Aladino y la lámpara mágica
Conversaciones en cuarentena.
—Abuelito.
—¿Qué pasa, Dieguito?
—¿Cuándo se va a terminar la cuarentona?
—“cuarentena”, mi amor. Y no sabemos cuándo.
—¿Y no voy a poder ir a ver a mi mamá y a mi papá hasta que termine?
—Pero si los ve todos los días, Dieguito. ¿No los ve desde la oficina del tío Eduardo?
—Sí, abuelito, pero me refería a ir a la casa.
—Bueno, por ahora es mejor que se quede con nosotros. ¿No está contento conmigo y el tío, mi vida?
—¡Sí, abuelito! Me gusta mucho cuando mi tío Eduardo me deja meterme bajo el escritorio y él está trabajando en internet y también me gusta cuando me dejas meter las manos en tu pantalón, pero a veces echo de menos a papá y mamá.
—Lo sé, cariñito, pero ya verás que muy pronto se terminará todo esto. Ahora vamos a la cama.
—¿Me vas a leer un cuento, abue?
—Claro que sí, mi amor. Te voy a contar sobre las aventuras de un niño de tu edad.
—¡Sí, abuelito!, ¿me pongo pijama?
—¿Quieres ponerte pijama?
—No, abuelito, quiero quedarme así no más, como la otra vez.
—Bueno, entonces sáquese la ropita y tápese para que no le de frío.
—Ya, abuelito, estoy listo.
—Ok. Érase una vez un muchachito llamado Aladino que vivía en el lejano oriente con su padre en una casa sencilla y humilde.
—¿Eran pobres, abuelito?
—Sí, hijo, eran muy pobres. Tenían lo justo para vivir, por lo tanto, el niño salía a pedir limosna por las calles.
—Mmm, no me gusta que Aladino sea pobre, abuelito.
—A mí tampoco, mi vida, pero la vida es así, hay niños pobres y niños que no lo son.
—¿Nosotros no somos pobres?
—No, mi amor, nosotros no somos pobres, pero tampoco somos ricos.
—O sea que somos mitad pobres y mitad ricos, ¿verdad?
—Ja, ja, ja. No mi amor, somos personas que tenemos para vivir y un poco más.
—¿Y qué le pasó a Aladino en la calle, abue?
—Un día se encontró con un hombre que le preguntó:
“Tú eres Aladino, el hijo del sastre, ¿verdad?”
“Sí —le dijo Aladino, ¿quién es usted?”
“Soy tu tío —respondió el hombre —y me apena verte tan flaco.”
—¿Era flaquito Aladino?
—Sí, mi vida, era flaquito porque no había mucho para comer en su casa.
—¡Pobrecito, Aladino! Apuesto a que el tío le pasó plata, como mi tío Eduardo.
—Ja, ja. No, ese hombre no era como el tío Eduardo, pero sí le ofreció ayuda.
—¿Qué cosa?
—Bueno, ese hombre le dijo que si hacía algo que él necesitaba, le daría una moneda de plata.
—¡Igual que mi tío Eduardo!, pero mi tío no me da una moneda, me da un billete.
—¿Te da un billete?
—Sí, mi tío dice que yo valgo mi peso en oro. ¿Qué significa eso, abuelito?
—Qué vales mucho, tesoro, ¡muchísimo! Cada kilo de tu peso es igual a un kilo de oro puro. Ja, ja.
—Mmm, entonces si te haces pobre, voy a dejar de comer, abuelito.
—¿Por qué, mi amor?
—Porque si me quedo flaquito como Aladino, no vas a poder venderme.
—¡Pero, amor! Yo jamás te vendería, mi tesoro. No ponga carita de pena, déjeme darle besitos como le gustan a Ud.
—Me gustan tus besitos, abuelito.
—A mí también, mi vida, me gustan mucho. ¿Quiere que siga con el cuento?
—¡Sí!, quiero saber qué cosa quería el tío. ¡Apuesto a que quería lo mismo que mi tío Eduardo!
—Bueno, no exactamente, lo que el hombre quería era pedirle a Aladino que se metiera en una cueva que tenía una entrada muy estrechita y que le alcanzara una lámpara.
—¿Una lámpara?
—Sí, una lámpara, pero no de esas que conoces tú, sino una lámpara de aceite.
—¿Y cómo es eso, abue?
—Pues… ¿te acuerdas cuando fuimos a la playa con el tío y él hizo una lámpara de carburo con un tarrito y un poco de agua?
—¡Oh!, ¡esa lámpara alumbraba mucho!, ¡era como una lámpara mágica! Mi tío Eduardo es muy inteligente.
—Sí, muy inteligente entre otras cosas.
—¿Y Aladino le llevó la lámpara?
—Bueno, cuando Aladino entró a la cueva, se llevó una sorpresa.
—¡Había un oso!
—No, mi amor, no había un oso, había algo mucho mejor.
—¿Qué cosa?
