A PESAR DE TODO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Nunca hubo síntomas sensuales con mi hijo, u otra manifestación que pudiera interpretar siquiera de manera suspicaz. Una tarde descansaba sentada en mi sillón preferido metida en una batita de estar sin más ropa puesta. De pronto apareció el hijo sonriente, amable, y dijo:
¿No quieres una cubita?
Me extrañó puesto que nunca me había ofrecido semejante cosa. A la sorpresa añadí suspicacia en el sentido de descubrir qué pretendía el niño, y di respuesta afirmativa. Se dirigió a la cocina para tomar un vaso y puso hielo en él [lo seguí cautelosa; desde la puerta de la cocina lo observé]; tomó la botella de ron, y puso unos dos dedos de licor en el vaso. Volteó a la puerta; me escondí a tiempo para que no me viera; sacó un frasco de cápsulas, separó dos, las abrió una por una y las puso en la negra bebida. Me quedé atónita. El pequeño malvado algo tramaba. De inmediato imaginé qué. Seguro deseaba algo sexual conmigo, y para eso pretendía sedarme, tal vez de forma intensa puesto que echó dos cápsulas; estas, combinadas con alcohol, sería suficiente para mandarme a dormir. En cuestión de segundos decidí ver hasta donde llegaba en su perturbadora maldad, e ingenié el plan a seguir.
Cuando tuviera la bebida en mis manos, le pediría que trajera botanas; mientras él iba a la cocina, yo tiraría la cuba. Después fingiría dormir para que cuando él hiciera algo malvado castigarlo con justicia y de forma rotunda, a más del regaño “explicativo” del porqué del castigo, y así esperé a que llegara. Llegó cariparejo y sonriente, sonrojado a mil, las manos temblorosas. Me entregó el vaso de marras; yo, con el corazón bien desbocado, temblando de temor, inquietud y curiosidad extrema. Apenas pude decir la orden prevista; el condenado chamaco se fue a la cocina. Me paré con premura, abrí una ventana, y por ahí tiré la bebida a la calle. Luego me senté jadeante, temblando de miedo, temor y fuertes latidos. Al mismo tiempo colegí algo parecido a la excitación, ¡sexual! casi sin duda, rotundamente negada a nivel consciente a pesar de los pezones bien tensos.
Cuando el escuincle del demonio volvió puso solícito las botanas en la mesita de centro; dije:
¿Por qué tan atento?
Ay, mamacita porque te quiero mucho, y me dieron muchas ganas de… atenderte.
Ah, bueno… la cuba estaba rica.
Los puntos suspensivos de su respuesta me dejaron atónita; al mismo tiempo confirmando en cierta medida la presunción de que el diablillo algo traía entre manos con mi… cuerpo. Se ofreció para poner un disco; lo puso. Entonces fingí somnolencia. Así fui dando al impresión de que me dormía. Unos diez minutos después, me dejé caer en el blando sillón aparentemente dormida. El muchacho esperó quizá dos minutos, y fue a tocar mi mano. No sé cómo controlé la respiración a pesar del cúmulo de emociones que me sacudían. A poco levantó mi mano para luego soltarla; una prueba para mi sueño. Claro, lo entendí desde que empezó a elevar mi mano, por eso la dejé caer inerte cuando la soltó. Con ligerísima apertura de mis párpados pude ver que el malvado sonreía, como diciendo: ¡Está dormida!
Entonces acarició mi rostro, escuché su respiración muy agitada. Está excitado, pensé. En el momento se inició una cruenta batalla en mi conciencia en el sentido de “despertar” para reclamar el comportamiento aberrante del muchacho precoz, malvado, pero nada hice Claro, la mano recorría mi rostro sudoroso se detenía eternidades delineando mis labios. La mano llegó a mi oreja y la sobó con cínico descaro. La otra mano acarició la otra oreja; las sensaciones que sentía de alguna manera incrementaban la lucha interna entre dos posiciones: terminar de una vez por todas con la audacia del malvado escuincle, o permitirle avanzar para ver hasta dónde era capaz de llegar. A pesar de todo seguí fingiendo dormir. La mano no paraba; al contrario, tendía a bajar; me alarmé, a la vez alertaba mi atento sensorio; de alguna manera, no aceptada a nivel consciente, deseaba que las tales caricias se elevaran en el contenido erótico. La mano acarició mi muslo, no pude más que calificar así el paso de la mano por mi muslo, subiendo la falda de la batita; debajo de la bata estaba desnuda, y saber esto más me excitaba. La otra mano bajó a mi pecho; sin tardanza empezó a acariciar mis chichis con brusquedad que a mí me supo a gloria.
