Alberto y Juan, hijo y padre
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por harmsarah.
Siempre he vivido sola con mi madre. Según ella, mi padre nos abandonó cuando supo que ella estaba embarazada. Cuando cumplí los diecisiete años, conocí a Alberto. Era un chico de mi misma edad. Nos conocimos en una discoteca y empezamos a hablar. Quedamos para el fin de semana siguiente. Y ese fin de semana se convirtió en muchos más. Casualidades de la vida, los dos cumplíamos los años el mismo día. No vivíamos en la misma ciudad, aunque había poca distancia entre las dos ciudades. Con el paso de los días fuimos intimando cada vez más. Besos, abrazos, toqueteos, mamadas… hasta que un fin de semana, su padre tuvo que irse fuera por cuestiones de trabajo. Fuimos a su casa y nos pasamos toda la tarde en la cama.
Al día siguiente, más de lo mismo. La última vez que follamos ese día, fue en la ducha y cuando nos despedíamos, nos dimos cuenta que no habíamos utilizado nada. El resto de las veces, sí utilizamos preservativos, pero en la última se nos olvidó. Y me quedé embarazada. A mi madre le había comentado que había conocido un chico. Una amiga suya también nos vio. Llevaba dos meses de embarazo y todavía no me había atrevido a decir nada. Una tarde, mi madre vio la foto de Alberto en mi móvil y se desató su furia. Me prohibió verlo o me echaría de casa. Yo no comprendía nada.
—¿Habéis hecho algo?
—Sí. ¿Por qué? Los dos somos jóvenes, nos queremos y estamos sanos. No veo que haya ningún problema en eso. Su padre tiene una empresa. No hay ninguna razón para que te pongas de esa manera.
—No estarás embarazada, ¿no? Porque últimamente, tienes muy mal color.
—Sí. Estoy embarazada. Y muy orgullosa de llevar a su hijo en mi vientre.
Mi madre me dio un tortazo y se marchó. No comprendía nada. Ni siquiera le conocía. Esos tres días pasaron sin que me hablara. El sábado, habíamos quedado en la disco. Estuvimos bailando, luego sentados en una de las zonas más oscuras, toqueteándonos. Le confesé mi embarazo. Al principio se quedó mudo. Luego reaccionó, besándome y metiendo su mano por entre mis braguitas. Cuando ya no pudimos aguantarnos más, salimos de la discoteca, fuimos a un rincón muy oscuro, que era una entrada de servicio que tenía el local y allí, abriéndose el pantalón, sacó su polla y me pidió:
—Mámamela.
Me agaché y me metí su polla en la boca, hasta que descargó su leche. Luego, fue él quien se agachó para disfrutar de mi panocha. Después de venirme, estuvimos tocándonos y besándonos hasta que de nuevo estuvimos listos. En ese momento, metió su pene dentro de mi vagina. Después de un rato de mete-saca, nos corrimos. Cuando pudimos recuperar el aliento, Alberto, me dijo.
—Hablaré con mi padre. Si tu madre te echa de casa, viviremos con mi padre hasta que terminemos los estudios. También podríamos estudiar y trabajar en la empresa de mi padre. Nos costará más, pero lo lograremos, cariño.
Era la hora de despedirnos. Yo tenía frío y me puso su cazadora por encima. Él salió primero del hueco, para disimular. Cuando yo estaba saliendo, vino la tragedia. Un chico que al parecer había bebido demasiado, se metió en su coche y al tratar de salir del aparcamiento, no sé si se confundió o qué, pero atropelló a una decena de personas, entre ellas, Alberto. Por la posición en que quedó mi novio, supe que el asunto era muy grave. Murió antes de que llegaran las ambulancias. Dos personas más murieron el aquel aparcamiento. No sé ni cómo llegué a casa y me encontré con todas mis cosas en la escalera. Mi madre ni siquiera me dejó entrar en casa. Pasé un par de días en casa de una amiga. Estuve en el funeral de Alberto y allí vi a su padre, hecho polvo. Otra amiga, me dejó dormir durante varios días en el garaje de su casa. Estuve retrasando el ir a casa de Alberto y entregarle su cazadora al padre. Al final, me armé de valor y me presenté un anochecer, en el que sabía que estaba en casa. Cuando me abrió la puerta, me presenté y le dije que había ido para entregar la chaqueta. Me hizo pasar.
