Aires de Gratitud
Todo el asunto comenzó porque mi exesposa, Marcela, había decidido hacer un viaje. Quería visitar a su hermana y estaría fuera por tres días. No era la primera vez que hacía esos viajes, y yo sabía que a Laura le encantaba quedarse en casa de su tía..
Me lo contó cuando llegué a su casa para pasar tiempo con Laura, el día que me correspondía estar con ella. Sin embargo, al enterarme del viaje, todo se dañó. Comenzamos a discutir, como siempre lo hacíamos.
Marcela: Te lo estoy diciendo con tiempo, Andrés. No entiendo por qué reaccionas así.
Andrés: ¿Con tiempo? Me lo dices justo hoy, el día en que me toca estar con Laura. ¿Y mi tiempo con ella qué?
Marcela: Son solo tres días, Andrés. Además, sabes que a Laura le encanta estar en casa de mi hermana.
Andrés: Ese no es el punto, Marcela. El punto es que tomas decisiones sin consultarme. Como si yo no tuviera voz en esto.
Marcela: No es eso, simplemente sé que estará bien. No entiendo por qué haces tanto problema.
Andrés: ¡Porque no es la primera vez! Siempre haces lo mismo y esperas que yo lo acepte sin quejarme.
Marcela: No exageres, Andrés. Laura necesita estar con su familia también.
Andrés: ¿Y yo qué soy? ¿Un extraño que la ve cuando a ti te conviene?
Marcela: No digas eso…
Andrés: No, Marcela. Ya estoy harto. Haz lo que quieras, como siempre.
Sin esperar respuesta, agarré mis cosas y salí de la casa, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria. Caminé por la calle con pasos firmes, sintiendo la rabia arder en mi pecho. Otra vez, la misma historia. Otra vez, quedando al margen.
En la soledad de mis pasos, recordé lo mucho que amé a Marcela en el pasado, lo intensos que fueron nuestros sentimientos el uno por el otro. Nos habíamos conocido por casualidad en un foro de internet, un lugar que, en teoría, era un foro incestuoso, donde hombres con fantasías de este tipo buscábamos alguna mujer simplemente para conversar, pero lo nuestro trascendió rápidamente. Lo que comenzó como un juego se convirtió en algo más profundo. Nos entendimos, nos hicimos amigos y, sin darnos cuenta, la atracción mutua nos envolvió hasta sorprendernos con la rapidez con la que todo ocurrió. En poco tiempo, ya hablábamos de formar una familia, si, una familia incestuosa, hablábamos de como criar a nuestros hijos, de donde debíamos de vivir, habíamos hecho planes para cumplir nuestras fantasías y en general nuestros sueños.
Pero después del nacimiento de Laura, todo cambió.
En mi soledad reconocí que fui alejándome poco a poco de Marcela. Quizás por el trabajo, quizás porque buscaba espacios fuera de casa, aunque ni yo mismo sabía exactamente por qué. En ella también hubo cambios. Su carácter se volvió más irritable, como si la paciencia que alguna vez tuvo se hubiera desvanecido. Hubo un punto, aunque nunca supe exactamente cuándo, en el que nuestra gran cadena de amor se rompió.
Finalmente nos separamos, y ahora Laura crecía en un hogar disfuncional, tan distinto al que alguna vez soñamos construir juntos.
Dos semanas después de nuestra pelea, Marcela me llamó. Su voz sonaba tranquila, aunque podía percibir un leve tono de duda.
—Andrés… quería hablar contigo.
Me sorprendió escucharla. Por un momento, pensé que sería otra discusión, pero en cambio, su siguiente frase me tomó desprevenido.
—Quería disculparme por lo de la otra vez. No debí decidir sin hablarlo contigo.
Me quedé en silencio unos segundos. Eran pocas las veces que Marcela admitía haberse equivocado, y eso me hizo sentir un nudo en el pecho. Tal vez había sido demasiado duro con ella, tal vez ambos habíamos actuado mal.
—No pasa nada —respondí al final—. Me alegra que me llames.
Seguimos conversando con una calma que hacía mucho no sentíamos. La tensión de nuestra última discusión parecía haberse disipado, al menos por ahora.
—Si quieres, puedes pasar por mi casa —le dije sin pensarlo demasiado.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que respondiera.
—Me gustaría. Nos vemos más tarde.
Colgué el teléfono y solté un suspiro. No estaba seguro de qué esperaba de ese encuentro, pero algo en mí quería intentarlo.
Mi casa estaba en un lugar apartado del centro del pueblo, cerca del río.
Cuando llegó, la observé de pies a cabeza. Llevaba un vestido azul claro que le rozaba las rodillas, y su cabello caía suelto sobre los hombros. En su mirada se mezclaban la nostalgia y la cautela.
—¿Podemos pasar? —preguntó con una sonrisa tímida.
Laura venía en jean azul, con una camiseta cortica, estilo ombliguera y un saco abierto que cubría sus brazos, además traía unas muñecas en sus manos. La abracé y la alcé en mis brazos, haciéndole saber a ambas lo contento que me sentía por tener a mi hija en mi casa. Luego, sin esperar nada más puse mis labios en los suyos y le di un sonoro beso, probando quizás algún alegato de alguna de las dos, pero nada ocurrió.