No obstante los fuetazos de moralina que me turbaban seguí fingiendo mi falso sueño. La mano sobó mis nalgas, y ya no pude ocultarme la tremenda inundación de mi pucha. Carajo, pensé, esto no es posible, ¡es mi hijo!; sin embargo, y a pesar de todo, mis ojos seguían cerrados; todavía mi inexplicable esfuerzo mantenía controlada la respiración que tendía a agitarse. La mano tocó mis pelos… y no pude evitar un gemido. Las manos se fueron veloces; una volteó mi rostro para asegurarse de mi profundo sueño. Con gran esfuerzo pude mantener la actitud de “dormida”, respiración tranquila Entonces el muchacho, quizá con seguridad de mi sueño, empezó a desabotonar los pocos botones de mi fea batita hasta abrirla por completo, y me la quitó obligándome a fingir brazos y manos sueltas.
Una vez retirada mi tenue bata las manos acariciaron mi cuerpo entero repartiéndose el trabajo, una mano en las duras chichis, la otra desplegó los dedos para meter dos a mi pucha anegada. Mi respiración no pudo permanecer “tranquila”, al malvado muchacho no le interesó, caliente a decir basta siguió acariciando mis ricos pezones con sus dedos bien metidos en mi pucha. Unos minutos así, para luego dejarme; se quitó la ropa quedando por completo desnudo. Entreabrí los ojos; Dios de los cielos, vi la enorme verga de mi vástago por completo parada; nunca imaginé que la pudiera tener de ese ciclópeo calibre. La sacudió unas veces con la mano; tomó mi rostro para así colocarlo en dirección a la tremenda erección para enseguida ponerla en mis labios me negaba a abrir la boca pues era claro que el malvado deseaba que le chupara la enorme y dura verga; metió un dedo entre mis labios, sin gran resistencia mía para, sin perder más tiempo, embocar su colosal verga en mi boca, y, Dios de los cielos, fue un enorme placer sentirme penetrada por el inmenso tamaño del instrumento de placer. El malvado empezó a cogerse mi boca con su formidable verga, metiéndola y sacándola… con enorme placer para mí nunca antes experimentado. Mientras los dedos seguían acariciando mi puchita; me sentí al puro borde del orgasmo, mismo que detenía por temor a gritar el placer, y con eso asustar al degenerado que me estaba cogiendo por la boca.
Creí que él iba a eyacular, mientras un tremendo orgasmo me recorría; sacó la verga de mi boca para y, sin perder tiempo, abrirme las piernas y sin más meter la enorme verga a mi pucha anegada y deseosa desde hacía eones de esa vergota metida en la pucha hasta sentir los huevos chocando con mi culo. Suspiré de placer, y la verga empezó a entrar completa, y salir de mi pucha con una lentitud exasperante, pero produciéndome un inmenso placer. De plano, mis nalgas no pudieron abstenerse de moverse, y al mismo tiempo mis manos se fueron a las nalgas del efebo perverso para apretarlo contra mí; eso me preocupó, sentía que estaba llegando a un colosal orgasmo y mi bebe demoníaco podía dejarme como me deja mi marido a diario: caliente y sin más remedio que masturbarme para bajarme la calentura.
Fue… maravilloso. Apenas sintió movimientos lujuriosos de mis nalgas el perverso dijo:
Así mamita, así… ¡mueve tus preciosas nalgas!, muévelas más, más… acaricia mis nalgas… mete un dedo en mi culo…
Bueno, era una tremenda agitación placentera escucharlo, más cuando, obedeciéndolo, metí no un dedo sino dos en su culo, y Dios de los cielos, ese placer enorme nunca lo pensé. Por supuesto, grité como loca mi colosal orgasmo, y ese de por sí colosal placer se incrementaba a cada metida de dedos que daba en el culo del hijo. Este, seguro excitado a más no poder, eyaculó litros de leche en mi pucha peluda mientras el gozo-orgasmo adquiría intensidad nunca soñada, vamos, ni siquiera pensé que se podía tener tan fantástico y prolongado placer. Se dejó caer sobre mí, y yo no pude evitar besarlo, así fuera los trozos de rostro donde podía hacerlo. A poco irguió su bello rostro, me besó con ternura-pasión, para enseguida lamer mi rostro, luego se bajó para lamer mis chichis y mi pucha llena de su leche y de gran cantidad de mis propios jugos. Dios de los cielos, el placer fue inigualable, ni siquiera el fabuloso orgasmo detonado por la cogida con la enorme verga igualaba al que me producía las soberbias, sabias, ricas mamadas de pucha que me estaba dando el lindo escuincle del demonio. Grité como loca, y sí, estaba loca de placer.
