Abuelo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por harmsarah.
Siempre he vivido con mi madre y con mi abuelo. Nunca supe quién era mi padre. Cuando con once o doce años pregunté a mamá por primera vez, su contestación fue que algún día me confesaría toda la verdad, pero que era un hombre que me amaba intensamente y al que yo amaría con locura, en todos los sentidos. Me quedé con la mosca en la oreja. No comprendía por qué si me quería no estaba con nosotros. Pensaba que el abuelo y él se llevaban mal o algo así. Para ser abuelo, el mío era muy joven. Ni siquiera tenía los cuarenta años. Fue entonces cuando empecé a ver que mamá y el abuelo se abrazaban mucho, que también me abrazaba mucho a mí, se besaban en la boca y oía gemidos por la noche. Con trece años, un sábado por la tarde, llegué a casa y me los encontré en la sala haciendo el amor, justo cuando estaban teniendo un inmenso orgasmo.
Me quedé parada, mirándoles, aunque con inmensas ganas de sentir lo que mamá estaba sintiendo. Noté humedad en mi bajo vientre. Había entrado en silencio y volví a salir. Di un par de vueltas a la manzana y después volví a entrar en casa cerrando la puerta con un poco de fuerza para que supieran que acababa de llegar. Esa noche, soñé que en vez de mi madre, era yo a quien el abuelo metía esa inmensa polla. Un par de días más tarde, ocurrió la tragedia. Cerca de nuestra casa, había un pequeño supermercado. A mamá se le había olvidado algo. Podía haber bajado por la carretera, pero, al otro lado, había una docena de escaleras que acortaban el camino. El suelo estaba mojado ya que a mediodía había llovido. Mamá resbaló y cayó. Murió en el acto, desnucada. El palo para el abuelo y para mí fue tremendo.
Nos unimos más, si cabe. Un sábado, me levanté de la cama y el abuelo no estaba. Había salido a por el pan. No tenía ningún plan ese día y no me molesté en vestirme. Llevaba una camiseta de tiras y las braguitas. Acababa de desayunar cuando entró el abuelo. Se quedó mirándome y se acercó a mí. Me abrazó con fuerza y me dio un besito en la boca. Luego, me dijo:
—Tienes un cuerpo precioso, mi niña. Un cuerpo hecho para hacer gozar al hombre que te tenga.
—Tú también estás muy bien, abuelo.
Estuvimos abrazados sin decir nada durante varios minutos. Al rato, noté cómo sus manos acariciaban muy despacio mi espalda.
—Abuelo…
—Mmm…
—¿Puedes aclararme una duda que siempre he tenido? Mamá me dijo una vez que me contaría la verdad, pero al final murió sin decírmelo. Me gustaría saber quién es mi verdadero padre. La única vez que hablamos de ello, me dijo que me amaba intensamente y al que yo amaría con locura, en todos los sentidos.
Me separó un poco de su cuerpo y, muy serio, me dijo:
—Espero que lo que te cuente no te haga alejar de mí, mi vida. Yo soy tu padre.
Me quedé con la boca abierta.
—¿Mi pa… padre? ¿Eres mi padre y a la vez mi abuelo?
—Sí, mi vida. Soy tu padre y abuelo a la vez. Teniendo yo trece años, me lié con una chica de dieciséis. No era muy agraciada físicamente y los dos queríamos follar. Nos pillaron in fraganti y nos casaron porque ella se había quedado embarazada. No tenía muy buena salud y durante el parto, tuvo una hemorragia que fue lo que la mató. Quise a mi hija desde el momento en que la tuve en brazos.
Mis padres me ayudaron hasta que terminé los estudios y empecé a trabajar. Tu madre era muy sensual desde muy joven y al final, empecé a desearla con locura. Una vez la vi besarse y acariciarse con un amigo suyo y me sentí celoso. Esa noche, empezamos a hablar y al final me confesó que ya tenía edad para tener sexo. El amigo con el que la había visto besarse y acariciarse, la dejaba un poco fría. También había pensado en un vecino de mi edad, pero que si hubiese tenido mi cuerpo, lo haría gustosa. Bromeando, le pregunté si yo valía. Después de mirarme unos segundos, me contestó que sí, que le encantaría ser desvirgada por mí. Y así, esa noche empezamos nuestra relación. Un mes más tarde, ya estaba embarazada de ti. Algún tiempo después, tuvo una grave infección y ya no tuvo oportunidad de volver a quedarse embarazada.
Los dos seguíamos de pie, abrazados, y había notado que su bulto había crecido contra mi vientre. Estaba muy a gusto entre sus brazos. Él ya no pudo aguantarse más y me besó en la boca, pero no el besito de antes, sino de los de verdad. Cuando separamos nuestras bocas para respirar le dije:
—Tengo que confesarte una cosa, abuelo. Perdona, papá.