—Había joyas, anillos, monedas de oro y muchas cosas valiosas.
—¿Era como la cueva de Alí Babá?
—Algo así, mi amor. ¿Aún te acuerdas del cuento de Alí Babá?
—Sí, abue. Ese cuento me gustó muchísimo porque…
—A mí también, mi vida, a mí también me gustó mucho.
—¿Y qué hizo Aladino, abue?
—Aladino tomó la lámpara, pero también se puso un anillo que le quedaba bien ajustado en su dedo y se llenó los bolsillos con las monedas de oro hasta que quedó gordito de tantas cosas que guardó.
—¿Y después?
—Después, cuando trató de salir, solo alcanzó a sacar la cabeza, porque la entrada era estrechita, ¿te acuerdas?
—¿Y no pudo salir?
—No, no pudo salir. Y el hombre se enfureció tanto, que tapó la entrada con una piedra grandota y lo dejó ahí encerrado.
—¡Qué malo el hombre, abuelito! ¿Y qué hizo Aladino?
—Bueno, Aladino se puso muy triste y se sentó a pensar y en eso, cuándo estaba pensando en qué hacer, se frotó sin querer el anillo de oro y ante él apareció una nube blanca y cuando se disipó vio que ante él había aparecido un genio.
—¡Un genio! ¿Y cómo era el genio, abue?
—Era grande, de bigotes y barba, con los brazos cruzados en el pecho y un turbante.
—¿Y qué más?
—Pues, nada más.
—¿Entonces el genio estaba desnudo?
—Ajá, sí, estaba desnudo.
—¿Y se le veía la pichula?
—Sí, mi vida, se le veía el pico muy grande porque lo tenía parado.
—Ah, ¿y qué pasó después?
—Bueno, el genio le dijo a Aladino que si le chupaba la pichula, le cumpliría un deseo y Aladino lo que más deseaba era estar en su casa, así que se la chupó.
—¿Y el genio lo llevó a su casa?
—Bueno, no exactamente, Aladino le chupó la pichula y cuando el genio le lanzó los mocos y Aladino se los tragó, ahí recién pudo pedir el deseo y la cueva desapareció y se encontró en su casa con su padre y con la lámpara en sus manos.
—¡Viva!
—Ja, ja, ja.
—¿Y qué hizo Aladino con la lámpara?
—La tuvo varios días guardada hasta que una tarde la tomó para limpiarla y la frotó con un paño y para sorpresa de Aladino, esta vez salió una nube de la lámpara y otro genio apareció ante sus ojos.
—¿Otro genio más?
—Sí, otro genio más.
—¿y este también estaba desnudo?
—Sí, mi amor, este genio también estaba desnudo.
—¿Y también tenía el pico grande?
—Grande y duro, mi amor.
—Entonces ya sé lo que hizo Aladino.
—¿Qué crees tú que hizo?
—Lo mismo que me dices tú que haga cuando el tuyo está parado.
—Pues, sí, mi amor. Eso mismo hizo Aladino, le chupó mucho la pichula y cuando se tragó la leche, le preguntó al genio si le podía pedir un deseo.
—¿Y el genio le dijo que sí?
—Sí, le dijo que él le cumpliría cualquier deseo que pidiera.
—¿Y qué pidió Aladino?
—Pues, Aladino no sabía qué pedir, pero de pronto se le ocurrió algo.
—¡Qué!, ¡qué!
—Pues, esta vez, Aladino le pidió el deseo al genio susurrándole en su oreja, así es que yo no sé qué pidió.
—Mmm, ¿entonces cómo vamos a saber qué fue?
—No lo sé, mi vida.
—¿Y qué pasó después?
—Pues, esa noche Aladino se acostó primero y luego se acostó el papá a su lado
—¿Dormían juntos, abue?
—Sí, mi niño, recuerda que eran pobres.
—¿Y qué más?
—Bueno, una hora después, el papá de Aladino se sacó el pijama y desnudó también a Aladino.
—¿Se quedaron ambos desnudos, abue?
—Sí, mi amor. Los dos quedaron completamente desnudos.
—¿Y cómo era el papá de Aladino, abuelito?
—Él era un hombre moreno, con piernas muy peludas y el pecho también se le veía negro de tantos pelos que tenía.
—¡Igual que tú, abuelito!
—Sí, mi amor, muy parecido a mí.
—¿Y tenía la pichula igual de gruesa?
—Sí, mi amor, era igual de gruesa que esta pichula.
—Abuelito…
—¿Sí, mi vida?
—¿Te quieres acostar conmigo como el papá de Aladino?
—Claro, mi amor. Deme un ladito. ¿Quiere que me saque toda la ropa, también?
—Sí, abuelito.
—Ok, déjeme sacarle el… ya está. Ahora estamos los dos desnudos completamente. ¿Quiere que le siga contando el cuento?
—Sí, abuelito.