Tuve que retirarlo de mi pucha. Vino y lamí su rostro lleno de mis jugos y de su leche. Su verga estaba descomunal, sin perder nada de su portentosa potencia. Restregó en mi pucha la deliciosa verga, me dio vuelta para quedar nalgas arriba. Sin más abrió mis preciosos cachetes para, carajo, poner la vergota en la entrada de mi culo… y yo dije:
No, hijo… allí no…
El muy cabroncito no me escuchó. Lamió mi culo por buen rato, y hacía que mi orgasmo, medio atenuado, se disparara de nuevo, y ya deseaba que la lengua se metiera a mi culo, cosa que sentí sucedió aunque poco podía penetrarme la deliciosa lengua, pero sí lo hicieron dos dedos, primero uno, metidas sacadas de ese dedo en mi culo, placer enorme me recorría, un segundo, y el placer se multiplicó cuando la enorme verga se metió a mi pucha. Carajo, de no creerlo, nunca pensé en mi culo como fuente de placer, y ahí el culo precioso dándome morrocotudo goce, claro, con las metidas y sacadas de los dedos sabios. Me levantó hasta ponerme en cuatro patas y sentí que la preciosa y ciclópea verga salía de la vagina y se metía, y los dedos iban y venían por mi culo cada vez más gozoso. Entonces sí, el placer era fabuloso, gritaba mi placer. De pronto la invasión de mis agujeros cesó, hasta me azoré, pero en el siguiente segundo sentí, Dios de los cielos, que el grueso tronco metía la cabeza en mi culo y eso, carajo, dolió; ahí dejó esa cabezota mientras sobaba mis nalgas con una mano, con otra acariciaba mi clítoris, mientras yo gemía de placer pues el dolor se había ido. Enardecida, grité:
¡Métela, cabrón, métela!
Y el cruel pelado empezó a meterla con ternura, sentí que lo hizo poco a poco tratando de que mi culo se adaptara a semejante invasión. A poco sentí que los huevos tocaban mi pucha, y después inició un lento mete saca que me desquició de placer; nunca pensé ser penetrada por el culo, y menos que esa penetración fuera tan deliciosa, una verdadera dicha tener esa hercúlea verga metida en mi culo. El pelafustán cogía y cogía, metía su verga, y yo quería que fuera más larga, así de preciosa y sabrosa la sentí metida en mi recto. Siguió y siguió hasta que sentí que la verga se endurecía más, se sacudió y aventó litros de leche a mi culo, mientras metía tres dedos a mi vagina, y estrujaba mi pezón; con todo esto mi placer fue inconmensurable, hasta caer desfallecida. Mi hijo vino a mi lado, besó mis labios tiernamente, diciendo:
Coges divino mamacita… ¡cómo perdimos tiempo!, debíamos de haber cogido desde hace años. Su mano acariciaba mis nalgas suavemente con cariño y ternura, prolongando mi placer, ahora más que nada con sus tiernas y leves caricias, mucho más con sus adorables palabras. Mis suspiros y gemidos de placer más emocional que físico, me sabían a gloria. Poco a poco mi fabuloso placer dejaba el paso a la amorosa ternura. Del canalla intento por dormirme y gozarme, ni quien se acordara el muy… Sin embargo… recordé la estratagema, y deseé reivindicarme. No sabía cómo pero iba a pensar. Deseaba que la tierna situación se prolongara pero estaba por llegar el real demonio de la casa: mi feo marido. Nos levantamos, nos besamos con ternura no exenta de erotismo, y dijo:
¿Cogemos en la noche mamacita?
¡Eres un perfecto…! ¿Todavía tienes ganas?
¡Siempre voy a querer coger contigo… con nadie más.