—Sabía que había empezado a salir con una chica, pero no sabía que era contigo. ¿Y dices que habéis mantenido relaciones y que estás embarazada? Desde luego, vaya lío habéis montado.
Sus palabras me rebotaron.
—¿Qué tenemos nosotros como para que os pongáis de esa forma? Ni mi madre os conoce ni vosotros a ella. Y que yo sepa, nosotros es la primera vez que nos vemos.
Juan, que así se llamaba el padre de Alberto, se me quedó mirando por un rato.
—Por lo que veo, no sabes nada acerca de tus orígenes, ¿verdad?
—No sé qué tiene que ver eso, pero no. Apenas sé nada. Lo único que me ha contado mi madre ha sido que la persona que me engendró la abandonó cuando se enteró que estaba embarazada.
—Si me das cinco minutos, puedo probarte que todo eso es una gran mentira.
Sin decir nada más, salió de la sala. Un ratito más tarde, volvió con un viejo álbum de fotos, un libro de familia y unos documentos que resultaron ser de divorcio. En el álbum, aparecía mi madre el día de su boda con Juan. También había varias fotos, de antes de la boda, otras, después de casados, con mamá embarazada. Y en el libro de familia, constaban los nombres de mis padres y como hijos, un niño y una niña. En ese momento me di cuenta del parecido entre padre e hijo.
—Hasta el último momento, no sabíamos que había dos bebés en el vientre de tu madre. Ella estaba empeñada en que quería una niña. No sé por qué razón, después de tantos años todavía no lo comprendo, no quería ningún niño. Y en el momento del parto, saltó la sorpresa. Había un niño y una niña. Se volcó de lleno en ti y al niño prácticamente no le hacía caso. Empezaron las discusiones y los enfados. Un mes y medio más tarde, tuve que ir fuera por una cuestión de trabajo. Era un viaje que estaba programado tres meses antes y no podía escaquearme. Iba a tardar diez días. Cuando volví, el niño estaba muy débil por la falta de comida y de higiene. Hubo que ingresarlo en el hospital. Estuvo una semana.
Cuando recuperó algo de peso, pude llevarlo a casa. Pero ella seguía empeñada en no hacerle caso. Empecé a llevármelo al despacho, con tal de que estuviera mínimamente atendido. Yo os quería a los dos por igual, pero ella empezó a tratar de evitar que tú y yo estuviéramos juntos. La situación llegó a tal extremo que decidimos separarnos. Alberto se quedó conmigo, porque sabía que si no, moriría de inanición. Alquilé un piso y contraté a una mujer para que me ayudara con el niño. Y de un día para otro, tu madre desapareció contigo. Por lo que pude saber posteriormente, se pasó tres años viajando de un sitio para otro, trabajando hasta que conseguía un poco de dinero y volvía a marcharse a otro lugar. Cuando al final volvió a establecerse en la ciudad donde creciste, intenté verte, para que en adelante pudiéramos tener una relación de padre e hija. Pero fue inútil. No sé cómo lo hizo, pero consiguió un papel en el que decía que nuestro ADN no coincidía. Denuncié el caso, pero perdí. Me prohibieron acercarme a vosotras durante cinco años. Aunque de lejos, te he seguido la pista de vez en cuando.
Yo estaba llorando. Ahora me daba cuenta de algunas cosas.