—Bueno, como le decía, el papá de Aladino tenía una verga muy gruesa y con la cabecita muy jugosa. Aladino no pudo resistir la tentación de chuparla.
—¿Igual como te la chupo yo, abue?
—Así es, mi amor. Ud. la chupa igual que Aladino a su papá.
—¿Y qué más hizo Aladino, abue?
—Ah, Aladino levantó las piernas de su padre… así, eso es… y le chupó el culo peludo con su lenguaaaghh. ¡Uf!, le siguió… comiendo el culo…. agghh…. por un buen rato… le metía la lengua en el hoyoooohhh. Luego el papá de Aladino lo puso patitas al hombro, así… tal cual… el papá estaba embelesado con el hoyito del niño que palpitaba esperando la callampa y de pronto… ¡Ohhh!, ¡qué rico!, ¡se la metió hasta el foooondooooo!
—¡Abuelito!, ¡me la metiste toda!
—¡Ay!, sí, mi amor. ¿La sientes? Está toda adentro.
—¡Sí, abuelito!, ¡me gusta mucho!, ¡Y ahora no me duele nada!
—Lo sé, mi vida, tu tío ha hecho un buen trabajo.
—¡Ah, ah, ah, ah!, ¡me… gus… taaaa!
—¡Riii…cooo!
—¡Ah, ah, ah, ah!
—¡Qué ca… lien… teee… tienes el hoooyooo!
—¡Ah, ah, ah, ah!
—¡Ahghhh!, ¡vas a hacer que…. me corraaaaa!
—¡Dame tu leche, abuelito!
—¡Sí, hijo!, ahí… ¡ahí… vaaaa!, ¡Aghhhh!
—Abuelito.
—Ufff, sí, mi vida.
—Ya sé qué le pidió Aladino al genio.
—¿Y cuál fue el deseo, mi amor?
—Pues, el mismo que pedí yo.
—¿Pediste un deseo?
—Sí, abuelito.
—¿Y cuál fue ese deseo?
—Qué me metieras la pichula, abuelito.
—Ja, ja, ja. Venga para acá, mi niño adorado, deme un beso. Eso, un beso rico de lengua. Ahora ya es tarde así es que otro día terminaremos el cuento, ¿sí?
—Sí, abuelito. Quiero saber qué pasó con Aladino.
—Bueno, por ahora sabemos que Aladino se recostó junto a su padre y este lo abrazó así, y le puso su cabecita en su pecho así, y le acarició la cabecita así, y le acarició el culito así, y le puso el pico en la mano así, hasta que Aladino se quedó dorm… “Mmm, se durmió mi chiquito”.
Torux
Que buen relato espero siga relatando relatos así. 😗😗😘
Gracias, hay varias conversaciones que se irán intercalando con relatos de mayor envergadura.
No manges
Hola Torux, me declaro un absoluto seguidor de tus relatos, todos, tanto los heteros como los gays; desde la anterior versión de la pagina o los que has publicado en esta nueva.
No soy muy de entrar en contacto con gente para así conservar cierto grado de anonimato, pero desde hace un tiempo cuando me decidí a publicar yo mismo, me he dado cuenta que siempre es bueno saber que lo que uno escribe le agrada a alguien, y por esa razón me decidí a rendirte este humilde homenaje que espero ves algún día.
La calidad de tus relatos no solo esta en lo bien que describes el contenido porno/erótico, sino en lo bien que sabes elaborar todo el contexto y crear el ambiente para aumentar la tensión de la situación, ello demuestra el tiempo, el cuidado, la minuciosidad con la que elaboras tus piezas narrativas. Por afinidad siento una enorme agitación y placer cuando se trata de esas en las que describes como un pequeñín aprende a hacer feliz a los adultos que le rodean de la mejor de las maneras; habiendo sido yo mismo entrenado por muchos buenos adultos comprometidos en mi enseñanza y bienestar, cada vez que leo relatos como «40 y 6», «3 generaciones»(uno de los que mas he disfrutado y en muchos aspectos reflejaba muchas cosas que comparto con el personaje), «Cartas al viejito pascuero», y tanto otros no puedo evitar verme reflejado en ellos, recordar como vivía las situaciones y circunstancias de mi niñez, días llenos de curiosidad y sensaciones que alimentaban el continuo deseo de explorar lo que todo hombre llevaba guardado en su interior.
Como autor eres uno de los modelos que sigo, junto a otros que desafortunadamente ya no publican con tanta frecuencia (supongo que debido a los problemas que ha tenido la web).
En fin, darte las gracias y animarte a continuar ofreciéndonos tan buenos relatos que se traducen en pequeños viajes al pasado para recordar cosas que hemos vivido con gran entusiasmo.
Wow, precozgay, jamás había recibido un comentario con halagador como este. Te agradezco muchísimo que te hayas tomado el tiempo de escribirlo. Es un agrado y un estímulo a seguir escribiendo. Lamento no haberlo leído antes. Nuevamente muchas gracias. Espero publicar algo nuevo pronto.