Me enterneció. Dije:
En cuanto se duerma tu padre me voy a tu recámara, ¿quieres?
Me harás el más feliz de los mortales, mamacita… te espero ansioso y… encuerado.
Reímos. El se fue a su cuarto, yo a preparar la cena.
Acostada al lado del feo e inútil durmiente seguí pensando en la revancha. Entonces recordé con excitación la metida de dedos que di en el culo de mi cachorro… reí entusiasmada pues sabía cómo iba a revirar al malvado cachorro. Tenía, desde hacía meses, un consolador con correas para fijarse a la cintura; lo compré porque una amiga me dijo que quería probar ese instrumento con otra amiga… bueno, conmigo, pues desde hace unos dos años cojo con ella de manera deliciosa, y tanto que creí que ningún macho podría igualar el placer que me proporciona, pero ahora tenía mi macho hijo que me cogió como nunca pensé que se podía coger con una verga. A los rudos ronquidos del marido, me levanté totalmente encuerada llevando en un paquete la verga de hule, reía pensando en qué iría a pensar mi cogelón vástago.
Estaba bien encuerado recostado en la cama, la verga parada como mástil de bergantín. Dejé la bolsita en el piso, él ni siquiera vio lo que llevaba. Nos besamos; las manos empezaron a acariciar mi cuerpo con lentitud placentera, las mías lo mismo. Los dedos de él se metieron a mi pucha, y mi mano acarició la enorme verga. Gemíamos excitados. Lamió mi rostro, y así fue lamiendo mi cuerpo hasta llegar a mi pucha para darme una mamada mejor que las mamadas que me da mi amorcito femenino. Tomé una de sus piernas para hacerla brincar mi cuerpo para llegar al fabuloso 69; qué delicia tener la vergota dentro de mi boca mientras sentía la lengua del precioso malvado lamiendo con sabiduría mi pucha, en especial mi capullo y mi dulce clítoris. En esa posición pude empezar a acariciar el culito de mi hijo, y lo escuché ronronear el placer que esa caricia le daba; metí un dedo, sentí que la gran verga temblaba, como que esa metida de dedo le gustó, y más me calenté al grado que mi primer orgasmo de la noche se detonó obligándome a gritar ese placer; mientras mis gritos salían metí otro dedo al culo virgen de mi hijo. Él movía las nalgas complacido, seguro sintiendo el placer de mis dedos cogiéndoselo por el culo. Iba a eyacular porque interrumpió la dulce y placentera mamada de mi pucha, se dio la vuelta, me abrió las piernas al máximo, y me metió la verga en la linda pucha mientras iba diciendo:
¡Qué rico me metes dedos mamacita!, ¿te gusta metérmelos?
Ay, hijo de mi vida… es gran placer meterte los dedos… quisiera tener verga para metértela por el culo… ¿te gustaría hijito?
¿Cómo crees…? con los dedos está bien.
Reí para mis adentros, mientras él metía y sacaba la enorme verga de mi vagina. Le acaricié las nalgas, sentía la necesidad de cogérmelo; creí que era más oportuno esperar a que eyaculara, para entonces ponerlo en cuatro, y meterle la verga de plástico hasta que no quedara nada afuera de su culo. Mi orgasmo tenía muchos minutos en meseta cuando se empezó a contraer, a gemir, y la verga tembló dentro de mi pucha para empezar a lanzar gruesos chorros de mecos que llenaron mi pucha hasta derramarla. Todavía con él jadeando y sobre mi cuerpo, con cariño no exento de excitación y deseo de su culo, dije:
Deja que acaricie tu culito para que sigas gozando, ¿quieres?
Me vio extrañado; sonrió, después se puso en cuatro patas diciendo:
Eres una linda degenerada, mamacita cachonda.
Entonces abrí sus nalgas, vi su culito… mi placer se incrementó y más cuando lo besé y lamí intentando lubricarlo con mi saliva. Lamerle el culo fue un fuetazo de placer, y para él también que decía:
¿Qué me haces mamacita, qué me haces… tan rico?
Lamo tu culo, hijo… ¡es rico lamértelo!
Luego quiero lamértelo yo, dijo gimiendo de placer.