—No me importa que sigas llamándome abuelo. Al fin y al cabo, lo soy. Y ya sé que de buenas a primeras es muy difícil cambiar de un estado a otro. Pero sigue con lo que has empezado.
—La víspera de morir mamá, llegué a casa y entré en silencio. Los dos estabais en la sala haciendo el amor. Vi cómo esta gran polla que estoy sintiendo contra mi vientre entraba en su chocho. Sentí humedad y volví a salir a la calle. Di un par de vueltas, después volví a casa. Aquella noche, soñé que era a mí a quien metías tu enhiesto pene. Yo también estoy deseando ser desvirgada.
—¿Y qué sientes ahora, mi vida?
—Que me siento muy bien en tus brazos. Que me ha entusiasmado tu beso y que me encantaría sentir cierta parte de tu anatomía en mis entrañas.
—Cariño… yo también tengo que hacerte una confesión. Tu madre quería que fuese yo quien te enseñase lo que es el placer del sexo. En caso de que así lo desearas, claro. Pero en vista de lo que me has dicho, es un honor para mí ser el primero en probar tus mieles. Tengo que reconocer que me vuelve loco tu lindo cuerpo. Te deseo, chiquilla mía, te deseo muchísimo.
Volvió a besarme mientras me quitaba la camiseta y la braguita.
—Cielo, tienes unas tetas muy ricas, del tamaño perfecto.
Sus dedos acariciaban mis pezones que ya estaban duritos.
—No es justo que tú tengas tanta ropa, mi amor.
—Eso se soluciona rápidamente, mi niña. Ayúdame.
Le ayudé a desnudarse. Se sentó en una silla y yo de pie junto a él. Primero mamó una teta y luego la otra. Después, fue bajando su boca por mi vientre hasta que llegó hasta mi rajita que ya estaba mojada. Entre sus dedos y su boca, me pusieron a mil. Sentía las piernas tan de gelatina que no creía poder aguantar más. Fue entonces cuando tuve mi primer orgasmo. Luego, me hizo sentarme a mí para poder mamar su polla hasta que derramó su rica leche. Después, me cogió en brazos y me llevó a la cama, sin dejar de besarme. Me tumbó y volvió a mamar mis tetas mientras que su mano acariciaba mi clítoris. Ya no aguantaba más.
—Abuelo… ¡fóllame!
Él no se hizo esperar. Acarició con la punta mi rajita y luego entró hasta el fondo. Me dolió cuando se rompió el himen. Paró, con un dedo volvió a acariciar mi clítoris y luego empezó el suave vaivén. Poco a poco fue aumentando el ritmo.
—Más… sí, más dentro… aahh, dame tu leche abuelo, dame tu rica leche, sí… ahí dentro, más dentro… hazme un hijo mi amor… hazme un hijo, lléname toda…
—Mi niña, para ser tu primera vez follas de maravilla, sí, muévete así, sí, ohhh, me vengo mi vida, sí, córrete conmigo a la vez cariño mío, sí… Abre los ojos y mírame cuando te corras, cielo mío. Así, mírame…
Y los dos nos corrimos al mismo tiempo. Él no utilizó ninguna protección, pero no me importaba. Y a partir de aquella mañana, mi papá-abuelo y yo nos convertimos en amantes. Entonces entendí las palabras de mi madre. Y de esa primera follada, me quedé embarazada. Cuando se lo dije, se volvió loco de contento.
—Sarah, hija mía, no sabes lo feliz que me siento.
Rápidamente, me quitó la ropa. Completamente impaciente, rompió mi braguita y mamó mi chocho. Yo había bajado su pantalón y los calzoncillos al mismo tiempo y acariciaba su polla suave, pero al mismo tiempo de duro acero. Sin darme tiempo a mamársela, me la metió hasta el fondo de mis entrañas, dejando en el fondo su rico semen. Tuve a mi primer hijo, Martín y menos de un año después a Oscar. Y la verdad es que he tenido unos hijos muy mimosos. Nunca se me retiró del todo la leche ya que a mis hijos les gustaba mamar. De muy pequeños, porque era su alimento. Pero después, por mimosos, les encantaba estar en mi teta durante un rato. Y ni qué decir del padre. Cuando les llegó la pubertad, creíamos que ellos mismos dejarían de mamar mi teta, pero, no. Todas las noches, sin faltar ni uno, venían donde mí. Había veces que tenía las dos bocas al mismo tiempo. Cuando Martín tenía casi quince años y Oscar catorce, vinieron a su mamada diaria ya que luego iban a salir. Oscar preguntó:
—Mamá, ¿por qué llamas abuelo a papá?
