremediablemente al coito. Por tanto, decidí aprovechar el espacio de publicación para escribir unas fantasías.
No tuve más que dos novios, insípidos, antes de casarme con Miguel, quien me cubrió de mimos, me dio sexo muy satisfactorio del cual tenemos una hija, ya casada. Lamentablemente, en el segundo embarazo hubo serias complicaciones y perdí el producto, además, cerramos la fábrica. Yo temía que ya no tuviese tantos deseos de sexo como antes, pero no fue así y seguimos con el mismo brío.
La escritura de mis seis fantasías y los comentarios de algunos lectores, entre ellos los de mis autoras favoritas, incrementaron mi libido. También mi marido notó que me había vuelto más caliente y me daba el amor de las maneras en las que se lo pedía, nuestro inventario de posiciones se incrementó con los videos que veíamos para probar algo nuevo. Fantaseé con mi marido y conocimos más de nuestros deseos ocultos, y de los nuevos. A veces lo recibía vestida de puta, de sirvienta o de colegiala (colitas en el pelo incluidas) y, ni qué decir de los diálogos que teníamos cuando yo lo recibía en casa con alguno de los atuendos.
También me llevó a cenar vestida de hot wife, y sí, ¡fui muy observada! y dos que tres le pidieron permiso a Miguel para bailar conmigo; ¡qué franeleada me dieron! Ya se imaginarán lo que pasó en casa después de haber tomado un poco de más y mostrar algo a los comensales que me miraban con atención: ¡me cogió como si fuera una puta! “¿Crees que no me di cuenta que te pegabas para sentir el palote que traían?”, me decía sin dejar de moverse dentro de mí; él sólo me bajó los calzones y se sacó el pene en cuanto entramos a casa. “Sí, lo tenían como tú ahorita”, le contestaba. “¿También viste cómo se les resbalaban los ojos en mi escote? Yo quería su boca o su mano allí, ¡que su lascivia se hiciera tacto!”, remataba. Entonces, Miguel tomó el papel de alguno de los calentorros con quienes bailé:
–¿Le gustará a su marido que yo lo hiciera cornudo? –me decía Miguel cuando bailamos en casa, previo al acto sexual.
–No sé, pregúnteselo a él –respondía mientras yo me pegaba embarrándole mis tetas en el pecho.
–Por la cara que tiene al vernos bailar, ¡le encantaría! –me decía muy arrecho.
–¿Usted lo dejaría seguir viendo el resto de la acción? –inquiría.
–¡Claro, incluso que participara! –contestaba metiéndome la mano bajo la minifalda constatando que seguía mojadísima.
–Saque la mano de allí, pues él aún no ha dado el beneplácito… – la decía yo quitándole la mano.
–¿Y si no le pedimos permiso para coronarlo con la cornamenta? –me preguntaba, supongo que para semblantear la posibilidad de que yo me descosiera.
–No sé… –contesto sinceramente, pues en la realidad, no lo sé.
Ahí mismo, mi marido me quitó la pantaleta, me inclinó hacia el sofá y me penetró de perrito, abrazándome de las chiches, y comenzó a moverse. Miguel se vino tres veces en la sala, ¡sin sacarme la verga!
Al final, en la cama, ya desnudos, sólo dormimos por el cansancio, él con mi teta en su boca, como siempre…
Para cada una de mis caracterizaciones, había mucho diálogo y manoseo que nos calentaban y terminábamos cogiendo como si fuese la primera vez, siempre con mi vestimenta puesta. Aclaro esto, porque después de múltiples diálogos, donde él se calentaba tomando el papel de otros, me dejaba ver que le gustaría ser cornudo. Por ejemplo, cuando me vestí y maquillé como prostituta, suponiéndose un cliente, me preguntó si tenía esposo.
–Sí, y lo amo mucho –contesté
–¿Entonces es por dinero por lo que lo hace? –insistió
–No, tenemos lo suficiente, lo hago porque soy muy puta, me gusta conocer otras formas de amar y compartirlas con mi marido –respondía pensando en que esa posibilidad me calentaba mucho.
–¡Qué afortunado es su marido! No cualquiera tiene en casa una puta chichona –dijo, bajándome los tirantes de la blusa haciendo saltar mis tetas.
Me mamó dulcemente, me levantó la falda y me dio unas nalgadas, ordenándome “¡Encuérate ya, puta!, y hazlo al compás de la música”. Miguel se quitó la ropa, encendió el aparato de sonido eligiendo una pieza ad hoc y se sentó en el sillón para jalársela a gusto mientras veía mi show. Al terminar el baile se abalanzó hacia mí con el pito reluciente por el presemen y me tiró en la alfombra. “¡Qué puta tan hermosa!”, gritaba, al penetrarme de misionero, jalándome las chiches y lamiendo mis labios antes de besarme. Entonces me di cuenta que yo aún traía una parte importante de mi caracterización: ojeras azules, pestañas postizas, delineado de párpados como antifaz y labios de color rojo intenso, además de la pulsera de cadena de oro en el tobillo que me había comprado para la ocasión.