—El año pasado, en el colegio estuvimos hablando sobre estas pruebas. Vinieron para que la gente que quería se la hiciera. A mí me picó la curiosidad y también me la hice. Pero por alguna razón, quizá inconscientemente, se lo oculté a mamá. Poco después, ella se olvidó de un par de documentos en casa. Me llamó para que se las llevara a la oficina. Me dijo en qué cajón de su despacho se encontraban. Cogí los documentos, y sin querer, le di a un botón que abría un fondo secreto. Me quedé sorprendida e intrigada y empecé a curiosear. Allí apareció un documento con mi nombre y mi ADN. Cogí el papel y lo comparé con el que yo tenía. Y me quedé asombrada. No coincidían en nada. Cuando quise volver a guardar el papel en su cajón, estaba cerrado con llave. Y desde entonces, los dos documentos los he guardado en secreto. Cuando hace días me sacó todas mis cosas a la escalera, pensé por un momento que habría descubierto los documentos, pero no.
—¿Dónde estás en estos momentos?
—Las dos primeras noches, me quedé en casa de una amiga, pero son muchos y no podía quedarme. Desde entonces, estoy durmiendo en el garaje de la casa de otra amiga.
—¿Sabía Alberto lo de tu embarazo?
—Sí. Aunque los primeros segundos se quedó mudo de la sorpresa, luego, yo diría que le encantó. Por miedo, retrasé todo lo que pude el contarlo, pero él no se lo merecía. Se lo dije un rato antes de que muriera.
—¿Qué tal lo llevas?
—Mal. Y, ¿cómo es que Alberto no sabía que yo era su hermana?
—Cuando empezó a preguntar por su madre, era muy pequeño y todavía no sabía por dónde andabais vosotras. Le dije que había muerto. Sé que hice mal, pero en aquel momento es lo que se me ocurrió. Posteriormente, cada vez que te veía me decía que tenía que contarle la verdad, pero, o surgía algo o me entraba tal miedo que me callaba. Si hubiese sabido desde el principio que eras tú, se lo hubiera confesado y aunque se hubiese enfadado, lo hubiera entendido. Y comprendo perfectamente tu postura. ¿Fuisteis felices mientras duró lo vuestro?
—Sí.
—¿Durante cuánto tiempo mantuvisteis relaciones?
—Nos conocimos hace cuatro meses en la discoteca donde ocurrió la tragedia. Nos veíamos los fines de semana.
—¿Habéis mantenido relaciones íntimas desde el primer momento?
—Lo de acostarnos llegó un mes y medio más tarde, más o menos. Hasta entonces, hubo besos, abrazos, toqueteos…
En aquel instante, me puse roja como un tomate.
—¿Y mamadas?
—Sí. Y mamadas. La primera vez fue en esta casa. Un fin de semana que estabas fuera por trabajo. Usamos preservativos, menos la última vez, que lo hicimos en la ducha, y se nos olvidó. Fue el único error que cometimos en nuestra relación. Y de esa única vez sin protección, me quedé embarazada.
Me eché a llorar. Juan se sentó a mi lado y me abrazó. Luego, me sentó sobre sus piernas, hasta que los dos pudimos calmarnos un poco. También noté que su verga había crecido, aunque ninguno de los dos hicimos nada. Todavía entre sus brazos, me dijo:
—Te propongo un trato. En vez de estar durmiendo en un garaje, aunque sea de tu amiga, me gustaría que te vinieras a vivir aquí, conmigo. Quiero conocerte y que tú me conozcas a mí.
Quiero recuperarte. Podrás seguir estudiando, de igual manera. Así mismo, nos podremos consolar el uno al otro por la falta de Alberto. Yo lo echaré de menos como hijo, tú lo echarás de menos como el novio apasionado. Bueno, supongo que era apasionado en las relaciones.
—Sí. Era muy apasionado y ardiente.
—¿Qué me dices? ¿Quieres vivir aquí, conmigo?
—Sí. Quiero vivir aquí contigo.
Me abrazó contra su pecho durante unos momentos más y nos pusimos en marcha. Me llevó en coche hasta el garaje donde tenía mis cosas. Los días que siguieron fueron maravillosos. Nos conocimos el uno al otro. Hablábamos un montón. Mi embarazo se iba notando ya y él también estaba feliz. Me acompañaba a todas las ecografías que me hacían. Cuando nos dijeron el sexo de la criatura, me sentí inmensamente feliz. Tanto, que en el ascensor, me abracé a él fuertemente.