En aquel momento decidimos contarles la verdad de nuestra relación. Se quedaron alucinados.
—¿O sea que eres nuestro padre, abuelo y bisabuelo a la vez?
—Efectivamente, soy todo eso. Espero que eso no cambie nuestra relación.
Los dos hermanos se miraron y luego dijo el mayor:
—Por mí no hay ningún problema.
—Por mí, tampoco —dijo Oscar—. Bueno, sí que me gustaría cambiar algo. No con respecto a ti, papá, pero sí con mamá. Y es que alguna vez me gustaría penetrarla.
—¡Hombre! Eso también lo quiero yo. Aparte de mamar tus ricas tetas, todo hay que decirlo, también me gustaría mamar tu chocho, penetrarte hasta el fondo, hacerte un hijo… si es que puedes volver a quedarte embarazada… Vamos, todo lo que haces con papá.
—¿Estáis seguros de querer hacerlo con una vieja?
—Tú no eres vieja, mamá y además estás muy buena.
Tenía a un chico a cada lado e instintivamente, besé en la boca al mayor mientras que bajaba mi mano al paquete del menor. Estaba desnuda de cintura para arriba ya que era más cómodo. Oscar se levantó, se quitó el pantalón y metió su verga en mi boca. Martín, se había agachado a mamar mi chocho por primera vez. Las lamidas de mi hijo estaban haciendo estremecer de inmenso placer. Oscar se vino el primero y se retiró porque se marchaba. Pasaría la noche en casa de un amigo. Después de retirarse Oscar, fue Martín quien metió su verga en mi boca mientras que mi marido-amante-padre-abuelo, metía su verga en mi chocho. Los tres nos vinimos pronto.
—Mamá, eres increíble.
Me dio un beso en la boca y se marchó. A la mañana siguiente, papá se marchó temprano. Había quedado con un amigo para ayudarle con alguna cosa. Todavía estaba en la cama cuando mi hijo mayor vino donde mí.
—Quiero follarte, mamá. Apenas he podido dormir pensando en el momento de entrar en tu interior.
—Ven aquí, mi chico mimoso
Nos besamos con fruición al mismo tiempo que nuestras manos se iban hacia nuestra parte baja. Después de excitarnos mutuamente con nuestras caricias, supliqué a mi hijo que me follara sin dilación. Fue increíble. Se notaba el vigor de la juventud. Después del intenso orgasmo, le dije con la voz entrecortada:
—Hijo mío, mi vida, estaré encantada de que me hagas un bebé.
—Eres la mejor, mamá.
—Por tu forma de hacer el amor, no es la primera vez que follas, ¿no es así?
—No. Lo he hecho con otras dos chicas, una de mi edad y la otra un par de años mayor. Pero como tú… no hay ninguna.
Volvió a excitarse y volvió a penetrarme. Esa vez sus embestidas fueron más lentas y más profundas. Lo hicimos tres veces más hasta que a mediodía llegaron los otros dos hombres de mi vida. Martín estaba empeñado en dejarme preñada a las primeras de cambio por lo que su padre se avino a follarme solo por detrás hasta que el chico hubiera conseguido su propósito. Su hermano no estaba muy conforme, pero se aguantó. Y lo consiguió. Cuando Martín y yo follamos por primera vez, estaba en los días más fértiles del ciclo. Todos lo celebraron alborozados. La mañana siguiente, fui a la habitación de Oscar. Desperté a mi hijo mamándole la polla y le pregunté:
—¿Quieres venir a mi cama?
Le faltó tiempo para levantarse y acompañarme. Hicimos un rico 69 y luego me penetró por primera vez. Cuando estaba a punto de entrar, le paré un segundo para decirle:
—Si no hay ningún problema con este embarazo, te prometo que en cuanto el bebé tenga unos meses, si quieres, podrás dejarme embarazada.
—Por supuesto que quiero dejarte embarazada, mamá. ¡Ah, mamá… eres una ardiente delicia! ¡Sí…!
El embarazo fue perfectamente. Ahora tenía tres hombres que me cuidaban de maravilla. Tuve una niña, Alba. Y lo mismo que en el caso de los chicos, antes de que la niña cumpliera el año, Oscar fue quien me dejó embarazada de otra niña llamada Lucía. Una tarde, estábamos todos en casa. Los dos mayores teníamos a las niñas en brazos y mi padre-abuelo, me comentó, bromeando:
—¿Te das cuenta que con 28 años eres la madre y a la vez la abuela de estas niñas?
—¿Y tú te das cuenta de que todavía no has cumplido los sesenta y ya eres tatarabuelo?
—Si ellas quieren, cuando les llegue la edad adecuada, les enseñaremos muy gustosamente a gozar como lo hemos hecho los demás.
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