Metí un dedo, se metió sin dificultad por la saliva y, quizás, por las metidas de dedo anteriores. Metí otro. Con mañas un tanto difíciles de efectuar para no dar lugar a que mi hermoso cogedor malvado se diera cuenta, me puse el arnés sin dejar de estar metiendo y sacando los dedos del rico culito; saqué los dedos y le puse la enorme cabeza del instrumento en el agujero, ¡y empujé!, así fuera con cuidado logré meter la cabeza. Él pegó un brinquito, pero no cambió de posición diciendo:
¿Qué me haces madrecita?
Te voy a coger… ¡con mi verga!
Entonces sí volteó con rapidez, pero yo lo sujeté para que no cambiara de posición, empujé fuerte logrando meter un poco más de la verga descomunal en el culo de mi hijo. El gritó:
¿Me estás cogiendo…? carajo, siento que es… carajo, ¿una verga?
Sí hijito, es la verga de tu madre… ¡gózala, gózala hijito!
Metí más de esa tremenda verga, y él empujó las nalgas como para ayudar a que la gruesa verga de plástico se metiera en su culo. En tanto mi mano empezó a masturbar la verga enorme de mi hijo, y él a mover las nalgas logrando en un momentito que la verga entrara totalmente al estrecho culo de mi hijo, y él gritó:
¡Qué rico me coges mamacita, qué rica verga tienes!
La verga artificial entró por completo al apretado culo, y luego de unos minutos de tenerla quieta y completamente adentro de ese precioso culo, empecé un lento mete y saca que él decía era delicioso, que siguiera metiéndosela, qué no dejara de entrar y salir, mientras mi mano seguía masturbándolo. Nunca pensé en la colosal delicia de sentirme con verga y cogiéndome un culo de macho. Fue un placer enorme cogerme a mi hijo, así fuera con una verga de caucho, pero que de todas maneras era empujada por mis nalgas y eso era la delicia de las delicias, sí, sentir el poder de cogerme un culo de macho: sensacional, me sentía poderosa y muy, muy cachonda, mandona y puta, además del real placer que el instrumento me daba por el útil aditamento pegado a mi clítoris, entonces cogía recogiendo placer “con mi verga”. Cogí y cogí hasta que la verga del retoño aventó litros de leche y él gemía de placer, y yo lo mismo con un fabuloso orgasmo sin fin, diciendo:
¡Qué rico, qué rico… mamacita me coges bien rico…!
Desfalleció. Se dejó caer, y yo encima de él. Así quedamos por mucho rato, hasta que él se movió, me besó, y dijo:
¡Qué rico me cogiste mamacita!, ojalá tuvieras una verga de a de veras. ¿Te gustó cogerme?
Ay, hijo, hijo… me haces dichosa con tus cogidas… y más dándome el culo para cogerte con mi vergota.
Luego arrumacos, y después iniciar un nuevo periplo de lamidas hasta llegar al 69 dichoso, y nos mamamos hasta que yo tuve no sé cuántos orgasmos y él tremenda eyaculación rubricada con enormes gritos de placer. Entonces me dio la vuelta, metió su enorme verga en mi pucha… de pronto sentí que otra verga se metía a mi culo. Dios de los cielos, el cachorro tomaba venganza clavándome la verga de caucho en el culo. Y así me cogió por no supe cuanto tiempo, y no supe porque desde sentirme penetrada por mis dos agujeros tuve un tal placer que el tiempo y el espacio desaparecieron para sólo tener conciencia de las dos vergas entrando y saliendo de mis dos cogelones agujeros. Fue la cogida más sensacional del mundo, y tanto que mi orgasmo duró tanto como las metidas y sacadas de las dos vergas en mi culo y pucha. Cuando el chamaco cogelón eyaculó, yo no podía tener más placer, y sin embargo ese inigualable placer se prolongó porque el muy lindo cabrón no sacó la verga artificial de mi culo hasta que le dio la gana, pero esa verga aún fija, metida hasta lo más profundo de mi culo era un placer sensacional, y más porque el muy cabrón me besaba con ternura mientras sus dedos acariciaban mi clítoris con delicadeza más allá del cariño y la ternura. Cuando desperté… ¡todavía tenía la verga falsa dentro de mi culo!
Desde entonces mi hijo y yo nos cogemos mutuamente… con su verga y con mi verga. Estamos pensando en coger con un tercero. Ya hablé con mi amiga cogelona… hoy en la noche vendrá… ¡vamos a coger con mi hijo! Mi proyecto más cachondo: una verga real para mi hijo…
Ya les contaré.
Lidia.
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