—Me daba lo mismo el sexo del bebé, pero, por una parte, estoy más radiante porque es un niño.
—Yo también estoy feliz con la noticia, pero también me hubiera hecho dichoso el saber que era una niña, ya que no tuve oportunidad de criarte cuando eras pequeña.
Sin decir nada más, salimos del hospital abrazados como una pareja, más que como padre e hija. A medida que iba avanzando mi embarazo, me sentía cada vez más atraída por mi padre. Y sé que a él le pasaba lo mismo, pero no se atrevía a dar el paso. Cuando nació el niño, Jairo, estuvo conmigo en el parto. Todo el mundo pensaba que éramos pareja, en vez de padre e hija. Me costaba llamarlo papá, aunque él lo entendía. Por lo demás, él tampoco había dicho que tenía una hija. Además, tampoco me llevaba tantos años, ya que eran adolescentes cuando se casaron. Cuando el niño tenía tres meses, estaba viendo la televisión y dando de mamar al niño cuando llegó papá a casa. Se cambió en un voleo y volvió a la sala. Dio un beso al niño en la cabeza y me dio otro en la mejilla. Cogió al bebé para que expulsara los aires. Luego, lo cambiamos y lo acostamos en su cuna. Papá había tenido una cena de trabajo por lo que no tenía hambre. Nos sentamos en el sofá, viendo la televisión, pero yo estaba incómoda. Había veces que tenía tanta leche que después de mamar el niño tenía que sacármela con el sacaleches. Me acurruqué contra él y terminamos abrazándonos.
La atracción entre los dos era inmensa. En un momento dado, nos quedamos mirándonos el uno al otro y acercamos nuestras bocas. Estuvimos besándonos con fruición largo rato. Sus labios me quemaban y su dulzura me transportó lejos del mundo. Me quitó la ropa que llevaba y empezó a lamerme los pechos. Me sacó la leche que quedaba. Luego, entre besos me dijo.
—De ahora en adelante, si estoy en casa, no necesitarás más el sacaleches.
—De acuerdo. Es mucho más agradable que te los vacíen así. Pero no es justo que yo esté completamente desnuda y tú sin quitarte nada de ropa.
—Eso se soluciona rápidamente.
Pero antes de nada, me cogió en brazos y me llevó a su cama. Allí me tumbó, se quitó toda la ropa y se tumbó a mi lado, acariciando mi cuerpo y besándonos. Luego, fue bajando su boca por mi cuerpo hasta llegar a mi chocho. ¡Dios! Si el hijo era una maravilla mamándome, el padre lo era más todavía. Tuve dos orgasmos antes de que papá apartara su boca. Luego me tocó el turno de mamarle su polla. Era más grande y gorda que la de su hijo. Me sentí en éxtasis al sentir su sabor en mi paladar. Ni siquiera sé como hice para engullirla, pero lo había hecho a la primera. Acogí sus huevos en mis manitas, mi lengua se enroscaba alrededor de su glande y mi cabeza subía y bajaba. La verga de mi padre sabía riquísima, mejor que el algodón de azúcar que tanto me gustaba. Me tragué todo su semen. Seguimos besándonos y acariciándonos hasta que de nuevo, volvimos a estar a mil. Cuando papá iba a meter su verga en mi vagina, le pregunté:
—¿No te pones preservativo?
—No quiero nada entre tú y yo, mi vida. Sé que Jairo es muy chiquitín, pero quiero dejarte embarazada. Quiero ver a mi nena preñada con un hijo mío. Y sé que con el nuevo embarazo disfrutaré más todavía.
—Oh, mi amor, sí. Un hijo con mi hermano y otro u otros con mi padre. Será maravilloso.
—¿Quieres tener más de un hijo conmigo?
—Si es posible y si tú quieres, sí.