Les pedí que entraran, haciéndome a un lado. Mientras entraba, el murmullo del río cercano llenó el vacío que se formó entre nosotros.
Percibí un manto de duda en Marcela, pero luego entró, Laura detrás de ella siguieron hacia la sala. Yo, medio asustado por mi propia e inesperada acción, camine tras de ellas
Ya en casa, nos acomodamos en la sala, uno frente al otro, con una distancia prudente pero con un aire de familiaridad que aún no se había perdido del todo. La conversación comenzó con temas triviales: el clima, el trabajo, algunas anécdotas de Laura en la escuela. Hablábamos con naturalidad, sin prisas, como si por un instante el pasado y nuestras peleas recientes no pesaran sobre nosotros.
Después de un rato, me levanté y fui a la cocina. Al volver, sostuve una botella de vino en la mano y la miré con una leve sonrisa.
—¿Te provoca una copa?
Marcela levantó una ceja, pensativa, pero luego asintió.
—Por qué no.
Tomé dos copas y serví el vino con calma, observando cómo el líquido rojo se deslizaba suavemente dentro del cristal. Le pasé su copa y chocamos suavemente los bordes en un gesto silencioso.
El vino ayudó a relajar el ambiente. Las palabras fluían con más soltura, los recuerdos compartidos afloraban con menos resistencia. Reímos un par de veces con anécdotas del pasado, como si por un momento hubiéramos retrocedido en el tiempo a cuando todo era más sencillo.
Laura jugaba en el centro de la sala con sus muñecas, concentrada en su pequeño mundo de fantasía. La observábamos en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. En un momento, nuestras miradas se cruzaron y supe que estábamos pensando lo mismo.
¿No valía la pena intentarlo?
Nuestras fantasías estaban ahí, intactas, a pesar del paso del tiempo, era lo que alguna vez nos unió. Había algo en esa escena, en la calidez del hogar, en la risa inocente de nuestra hija, que hacía que la idea de volver a empezar no pareciera tan imposible.
Marcela suspiró suavemente y me dedicó una mirada difícil de descifrar, se mordió el labio inferior y sentí una punzada en mi verga. Yo tomé un sorbo de vino y desvié la vista hacia Laura, que seguía jugando, ajena a la tormenta de emociones que se movía entre su madre y yo.
Laura, para mi amplia sorpresa, tomó la iniciativa, se agachó al nivel de Laura, apartó un mechón de cabello de su rostro.
—Mírate cariño, estas creciendo muy rápido. —Me miraba con un atisbo de sonrisa en sus labios. —Eres justo lo que Papá y Mamá querían.
Se inclinó y le dio un beso en la mejilla, mientras su mano acariciaba el contorno de su rostro. Nuevamente me miró, sus ojos ardían de deseo.
Estaba demasiado excitado y sentía que no aguantaba, me puse de pie y bajé el cierre de la bragueta de mi pantalón. Marcela abrió los ojos de par en par, seguro no esperaba un avance tan rápido como el que yo le estaba dando, su rostro se enrojeció al ver como liberaba la verga que tantas veces había probado en el pasado. No pronunció palabra, simplemente se quedó mirando como balanceaba mi verga cerca a su rostro y al de Laura, que aún no había levantado la vista y no se había dado cuenta de nada. Me acerque lo suficiente como para que Marcela alcanzara mi verga con su mano y así lo hizo, la tocó después de mucho tiempo.
—¿Estas seguro de esto? —Mi respuesta fue acercarle mi verga a la boca y metérsela.
Marcela recibió mi verga con sumisión, llene su boca tanto como me fue posible. Laura sigue totalmente inconsciente de lo que está ocurriendo. Marcela impone un ritmo suave y lento pero cada vez más profundo.
Cuando éramos pareja teníamos una costumbre muye excitante para ambos, quise probar si lo recordaba, así que retire mi verga de tal manera que solo tuviese la cabeza dentro de su boca y coloque una de mis manos en su cabello, para indicarle que no se moviera. Marcela lo entendió inmediatamente, miró hacia arriba, buscando mis ojos y luego, un torrente de orina comenzó a inundar su boca y su garganta.
Nuestras miradas se mantienen fijas en la del otro a medida que el chorro fluye, por momentos parecía que le daban arcadas, falta de práctica, pensé. Marcela traga cada gota. Paro por un momento y como en aquellos días, Marcela abrió la boca y me mostró que no tenía nada, pero luego comenzó a toser, lo que hace voltear a Laura.
Primero mira a su madre, pero inevitablemente posa sus ojos en mi pene erecto a escasos centímetros.
—Laura, cariño, esto es una parte especial de papa, se llama pene, las mamas lo usamos para jugar.
—Y ¿cómo se juega? —Pregunta inocentemente mi hija.
—Bueno, cariño, a mi me gusta usar mi boca para… para chupar el pene de papa. Si lo hago bien, entonces papa me da un premio muy rico que se llama semen.