Pero no es de eso de lo que hoy quiero escribir, sino de por qué decidí añadirle a mi marido un adorno, sin que él me lo pidiera. Como ven, después de tantos diálogos que teníamos, él estaba ya “a punto de turrón” para usar una cornamenta con orgullo, y decidí que yo se la pondría, antes de que pasara más tiempo y el deseo se convirtiera en el “hubiera…”
Aunque sí obtuve un par de ofertas tentadoras en los comentarios de mis fantasías, con fotos incluidas por interpósita persona, pero les dejé claro que, si me decidía a resbalar hacia la infidelidad, el primero sería Mario. Y no se debía a una necedad, él había dejado claro ese deseo desde hace muchos años. Aunque sólo se concretaban a agasajarse con mis tetas, yo suponía que también quería lo que yo: un coito con una penetración que concluyera en eyaculación.
En la segunda ocasión que “sin querer” me dio un tallón de tetas al coincidir en el anaquel de los legajos, sí le prendí el brazo entre mis chiches y el filo de la charola del anaquel y las moví un poco. Mario volteó hacia los lados, para ver si alguien se había dado cuenta, cosa que yo, por caliente, ni me fijé. “¡Qué suavidad…!”, externó, mirando cómo se movían las tetas al estarlo presionando. Me hice hacia atrás, dejándolo libre y me retiré sonriéndole.
Más tarde, me acerqué a su escritorio llevando una memoria USB.
–Quiero ver las fotos de tu “gran colección” donde estoy, para darme una idea de lo que fantaseas sobre mí –dándole la USB.
–Con todo gusto, pero prométeme que, si hay oportunidad, me dejarás tomarte unas parecidas –dijo sonriendo y mirándome con un dejo de lujuria.
–Quiero verlas. De lo otro…, no sé por qué piensas que puede haber una oportunidad para tomarme ese tipo de fotos –contesté.
–Mañana te traeré las fotos que me pides y, espero que podamos ir a tomar un café –dijo tomando la memoria USB.
Al día siguiente, me regresó la memoria. Se encontraba una carpeta con mis iniciales dentro estaban casi 500 fotografías mías, la mayoría eran las que él me había tomado y otras extraídas de mis redes sociales, y las de mi marido y mi hija. Varias carpetas, etiquetadas como: “Mamadas” con subcarpetas “Tetas”, “Vagina” y “Verga”; “Otra”, con subcarpetas “Tetas”, “Pepa”, “Preñada” y “Vaca”; “Polvo” y una última titulada “Textos”, que eran algunas de las anteriores con fotos añadidas con desnudos de mi marido y de él con letreros de diálogos. Las estuve observando durante un buen tiempo, casi dos horas.
Eran 999 composiciones fotográficas diferentes y numeradas que, según las fechas, Mario llevaba más de 15 años elaborándolas. Todas estaban muy bien “photoshopeadas”. Las de los diálogos muy ingeniosas e incitantes, como yo diciéndole “A mamar, mi becerrito” y él contestándome “Sí mi vaquita chichona”. Otras incluían diálogos entre mi esposo y él mientras se turnaban para cogerme. Me quedé perpleja, y caliente, ¡claro! Mario estuvo mirando mis reacciones desde su escritorio, y yo volteaba a mirarlo con cara de asombro o intercambiando miradas de complicidad y aceptación.
Era obvio que no me llevaría esta USB a mi casa, ni la guardaría en la oficina, así que al final, le di “Del” a las carpetas de las composiciones y conservé las fotos normales que le sirvieron para extraer mi rostro y el de mi marido: ¡eran una buena colección que sí podía ver mi familia!
–Aquí ya terminamos las labores de este día, he entregado todo el trabajo concluido –me dijo hora y media antes de nuestra salida habitual–. ¿Vamos a tomar el café?
–Sí –dije al tomar mi bolso y me despedí de la secretaria.
En el estacionamiento, Mario me tomó de la cintura y sentí circular las hormonas por todo mi cuerpo, cosquilleo en el estómago, la humedad vaginal y no sé cuántas cosas más. No resistí la tentación de besarlo y volteé mi cara para hacerlo. En el beso, su mano acarició mi pecho y yo no pude más, así que le pregunté si de verdad quería que tomáramos un café o, mejor, nos tomáramos a nosotros. ¡Sí, yo le aventé el calzón!, así me había puesto su colección de fotos.