—Cariño, mi vida…
Y sin decir nada más, metió su polla dentro de mí. Lo hizo muy despacio, para poder sentir al máximo la fricción con las paredes de mi vagina. Empezó a moverse lentamente, primero. Poco a poco, fue aumentando la velocidad de las embestidas hasta que ya no pudimos más. Me sentí estallar en un millón de pedazos como si fuese una estrella. Exploté a la vez que él y sentí como su fuego líquido me llenaba por dentro. Juan dio unos últimos empujones para alargar el momento, luego nos derrumbamos y nos echamos uno junto al otro. Al salirse de mí nos abrazamos y sonreímos, sin siquiera hablar. Noté un delicioso olor a sexo que inundaba la habitación, creando la atmósfera más sensual y tierna que recuerdo, mientras nos acariciábamos. Fue el momento del abandono. Aquel silencio valía por todas las palabras del mundo. Al rato, me preguntó:
—¿Cuándo lo hicisteis por última vez?
—Un rato antes del accidente. Estuvimos bailando un rato hasta que terminaron las baladas. Estábamos calientes y nos sentamos en un rincón oscuro. Estuvimos besándonos y acariciándonos un rato, y aun sin saber cómo iba a reaccionar, le conté lo del embarazo. Se quedó mudo unos instantes y luego reaccionó besándome y metiendo la mano por entre mis braguitas.
Cuando ya no pudimos aguantar más, salimos y fuimos a un lateral del local. Hay unas escaleras y una entrada de servicio. Es un rincón muy oscuro y a menos que te asomes, no se ve a nadie. Nos metimos en el hueco y me pidió que se la mamase. Luego fue su turno de mamar mi chocho. Cuando volvimos a estar listos, metió su pene dentro de mí. Ya no hacía falta ningún preservativo. Después de corrernos, nos quedamos un buen rato quietos, abrazados. Yo sentí frío y me puso su cazadora por encima. Él salió antes del hueco, para disimular. Me dijo que hablaría contigo. Que en caso de que me echaran de casa, viviríamos aquí, contigo, mientras terminábamos los estudios, y en un apuro, y aunque tardáramos más, podríamos estudiar y trabajar en tu empresa, si se pudiera. Y si quieres que te diga la verdad, nunca sentí a Alberto como un hermano ni te he sentido como padre.
Desde el momento en que te conocí, más bien pensé que podrías ser mi media naranja, mi hombre. E instintivamente, jamás he dicho a nadie que eres mi padre. Todo el mundo se piensa que eres mi marido.
—Mi vida, si hubiéramos vivido como una familia normal hubiera sido distinto. Pero sin saber de lazos de familia, os enamorasteis. Y desde el momento en que viniste a esta casa, con tu pequeño bombo, mi primer pensamiento fue ‹‹qué pena que este bombo no sea con mi semilla››.
Y por más que me repetía que no podía ser, que eras mi hija, mi libido cada vez me decía: ‹‹hazla tuya de una vez. Préñala››. Y yo tampoco he dicho nunca que tú eres mi hija. Y nunca me ha molestado que no me llames papá, sobre todo en la calle.
—Pero a veces sí te llamo papá. Primeramente fue él quien me hizo muy feliz y ahora eres tú quien me hace inmensamente feliz.
—Pero lo haces en la intimidad, sobre todo, cuando hacemos el amor. Me gusta que en la calle me llames Juan.
Y sin decir nada más, agarré la polla de Juan y me la metí dentro. Cuando supe que estaba de nuevo embarazada, me sentí en la gloria. Esa noche, papá estaba cansado y se fue a la cama. El niño tardó más tiempo del normal en dormirse. Cuando por fin lo hizo, me fui a la habitación. Me duché rápidamente, y desnuda, planté mi chocho sobre la cara de Juan, que tenía los ojos cerrados. Los abrió, agarró mis caderas y empezó a lamerme el coño que enseguida se puso ardiendo. Entre gemidos, le dije:
—Juan…
—¿Mmm…?
—Estoy embarazada.
Me tumbó del otro lado para que hiciéramos un 69. Después, me folló como nunca.
—Me has hecho inmensamente feliz, mi vida.
Han pasado quince años y he tenido tres hijos con mi padre. Y todavía seguimos haciéndolo de todas las formas imaginables.
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