—Explícale que también hay otros lugares donde se puede guardar el pene de papa.
Marcela aún duda, sin embargo no puede evitar mi orden ni a Laura esperando una explicación.
—Bueno, cariño, nosotras tenemos en la vagina un lugar para guardar el pene de papa, para que no le de frio.
—¿Tiene frio el pene de papa? —Me pregunta mi hija mirándome.
—Si hija, tiene frio. —Acto seguido la alzo en mis brazos mi mano derecha la sostiene de su colita y con la izquierda, ante la mirada de Marcela arrodillada frente a mí, hago a un lado las braguitas de Laura, dejándolas en el suelo. Comienzo a pasar suavemente mis dedos por los labios vaginales de Laura, que se ríe sobre mi pecho, diciéndonos que siente cosquillas. Bajo a Mi niña lo suficiente como para que su vagina haga contacto con mi verga. Marcela se pone de pie a nuestro lado, Laura aún no siente dolor, pero lo sentirá y Marcela lo sabe.
—Cariño, esta bien. Mami está aquí. Papá es solo… simplemente jugando un juego especial contigo. Marcela sonrió, forzosamente, note que también tenía miedo. Marcela acariciaba el cabello de mi niña mientras su cara comenzaba a cambiar a medida que comencé a empujar, sus labios vaginales no se abrían lo suficiente como para permitir la entrada de mi verga, era una tarea titánica e imposible que solo estaba causándole dolor.
—No va a entrar, es demasiado pequeña.
—Quizás solo deberíamos consentirla. —Sugiere Marcela
Coloco a mi hija en el suelo y voy a sentarme en el sofá. Laura se toca su vagina ante el malestar que le causé. Marcela lleva a nuestra niña a mi lado.
Laura se sentó en el borde junto a mí. Sentí sus nervios mientras me miraba atenta y expectante.
—Papi, ¿por qué me miras así? —susurró, jugueteando con sus manos—, tengo miedo.
Me enderecé y dándole espacio suficiente para que se acercara más. Marcela suavemente toma a Laura y la acuesta sobre mí, boca abajo, subimos su vestido para que quede al descubierto esa colita hermosa. Con mi mano atraigo a Marcela y la beso, un beso que no habíamos tenido hace mucho tiempo, un beso de amor. Luego, juntos, comenzamos a acariciar la colita de Laura, sus nalguitas y su ano. Tras unos minutos y con ayuda de saliva únicamente comencé a meterle algunos dedos, Laura se quejaba e intentaba pararse, pero Marcela la mantenía firme y la consolaba constantemente.
A medida que mis dedos ingresaban en el ano de mi niña, sentí que su cuerpo se ponía rígido, pero no tenía más opciones que aceptar la intrusión. Dos de mis dedos estaban completamente adentro, intentaba abrirlos y cerrarlos en su interior, acción que me ayudaba con la dilatación. Se quejaba, por momentos volteaba su rostro y podía ser testigo de sus caras de dolor, apretaba los dientes con fuerza y se quejaba. En ese momento saque mis dedos de su interior y procedí a moverla para que se sentara sobre mi verga. Se lo pase por sus nalguitas, acariciándola para luego comenzar a hacer presión en su apretado ano.
Mi niña yacía allí, recostada sobre mi pecho, completamente indefensa, en un momento abrió los ojos y solo miró a su madre, se observaron con detenimiento un momento, vidriosos por el llanto y respirando agitadamente, estaba asustada. Eso fue demasiado para mí, hice presión lo suficiente para que mi pene ingresara un par de centímetros, el grito que ella emitió se produjo al mismo tiempo que depositaba gruesos hilos de semen en su interior. Retire mi verga, decepcionado de mí mismo, de no haber podido controlarme. Secuencias de semen comenzaron a salir de su ano, ella parecía estar haciendo fuerza para que le saliera todo lo que había entrado, formando por momentos burbujas de semen en su ano. Mi niña cerro los ojos y emitió un ultimo quejido.
El alcé y la hice a un lado, quedo sobre el sofá, sollozando.
Me quedé de pie, con la respiración agitada y las manos temblorosas. Laurita estaba en el sofá, sollozando en silencio, con el rostro hacia abajo. El eco de nuestro acto aún flotaba en el aire, mezclado con la tensión que lo envolvía todo.
Miré a Marcela. Se había quedado quieta, para luego correr a abrazar a nuestra, con los ojos grandes y asustados. En ese momento sentí el peso de la realidad golpeándome en el pecho. Pero ya no importaba, ya habíamos comenzado.
Respiré hondo y di un paso atrás.
—Lo siento —murmuré, aunque no estaba seguro de si lo decía por Marcela, por Laura o por mí mismo.
Acomodé la verga dentro de mis pantalones. El aire era frío y pesado, pero al menos no estaba cargado de reproches ni de lágrimas contenidas. La noche no tenía rumbo, simplemente dejamos que la oscuridad nos envolviera, con la certeza de que, todo había cambiado, nuevamente, y que ahora simplemente no podía pararse.
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