Mi colega de la oficina, Mario, y yo nos dimos un rico faje en el estacionamiento, incluso me sacó una teta y me la mamó.
–Ya vámonos a donde podamos disfrutarnos mejor… –le exigí a Mario apretándole el pene sobre el pantalón y me abrió la puerta de su auto.
–¿A dónde vamos? –me preguntó.
–Al hotel más cercano –insistí por mi urgencia.
A unas cuadras estaba uno muy lujoso y entramos allí. Mientras Mario llenaba el registro y pagaba, vi el aparador de un local interior con una pequeña joyería y florería. Me fascinó un pequeño dije de una pica con una “Q” y no dudé en comprarlo. Afortunadamente traía en la bolsa la pulsera que usé en el tobillo para caracterizarme de puta con mi marido. Llegó Mario cuando estaba pagando y se la mostré en el elevador “La vi y no resistí, me estrenarás como mujer infiel”, le dije y recibí un beso con una caricia en las nalgas. Todo esto pasó frente al “botones” que nos llevaba al cuarto quien disimuladamente mantenía la vista en los controles del elevador. Yo estaba asombrada de mi desparpajo, al confesarle a Mario que me iniciaría en la infidelidad conyugal sin importarme que me escuchara otra persona.
Apenas nos dejaron solos en el cuarto, reiniciamos el morreo, pero ahora nos desnudábamos uno al otro entre besos. No hubo mucho preámbulo, nos tiramos a la cama, abrazados, quedando yo abajo y me metió la verga en cuanto yo abrí las piernas. ¡Me penetró sin dificultad! Su miembro resbaló en mi vagina anegada por mi flujo. Lo abracé de la cintura con mis piernas para sentirlo completamente mío.
–¡Muévete y lléname como si me fueras a embarazar! –le solicité con vehemencia.
–¡Te daré todo mi ser en este acto! –prometió y se movió con frenesí de un adolescente que coge por primera vez.
Nos dijimos guarradas y palabras tiernas, yo me venía como una quinceañera que busca retener a su primer amor. Gritos y jadeos acompañaban nuestras palabras y orgasmos. ¡No podía creer que no paraba de sentir el éxtasis y varias oleadas de calor en mi interior que daban cuenta que Mario estaba cumpliendo su palabra! No sé si fueron 15 o 30 minutos, pero quedamos rendidos con tanto amor que nos dimos continuamente en ese lapso. Nuestros cuerpos resbalaban con el sudor conjunto. Mario rezumaba gotas en el rostro que yo trataba de enjugar.
–Vamos a meternos bajo las sábanas –le pedí.
Al levantarnos de la cama, él sacó unas bebidas carbonatadas del mini bar y yo aproveché para colocar en la cadena el dije recién adquirido.
–¡Salud por la mujer con boca de las tetas más lindas! Gracias por dejarme probar la luna con halo de carmín, probar los soles morenos y navegar por el cielo que los acuna… –declaró y me sentí enamorada y feliz de estrenar amante.
–¡Salud! Me sentí muy feliz con tu cuerpo encima –dije y tomé un trago a la bebida.
Al levantar la colcha para sentarnos en la cama, le di la cadena para que me la pusiera “Te corresponde ponérmela, por derecho…”, le dije al dársela y extendí mi pie hacia él. Me besó el pie y lamió mis dedos antes de colocármela, y me volví a sentir dichosa de tener amante, aunque me convencí a mí misma que no sería la única vez, ni el único hombre adicional… ¡Se desató mi fantasía para hacerla realidad!
Mientras tomábamos la bebida, platicamos de nosotros, nuestros cónyuges y acariciábamos el cuerpo del otro.
–¿Tomarás Viagra para que puedas cumplir en la noche? –pregunté con una sonrisa, meneándole el pene que se mantenía flácido.
–Espero que hoy no tenga requerimiento de ese tipo, he quedado seco –dijo con tono apagado.
–A ver qué se puede hacer –dije antes de meterme todo su camaroncito en mi boca.
Lamí con cariño su glande, jugué con mi lengua como si trajera un dulce. “¡Mamas rico, Gloria!”, me decía recogiendo mi cabello para contemplar mi rostro lleno de lujuria en tanto que el falo crecía de tamaño. Nos acomodamos en la posición de 69 y comencé a sentir las caricias de su boca. Su verga se tensaba a medida que yo soltaba los chorros de flujo de los orgasmos que él me sacaba y los tragaba con deleite. Cuando la erección estuvo lograda, me senté en ella y cabalgué mientras Mario me magreaba las tetas. ¡Me vine riquísimo! y después de un grito me acosté sobre él. Me besó el pelo y me acarició las nalgas. Su miembro seguía con algo de tono muscular, pero fue apagándose. Era hora de regresar por mi auto.
–¡Espera! –me detuvo antes de incorporarme–, me faltó esto –dijo tomando su celular.
Aún acostada, me fotografió desde varios ángulos. Yo me dejé, siempre sonriendo ante la lente, y me acomodé como él lo pedía: bocarriba. bocabajo, de lado, con las piernas abiertas mostrando mi pucha y otras más.
–Ahora sí vámonos –le ordené poniéndome de pie, pero Mario siguió tomando fotos hasta que estuve completamente vestida.
Llegué cansada al hogar, pero ¡muy feliz! Cuando Miguel, mi esposo, estuvo en casa, le di de comer y nos pusimos a tomar en la sala. Me quitó la blusa y se acomodó en el sillón para mamarme.
–¿Nos vamos a la cama? Quiero cogerte –confesó arrecho y achispado por el licor.
–Con las mamadas de chiche que me das, siempre estaré dispuesta para que me cojas –le respondí.
En la cama, ya desnudos, me monté en él; cabalgué un poco y me puse en posición de 69. Mis orgasmos comenzaron pues me chupaba con fruición, expresando a gritos que mis venidas sabían a Gloria… “Y a Mario”, pensé en mi interior, y me afané para que Miguel sintiera lo mismo; cuando ya estaba próximo a venirse, se separó y gritó “¡Quiero cogerte, mi amor!”, me colocó baca arriba, abrí las piernas, y repetí lo mismo que había hecho un par de horas antes con Mari: Lo abracé de la cintura con mis piernas, apreté mis músculos vaginales para sentir que abrazaba también a su pene “¡Coges hermoso, pareces puta!”, gritaba Miguel. “¡Me gusta coger, mi amor, hazme como quieras, lléname de ti como la primera vez!, le respondía sincronizándome con su movimiento. Se vino mucho, creo que tanto o más que lo que recibí de Mario, pues sentía fuego en mi útero. “¡Eres lo máximo, mi amor!”, le gritaba en cada chorro de semen que sentía y yo correspondía con un orgasmo continuado, encajándole mis uñas en su espalda de tanto amor que sentía.
Reposamos bastante, él boca abajo y yo boca arriba, Miguel acariciaba mis tetas y yo sus nalgas. Me senté y lo besé desde la nuca hasta los pies. Luego le lamí el ano y Miguel pidió tregua.
–Espera, mi amor –suplicaba–. es rico, pero ya no aguanto más, parece que necesitaré un relevo…
–O dos… –contesté.
–¡Cogimos delicioso! Aprendes mucho con los videos… –aseguró.
–Lo que te aprendí hoy, no lo fue audiovisualmente, sino presencial, y con práctica incluida… –corregí su apreciación–. También estrené esto, para recordar esta fecha… –y le mostré el dije de mi pulsera en el tobillo.
–¡Puta! –me gritó.
Olvidándose de su cansancio me volvió a coger delicioso, con gran lujuria, sabiendo que él también estrenaba cornamenta.
¡Qué bueno que ya le pusiste los cuernos en la realidad! Además, y qué envidia, ¡se lo hiciste saber y le gustó! Van a disfrutar mucho. Son una parejita de semovientes: Tú, vaquita de grandes ubres y Miguel, un buey a quien le crecerán los cuernos.
¡Felicidades!
Sí, soy feliz y Miguel lo tomó con gusto. Espero que a mí no me duela que él haga algo similar.
Pero acabo de leer que a ti te fue muy bien la semana pasada. Ahora cuéntanos cómo te fue en el maratón patriótico, y qué lugar del mes o día de la semana le tocará al nuevo corneador.
¡Qué bien, Vaquita! Sigamos con el paso 3 de tu programa de acción, estoy listo.
¡Épale!, no te adelantes; antes que tú, va «Chicles», si él ya no quiere o no puede, veremos… Además, si llego a romper el orden, será para pasar al punto 4 con mi marido porque él lo pida.
¡De verdad que te destapaste! No sólo cumpliste tu primer objetivo, sino que trabajaste bien con el cerebro de tu marido para que quisiera ser cornudo y ¡se lo cumpliste!
¡De verdad que te destapaste! No sólo cumpliste tu primer objetivo, sino que trabajaste bien con el cerebro de tu marido para que quisiera ser cornudo y ¡se lo cumpliste!
¡Estoy sorprendida! Pasaste, sin peleas con el marido, ni rencores y presiones del amante, a los cuernos consentidos. ¡Felicidades! Lo único que te advierto es que las vacas también tienen cuernos. Y esos, a mí sí me duelen…
Aún no sé de alguien que se quiera tirar a mi esposo, pero seré fuerte para soportarlo, mientras él me siga amando.